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Paseos en moto con mi suegra 2


Capítulo 2: Motoculona


Al día siguiente, las diez en punto me encontraron estacionando la moto en el patio delantero de la casa de mi novia. Más temprano había hablado con ella: me había llamado preocupada por la evolución de mi dolencia gástrica.

Me declaré recuperado y me ofrecí para llevarla a la facultad, pero ella me dijo que me quedara descansando para evitar una recaída; que la llevaría su padre de camino al trabajo como de costumbre.

Mientras me quitaba el casco, la puerta de entrada se abrió y apareció mi suegra. Yo la miré de arriba a abajo y, a pesar de que vestía un jean y una remera de lo más corriente, me pareció que estaba más hermosa que nunca.

Me saludó con una cortesía que parecía ayuna de todo rencor y me invitó a pasar. Café mediante, nos sentamos a conversar en los sillones de la sala. Y tras un breve exordio de temas casuales, fui directo al grano:

    –Así que le interesa el tema de las motoculonas…

    –Digamos que me da curiosidad.

    –Creí que estaba todo mal con ese rollo machista.

    –Y así es; pero, después de todo, una mujer tiene todo el derecho de exhibir sus atributos físicos si así lo desea. Sin imposiciones de nadie, ¿no?

    –Claro, claro, estoy totalmente de acuerdo con usted. Mire, déjeme mostrarle...

Entonces tomé mi celular y le enseñé unas cuantas fotos y algún que otro video de encuentros de motos en donde abundaban estas llamativas copilotos. Ella miró atentamente cada una de las imágenes mientras bebía su café… 

 

Paseos en moto con mi suegra 2


    –¡Pero estas chicas no tienen ninguna clase de respeto por sí mismas! –exclamó indignada.

A esas alturas sus contradicciones lograban confundirme; parecía tener alguna especie de conflicto interno entre sus convicciones y su “curiosidad”. Entonces le dije con determinación:

    –Usted lo acaba de decir: una mujer puede exhibirse si así lo desea; mostrar su cuerpo todo lo que le plazca y, agrego yo, ser bien puta si le apetece, porque es libre para hacer lo que le venga en gana.

Ella me miró y esbozó una leve sonrisa. Por primera vez sentí que uno de mis comentarios sumaba puntos en lugar de restarlos.

    –Confieso que el paseo de ayer me resultó placentero… extrañamente placentero –me dijo–. Me hizo sentir… no sé… libre, eso, libre de toda preocupación. La velocidad y el viento lograron estremecerme hasta el punto en que me importaba un carajo si se me veía el culo.

    –¿Le importaba un carajo o aumentaba su placer? –pregunté con aires retóricos.

    –Puede ser –dijo ella luego de una breve pausa.

    –Sabe que logró sorprenderme bastante con la foto que me mandó –dije robándole una sonrisa–. ¿Siempre va a trabajar en tanga o sólo en algunas ocasiones?

    –Siempre –respondió con seguridad.

    –Ya dicen que a las enfermeras les gusta usar tangas…

    –Bueno, quizá no a todas. A mí particularmente me resultan cómodas; aparte con mi “pedazo de orto”, como lo llamaste, no puedo usar otra cosa –dijo a las risas
. Las bombachas me terminan incomodando, sobre todo en las jornadas largas. Las tangas me las meto en el culo y me olvido; cuanto más chicas sean, mejor.

Que me brindara esa información con tanta naturalidad hizo que mi verga despertara y comenzara a ganar terreno bajo el cobijo de mi pantalón; rápidamente crucé mis piernas para impedir su avance.

    –Así que, según vos, calificaría para motoculona –continuó ella en forma risueña.

    –Por la foto yo diría que sí… habría que corroborarlo en persona, ¿se podrá? –dije con osada picardía.

Ella bebió un largo sorbo de café. Luego de unos instantes de titubeo, y tras dejar lentamente la taza sobre la mesita, se puso de pie, se dio vuelta y comenzó a bajarse el jean. Yo no podía creer que accediera así, sin más, a mi peculiar pedido. Pero sí… prácticamente me puso el culo en la cara…

 

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    –¿Corroborado? –dijo en forma altiva.

    –Definitivamente –respondí yo resoplando y tratando de contenerme pues las ganas de hundir mi rostro en aquel ortazo entangado me resultaban incontenibles.

    –Ahora me gustaría ver los mensajes que te mandaron ayer tus amigos, ¿se podrá? –retrucó ella mientras volvía a subirse el jean con la dificultad que le imponía su culo gordo.

