Recién era martes. Yo no me podía sacar de la cabeza lo que había hecho con el viejo en el sótano, y mucho menos tratar de no pensar en la anticipación de lo que me había invitado a hacer. Tenía algo de miedo, pero no por él. Por mi y por mi cuerpo. Yo me veía de menor tamaño que él y siempre había pensado, soñado más bien, que cuando por fin estuviera con un hombre iba a ser de un tamaño que yo pudiera manejar.
Recordando la dureza y el tamaño de la pija del viejo Carlos en mi boca, pensaba que mi conchita le iba a resultar muy chica, muy estrecha, o las dos y me iba a doler mucho. Encima yo todavía era virgen. Pero lo deseaba. Dios, cuánto deseaba, entregarme a un hombre así de esa manera luego de lo que me parecía tanto tiempo de haberlo soñado.
Decidí prepararme física y mentalmente. Era medio un asquito, pero yo sabía lo que tenía que hacer. Esa tarde, en la tranquilidad de mi casa sin que nadie me viera, fuí hasta la cocina y me robé un pepino. Uno bastante grande que mi mamá había comprado para hacer ensalada o algo. Lo llevé rápido a mi habitación y lo escondí debajo de mi almohada, por el momento. Esa noche, después de cenar, me fuí a dormir a mi cuarto y me quedé despierta, prestando atención a los sonidos de la casa, esperando que todos se fueran a dormir y asegurándome de esperar un rato más para que estuvieran bien dormidos.
Cuando lo creí conveniente, que ya había pasado el tiempo suficiente, tomé a mi nuevo amiguito vegetal en mi mano. No sabía si era tanto o más grande que la pija del viejo Carlos, pero era lo mejor que tenía. Me deslicé una mano entre mis piernas, encontrando mi conchita bajo mis pijamas y bombacha, frotándome suavemente como ya lo sabía hacer. Para pasar un poquito el rato hasta que me humedeciera, con un poco de vergüenza me tapé completamente. No hacía falta hacerlo, yo estaba sola en mi cuarto, pero lo hice igual. Me dió ese extra de seguridad. Empecé a chupar el pepino, disfrutándolo lentamente en mi boca. Al tener todavía la cáscara no tenía un rico gusto, la verdad, pero una linda textura y grosor. Practiqué así un ratito, imaginándome que tenía de nuevo la pija del viejo Carlos en la boca, dándome placer en mi clítoris con los dedos mientras me inventaba y probaba nuevas formas de chupar el pepino.
Después de un rato así, me animé. Me saqué los pantalones de pijama y la bombacha, abriéndome un poco de piernas. Entre lo húmeda que ya tenía mi conchita y la saliva que le había dejado al pepino, estaba segura que no me iba a doler. Y, siendo honestos, no era la primera vez que me metía algo ahí, aunque sea un poquito. Nunca había probado con algo tan grueso, pero la verdad que me gustó mucho. Me hacía gemir suavecito bajo mi sábana y frazada, en la quietud de la noche, sintiendo como me lo frotaba en la entrada de la conchita. Me lo mandé hasta que sentí bien la resistencia de mi telita.
Pensé que no había vuelta atrás, en ese momento. La telita me la podía romper yo en ese momento, y si me dolía, me dolía, y si sangraba, sangraba… o podía dejar que lo hiciera Carlos el sábado, pero si se daba que era medio bruto o me daba muy fuerte, por ahí me lastimaba. Dándome un poco de ánimo a mi misma, decidí hacerlo yo. Agarré una toalla que tenía y me volví a meter bajo las sábanas, poniendo la toalla por debajo de mis caderas, en caso que me hiciera sangrar un poquito.
Despacito, pero dándome mucho placer, me entré a coger a mi misma con el vegetal, dándome cada vez más profundo y fuerte. La sensación me encantaba y el imaginarme, gracias a la textura que tenía, que era la verga del viejo Carlos entrándome me estaba lubricando más aún. Al final decidí hacerlo en serio y me presioné fuerte. Bien fuerte. Por suerte después de un rato de bastante trabajo, lo único que sentí fue como un pinchazo, nada más por un par de segundos de dolor, y sentí la resistencia vencerse y al pepino entrar más profundo dentro de mí.
Casi largo un gemido fuerte de placer, que por suerte me lo atajé, a ver si despertaba a alguien. Se sentía tan hermoso bien profundo en mi conchita, tocándome y ensanchando lugares tan íntimos y sensibles que nunca antes habían sido tocados. Me empecé a coger fuerte así hasta que, temblando y en silencio, acabé dulcemente con la conchita rellena y mi clítoris centelleando de placer bajo mis dedos al mismo tiempo. Iba a ser así con Carlos, pensé?
Me imaginé que Carlos iba a querer más. Si iba el sábado (e iba a ir), no creía que se iba a contentar con coger una sola vez. Iba a querer varias. Iba a querer que se la chupara también. Íbamos a tener tiempo para todo. Se me vino una idea a la cabeza… y si me la iba a querer meter por atrás también? Por la cola? Me tenía que entrenar ahí también.
