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El Despertar de La Gringa - Parte 3

Con Carlos armamos un lindo sistema. Era casi perfecto.

Si alguno de los dos quería algo con el otro, lo único que teníamos que hacer era cruzarnos en algún momento. Por algún pasillo, yendo o viniendo de alguna clase, o durante el almuerzo. No importaba donde. Lo que importaba era cruzarnos. Sólo nos hacía falta alguna mirada larga entre los dos. Algún guiño discreto, alguna sonrisita sin que nadie nos viera. Si teníamos suerte y concidíamos en algún momento los dos en algún pasillo o algún lugar, directamente hablarnos por lo bajo cinco segundos y coordinar.

Los días que eso sucedía, durante algún recreo o la media hora libre que teníamos después de almorzar, sin que nadie me viera yo me iba solita y discretamente al sótano, donde el viejo ya me estaba esperando. A veces no era en su oficinita, por algún motivo. A veces quizás era en algún baño de los de abajo, del sótano, que estaban clausurados para ahorrar agua y nadie usaba. Pero yo iba gustosa. A veces solamente teníamos menos de diez minutos. A veces más. Con eso nos alcanzaba.

De rodillas frente a él, en la soledad de nuestro escondite furtivo, le daba esas chupadas de pija que le encantaban. En realidad, que nos encantaban a los dos. Mirándolo a los ojos desde abajo, cuando no era que el viejo los tenía cerrados gozando de placer, mientras yo me atragantaba con esa verga gruesa en la boca. Sintiendo como la cabeza hinchada de placer me hacía cosquillas en la garganta. Tragándome gustosa toda la leche, caliente y espesa, que el viejo me regalaba. Yo no sabía cómo hacía, realmente, pero sus huevos me parecían, por la poca experiencia que yo tenía, una fuente de semen casi inagotable. Por ahí Carlos era naturalmente así, o por ahí lo calentaba mucho lo pendeja y lo putita que yo era. No sé. Pero a veces se daban una linda seguidilla de días corridos en los que me daba de tomar su leche divina. Y el viejo toro acababa siempre igual, fuerte, tupido y voluminoso en mi boca. Llenándomela fácil. Calentándome hermosamente mi interior con cada trago de mi garganta.



El Despertar de La Gringa - Parte 3

Después de aquel sábado hermoso que lo visité, no volvimos a coger por un tiempo largo. Casi un mes. Yo no quería abusar mucho del tema de visitarlo los sábados. La verdad tenía miedo de ser descubierta. Por mis padres en mi excusa para salir de casa o por alguna de las hermanas durante la visita. Nos arreglábamos con esas chupadas de pija, hermosas y escondidas, cuando yo iba al colegio en mi horario normal y se podía dar. Creo que al viejo también le calentaba bastante su termo el verme en el uniforme del colegio.



puta


Nunca cogimos en horario escolar, claro, excepto una vez. Fue un jueves, me acuerdo, y esa semana se había dado que no pudimos coincidir con Carlos en ningún momento. Yo ya estaba extrañando su pija demasiado, después de casi una semana sin contacto, y ni quería pensar lo caliente que debía estar el viejo. Pero ese jueves si se pudo dar. Nos bastó, al cruzarnos en un pasillo camino a clase con mi curso, una discreta sonrisa y un intercambio de guiños. En alguno de mis recreos iba a bajar a visitarlo.

Durante el recreo, como hacía siempre, me quedaba en el patio con las chicas por un rato. Para que me vieran que estaba ahí, que no era que desaparecía completamente en los recreos. Pero después de un tiempo prudencial, me hacía bien la boluda y caminando sin llamar la atención, me iba del patio, metiéndome discretamente en el edificio y rumbeando para el sótano. Al igual que siempre.

Cuando llegué a su oficinita, el viejo ya me estaba esperando sonriente. Enseguida lo noté recontra caliente. Nos abrazamos ahí y nos empezamos a chuponear fuerte, con sus manazas deslizándose por debajo de mi pollera y amasándome bien mi culo paradito. Entre risitas y las cosas que nos decíamos, le comencé a desabrochar el pantalón para sacarle la pija. Yo ya me la estaba saboreando sola. Pero cuando la saqué al aire y se la estaba acariciando, casi lista para arrodillarme frente a él, me detuvo.

“No, Gringa… hoy no, che”, me dijo y me llevó hasta la mesa que tenía. Se me puso atrás y lo sentí que se desabrochaba más el pantalón, tironéandome un poco la bombacha con su otra mano, “Como te extrañé, putita, hoy te la vas a lleva’...”, me dijo bajito al oído.