Y confieso que dudé: eran mensajes fuertes y bastante explícitos, pero finalmente accedí; después de todo, su exhibición también había sido fuerte y explícita, era una retribución justa. Busqué el chat en mi teléfono y se lo mostré. Ella lo leyó atentamente. Yo la observaba mientras lo hacía y vi que sus ojos se abrían enormes.

    –¡Atrevidos los pendejos! –exclamó mientras me devolvía el celular.

    –Le dije que la habían desconocido –repuse.

Y aunque ella jamás lo hubiera admitido, en su semblante y en el brillo de sus ojos se podía adivinar que lo que había leído le había gustado. A su edad, sentirse deseada por aquellos muchachos jóvenes, y que hasta las chicas de la barra le elogiaran las nalgas, seguro que la había hecho sentir orgullosa y muy caliente.

    –Podríamos dar más paseos como el de ayer si fuera mi motoculona… –arriesgué a decir aprovechando el viento en la camiseta.

    –¿Qué decís? ¿Estás loco, nene? ¿Cómo se te ocurre? Soy una mujer casada –vociferó sacudiendo la cabeza en gesto de indignación–. Una cosa es que califique y otra es que quiera andar por ahí como esas trolas que me mostraste. Aparte sos el novio de mi hija... ¡Qué disparate!

    –Pero si sólo estamos hablando de pasear en moto, sentirse libre por un rato y nada más, ¿qué tiene eso de malo?

    –¿Qué tiene de malo andar mostrando el culo por las calles con el novio de mi hija? No sé… decime vos…

Y allí tuve otro de mis arrebatos irreflexivos, esos en los que mi verga copaba mi cerebro y tomaba el completo control de mi discurso:

    –Pero no cualquier culo, suegra, un culo de campeonato. Su hija es divina y la amo, pero no tiene el culo que tiene usted. El suyo es de colección –insistí con intensidad creciente–. Merece estar en exhibición en un escaparate para mostrar cómo tiene que ser el culo de una verdadera hembra.

    –Y tus palabras merecen estar en exhibición en algún museo del medioevo como ejemplo de cosificación machista y objetificación extrema; aunque en particular me resulten halagadoras –respondió ella con llamativa calma.

    –Discúlpeme, no quise ofenderla –dije bajando el grado de mi entusiasmo–, pero por algo me hizo venir hoy hasta acá, yo creo que sí le gustaría ir a dar un paseo, ¿o no?

    –Quizá… no sé –respondió en voz baja y escondiendo el rostro detrás de su taza de café.

Me fui de su casa con la pija muy dura, y así la tuve todo el día. Sentía que estaba cerca de convencerla, pero sabía que no tenía la sutileza para dar el toque final, había quedado demostrado.

Luego, en la tarde-noche, sabiendo que ella estaría en el hospital, decidí escribirle con la intención de bajar el tono de nuestra última interacción. Pretendía, por si acaso, tranquilizar las aguas:

YO: “Suegra, quería pedirle disculpas por la charla de hoy”

SUEGRA: “Te referís a la parte en la que me trataste como a un objeto que se puede exhibir en un escaparate?”

YO: “Perdóneme, la verdad es que estuve muy desubicado”

SUEGRA: “Menos mal que te das cuenta”

Ofrecidas las disculpas correspondientes, y viendo que había marejada, di por finalizada la conversación; pero unos minutos después me llegó otro mensaje, esta vez con foto…

SUEGRA: “Así es como me imaginás en un escaparate?”

 

Culo


YO: “Uf, qué culazo, suegra… perdóneme la ojetificación”

SUEGRA: “Objetificación querrás decir, pendejo, jaja”

YO: “Si, si, ambas cosas… discúlpeme de nuevo, pero es que si hicieran un monumento al ojete sin duda tomarían el suyo como modelo”

Suegra: “Mmm… qué exagerado ❤️”

Después de dedicarle tremenda paja –quizá dos– a ese culazo, comencé a preguntarme si realmente ella tendría un conflicto interno o simplemente estaba jugando conmigo, aprovechándose de mi debilidad por su abundante y armoniosa carne; disfrutando del poder que ejercía sobre mí y de cómo me confundía con sus idas y vueltas. Lo cierto era que me había hecho la misma jugada del día anterior.

Al día siguiente no hice más que pensar en esto –y en ella– todo el tiempo, y al atardecer volví a escribirle, esta vez no para calmar las aguas, sino, por el contrario, para ver si podía agitarlas un poco:

YO: “Hola suegrita, creo que encontré la respuesta a su pregunta de ayer sobre qué tiene de malo que salga a pasear en moto conmigo”

SUEGRA: “Ah sí? A ver, decime…”

YO: “Es que con sus atributos físicos podría provocar un accidente 😅”

SUEGRA: “Vos creés? Mmm… no sé 😉”

 

madura


YO: “Por Dios, suegra! Tiene usted razón, con ese culazo no le queda otra que usar tangas!”