Me puse de costado y un poquito en posición fetal. Tomando el pepino me empecé a sentir y acariciar el ano con su punta, presionando suavemente, teniendo cuidado de no hacerme doler. Tratando de darme más fuerte hasta que entrara. Yo pensaba que el pepino, al estar todavía bastante cubierto de la lubricación de mi conchita, eso ayudaría bastante. Pero no. O el pepino era muy grueso o mi agujerito era muy estrecho. Me estaba costando mucho. Frustrada, pensé en qué hacer.
Levantándome en extremo silencio, me fui casi en puntas de pie hasta el baño que usaban mis viejos. En la oscuridad, sin hacer nada de ruido, encontré un tarrito de crema de vaselina que sabía que tenían, lo había visto mil veces. Me lo llevé también a la habitación y cerré la puerta detrás de mí. Me volví a meter en la cama y con los dedos recubrí bien al pepino con la vaselina. Ahí empecé a probar en mi culito de nuevo y lo sentí bastante mejor. Tomando coraje, empecé a presionar más fuerte hasta que pude aprender a relajarme y dejar que la punta gruesa me entrara, separándome y penetrándome suavemente el ano, ensanchándome despacito. Era una sensación placentera y dolorosa a la vez. No quería meterme mucho por las dudas, pero me entré a coger suavemente ahí también. Pronto el dolor fue desapareciendo y me quedaba la dulce sensación de estar siendo penetrada ahí también. No acabé así, pero me encantó sentirlo e imaginarme la pija dura del viejo llenándome la cola, desapareciendo entre mis nalgas paraditas y firmes. Que dulces imágenes se me venían a la cabeza.
Cuando decidí parar, ya un poco cansada y algo adolorida, limpié a mi nuevo amigo con una toallita, lo envolví en papel de cocina y lo escondí bien adentro de una caja de zapatos en mi armario. No quería arriesgarme a que mi mamá se pusiera a buscar a la verdura desaparecida y la encontrara bajo mi almohada. No sabría cómo explicárselo.
O sea, cómo explicárselo sin decirle que su hija adolescente se estaba volviendo una puta, que fantaseaba ser cogida por un viejo.
Por un par de noches más me entrené así, en la quietud de mi pieza. Disfrutando el pepino en mi boca, mi conchita y mi culo. Cada vez me costó menos y me daba placer más fácilmente. La verdad me encantaba cogerme así, imaginándome las cosas que me imaginaba. Al final tuve que descartar a mi fiel amigo después de esos días. Pobrecito no había quedado muy bien y no quería que se pusiera feo. Lo tiré sin más un día a la tarde, agradeciéndole en silencio los servicios prestados por la patria.
Hasta que al fin llegó el día tan ansiado. Ese sábado me levanté, bastante nerviosa, pero no dejé que se notara. Hice las cosas de un sábado normal, o sea no mucho. Almorcé con mi mamá y mi hermanito, como siempre y a eso de las dos de la tarde le dije a mamá que me iba a ir a pasar la tarde a lo de mi amiga Silvina. Por supuesto que no me dijo nada, era lo más común del mundo. Lo hacía todo el tiempo con alguna amiga u otra, o eran ellas las que venían a casa. Ya no era tan nena y no me estaban tan encima todo el tiempo.

Me puse una remerita linda y fresca, un pantalón de jean, zapatillas cómodas y salí de casa, caminando por la ruta hacia el colegio. Eran un par de kilómetros, pero estaba todo bien. En el pueblo caminábamos todo el tiempo, a todos lados. A mi tierra hermosa había que caminarla. Yo estaba muy nerviosa en el trayecto. No por si me veía alguien, eso era lo de menos. Un sábado a la tarde? Por esa ruta? No iba a pasar absolutamente nadie, y si alguno pasaba y me veía, no pasaba nada. Era la Gringa que había salido a caminar, nos saludabamos al pasar y a otra cosa.
Iba caminando tranquila, sin apuro, pero por dentro tenía mariposas en el estómago de la anticipación de lo que iba a hacer. Como una tontita me acuerdo que me había llevado una carterita chica de mano con algunas cosas mías de maquillaje. Como si a Carlos le importara que yo estuviera arregladita. Lo que el viejo quería era cogerse a la pendeja. Cómo iba vestida y si se había pintado los labios, no le iba a importar mucho. Pero quería aunque sea verme bien.
Como a la media hora llegué al predio del colegio y me mandé para el edificio, asegurándome que nadie me viera. No tenía mucho sentido tanto cuidado. Las monjas vivían en otro de los edificios, muy alejado, pasando los parques y las canchas de fútbol. Si alguna me veía de ahí, me iba a identificar con binoculares nada más. Pero no había nadie. Ni el loro. El predio estaba soleado y en el silencio de la tarde, sólo roto por la sinfonía de bichitos del pasto por todos lados. Di la vuelta al edificio del colegio propiamente dicho y probé la puerta que me había dicho Carlos. Lo único que faltaba era que se hubiese olvidado de dejarla sin llave. Pero no, pude entrar lo mas bien.
