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Me ganaron las ganas

El mundo está sobrepoblado, espero que ya te hayas dado cuenta. Creo que la mayoría de las personas no es capaz de verlo, pero ojalá que tú sí. Hay demasiada gente que en su mayoría no traen nada bueno a la vida, más bien puros problemas. Desde el pendejo que se te mete en tu camino haciéndola de pedo, hasta el que de plano es capaz de atentar contra tu vida, nada más por unos cuantos pesos. Tengo la firme creencia que justo por eso la gente cada vez está más loca. Los seres humanos son tantos que ya no se valora su existencia (“Total, abundan ¿no?”). Se mata a la menor provocación. Valoran más el billete que pueden cargar en la bolsa que detenerse a apreciar la naturaleza, paradójicamente no saben apreciar la vida misma y, eso sí, siguen trayendo más hijos al mundo, a pesar de cómo está.


Por otro lado los gobernantes, en vez de atender eso como un problema, lo utilizan para su beneficio. Crean programas sociales, nada más para ganarse más votantes. Y claro, encantados de tener más “borregos” que los mantengan en el poder, sin que les importe la calidad de vida de aquellos.


No digo que no se deba ayudar, pero en vez de brindar educación y alentar aspiraciones más altas, sólo se dan dádivas a mujeres con poca o nula educación. Mujeres que a muy corta edad ya se abrieron de piernas al novio en turno, sin ninguna protección, convirtiéndose en madres solteras con pobre idea de cómo educar a sus hijos. Ah, pero eso sí, están prontas a realizar cualquier trámite, hacer fila, sacar copias, con tal de recibir una recompensa por andar de calenturientas.


Me ganaron las ganas


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Para que tú me entiendas déjame que te lo ejemplifique con un vagón de metro en hora pico: si los pasajeros no excedieran el número de asientos todos iríamos cómodamente sentados, con espacio para estirar las piernas y sin generar problemas a los demás. Pero no, somos una masa apretujada, sudando, empujándonos, impidiendo que otras personas avancen cómodamente, respirando el mismo aire viciado. La sobrepoblación es un desastre. Los recursos se agotan, y aun así, hay quienes insisten en traer más bocas a un mundo hambriento.


Te digo todo esto sólo para que entiendas por qué nunca quise traer hijos al mundo. Por mucho tiempo me mantuve en la firme decisión de no tener pareja con quien me viese obligado, o tentado, a tener familia. Nunca me casé, ni pretendo hacerlo. Por supuesto que tengo necesidades sexuales como cualquiera, y he conocido a chicas atractivas a quienes me quise coger. Pero he preferido tranquilizarme de otra forma antes de comprometerme tan sólo por una calentura. Por eso acudo al sexoservicio para desahogarme.


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Ir con esas mujeres es mi manera de mantener las cosas bajo control. Mis deseos sexuales los he aplacado así. Sin riesgos de ataduras ni responsabilidades innecesarias. Claro, hay otro tipo de riesgos, y no siempre sale el encuentro como uno quisiera. A veces, luego de que se mostraran las chicas disponibles en el putero, me topaba con pésimas opciones:


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Hubo ocasiones que incluso, ya estando en el cuarto, ni siquiera se me paraba la verga. Y cuando me daba el lujo de contratar suripantas de nivel escort, era inevitable toparse con estafas de imagen, no siendo tan atractivas como en sus fotos presumían. Otras, aunque lo fueran, me despacharon bastante rápido, cobrándome casi exclusivamente por respirar el mismo aire que ellas, pésimo servicio.


Y es que hasta en el sexoservicio se debe atender con amabilidad y cortesía (te lo digo por si quieres seguir esa noble profesión), no solo es encuerarse y abrirse de piernas. Las prostitutas, como cualquier empleada, o persona de servicio, deben saber atender al cliente; no sólo para ganarse una propina, sino para que uno regrese con ellas nuevamente. Después de todo es como cualquier otro negocio.


Sin embargo, por supuesto que también han habido buenas e incluso excelentes experiencias. Tanto en el más austero lupanar, como en el servicio de nivel escort, me he llevado buenas y malas sorpresas.


Y justo una vez me llevé tremenda sorpresa en un putero al que solía ir. Pues, cuando salieron las sexoservidoras, vi un rostro conocido. Aquella era una chica que ya había visto.


Aquí la llamaré por su “nombre artístico”, es decir, como se me presentó en el lupanar: Catalina. Yo sabía que no se llamaba así, pero era obvio que no trabajaría con su nombre real. Las suripantas siempre se hacen llamar por otro en la casa de citas. Así que aquí también respetaré su identidad. Esto para no perjudicarla, por obvias razones.


