Laura recogía sus cosas con movimientos nerviosos, sintiendo el peso de una mirada que le quemaba la nuca. Sabía que Sebastián observaba desde el marco de la puerta de su despacho. Su mirada era lenta, pesada, deliberada.
—Parece que tienes prisa por irte —dijo, su voz un susurro grave que resonó en el espacio vacío mientras se acercaba.
Laura alzó la vista, forzando una sonrisa tensa. —Solo termino de ordenar.
Él no respondió. En lugar de eso, cerró la distancia restante hasta quedar demasiado cerca. Su mano se posó en su cintura, un gesto que podía parecer casual pero que quemaba a través de la tela de su blusa. La guió con firmeza hacia su despacho, una suite con paredes de cristal que, con las persianas bajadas, se convertía en una cámara privada.
—Tenemos que hablar del informe de cierre mensual —dijo, pero sus ojos decían otra cosa.
La puerta se cerró con un clic suave. El ambiente cambió instantáneamente. La profesionalidad se desvaneció, reemplazada por una tensión sexual espesa y peligrosa. Antes de que Laura pudiera reaccionar o pronunciar palabra, Sebastián la giró y la empujó suavemente contra la pared, cerca de la mesa de reuniones. Su cuerpo era una barrera sólida detrás de ella.
—Sebastián, no… —logró protestar, pero su voz sonó débil, quebrada.
—Shhh —susurró él cerca de su oído, mientras sus manos recorrían sus caderas—. Solo relájate.
Con sus manos levantó el vestido que llevaba. Laura contuvo el aliento, paralizada entre el pánico y una extraña sumisión que la avergonzaba. Él deslizó su mano dentro de su ropa interior, encontrando su calor. Ella gimió, incapaz de controlar la reacción de su cuerpo.
—Ya ves? —murmuró él, mordiendo suavemente su lóbulo—. Me extrañabas.
La retiró de la pared y la giró para enfrentarlo. Sus ojos oscuros brillaban con una intensidad que la asustó. Sin romper el contacto visual, se desabrochó su propio pantalón. Su mirada era una orden. Cuando su miembro quedó al descubierto, Laura no pudo evitar mirarlo. Era grande, grueso, ya completamente erecto. Una ola de calor la recorrió, mezclando el miedo con una excitación involuntaria.
Él le tomó la cara con ambas manos. —Quiero sentirlo otra vez.
Antes de que pudiera responder, su mano se entrelazó en su cabello y ejerció una presión firme pero inexorable hacia abajo. —Arrodíllate.
Ella resistió por un segundo, sus músculos tensos, pero la presión aumentó. Un susurro en su mente le decía que luchara, que se negara, pero el recuerdo de Lorena, despedida de un día para otro, la paralizó. Con un nudo en la garganta, cedió, hundiéndose de rodillas en la suave moqueta.
—Eso es —aprobó él, su voz ronca.
Guio su boca hacia él. El primer contacto fue un shock. Era salado, vivo, abrumador. Él movió sus caderas suavemente al principio, dictando el ritmo. Laura cerró los ojos, intentando desconectar, pero las sensaciones la traicionaban. El sonido de su respiración entrecortada, el peso de él en su lengua, el olor de su piel… Era una violación de su voluntad, pero su cuerpo respondía con una humedad vergonzante.
Él jaló de su cabello para liberarla, jadeando. —No es suficiente.
La levantó y la llevó hasta el sofá de su despacho. La inclinó sobre el brazo del mueble, con su espalda arqueada y su rostro enterrado en el asiento. Con movimientos rápidos, le bajó la ropa interior hasta sus rodillas. La posición la dejaba completamente expuesta, vulnerable.
—Por favor… —suplicó ella, pero la palabra se perdió.
La penetración fue brutal, un solo empuje profundo que le arrancó un grito ahogado. Él llenó cada espacio de ella, hasta donde creía imposible. Era una sensación abrumadora, al borde del dolor, pero su cuerpo, ya excitado, se adaptó con una humedad traicionera.
—Dios… —gruñó él, agarrando sus caderas con fuerza—. Sigues estando tan apretada.