Había un silencio casi sepulcral en los pasillos del colegio. Era rarísimo estar ahí. Las mariposas en el estómago no se me calmaban así que me fui a uno de los baños, a verme en el espejo, arreglarme un poco el pelo y ver si me podía calmar. Una vez que bajara, pensé, ya no había mucha vuelta atrás. Estuve cinco minutos ahí, calmándome un poco, hasta que decidí bajar al sótano.
Desde las escaleras que bajaban ya escuchaba tenuemente que Carlos estaba en su oficinita, con la radio prendida escuchando algo de música. El sonido de una zamba retumbaba finito en las paredes del pasillo del sótano. Llegué por fin hasta el lugar, la puerta estaba abierta así que, de educada nada más, la golpeé y me anuncié sin querer entrar. Escuché la voz de Carlos que me dijo que pasara.
Me metí dando un par de vueltas entre los estantes llenos de cosas y al llegar a su lugar que era oficina, depósito y casa, lo vi. Me miraba sonriendo, sentado en una silla y con un mate en la mano. Le sonreí y me hizo señas para que pasara, bajando la música un poco. Estaba con unos boxers largos y con su camisa de trabajo marrón toda desabrochada, lo que le hacía salir la panza peluda e importante que llevaba. Ya lo dije antes, Carlos no era un hombre lo que se dice lindo, y la panza no ayudaba, pero no me causó nada feo. Al contrario, lo hacía ver simpático. Bonachón. Nos abrazamos ahí de parados en el medio de la oficinita y se inclinó un poco para darme un beso en la frente mientras me sostenía.
“Hola Gringuita, viniste…”, me sonrió.
“Si, claro. Cómo estás?”, le sonreí para arriba. Me encantaba la cabeza de altura que me llevaba..
“Ahora que llegaste, bien”, me acarició una mejilla, “Quere’ un matecito?”
“No, gracias…”, le dije. No quería tomar nada, me sentía con un nudo en el estómago.
“Aguita? Vino no, che, eso no te puedo dar…”, se rió.
“No, está bien”, le sonreí.
Me miró pícaro, con un destello en los ojos mientras me acariciaba una mejilla, “Así que tuviste gana’ de venir… bien, che”, yo nada mas le asentí con una suave sonrisa, “Me moría de gana’ que vinieras, viste…”
“Ah, si?”
“Y claro, mi amor… qué te parece…”, me dijo, “Una nena linda como vo’, y encima así de gauchita… se ve que te gustó en serio la otra ve’ acá.”
“Si, mucho.”, le sonreí. Estar ahí tan pegada a él, sintiendo como me acariciaba despacito, se sentía tan bien. Me estaba sacando los nervios de a poquito.
“Te la banca’ ‘tonce?”, me preguntó.
“Claro.. Que cosa?”
El viejo se rió, “Coge’, linda. O viniste a otra cosa?”
Yo me reí un poco avergonzada, pero no me iba a echar atrás justo en ese momento, “Si… claro que me la banco, Carlos. Por eso vine.”
“Que se yo… por ahí me la quería’ chupa’ de nuevo nada ma’...”, se encogió de hombros. Yo largué una risita, le iba a decir algo pero él se adelantó y me abrazó más fuerte, mirándome suave y fijo, presionándome contra su cuerpo peludo, su pecho y abdomen expuestos para mí.
Le empecé a acariciar el pecho, las tetitas de hombre que le colgaban suaves un poco por debajo de la altura de mis ojos y él llevó una de sus manazas sobre uno de mis pechitos, estrujándolo hermoso por sobre la tela de la remera. Se inclinó un poco y nos empezamos a besar ahí. Me encantó sentirme en los brazos de él y los besos que me estaba dando. Pronto nos estábamos besando profundamente, con nuestras lenguas acariciándose la una a la otra y yo me moría de calentura por dentro ya.
Estuvimos un momento así, disfrutándonos. Carlos no me sacaba la mano de mi teta mientras me besaba, lo que me volvía loca de placer. Sentí mi mano que, casi como sola, le acariciaba el pecho a él también, y después su panza, sintiendo el suave vello que llevaba ahí también. Pronto largó mi teta y con esa mano tomó la mía y me la llevó hasta abajo, encima de su bulto, para que lo sintiera. El viejo ya estaba bien erecto debajo del boxer. Yo le gemí en el beso y se lo empecé a estrujar despacito, sintiendo esa verga gruesa en mis dedos. Sentirle las bolas también, jugueteando con ellas en mis manos, fue grandioso. Le colgaban mucho y las tenía grandes. Llenas de semen, me imaginaba yo.
Nos dejamos de besar y me sonrió, “Ja… que linda putita saliste, Gringa, eh?”. Yo no me ofendí al oír eso. Al contrario. Me hizo sentir bien. Sentir mejor. Sentir deseada. “Mirá cómo te gusta la verga.”