La conocía de antes, cuando viví en el estado de México. Ella trabajaba en una tortillería cercana a donde vivía. Me gustaba, te lo confieso, y creo que yo también a ella; se me hacía atractiva y simpática. Alguna vez le tomé fotos con mi celular.


tortillera


prostituta


Muchas veces le hice la plática, pero nunca la abordé seriamente, por lo que ya te he dicho. No tenía intenciones de conquistarla, ni mucho menos hacerla mi novia. En el mejor de los casos sólo hubiera querido cogérmela y ya.


Y mira cómo pasan las cosas. Quién lo diría.


Cuando ella me reconoció (lo noté por su voz, como que se le quebró al presentarse) evidentemente aún se acordaba de mí y se chiveó. Nunca imaginé encontrarla ahí, entre otras mujeres de ese oficio, vestida en prendas propias de tal labor.


Por supuesto que de todas las disponibles la seleccioné a ella. Estaba muy excitado, me la iba a coger. En tan sólo unos momentos más la iba a penetrar por unos cuantos pesos (en ese tiempo no cobraban mucho en las casas de citas).


Mientras me condujo al cuarto, no dejé de apreciarle su delgada cintura y su culito. Más al subir las escaleras, pues los cuartos estaban arriba.


Siguiendo la rutina que ya me sabía, me pidió mi pago y yo con gusto le pagué por dos sesiones. Estaba dispuesto a aprovechar esa oportunidad. Mientras ella fue a pagar lo de la casa, yo me desnudé. Acabé y ella aún no regresaba. Estaba escuchando los crujidos de los catres y los gemidos que provenían de otros cuartos cuando se me ocurrió la idea de colocar mi celular con intención de que nos grabara. Quería guardar buen recuerdo de nuestro encuentro.


Lo coloqué sobre un buró, tratando que se viera discreto, que no llamara la atención.


Cuando regresó, Catalina me encontró ya desnudo. Como que verme así hizo que se sonrojara. Yo creería que para esas alturas ya estaría acostumbrada, pero supongo que era distinto al ya conocerme.


Colocó lubricante y preservativos en el buró. Desafortunadamente al hacer esto movió el celular de cómo lo había colocado. Mecánicamente se dispuso a hacerme el oral reglamentario. Se veía muy sexy mientras me lo mamaba, lamentablemente esto no quedó en el video pues, como dije, el celular se movió de su posición original y ya no grabó en el ángulo que quería.


Después de unos instantes más de mame, le pedí se acomodara de a perrito para por fin metérsela. Una vez colocada en posición, pude apreciarle por primera vez no sólo su panocha, sino también el asterisco moreno que era su anito. Se la metí como tanto lo había deseado. Estaba bien estrechita y calientita, no te miento, así me la imaginaba desde que la conocí despachándome las tortillas.


Saber que antes me atendía de otra forma, y que ahora me brindaba este servicio, era riquísimo. Le hice la conversación tocante a eso y fue delicioso escucharla aceptar que me recordaba mientras la seguía penetrando. En la posición de perrito estuve más de veinte minutos dándole y dándole. Viendo cómo le entraba y le salía mi verga, a la vez que le preguntaba por su familia; ella ya tenía una hija, pero era madre soltera así que no tenía marido que le diera un gasto. Es por eso que tenía que trabajar de una forma o de otra.


Luego la coloqué recostada boca arriba, con sus piernas sobre mis hombros, y así me la seguí cogiendo. La estuve bombeando mirándola directamente al rostro, pero ella evadía mi mirada. Bien a bien no sabía si estaba apenada o qué.


Eso me excitó. Sentí mi erección bien potente y, por tanto, que le podía dar por un buen rato. Pero lamentablemente las cosas se torcieron. Mientras la seguía bombeando, ahora ella boca abajo, soltó un “¿Te falta mucho?”.



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Me desanimó al instante. Pensé que era otra de esas putas que solo buscan el dinero fácil queriendo acabar rápido, sin cumplir con el tiempo pactado, cortando la sesión antes de lo acordado y sin dar su mejor atención al cliente. Me molestó tanto que me propuse cogérmela sin tregua hasta consumar el tiempo contratado. Ya no le hice plática, ni fui amable. Me la forniqué de manera constante, sin descanso alguno.


Cuando terminé, ella dijo:


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Bajé la vista y vi que, efectivamente, la había hecho sangrar.


Al entenderlo me sentí como el peor miserable. No me había dado cuenta que le estaba haciendo daño de tanto metérsela y ella ni se quejó, no me reclamó, no hizo escándalo. Yo había estado concentrado sólo en mi propio placer sin haber visto lo que le había provocado. Su actitud, tras lo ocurrido, me dio una cachetada con guante blanco, pues, en vez de reprocharme, se preocupó por mí, por si me había ensuciado. Me sentí avergonzado.