Comenzó a moverse con embestidas largas y profundas. Cada empuje la sacudía hacia adelante. El sonido de sus pieles chocando llenaba la habitación. Laura intentó resistir, aferrándose al sofá, pero una oleada de placer comenzó a construirse en su vientre, traicionándola. La fricción, el ángulo, la crudeza del acto… Su cuerpo reaccionó de forma autónoma.
Un primer orgasmo la sorprendió, violento e inesperado, haciéndola gemir. Él no se detuvo, riendo entre dientes. —Sí, ahí está. Otra vez.
Cambió el ángulo ligeramente, buscando un punto más profundo. Sus dedos encontraron su clítoris desde atrás, frotando con precisión cruel. Un segundo clímax la alcanzó casi de inmediato, más fuerte, más prolongado, haciendo que sus piernas temblaran. Lágrimas de frustración y placer le corrían por las mejillas. Él aumentó el ritmo, sus empujes se volvieron más salvajes, más descontrolados.
—Voy a… —avisó él, con la voz quebrada por la tensión.
Con un último empuje profundo, se detuvo, enterrado en lo más hondo de ella. Un gruñido ronco escapó de su garganta mientras su cuerpo se convulsionaba en su liberación. Laura sintió el calor pulsante del semen en su interior.
Permanecieron así un momento, jadeando, el sudor pegando sus cuerpos. Él se retiró lentamente.
Sebastián se ajustó la ropa, recuperando el aliento. Su mirada era de satisfacción, de propiedad.
—El informe puede esperar a mañana —dijo, como si nada hubiera pasado—. Vete a casa, Laura.
Ella se incorporó con piernas temblorosas, subiéndose la ropa con dedos temblorosos. Evitó su mirada, la humillación ardiendo en sus mejillas. Se dirigió a la puerta, sintiendo su semen frío y pegajoso en sus muslos. Cada paso era un recordatorio de su sumisión, de cómo su cuerpo había traicionado a su voluntad una vez más. Había acabado tres veces, pero solo sentía el vacío y la certeza de que esta dinámica envenenada estaba lejos de terminar.
—Parece que tienes prisa por irte —dijo, su voz un susurro grave que resonó en el espacio vacío mientras se acercaba.
Laura alzó la vista, forzando una sonrisa tensa. —Solo termino de ordenar.
Él no respondió. En lugar de eso, cerró la distancia restante hasta quedar demasiado cerca. Su mano se posó en su cintura, un gesto que podía parecer casual pero que quemaba a través de la tela de su blusa. La guió con firmeza hacia su despacho, una suite con paredes de cristal que, con las persianas bajadas, se convertía en una cámara privada.
—Tenemos que hablar del informe de cierre mensual —dijo, pero sus ojos decían otra cosa.
La puerta se cerró con un clic suave. El ambiente cambió instantáneamente. La profesionalidad se desvaneció, reemplazada por una tensión sexual espesa y peligrosa. Antes de que Laura pudiera reaccionar o pronunciar palabra, Sebastián la giró y la empujó suavemente contra la pared, cerca de la mesa de reuniones. Su cuerpo era una barrera sólida detrás de ella.
—Sebastián, no… —logró protestar, pero su voz sonó débil, quebrada.
—Shhh —susurró él cerca de su oído, mientras sus manos recorrían sus caderas—. Solo relájate.
Con sus manos levantó el vestido que llevaba. Laura contuvo el aliento, paralizada entre el pánico y una extraña sumisión que la avergonzaba. Él deslizó su mano dentro de su ropa interior, encontrando su calor. Ella gimió, incapaz de controlar la reacción de su cuerpo.
—Ya ves? —murmuró él, mordiendo suavemente su lóbulo—. Me extrañabas.
La retiró de la pared y la giró para enfrentarlo. Sus ojos oscuros brillaban con una intensidad que la asustó. Sin romper el contacto visual, se desabrochó su propio pantalón. Su mirada era una orden. Cuando su miembro quedó al descubierto, Laura no pudo evitar mirarlo. Era grande, grueso, ya completamente erecto. Una ola de calor la recorrió, mezclando el miedo con una excitación involuntaria.
