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Mi novia con un tipo en el Rapido Tata

Dulce Lucía - capítulo 1

Era una soleada mañana de sábado y Mateo, de 27 años, un joven de mirada inquieta y sonrisa tímida, estaba en su pequeño departamento, emocionado por una compra que había hecho por internet: una notebook de segunda mano, perfecta para su trabajo. La vendedora, una señora amable de una ciudad vecina a unas dos horas en auto, había acordado la entrega ese día. Mateo, con su remera roja favorita y jeans gastados, sabía que no quería ir solo. Pensó en Lucía, su novia de 25 años, una mujer de piel blanca, cuerpo delgado, senos pequeños y un culo bien formado, cuya timidez natural escondía una chispa de curiosidad y audacia que lo tenía cautivado.
Fueron en colectivo de larga distancia y todo transcurrió normal. La vuelta ya era a horas de la noche. El colectivo de larga distancia traqueteaba por la carretera, el zumbido del motor llenando el aire. Lucía, vestida con una blusa ligera y unos shorts que resaltaban sus piernas, tímida y de mejillas sonrosadas, se acurrucaba junto a Mateo en un asiento doble. Sus risitas nerviosas rompían el silencio mientras jugaban, sus manos rozándose bajo una manta fina. Mateo le acarició el muslo, subiendo lentamente, y Lucía, con el corazón acelerado, le susurró:
—Pará, alguien nos va a ver…
Pero sus ojos brillaban, la timidez luchando contra un deseo creciente. A su lado, en el asiento contiguo, un hombre robusto de unos casi 40 años, de mirada profunda y mandíbula marcada, fingía leer un libro, pero los observaba por el rabillo del ojo.
Mateo deslizó la mano más arriba, rozando la ropa interior de Lucía, quien soltó un jadeo suave, mordiéndose el labio. El hombre, intrigado, ajustó su posición, y el bulto en sus jeans se hizo evidente. Con una mirada audaz, desabrochó lentamente su pantalón, sacando su miembro: grande, grueso, imponente. Lucía lo vio y se congeló, su respiración entrecortada. La timidez que siempre la definía se deshizo en un instante, reemplazada por una curiosidad ardiente.
—Lucía, ¿qué miras? —susurró Mateo.

Lucía, congelada, sintió su timidez batallar con un impulso ardiente. Su corazón latía rápido, las mejillas rojas. —Eso… no es normal —murmuró, su voz temblando, pero sus ojos no se apartaban, fascinada por el tamaño, la audacia. El hombre, confiado, se inclinó. —Hola princesa, parece que te gusta lo que ves. Me llamo Ricardo, ¿Quieres tocar? —susurró, provocador.
Lucía, sonrojada pero descontrolada. —Es… enorme —susurró, y se fue acercando lentamente al asiento de Ricardo.
Mateo miraba extrañado sin poder entender lo que estaba pasando.