Yo me reí mientras seguía tocándolo, disfrutando la sensación, “Viste…”
Carlos respiró hondo, se ve que mis dedos lo estaban haciendo calentar todavía más, “Si, ya vi la otra ve’ cómo te gustó tragártela toda…”
Le di un piquito, “Me encantó, si…”
“Bue… ahora te la vas a traga’ de nuevo, linda…”, me dijo y me empujó suavemente para abajo.
Me arrodillé así como estaba en el piso sucio y le bajé los boxers, haciendo que esa verga gruesa, marrón y hermosa se liberara de su prisión. La tomé en una mano y la empecé a lamer, sintiéndole ese gusto divino de nuevo y el placer que me empezaba a subir y bajar por el cuerpo. No me pude aguantar mucho. No quería aguantarme tampoco. Le dí unas pocas lamidas y enseguida me la llevé a la boca, degustando una vez más esa cabeza suave e hinchada, y ese palo firme y duro.
Carlos gimió y cerró los ojos, “Aaahh… seeeh….dale, Gringuita, dale…”
Yo estaba en el cielo ya. O por lo menos, así lo pensaba. No había podido dejar de pensar en ésta pija todos éstos días, y ahora por fin la tenía de nuevo. Llenándome la boca de amor y placer. Solo podía gemir suavemente con la boca llena, “Mmmh!”
“Que putita que so’...”, lo escuché decir y se me pararon los pelitos en la nuca. Sentí su mano enorme acariciandome el pelo mientras mi boca le daba mas y mas placer.
Estuve mamándolo así un par de minutos, que me parecieron hermosos. Sólo intercambiamos gemidos y suaves protestas de nuestro placer. Sentí que me agarró más fuerte del pelo y abrí los ojos para mirarlo desde abajo, sin querer sacarme esa verga de la boca. Nuestros ojos se encontraron.
“Aaahh…”, me sonrió hacia abajo, “Qué lindo que te vua’ culia’, chiquita…”
Yo quise seguir chupándosela, animada por lo que me decía que me estaba volviendo extrañamente loca por dentro. Pero apenas pude darle tres o cuatro chupadas más a esa verga hermosa. Sentí que me levantó y me puso de pie de nuevo. Me dijo que me sentara en el catre desvencijado que tenía y que me sacara la ropa. Yo lo hice y lo miraba a él hacer lo mismo, parado frente a mi. Pronto estuvimos completamente desnudos los dos.
Me guió con las manos hasta hacerme yacer sobre el colchón. El se puso un poco encima mío, tratando de no aplastarme mucho. Pero el colchón por suerte era bastante blando y pese al peso de Carlos, no se sentía muy aprisionante. Su cuerpazo contra el mío se sentía bien. Se sentía de maravillas. Nos empezamos a besar y acariciar así, con él encima mío. Sentí sus manos callosas recorriéndome el cuerpo, mi suave piel pálida, con hambre y ganas, sintiéndome absolutamente todo y haciéndome vibrar. Yo también lo acariciaba, mis manos sintiendo y bebiéndole ese cuerpo fuerte, ese vello suave.
Me abrió un poco las piernas y enseguida sentí su toque en mi conchita, lo que me hizo gemir dulce en el beso que nos estábamos dando. Carlos gruñó de placer en mi cara, “Ufff… que linda que so’, que hermosa…”, yo nada más me reí bajito y le dí otro beso mientras disfrutaba de sus dedos rudos entre mis piernas, “Sabe’ la de verga que te vua’ da’... me volve’ loco, Gringa…”
Yo no aguanté más. Lo besé y le dije bajito que lo quería.
Carlos protestó algo, se acomodó mejor encima mío y sólo con su peso y el tamaño de su panza me hizo abrir bien las piernitas para él. Yo estaba que ya volaba de calentura, anticipación y nervios. Lo sentí abrazarme los hombros por debajo de mi espalda y enseguida la presión de la punta de su pija en mi conchita húmeda. Le quise decir algo, ni me acuerdo qué, pero no pude. Enseguida sentí más presión, mis labios vaginales abriéndose y la sensación inigualable de todo el largo y el grosor de esa verga penetrándome, abríendome, conquistándome la concha.
Los dos gemimos fuerte de placer a la vez, el ronco y yo finito. Y me hizo gemir más fuerte una vez más cuando sentí esa cabeza hinchada tocarme fondo, ensanchándome la vagina hasta lo más profundo.
Enseguida me entró a coger. Lindo y fuerte, como se tiene que hacer. Mi conchita se lo estaba haciendo fácil de lo húmeda que ya estaba. Pese al grosor de esa pija, la estaba recibiendo bien. Hermoso. Hambrienta. Y yo no podía más de placer. Eran sensaciones que me asaltaban el cerebro como si esa verga fuese un ariete que quería derribar las puertas de mi ciudad. Profundo, tan profundo y fuerte dentro mío. Me sacaba el aire. Sólo podía gemir y casi gritar.
