
Soy madre. Tengo hijas. Esposa desde hace dieciséis años. Y sí, soy una mujer insatisfecha, frustrada y completamente morboseada. Viví años escondida detrás del rol de madre ejemplar, esposa dedicada… pero por dentro ardía. Por dentro gritaba. Por dentro, soy una puta suelta, una diabla insaciable que necesita más que mimos: necesita ser cogida, explotada, acabada.
He sido la puta de los padres del colegio. Me miraban al dejar a mis hijas, como quien desea una fruta prohibida. Yo los veía y les sonreía. Sabían que mi cola pedía verga. Y yo sabía que ellos podían darla. Algunos me llevaron en sus autos. Me bajaban la bombacha en plena calle, me abrían el culo y me cogían sin piedad, tapándome la boca con sus manos mientras me venía gritando.
También me usaron tipos del gimnasio. Uno me miraba entrenar, sudando, con esas calzas pegadas al cuerpo. Un día, me siguió al baño. Me empujó contra el espejo y me rompió el orto con fuerza, me acabó adentro mientras yo me miraba a mí misma, viendo esa cara de puta desatada que tanto amo.
El vecino. Qué placer. Qué morboso. Me espiaba, yo lo sabía. Un día lo provoqué, le abrí la puerta en bata, sin ropa interior. Terminamos contra la pared, él enterrando la verga en mi culo mientras me decía que siempre me imaginó gimiendo como perra. Y tenía razón. Grité. Gocé. Me vine.
¿Y el bus? Oh sí… ahí también. Arrimadas calientes, con desconocidos que me tocaban “sin querer”. Yo en vez de alejarme, me frotaba más, me abría. Llegaba a casa con la tanga mojada, el cuerpo vibrando, acabada entre desconocidos. Sin decir palabra. Solo sintiendo.
Y no solo fueron hombres. Hubo madres también. Mujeres como yo, solitarias, atrapadas en matrimonios fríos, con los mismos deseos ocultos. Madres que me miraban con las mismas ganas que yo tenía. Una vez, en una reunión escolar, nuestras miradas se cruzaron, y después de un par de vinos... sus labios se hundieron en los míos. Nos besamos con desesperación, como si nos estuviéramos devorando. Nuestras manos bajaron, se buscaron, nos tocamos el alma y la entrepierna, gimiendo bajito, fusionándonos en ese deseo carnal de mujeres hambrientas, sucias, ardientes. Ella terminó entre mis piernas, chupándome como si quisiera sacarme todos los años de frustración.
Tengo 38 años… y ser así me deja increíblemente llena. Llena de placer, de libertad, de orgasmos, de historias sucias que me recorren el cuerpo como electricidad. No me escondo más. No me niego más. Lo disfruto, lo vivo, lo necesito.
Soy gritona, gemidora, tragona. Amo el semen. Amo tragarlo, saborearlo, que me lo tiren en la cara o me lo dejen adentro. Amo que me revienten la cola, que me usen como su putita. Que me humillen, que me llenen, que me hagan olvidar que soy esposa. Porque en el fondo, ya no soy solo eso. Soy una madre ardiente. Una esposa infeliz. Una puta feliz.
4 comentarios - Diario sucio de una madre insaciable