
Nunca pensé que terminaría fantaseando con él. El gordo de mi jefe… ese hombre que apenas me miraba cuando llegué a trabajar, siempre serio, con voz firme y manos grandes. No era mi tipo, no al principio. Pero con el tiempo, empecé a notar cómo me observaba cuando creía que no lo veía. Cómo su mirada se detenía en mis caderas, en mis piernas cruzadas, en la forma en que mojaba mis labios con la lengua. Y eso, lo confieso, me empezó a calentar.
No sé cuándo exactamente me entregué a la idea. Pero un día, después del horario de oficina, me llamó con una excusa. Cerró la puerta y me señaló el sillón frente a su escritorio. Me senté. Me temblaban las piernas, no sabía qué venía… hasta que se acercó, me puso una mano en la rodilla, y sin decir palabra me tocó. Entre las piernas. Directo. Como si ya supiera que yo lo iba a permitir. Y eso fue. No necesité más.
Yo lo dominé. Me senté en su falda y él empezó a chuparme una teta como un bebé, mientras yo con la mano lo masturbaba, sintiendo cómo se ponía duro bajo mi tacto. Luego, se recostó, apoyando su cabeza en mis piernas desnudas, mientras me miraba con deseo. El cuerpo me ardía. Me levantó la falda, me bajó la ropa interior. Me abrió con los dedos, me olió, me lamió. Y después me cogió en ese mismo sillón, con todo su peso, con toda su urgencia. Yo gemía, abierta, mojada, sintiéndome más viva que nunca. Me agarraba de la nuca, me tomaba como si fuera suya, como si yo le perteneciera.
Y justo antes de acabar, me miró a los ojos, con la respiración agitada, y me dijo al oído:
—Mariela… sos una calienta vergas. Vi tus relatos y fotos en Poringa. Me hacés acabar con solo verte.
Y entonces se vino. Me llenó. Sentí su semen caliente chorreando por mis muslos mientras me acomodaba la ropa, temblando de placer y de algo más… algo salvaje. Me había visto. Me había buscado. Y me había usado como yo quería.
No me pidió que me quedara. No dijo nada más. Solo me miró, satisfecho. Y yo, mientras salía de la oficina con las piernas aún húmedas, supe que volvería a dejarme coger por él.
Porque a veces, la puta en mí necesita eso. Ser deseada, descubierta, y usada. Sin culpa. Solo placer.
1 comentarios - Confesión: Mi jefe, el gordo