Carlos estaba agitado también y gozando de lo lindo la sensación de mi vagina. Me daba empellones fuertes y largos, buscando todo su placer, mientras sus huevos me golpeaban la cola una y otra vez, “Gritá, puta.. Gritá todo lo que quiera’.. ‘Tamo solito’....”, me resopló en el oído.
Yo no duré mucho así, la verdad. En cuanto lo sentí penetrarme por primera vez, las mariposas que llevaba en el estómago se volaron y desaparecieron. Y la cogida que me estaba dando el viejo me estaba llevando a las mismísimas nubes de placer. No sentía otra cosa que esa verga dura entrar y salir de mí, y no quería sentir otra cosa.
Acabé. Acabé en mi orgasmo creo que como una cerda. Diciendo cosas que hoy ni me acuerdo, aferrada al cuerpo de ese macho viejo como una garrapata, mientras mi cuerpito flaco se tensaba y explotaba debajo del de él. Carlos me sintió acabar también, porque él tampoco aguantó mucho más. Me dió dos o tres empellones profundos y hermosos y ahí sentí como la verga se le tensionaba aún más, como que vibraba dentro mío, para enseguida hacerme sentir todo el calor de su semen espeso. Me la había metido hasta el fondo, hasta los huevos, y me estaba dejando todo su amor ahí.
Creo que acabé de nuevo con él. Ni me acuerdo. Ni me importa. Nunca pensé que ser cogida por un macho se iba a sentir así. Así de hermoso e intenso. Si me faltaba algo para convertirme en una verdadera adicta a los hombres y a la pija…
Los dos nos quedamos ahí un momento, recuperándonos y dándonos unos lindos besos. Carlos se salió de mí trabajosamente y se incorporó. Enseguida me asusté porque sentí su semen saliéndose despacio por mi agujero. Yo no podía ver, pero sentía mis labios separados y mi pobre vaginita bien ancha. Que sensación hermosa! Pero me dió vergüenza porque pensaba que le estaba haciendo un enchastre en el colchón.
De pronto, una alarma de pánico, una vez que el placer se retiró de nuevo al océano como una ola. Me había acabado adentro. Claro que lo hizo. Me incorporé un poco en mis codos, mirándome entre las piernas que todavía las tenía un poco abiertas. La leche del viejo me goteaba dulce, saliéndose de mi. Lo miré con un poco de miedo.
“Me… me acabaste adentro, Carlos…”
El viejo solo se rió. Ya estaba sentado al borde de la cama y se inclinó para darme un besito y una caricia, “Tranquila, linda.. No vas a queda’. Yo ya creo que no tengo cartucho’”
“Bueno…”, le dije suavemente, todavía tratando de verme entre las piernas.
Carlos me vió tan preocupada con el tema de su semen que me alcanzó un trapito para que me limpiara. Y mientras yo lo hacía se acercó y me puso un brazo enorme, caliente y peludo a mi alrededor, “No te preocupe’, linda… ‘ta todo bien.”
Yo terminé de limpiarme y lo miré. Como me encantaba estar abrazada así, “Te gustó?”
El viejo me dió un dulce besito, “Me volve’ loco, chiquita… pura dulzura.”, me sonrió, “Y a vo’?”
Yo le sonreí también y le dije la verdad, “Si… mucho… nunca había… eh, acabado así”.
Carlos se sonrió, orgulloso, “Si, viste… e’ que nunca estuviste con un hombre en serio.”
“Puede ser”, me reí.
El viejo suspiró. “Vení”, me dijo y nos acostamos los dos de nuevo. Desnudos en su colchón. Me puso de costado y él me abrazaba de atrás. Besándome el hombro, acariciándome, disfrutando de mi cuerpito. Y yo solo sonreía de suave placer, de sentirlo alrededor mío así. Tan suave, tan íntimo.
Nos quedamos así como media hora, creo. Algo así. Hablando bajito, diciéndonos cosas. En un momento nos empezamos a besar de nuevo así y a acariciar más fuerte. Sentí la verga del viejo en mi espalda que se le estaba poniendo dura de nuevo. Me estaba estrujando las tetas con las dos manos y chupando la oreja, mientras me apoyaba fuerte la pija de atrás. Me encantaba. Lo escuché hablarme, suave y ronco en el oído.
“Me vas a dar el culito ahora, mi amor?”, me dijo.
Yo me quedé un poco dura. Si, ya lo había anticipado. Pero anticiparlo y oírlo tan hermoso de ese macho eran dos cosas distintas. Sentí un relámpago de miedo y de placer a la vez.
“No sé, Carlos… me va a doler…”, le dije.
“Te la doy despacito, Gringuita… no te va a dole’, te juro”.
“No sé…”, le repetí y sentí como me apoyaba la verga desde atrás. Ya la sentía tan dura.
“Dale, te va a gusta’ “, me dijo, “Sabe’ la’ gana’ que le tengo a ese culito hermoso también”, para darle más énfasis me apretó fuerte una de las nalgas y me deslizó un dedo travieso hasta sentirme el ano, presionandome ahí. Me estremecí suavemente al sentirlo y él se sonrió detrás mío.