SUEGRA: “Y bien chiquitas, viste?”

 

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YO: “Uf, por favor! Dígame qué tengo que hacer para que acepte ser mi motoculona”

SUEGRA: “Ok, mañana a las 10 en casa”

Al leer esas palabras mi corazón comenzó a galopar tan fuerte que parecía que se me iba a salir del pecho. Apenas si pude dormir un par de horas esa noche debido al grado de excitación y ansiedad que tenía.

Llegué a la cita cinco minutos antes de la hora pactada. Antes había pasado por lo de un amigo para pedirle prestado un par de cascos con intercomunicadores. Mi suegra estaba esperándome con un vestuario más que pertinente: un vestidito igual de ligero y corto que el de nuestro primer paseo.

    –¿Te gusta? –preguntó alisándose la faldita del vestido con ambas manos.

    –Me encanta, pero le advierto que con ese vestido tan cortito se le va a ver la cola –dije con tono cómplice.

    –Mmm… no vayas tan rápido entonces, no quiero provocar un accidente –dijo en el mismo tono. Luego señaló el particular casco que llevaba en mi mano–. ¿Y eso? –preguntó.

    –Conseguí cascos con intercomunicadores. Así podemos hablar durante el paseo, sin duda que eso mejorará la experiencia. Son de un amigo. ¿Qué le parece? –le pregunté mientras se lo mostraba–, me prestó los más discretos que tenía –dije irónicamente pues eran de un color verde fluo que fácilmente se distinguía a tres cuadras.

Entonces ella me señaló con su dedo una tanguita negra –tipo hilito–, que descansaba sobre el asiento del sofá –evidentemente desde antes de que yo llegara– y me dijo con picardía:

    –También es la más discreta que tengo ¿Te parece adecuada para el paseo?

 

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    –Es lo más adecuado que he visto en mi vida –le dije resoplando varias veces.

Entonces ella introdujo lentamente sus manos por debajo de su vestido y jaló hacia abajo la bombachita que llevaba puesta –que ya de por sí era diminuta–. Dicha prenda cayó hasta abrazar sus tobillos y ella se la quitó levantando uno a uno sus pies. Luego se puso el hilito negro. 

Si bien el propio vestido ocultó sus partes más íntimas durante la mayor parte de la maniobra, al final de la misma pude ver algo de su bajísimo vientre –cubierto por la tanga– durante un brevísimo instante.

    –Pronta –me dijo con un brillo concupiscente en su rostro.

Minutos más tarde yo iba a gran velocidad por las calles de la ciudad presumiendo de mi flamante motoculona…
    
 

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    –¿Cómo va todo por ahí atrás, suegrita? ¿Le gusta el paseo?

    –¡Me encantaaa! ¡Pero dale más rápido, pendejo, parecés una tortuga! –exclamó previo a una gran carcajada.

    –¡Ah, pero creí que no quería provocar un accidente! –grité antes de meter una acelerada brutal–. ¿Así le gusta más?

    –¡Siiiiii! –exclamó, y luego dio un grito tan grande que aturdió mis oídos– ¡Aaah, el vestido!

    –¿Qué pasa con el vestido?

    –¡Se me acaba de volar del todooooo!

    –Ja ja ja, disfrute suegra, disfrute, igual que como deben estar disfrutando los que tienen la suerte de verla.

 

Suegra


Y el espectáculo volvía a repetirse con el mismo éxito que la primera vez. El culazo de mi suegra volvía a ser la sensación, alborotando las tranquilas calles en aquella mañana de sol. La puta estaba tan excitada que saludaba a sus sorprendidos admiradores y se daba fuertes nalgadas.

Ya de vuelta en la casa, cuando bajamos de la moto, pude notar que el asiento trasero estaba empapado. Sin duda era jugo de concha. Pensé que eso era algo digno de una verdadera motoculona.

    –Por lo visto el paseo de hoy sí que fue placentero –le dije señalando la mojadura.

Ella miró el asiento y luego, sorpresivamente y sin emitir palabra, me tomó de la mano y me llevó casi corriendo para adentro de la casa. Eso terminó de ponerme como un toro.

    –Suegra, sepa que de acá me voy directo a instalarle una cámara trasera a la moto, porque al final soy el único que se pierde del espectáculo –le dije durante el breve pero agitado trayecto.