Yo me alerté un poco. Me dió miedo. Estaba re caliente, si, pero no sé si me daba para ponerme a coger ahí. Durante el recreo. Si hasta escuchaba a las chicas jugar y gritar desde el patio, encima nuestro.
“Mi amor… no”, le dije girando la cabeza, “No tenemos tiempo”
“Callate, puta”, lo escuché serio, “Hoy te lleno la conchita”
Iba a protestarle algo de nuevo pero sentí su manaza áspera cubriéndome la boca. Firme y fuerte. Me presionó en la espalda y me hizo inclinar para adelante, dándole más de mis caderas. Lo sentí luchar un poco con mi bombacha y un momento después me la bajó hasta la mitad de mis muslos, haciendo la tela estirarse contra la apertura de mis piernas. Le quise decir algo pero no sonó nada de mi boca detrás de esa mano. Yo ya estaba con una mezcla de excitación y pánico que no sabía cómo manejar.

Sin dejar de taparme la boca, me levantó la pollera y se apoyó con el cuerpo encima de mi espalda, aplastándome con la panza un poco contra la mesa. Enseguida sentí la punta de su verga explorarme entre las piernas, buscando su dulce premio.
“Cómo te extrañé, Gringa… ufff… ‘toy que vuelo. Extrañé la concha de mi putita…”, lo sentí decirme desde mi nuca.

Ni bien terminó de decirme eso, su verga encontró lo que buscaba y me penetró. Como le gustaba. Como recordé que lo había hecho aquel sábado. Entera, completa y de un viandazo hasta el fondo. Yo apreté los ojos, cerrándolos fuerte de placer y grité en su mano. Lo sentí empezar a bombearme rápido y parejo. El viejo necesitaba cogerme. Era increíble lo caliente y apurado que se lo sentía. Con su mano libre me disfrutaba el culo mientras me cogía. Fuerte. Cada vez más fuerte. Los dos gemíamos nuestro placer. El de él, ronco y apremiado. El mío, apagado por el tapón de su mano en mi boca.

Yo acabé rápido, antes que el. La combinación de estar siendo cogida tan fuerte mas el miedo a ser descubiertos conspiró para darme un orgasmo que me hizo temblar y gritar lo que podía. Carlos se rió y me hablaba agitado desde atrás, cogiéndome duro, “Ahí ‘ta, ve’... sssssiii… parece que la extrañaste vo’ tambien, putita linda…”

En ese maldito momento cuando yo estaba terminando de disfrutar mi orgasmo fue cuando oí el timbre del patio sonar fuerte, alarmante. El recreo había terminado y era hora de entrar. Me desesperé. Me quise zafar pero el viejo me retuvo ahí. No me dijo nada, solo bufaba y gemía, disfrutando cada empellón con los que me estaba enterrando esa pija gruesa. Yo protestaba más y el viejo me aferraba más fuerte. Le sentí tensionarse la verga dentro mío, estaba tan cerca. Y yo sin quererlo también, de la desesperación me estaba subiendo una segunda oleada de placer.

Hasta que por fin con un bramido grueso lo sentí metérmela hasta el fondo, bien hasta los huevos, haciéndome ver las estrellas. Me la dejó bien adentro y sólo me daba empujoncitos dulces, dejándome sentir todo el grosor de su verga, bien encastrada en mi vagina, pulsando y llenándome de leche una y otra vez. Que sensación hermosa. Y mi desesperación por salir de ahí y volver corriendo a clase, me puso peor de excitación. Por suerte el viejo se recuperó bastante rápido. Una vez que se aseguró y disfrutó de dejarme todo lo que llevaba en los huevos, la sacó lentamente y me soltó la mano de la boca. Yo jadeaba. De falta de aire, de placer y de miedo.

Me dió una palmadita en el culo desnudo, mientras yo agarré el primer trapo que vi en la mesa, llevándolo sin mirar entre mis piernas y limpiándome rapidísimo ahí. Me subí la bombacha y me arreglé la pollera y la ropa. Giré para mirarlo y se estaba sonriendo, todavía recuperando un poco el aire.
“Cómo extrañaba tu conchita, Gringa… mmm…”, me dijo.

Yo no sabía si putearlo, besarlo o mandar todo a la mierda, subirme a la mesa, abrirme de piernas y que me cogiera de nuevo. Nada más le dije, “Estás loco, Carlos!” y salí disparada de vuelta a clase. Lo escuché que me despidió con una risita, diciéndome que me apurara.

Por suerte llegué bien a clase. Fui la última que entró y no sé cómo, debo haber llegado unos diez segundos nada más detrás de la última de las chicas. La hermana ni lo notó, estaba dándole la espalda a la puerta, ordenando unos libros. Había zafado, casi por milagro, pero durante la clase y el resto del día la verdad que la pasé mal. Sentía como que tenía todavía bastante de la leche del viejo adentro mío, y no sabía cómo sentarme para lograr que no se me escapara. Tenía pánico de mojar el asiento, o que se me saliera algo de semen y hacer un enchastre, frente a todas las otras chicas y la hermana.