Se levantó del colchón y así desnudo como estaba fue a buscar algo a un cajón de un escritorio que tenía. Lo vi alejarse, con su panza y culo enormes, darse vuelta y volver, con la verga gruesa todavía tiesa en el aire, meciéndose de un lado a otro con cada paso. La calentura que me dió verlo así fue inexplicable. Para otras chicas por ahí les resultaría una imagen grosera. Para mí no. A mi me encantó ver a un hombre de verdad de esa manera.
Tenía en la mano un tachito de algo, lo abrió y era como una pomada que se puso todo sobre su pija, embadurnándola así. No me dijo, pero seguro era como un lubricante, “Así no te duele, linda… dale…”.
No atiné a contestarle nada. Una vez que se aprestó la verga, se subió de nuevo a la cama y me tomó, haciéndome poner en cuatro frente a él. Miré para atrás y lo vi sonreír, admirando seguramente la vista de mi culito, firme y paradito, junto con la concha que ya había usado.
“Ufff…”, dijo mientras me pareció verlo por encima de mi hombro frotarse la pija, “Que hermosa que so’. Te voy a rompe’ bien el culo, putita… que lindo lo tene’!”
Sentí una de sus manazas tomarme de la cintura, pegándome a él. Y luego la punta de su verga, subiendo y bajando entre mis nalgas. Yo gemí suavemente, “Ve’ que te gusta?”, le escuché decir.
“Mmh… si…”, le susurré bajito y cerré los ojos.
“Que putita que so’, mi amor…”, dijo y me la seguía refregando.
“Me gusta, si…”, le contesté suave, disfrutando. Yo ya amaba cuando lo escuchaba llamarme ‘su putita’.
“Bue… esto te va a gusta’ ma’...”, dijo y ahí sentí la cabeza de su pija presionarme el ano.
Yo gemí. Se me vino la cabeza al pepino que había usado, pero ésto era distinto. No se podía comparar. Por suerte Carlos se había lubricado la verga, porque cuando la sentí presionarme fuerte y abrirme despacito, largué un grito de dolor. Me atenazó con la mano enseguida en la cadera y protestando un poco siguió intentando, presionando más fuerte.
“ ‘Tas estrechita, linda… que lindo culito, por Dio’...”
Yo me mordí los labios. Si ese colchón hubiese tenido una sábana creo que la hubiese aferrado con las dos manos. Pero no tenía. Me dejé caer la cara en el colchón y Carlos me aferró de nuevo la cadera para que no me moviera mucho. Había quedado con mi firme culito blanco bien en el aire, ofrecido y regalado todo para él.
Me dolió, si. Pero sólo hasta que pudo hacer entrar la cabeza. Cuando lo logró, los dos gemimos largo de placer. Dios mío, qué sensación increíble la de tener un hombre así en mi culo. Pasó de dolor a placer en un instante. Por suerte Carlos me fué llevando bien y pese al placer que mi estrechez le estaba dando, nunca se desbocó. Me fue dando más profundo, si, pero tranquilo, disfrutando él también, y todo el lubricante que se había puesto realmente ayudó mucho. Yo lo sentía abrirme, penetrarme, a esa verga anidarse cómodamente en mi culito, cada vez más profundo.
Hasta que unos momentos después, cuando él ya notó que yo estaba gozando y no protestando tanto, ahí me empezó a coger mas en serio. Me tomó de los costados con las dos manos y me entró a dar. Para que tuviera. Para que mi cuerpo de putita sintiera toda su verga ahí también. Para cuando le empecé a sentir sus enormes huevos de toro, como un péndulo, golpeándome el clítoris con cada uno de sus empujones, yo ya casi estaba llorando de placer. Carlos se reía entre sus gemidos. Cómo estaba gozando de mi culito él también. Me decía lo hermosa que era. Lo puta que era.
Y yo saboreaba cada palabra y cada pijazo.
Luego de unos momentos de ese placer extremo, sentí al viejo macho gemir más fuerte. Se inclinó sobre mi espalda, apoyándome la panza ahí y afirmándose con las manos en el colchón, dándome como un animal a otro. Cogiendo mi culo de putita en serio. Me agarró la cabeza y me la giró mientras me cogía sin parar, como un pistón, para darnos lengüetazos y besos entre nuestros jadeos. Y así me bramó su orgasmo en mi carita. Lo sentí darme empellones duros y profundos de nuevo, y otra vez el dulce calor de todo su semen en mi interior. Yo no acabé, pero también le gemí todo mi éxtasis de putita en su cara. Para que me disfrutara ahí también.
El viejo me llenó bien con su leche ahí también y pronto se salió de mi, dejándose caer suavemente en el colchón a mi lado. Había quedado bien agitado, con la frente y la cara toda sudada, pero con una hermosa sonrisa en el rostro. A mi me empezó a doler un poco la cola cuando se salió de mí. Tenía miedo que me hubiese lastimado y sentía un calor que parecía, es lo que me imaginé, que estaría sangrando o algo así.