    –¿Qué espectáculo? –dijo ella sabiendo perfectamente a qué me refería.

    –El de sus nalgas rebotando contra el asiento y su conchita cerda goteando de placer, obvio.

    –¡¡¡Cochino!!! –gritó en medio de una risotada y me dio un fuerte empujón en el pecho que me hizo perder la estabilidad. Trastabillé y caí al suelo panza arriba en medio de la sala principal.

    –Se nota que el paseo la puso igual de caliente que a mí –dije desde el piso señalándole con mis ojos la indisimulable cadena montañosa que se había formado en mi pantalón.

 

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    –Y supongo que se estila que el piloto alfa le calme la calentura a su motoculona… –dijo ella con picante arrogancia.

    –Exacto –respondí–. Quiero ver ese culazo saltando sobre este asiento de cuero ya mismo –le dije liberando mi verga, la cual quedó pulsando fuerte frente a sus ojos–. Mire, si parece que la estuviera llamando.

Ella quedó mirando esos fuertes corcoveos fálicos como hipnotizada. Segundos después se quitó el vestido y quedó parada frente a mí conservando sólo su tanguita.

 

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Yo contemplé un instante su exuberante figura y no podía creer lo que estaba a punto de devorarme. Esas ubres enormes; esas colosales caderas de Diosa madura. Pensé que una hembra de ese porte debía ser difícil de complacer y me permití dudar de que mi suegro pudiera satisfacerla enteramente.

    –¡Por Dios, suegra! Las tetas de su hija apenas si son del tamaño de sus pezones– dije extasiado. Ella sonrió lascivamente y se las apretó con sus manos–. Vení acá, PUTA, dale –dije después con honda voz mientras ponía mi verga en posición de lanzamiento–. Mucha carne para Don Roque –concluí mientras la observaba de cuerpo entero y me mordía el labio.

Ella sonrió con una demoníaca expresión de lujuria y a los pocos segundos estaba saltando sobre mi pija de manera desenfrenada…

 

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Ver como mi verga era devorada brutalmente una y otra vez por ese culazo me hizo delirar. Las nalgotas de mi suegra rebotaban sobre mi humanidad como en una carrera a máxima velocidad por caminos sinuosos. Yo era la moto y ella me pilotaba a placer. Yo era su macho y ella mi puta. Culeamos tanto que perdí la noción del tiempo. En algún momento podía distinguir el reflejo de mi extasiado rostro en sus nalgas sudadas.

Ella empezó a gemir con intensidad creciente hasta que empezó a lanzar verdaderos gritos que anunciaban su llegada al orgasmo. Yo la acompañé hondamente en esa especie de armonía de placer.

Explotamos al mismo tiempo y nuestros flujos se entremezclaron en mi bajo vientre. Mi lechazo fue tan potente y abundante que se me ocurrió pensar que, si en lugar de tener encima al camión de mi suegra hubiera tenido a mi novia, la hubiera hecho saltar por los aires.

Segundos después la MILF cayó exhausta a mi lado. Allí lo que se entremezclaba era el sonido de nuestra respiración agitada. Tras un breve lapso de reposo, intenté besarla en la boca, pero ella me evitó: sin decir nada se levantó, tomó su vestido y corrió fuera de la sala, quizá hacia su habitación o al baño. 

Su culo y sus tetas se bamboleaban de manera brutal y exquisita durante su carrera. Supuse que quizá se sentía avergonzada y culpable, así que junté mis cosas, me vestí y me fui de la casa sin despedirme.

No volví a tener noticias de ella ese día. El resto de la tarde lo invertí en la empresa de conseguir mis propios intercomunicadores para adosarle a mis cascos y en la compra de una GoPro para colocar en la parte trasera de la moto.

Estuve tan entretenido en dichas tareas que no advertí los múltiples mensajes y llamadas de Andrea. Le escribí ya muy avanzada la noche, pero ella no respondió. Calculé que ya estaba durmiendo pues al otro día se levantaba temprano para ir a la facultad.

Un detalle curioso: esa misma tarde por casualidad me encontré con el vendedor y este me preguntó qué tal me iba con la nueva moto. Yo le comenté sobre el poder que me había vaticinado: le dije que había paseado a dos mujeres pero que sólo había resultado con una. Seguramente asumió que había funcionado con mi novia.


8 comentarios - Paseos en moto con mi suegra 2

stempunk +1
El mejor relato!!! Espero la tercera parte
conrradio +1
la continuacion amigo!! muy buen relato!!!
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