Él le tomó la cara con ambas manos. —Quiero sentirlo otra vez.
Antes de que pudiera responder, su mano se entrelazó en su cabello y ejerció una presión firme pero inexorable hacia abajo. —Arrodíllate.
Ella resistió por un segundo, sus músculos tensos, pero la presión aumentó. Un susurro en su mente le decía que luchara, que se negara, pero el recuerdo de Lorena, despedida de un día para otro, la paralizó. Con un nudo en la garganta, cedió, hundiéndose de rodillas en la suave moqueta.
—Eso es —aprobó él, su voz ronca.
Guio su boca hacia él. El primer contacto fue un shock. Era salado, vivo, abrumador. Él movió sus caderas suavemente al principio, dictando el ritmo. Laura cerró los ojos, intentando desconectar, pero las sensaciones la traicionaban. El sonido de su respiración entrecortada, el peso de él en su lengua, el olor de su piel… Era una violación de su voluntad, pero su cuerpo respondía con una humedad vergonzante.
Él jaló de su cabello para liberarla, jadeando. —No es suficiente.
La levantó y la llevó hasta el sofá de su despacho. La inclinó sobre el brazo del mueble, con su espalda arqueada y su rostro enterrado en el asiento. Con movimientos rápidos, le bajó la ropa interior hasta sus rodillas. La posición la dejaba completamente expuesta, vulnerable.
—Por favor… —suplicó ella, pero la palabra se perdió.
La penetración fue brutal, un solo empuje profundo que le arrancó un grito ahogado. Él llenó cada espacio de ella, hasta donde creía imposible. Era una sensación abrumadora, al borde del dolor, pero su cuerpo, ya excitado, se adaptó con una humedad traicionera.
—Dios… —gruñó él, agarrando sus caderas con fuerza—. Sigues estando tan apretada.
Comenzó a moverse con embestidas largas y profundas. Cada empuje la sacudía hacia adelante. El sonido de sus pieles chocando llenaba la habitación. Laura intentó resistir, aferrándose al sofá, pero una oleada de placer comenzó a construirse en su vientre, traicionándola. La fricción, el ángulo, la crudeza del acto… Su cuerpo reaccionó de forma autónoma.
Un primer orgasmo la sorprendió, violento e inesperado, haciéndola gemir. Él no se detuvo, riendo entre dientes. —Sí, ahí está. Otra vez.
Cambió el ángulo ligeramente, buscando un punto más profundo. Sus dedos encontraron su clítoris desde atrás, frotando con precisión cruel. Un segundo clímax la alcanzó casi de inmediato, más fuerte, más prolongado, haciendo que sus piernas temblaran. Lágrimas de frustración y placer le corrían por las mejillas. Él aumentó el ritmo, sus empujes se volvieron más salvajes, más descontrolados.
—Voy a… —avisó él, con la voz quebrada por la tensión.
Con un último empuje profundo, se detuvo, enterrado en lo más hondo de ella. Un gruñido ronco escapó de su garganta mientras su cuerpo se convulsionaba en su liberación. Laura sintió el calor pulsante del semen en su interior.
Permanecieron así un momento, jadeando, el sudor pegando sus cuerpos. Él se retiró lentamente.
Sebastián se ajustó la ropa, recuperando el aliento. Su mirada era de satisfacción, de propiedad.
—El informe puede esperar a mañana —dijo, como si nada hubiera pasado—. Vete a casa, Laura.
Ella se incorporó con piernas temblorosas, subiéndose la ropa con dedos temblorosos. Evitó su mirada, la humillación ardiendo en sus mejillas. Se dirigió a la puerta, sintiendo su semen frío y pegajoso en sus muslos. Cada paso era un recordatorio de su sumisión, de cómo su cuerpo había traicionado a su voluntad una vez más. Había acabado tres veces, pero solo sentía el vacío y la certeza de que esta dinámica envenenada estaba lejos de terminar.
2 comentarios - Secretaria sumisa