Sin importarme mucho el asco y la vergüenza, me quise mirar por encima del hombro y me llevé unos dedos a mi agujerito. Lo sentí bien abierto y pulsándome un poco, pero al verme los dedos no tenía nada de sangre, por suerte. Carlos se sonrió y sentí su mano acariciarme.
“Tranquila, bebé… ‘tas bien, no te lastimé.”, yo le sonreí y le asentí, “No soy un bruto, Gringuita. Tranquila, mi amor.”
Esta vez me acosté a su lado y lo abracé yo, mientras me relajaba y dejaba que la sensación de tener la cola tan dulcemente abierta y pulsando se me fuera pasando. Le rodeé el pecho peludo con un brazo, una pierna con otra de las mías y sentí uno de sus brazos que me anidaba y acurrucaba. Así nos quedamos de nuevo, charlando bajito y recuperándonos.
Cuando al rato le pregunté la hora, se fijó y me dijo. Habíamos estado ahí, entre una cosa y otra, ya más de dos horas. Yo no me quería ir muy tarde, no quería volver a casa cuando estaba oscuro. No porque me fuera a pasar nada, pero no quería arriesgarme a que mi mamá me dijera nada. La excusa que le había dado era que me iba a lo de mi amiga un rato, no toda la tarde.
Antes de irme, cogimos una vez más. Y fue tan hermoso como las otras veces. Esta vez el viejo se quedó medio sentado en la cama y me dijo que me subiera encima. Que quería ver como su putita se cogía solita con su pija. Yo le sonreí, obedecí y fué hermoso. Divino. No sólo me cogí sola en su verga, tan dura de nuevo y tan hermosa, pero en esa posición la sentía tan enorme y tan profunda que también “su putita” le orgasmeó todo su amor sobre la pija. Cubriéndola. Bañandola de todo mi éxtasis casi líquido que mi vagina le podía dar. Que hermoso y que fuerte me hizo acabar, estando nada más sentado ahí, abrazándome y chupándome el cuello y las tetas. Terminé prendida a él, abrazandole el cuello, mientras nos besabamos y yo sentía de nuevo su leche caliente dentro mío.
Finalmente me tuve que ir. Carlos me dijo si no me quería quedar a dormir ahí y yo me morí de risa. Le dije que obviamente no podía, que estaba loco. Nos vestimos los dos, yo ya casi a punto de volverme, cuando me agarró ya en la puerta de su oficinita cuando me iba y nos empezamos a besar de nuevo.
“Gringa, sos hermosa… gracia’ por venir”, me sonrió mientras sentía sus manos en mi cola.
“Vos también, Carlos. Me encantó”, le dije con una risita.
“Vas a tene’ que volve’, eh?”, me guiñó un ojo.
“Y si… alguna vez. Puede ser”, le sonreí.
El viejo me miró fijo un momento y se sonrió, “Che, no quere’ ser mi putita en serio?”, me preguntó.
Yo me reí, me sentía halagada, pero igual le puse una carita, “Que decís?”
“Dale, Gringa. Si a vo’ te gusta y a mi me encanta.”, me sonrió, “No me quiero perde’ una nena tan linda como vo’”
“Quien dijo que me perdés?”, le sonreí.
Carlos me estrujó un poco contra él y me besó, “Vo’ tene’ que se’ mi putita, dale. Te va a gusta’, yo se lo que te digo!”
“Y cómo es ser tu putita, a ver?”, le pregunté juguetonamente en sus brazos.
“Y… a ve’... cuando vo’ quere’ pija, me decís y venís. Y cuando yo quiero verte, te digo también. Que te parece, cholita? Eh?”, se sonrió.
“Ay, no sé. Lo tengo que pensar…”, le mentí.
Carlos se rió y me besó de nuevo, “Dejate de jode’… que tene’ que pensa’, chiquita? Si te encantó como te la dí. O no?”
Me desprendí suave de su abrazo y Carlos no me retuvo. Me sonrió, sabía que me tenía que ir en serio ya, “Mmm… no sé. Lo voy a pensar. Me tengo que ir.”
El viejo asintió y me dió una última palmadita en la cola, “Bue, dale, pensalo. Despue’ me deci’, si? Ojo al volve’, tene’ cuidado, linda.”
“Dale, gracias. Nos vemos, Carlos…”, le sonreí, me puse en puntas de pie para darle un piquito y me fui, pronto subiendo por las escaleras para irme.
Por suerte, de nuevo, no había nadie ni en el edificio del colegio ni en el predio. Estaba todo calmo y tranquilo, con la tarde ya avanzada y un solcito que quemaba lindo. Emprendí de nuevo la caminata a casa, pero feliz. Plena y contenta. Recordando todo lo que había hecho con el viejo, todas las sensaciones y todos esos sentimientos hermosos. Se me pasó la larga distancia de vuelta a casa con mi mente distraída, con mi cabeza en las nubes.