Hice lo que pude, sentandome derechita y quieta. Hasta que ni bien tuve la oportunidad una hora después me fuí al baño casi corriendo, a limpiarme de nuevo y a ponerme un grueso pedazo de papel higiénico enrollado entre la bombacha y mi conchita.

Por suerte no pasó nada. Gracias a Dios, pero no gracias a Carlos. Quedé tan caliente de ese encuentro, tan ridículo y peligroso, que le dije a Carlos al otro día que ese sábado lo quería visitar. Se sonrió y me dijo que por supuesto, que me esperaba, dejando la puerta de atrás abierta como siempre.

Ese sábado me quedé un poco más de tiempo que el primero, un par de horas más. Mi viejo hermoso y loco, mi macho, mi papi, estaba encantado de verme de nuevo ahí, solos y con tiempo. Cogimos hermoso esa tarde. Tanto y tan hermoso. Como ya estábamos mucho más en confianza que aquel primer sábado y yo ya estaba mucho, pero mucho más relajada y gustosa, empezamos a probar cosas nuevas. Carlos no era muy creativo. A él le gustaba cogerse a esa pendeja, bien blanquita y bien puta. Y a mi obvio que me encantaba. Amaba complacerlo, sentirme suya, sentirme su putita de verdad. Aunque sea por esas horas, a escondidas en el sótano.

Ese sábado me dijo, entre tantas otras cosas, mientras se la estaba mamando dulcemente que quería que le chupara también los huevos. A ver si me gustaba eso también. Al principio me costó un poco, más que nada por los pelos que tenía. Estaban cubiertos de un suave vello blanco que los tapaba casi en su totalidad. El vello que me encantaba sentirle en mis manos, entre mis dedos, pero que no estaba muy bueno para meterse en la boca. Igual lo intenté, tratando de acostumbrarme rápido. El placer que mi boca y mi lengua le estaba dando al viejo ahí también me animaba a seguir. Primero un testículo y después el otro, alternando así, jugaba con chuparlos y lamerlos. Hasta me los metí, de a uno, claro, enteros en mi boca. A Carlos le encantó la sensación, y a mi ni te cuento. Se sentían enormes en mi boquita, me costaba, pero el placer de sentir esos huevos de toro llenándome la boca, sabiendo que por dentro rebalsaban de su semen, era inigualable.

El viejo me miraba, sonreía y gemía suave. Se empezó a masturbar suavecito mientras yo le complacía los huevos, se los amaba. A mi me encantaba, además de la sensación de tener la boca llena de ese macho, también tener ese primer plano, a centímetros de mis ojos, de esa verga marrón, gruesa y hermosa. Se veía tan deliciosa en su mano, tan dura. Quería chupársela de nuevo, pero al mismo tiempo no quería largar sus huevos.

Cuando no pudo más, el viejo me agarró suave del pelo, me retiró de sus huevos y, masturbándose fuerte y gimiendo, me apuntó con su pija a la cara y me acabó ahí. Pintándome la carita con todo su amor, tan caliente sobre mi piel.

Casi acabo yo también. Nunca antes me había sentido tan suya.

Estuve con él ahí en el sótano esa vez casi toda la tarde. Casi cinco horas. Y además de esa eyaculación hermosa y voluminosa que me regaló en la cara, mi viejo macho me cogió lindo y parejo. Igual que aquel primer sábado, me dejó dos bellos lechazos en la conchita y uno en el culo. Ni por asomo tuve tanta dificultad esa vez con el sexo anal como había tenido el primer sábado. Me encantaba. Me gustaba casi tanto como en mi vagina. Sentarme encima de ese viejo macho, con mi espaldita pegada a él, frotándome la piel contra su pecho peludo y sintiendo como me abría el culo y me lo llenaba tanto, tan profundo, era glorioso. Oír su voz ronca y agitada mientras me cogía así, tan dulce y sólo para mí en mi oído, diciéndome una y otra vez lo puta y hermosa que era, me volvía loca. Sentir las manos callosas aferrándome los costados y haciendo que mi cuerpito se empalara en su verga. Y sentir los chorros de su amor espeso esparciéndose por mi intestino, ni hablar.

Cuando volví a casa ese sábado, aún más cogida y satisfecha que la vez anterior, me preguntaba, de verdad, desde mi inexperiencia de tan jovencita, si de verdad se podía ser más feliz que ésto.

Yo ya era la putita del viejo. Y sólo el pensarlo me calentaba.

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