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Ella encuentra a su Amo

El inicio fue una mirada. No una cualquiera, sino una que la atravesó como si siempre la hubiera conocido. Él estaba ahí, con una presencia que no necesitaba palabras para hacerse sentir. Y ella… ella sintió que su cuerpo respondía antes de que su mente pudiera procesarlo.

La sumisión no fue impuesta. Fue descubierta. En las palabras que él dejaba caer como órdenes disfrazadas de preguntas. En los silencios donde ella buscaba su aprobación. En el modo en que su cuerpo despertaba bajo el peso de su mirada.

Aquella primera noche no hubo cadenas ni látigos. Solo instrucciones suaves y un silencio cargado de poder. Ella debía desnudarse frente al espejo. No para él, sino para sí misma. Para descubrir lo que había estado escondiendo de todos… incluso de sí misma.

Cuando lo hizo, él no la tocó. Solo la observó. Con una devoción calma y una exigencia silenciosa. Fue su voz, baja y firme, la que le ordenó que abriera las piernas. Y fue su propio reflejo el que la estremeció cuando lo hizo.

Las palabras que él pronunció entonces quedaron grabadas en ella como un tatuaje invisible:

—Tu cuerpo ya me pertenece. Aún no lo sabes del todo, pero lo descubrirás. Y te agradecerás por haberlo ofrecido.

Aquella noche, sin tocarla, la poseyó. Porque lo que ocurrió no fue físico: fue mental, sensorial, profundo. Él tomó su voluntad y la moldeó con paciencia, sabiendo que la sumisión verdadera no se impone: se despierta.

Y ella, por primera vez, sintió el fuego de una entrega que no buscaba placer inmediato, sino devoción.
El viaje había comenzado.
Ella encuentra a su Amo

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