Desde aquella vez, Catalina se volvió mi preferida. Es que de verdad tenía una actitud muy distinta a sus demás compañeras. Era amable, paciente, nada mamona. Y una de sus mayores virtudes es que no fingía. Sabía cómo entregarse en la cama y lo disfrutaba rico. De hecho noté que cuando realmente le gustaba lo expresaba diciendo “qué rico”, en voz muy baja, no era como otras que fingen gritos de placer para ganarse una propina.


Cada vez que iba a la casa de citas, en vez de contemplar la pasarela de chicas disponibles, la pedía a ella directamente. Ya no quería a nadie más.


Además de entregarse realmente, sin simular, apretaba rico. Su apretón vaginal era como un abrazo íntimo, tan intenso que una vez que se la estaba metiendo, luego de eyacular y salirme de ella, se quedó con el condón adentro. Luego de reincorporarnos y darnos cuenta ambos nos reímos. Yo con la verga embadurnada de mi propia melcocha, y ella con la tripa de látex colgándole de la panocha. Fue un momento cachondo y gracioso al mismo tiempo. Aún recuerdo cómo se sacó el condón usado por propia mano mientras sonreía cómicamente.


La cabrona me tenía paciencia, como ninguna otra. Y lo digo, no sólo porque no me metía prisas, sino que me toleraba mis torpezas. Por ejemplo, una ocasión en la que estaba desquitando el haber pagado por dos horas de servicio, había estado haciendo tanto ejercicio físico que sudé bien cabrón. Así que, inevitablemente, se me cayó el sudor. Como ella estaba debajo, una gota le cayó justo en su ojo. Ella solo se rió, tomándolo como algo gracioso. Otra me la hubiera mentado.


En otra ocasión, como vio que me estaba costando acabar, usó el pago que le había dado a cambio de sexo anal para pagar más tiempo en la casa; así no me fui sin culminar. No le importó perder ese dinero, le importó que yo estuviera satisfecho. Esos detalles la hacían mi preferida. Me cae de madre que si me hubiese casado, lo hubiera hecho con ella, no importándome que fuera puta. Catalina dignificaba el oficio al realizar esa labor con amor, con verdadera entrega; mientras que otras eran ya de por sí vulgares y hasta daba hueva cogérselas. Catalina era la única que lo hacía con tal esmero, empatía y pasión.


Qué rico era coger con ella.


Era bien amable. Una ocasión creyó que me había quitado el condón en pleno encuentro, y, en lugar de parar, solo me preguntó: “¿Te quitaste el condón?”, a la vez que me lo palpaba. Le dije que no, que nunca lo haría sin su permiso. Lo que pasó es que esa vez llevé condones de poliuretano que dejan sentir el calor de la pareja, y supongo que por eso lo sintió diferente. De haber sido otra hubiera detenido el encuentro de inmediato y hubiera hecho el escándalo.


Aquello, sin embargo, me dio una idea estúpida. La siguiente vez que estuvimos juntos me quité el condón entre metida y metida, sin haberle dicho, ni mucho menos pedirle permiso. Simplemente lo hice. Me la cogí bien rico haciendo sexo sin protección hasta inyectarle mi esperma en su panocha; a consciencia. Fue un error, lo sé. Me había dejado llevar sin pensar en las consecuencias. Tal cual, me ganaron las ganas. Sólo quería sentirla al natural, y eyacularle dejándole mi semilla bien adentro.


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Luego de haberse visto, subrayó lo evidente: “Te veniste dentro”.


Yo entre exhausto y satisfecho asentí. Pero entonces me dijo que en esos días estaba ovulando. Fue como si me echara un balde de agua fría que me devolvió a la realidad. La había cagado. Mi sentir por ella me había ofuscado.


Sí, lo acepto. Así embaracé a tu madre. Así fuiste concebida.


Embaracé a tu madre a pesar de todo lo que te he dicho. Siguió como madre soltera, pues, por supuesto no me casé con ella, como ya sabes.


Decidió tenerte y yo no estaba de acuerdo. Yo no quería descendencia, como ya te lo dije.


Sé que no será fácil para ti leer esto, pero quería ser honesto. Es una carta para ti. Todo lo que he escrito es para que entiendas cómo y por qué fuiste concebida.


Habrá quienes te echen en cara que tu madre es trabajadora sexual, una puta. Pero quiero que sepas que Catalina es una mujer extraordinaria. Sin exigirme nada, se quedó contigo y trabajó por ti. Es fuerte, generosa, pero sobre todo muy trabajadora. Mira que el trabajo en el sexoservicio no es fácil, como muchos presumen. Aguantó y nunca dejó de ser quien es. Aunque algún día te digan que eres una HDP, nunca te avergüences de ella. Al contrario, siéntete orgullosa de tu madre.


Perdóname por mi falla. Espero que esta confesión te ayude a entender quién eres y por qué, a pesar de todo, te quiero.


Con cariño,


Tu padre.

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