¿Quieres tocar? —repitió Ricardo.
Ella tragó saliva, su mente en caos. Miró a Mateo, su amor, luego a Ricardo, el deseo creciendo. —Yo… no sé —balbuceó, mordiendo su labio, sus manos temblando en el regazo. Pero el calor en su interior ganó: la timidez se desvaneció, y, con un impulso atrevido, se giró más, su mano dudando antes de rozar el aire cerca de Ricardo, su respiración entrecortada. —¿Vos ves lo que es esto? ¿Qué voy a hacer? —susurró a Mateo, sus ojos dulces, pidiéndole permiso en silencio.
—¿Te gusta, pequeña? —preguntó, su voz grave.
Comenzó a frotarlo, sus manos apenas abarcándolo. Luego, se inclinó, lamiendo la punta, sus labios estirándose para tomarlo. Miró a Mateo, sus ojos brillando con una mezcla de culpa y excitación.
Mateo sacó su pene y comenzó a masturbarse mientras veía, en un estado hipnótico. El pene de Mateo era relativamente pequeño. Tenía un largo normal pero era muy delgado, casi como un pulgar. Lucía lo había visto un par de veces pero le daba mucho pudor. Pero en ese momento Lucía solo sentía euforia, un estado de excitación salvaje.
—Mateo, mírame… ¿Ves esto? —dijo, su voz suave pero cargada de deseo.
Mateo, atónito, se tocó, su mano moviéndose rápido, su pequeño miembro duro. Ricardo rió, mirando a Mateo.
—Tu chica sabe lo que quiere, amigo. ¿Nunca te ha hecho esto?
Lucía, con la boca llena, negó con la cabeza, gimiendo mientras chupaba más fuerte. Ricardo la guió, su mano en su nuca.
—¿Alguna vez tragaste semen, Lucía? —preguntó Ricardo, su tono provocador.
Ella se apartó un instante, jadeando. —No...nunca había tocado una verga. —Y volvió a sumergirse, sus labios trabajando con fervor, sus ojos fijos en Mateo, que se masturbaba, atrapado entre la humillación y la excitación.
Lucía frotaba y chupaba, el sonido húmedo llenando el espacio. Ricardo gruñó, mirando a Mateo.
—Mirá, pibe, está loca por esto. —Lucía rió, un sonido travieso, y aceleró, sus manos y boca en sincronía.
—Vas a tragar todo, princesa — 
Con un gemido ronco, Ricardo eyaculó, una carga abundante llenando la boca de Lucía. Ella, descontrolada, tragó todo, saboreándolo, sus ojos brillando.
—Eso fue muy...intenso —dijo, lamiéndose los labios, mirando a Mateo con una sonrisa—.
Lucía volvió al asiento de Mateo, su respiración agitada, el olor a semen impregnado en su aliento. Se acercó, tocando el pequeño pene de Mateo, sus dedos gentiles pero evaluadores.
—El tuyo es muy distinto, es más finito—dijo, su tono suave, casi triste.
Mateo, sonrojado, sintió la humillación, pero su excitación crecía. —Lucía… no sé por qué, pero esto me pone loco —admitió, su voz temblorosa.
Ella lo besó, sus labios cálidos y salados, y él olió el semen de Ricardo.
—¿Por qué nunca hiciste eso conmigo? —preguntó Mateo, inseguro pero ardiente.
Lucía lo miró con ternura, acariciándole el rostro. —No quería herirte, amor. Nunca sentí esto antes, pero con vos es diferente… te amo. Lo nuestro es más que esto.


El viaje siguió otra hora más mientras Lucía se acostó en el pecho de Mateo. Ricardo continuó con su libro, cada tanto relojeando a Mateo y sonriendo para sí mismo, como si se burlara. Mateo estaba sentado pero el pecho no paraba de latirle. Quería seguir hablando con Lucía sobre lo que había pasado.
El colectivo se detuvo con un chirrido. Se prendieron las luces y Ricardo se levantó, ajustándose la ropa, y al pasar junto a ellos, sacó su gran miembro otra vez.
—Un beso de despedida, Lucía —dijo, guiñando un ojo.
Lucía que llevaba unos minutos despierta, miró a Mateo, le sonrió y sin dudarlo se lo metió en la boca. 
Ricardo miró a Mateo, sonriendo. —Tu chica es especial, amigo. ¿Te gusta verla así?
Mateo, nervioso, asintió. —S-sí… no sé por qué, pero sí —balbuceó, su mano temblando sobre su propio pene. 
-Tengo que bajarme rápido- La agarró de la nuca y comenzó a embestir su boca como si la cabeza de Lucía fuera un juguete. Ricardo gruñó, eyaculando de nuevo, y Lucía lo tragó todo, gimiendo de placer.
—Por Dios —dijo, lamiéndose los labios, sus ojos brillando mientras miraba a Ricardo con adoración. Él se despidió con una risa, bajando del colectivo.
Lucía se recostó sobre el sillón nuevamente. 
Mateo, aturdido, miró a Lucía. —¿Y yo? ¿Ahora me toca? —preguntó, su voz suplicante.
Ella lo miró, frotando su pequeño pene, y negó con la cabeza. —No, amor. Estoy cansada, pero me gustaría verte—dijo, su tono juguetón pero firme. Mateo, humillado y excitado, comenzó a tocarse mientras veía a su novia despeinada, con una pequeña gota de semen en su blusa y sonriendo con cara pícara. Eyaculó con fuerza, un gemido escapando de sus labios. Justo entonces, dos señoras mayores subieron al colectivo, sus ojos cayendo sobre el pequeño miembro de Mateo. Rieron, susurrando entre ellas:
—Pobrecito, qué chiquito lo tiene.
Lucía, riendo suavemente, besó a Mateo. 
-Guardá eso amor, jaja.-

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