Mi marido vio mi culo detonado mientras se fue de viaje

Soy Cecilia, y estos cuatro días sin Edu han sido una eternidad. Mi marido, mi vicio, mi adicción, regresó hoy de su viaje de trabajo, y yo no podía esperar más.

Ayer me depilé hasta quedar suave como seda, fui a la peluquería, me pinté las uñas de rojo fuego y elegí un vestido ajustado que grita deseo. Todo para él. Aunque, siendo honesta, hace un par de noches dejé que dos desconocidos del gimnasio me rompieran el culo en un encuentro salvaje que aún me deja sensible, un ardor que me recuerda lo guarra que puedo ser. Pero con Edu es diferente. Es otro nivel. Llevamos 26 años juntos, y él conoce mi cuerpo como si fuera un mapa que ha trazado mil veces. Sabe cuándo ir lento, rozándome apenas con la puntita, y cuándo embestirme con furia hasta hacerme gritar. Es mi droga, mi necesidad.

No soy de las que se conforman. Me encantan las pollas, los coñitos húmedos, el morbo de dejarme follar por quien me caliente el oído. He probado con uno, con dos, incluso con tres a la vez, y cada experiencia me enciende. Pero Edu… él me folla el cuerpo y la mente. Me conoce los ritmos, los gemidos, los límites que no tengo. Sus manos, su lengua, su polla… me han sacado orgasmos tan intensos que mi coño parece atraparlo, como si no quisiera soltarlo nunca. Y mis tetas, Dios, cuando me muerde los pezones o los succiona con fuerza, es como si el éxtasis me recorriera entera, como si mi cuerpo estuviera hecho solo para eso.

Lo fui a buscar al aeropuerto, con las bragas ya empapadas solo de pensar en él. En el coche, mientras conducía, su mano se coló bajo mi falda. Sus dedos encontraron mi clítoris con esa precisión que me vuelve loca, y empezó a jugar, primero suave, luego más rápido.

“Para, Edu, que voy a chocar”, le dije, pero mi voz temblaba de placer.

No paró. Con la otra mano me pellizcó un pezón por encima del vestido, y juro que casi me corro ahí mismo, con el volante en las manos. Mis pezones se pusieron duros como piedras, y mi coño palpitaba, rogando por más.

Llegamos al parking del edificio, y en el ascensor no pude contenerme. Me lancé sobre él, besándolo con desesperación, mientras sus manos subían mi falda y apretaban mi culo aún sensible. Fue entonces cuando lo vio: mi culo, rojo, desgarrado, marcado por la noche con esos dos del gimnasio. Sus ojos se oscurecieron de deseo, y un gruñido salió de su garganta.

“Joder, Ceci, mira cómo te dejaron”, murmuró, y eso lo prendió como nunca. Lo calentó tanto que su agarre se volvió más salvaje, sus dedos apretaron más fuerte.


“Eres una puta, y me encanta”, me susurró al oído, y eso solo me hizo mojarme más. 

No llegamos a la habitación. En el salón, me empujó contra la mesa, boca abajo. La falda se me subió a la cintura, las bragas cayeron a mis tobillos, y mis tetas, liberadas del vestido, se apretaron contra la madera fría. Me penetró con una furia que no le había sentido antes, como si ver mi culo roto lo hubiera llevado al límite. Cada embestida era un incendio, más dura, más profunda, mi coño lo apresaba, mi cuerpo temblaba.

Me mordió el cuello, me pellizcó los pezones hasta hacerme gritar, y entonces llegó el orgasmo. Fue como una ola que me rompió entera, un estallido que me dejó desparramada sobre la mesa, gimiendo, con el cuerpo vibrando y el coño empapado. Mis piernas temblaban, mis tetas palpitaban, y aún sentía su polla dentro de mí, como si mi cuerpo se negara a dejarlo ir.

Edu es mi adicción, mi lujuria, mi todo.

Y esta guarra, esta esposa que vive para el sexo 24/7, no cambiaría esto por nada.

Ceci ❤️