Llegué a mi casa como si nada, saludando como si nada hubiese pasado. Como si un viejo que me llevaba casi cincuenta años no me hubiese acabado de dejar tres lechazos en el cuerpo. Me había ido de casa más temprano una nena, y cuando volví ya me sentía mujer. Como nadie me dijo nada y no me dieron bola, más que preguntarme cómo la había pasado con Silvina, me fui a dar una ducha, aduciendo que estaba toda transpirada de la caminata. Me duché y me limpié bien por todos lados. Me hizo sentir tan bien esa ducha.
Esa noche me fui a dormir de nuevo, en mi cama. Con mis sábanas limpias y suaves, pero recordando la textura gruesa de ese colchón de Carlos. Y pensando en todo lo que estaríamos haciendo ahora si me hubiese quedado. Me sonreí sola en la oscuridad. Y me dormí placidamente esa noche, pensando en lo hermoso que se sentía cuando el viejo me llamaba “su putita”.
Recordando la dureza y el tamaño de la pija del viejo Carlos en mi boca, pensaba que mi conchita le iba a resultar muy chica, muy estrecha, o las dos y me iba a doler mucho. Encima yo todavía era virgen. Pero lo deseaba. Dios, cuánto deseaba, entregarme a un hombre así de esa manera luego de lo que me parecía tanto tiempo de haberlo soñado.
Decidí prepararme física y mentalmente. Era medio un asquito, pero yo sabía lo que tenía que hacer. Esa tarde, en la tranquilidad de mi casa sin que nadie me viera, fuí hasta la cocina y me robé un pepino. Uno bastante grande que mi mamá había comprado para hacer ensalada o algo. Lo llevé rápido a mi habitación y lo escondí debajo de mi almohada, por el momento. Esa noche, después de cenar, me fuí a dormir a mi cuarto y me quedé despierta, prestando atención a los sonidos de la casa, esperando que todos se fueran a dormir y asegurándome de esperar un rato más para que estuvieran bien dormidos.
Cuando lo creí conveniente, que ya había pasado el tiempo suficiente, tomé a mi nuevo amiguito vegetal en mi mano. No sabía si era tanto o más grande que la pija del viejo Carlos, pero era lo mejor que tenía. Me deslicé una mano entre mis piernas, encontrando mi conchita bajo mis pijamas y bombacha, frotándome suavemente como ya lo sabía hacer. Para pasar un poquito el rato hasta que me humedeciera, con un poco de vergüenza me tapé completamente. No hacía falta hacerlo, yo estaba sola en mi cuarto, pero lo hice igual. Me dió ese extra de seguridad. Empecé a chupar el pepino, disfrutándolo lentamente en mi boca. Al tener todavía la cáscara no tenía un rico gusto, la verdad, pero una linda textura y grosor. Practiqué así un ratito, imaginándome que tenía de nuevo la pija del viejo Carlos en la boca, dándome placer en mi clítoris con los dedos mientras me inventaba y probaba nuevas formas de chupar el pepino.
Después de un rato así, me animé. Me saqué los pantalones de pijama y la bombacha, abriéndome un poco de piernas. Entre lo húmeda que ya tenía mi conchita y la saliva que le había dejado al pepino, estaba segura que no me iba a doler. Y, siendo honestos, no era la primera vez que me metía algo ahí, aunque sea un poquito. Nunca había probado con algo tan grueso, pero la verdad que me gustó mucho. Me hacía gemir suavecito bajo mi sábana y frazada, en la quietud de la noche, sintiendo como me lo frotaba en la entrada de la conchita. Me lo mandé hasta que sentí bien la resistencia de mi telita.
Pensé que no había vuelta atrás, en ese momento. La telita me la podía romper yo en ese momento, y si me dolía, me dolía, y si sangraba, sangraba… o podía dejar que lo hiciera Carlos el sábado, pero si se daba que era medio bruto o me daba muy fuerte, por ahí me lastimaba. Dándome un poco de ánimo a mi misma, decidí hacerlo yo. Agarré una toalla que tenía y me volví a meter bajo las sábanas, poniendo la toalla por debajo de mis caderas, en caso que me hiciera sangrar un poquito.
Despacito, pero dándome mucho placer, me entré a coger a mi misma con el vegetal, dándome cada vez más profundo y fuerte. La sensación me encantaba y el imaginarme, gracias a la textura que tenía, que era la verga del viejo Carlos entrándome me estaba lubricando más aún. Al final decidí hacerlo en serio y me presioné fuerte. Bien fuerte. Por suerte después de un rato de bastante trabajo, lo único que sentí fue como un pinchazo, nada más por un par de segundos de dolor, y sentí la resistencia vencerse y al pepino entrar más profundo dentro de mí.
Casi largo un gemido fuerte de placer, que por suerte me lo atajé, a ver si despertaba a alguien. Se sentía tan hermoso bien profundo en mi conchita, tocándome y ensanchando lugares tan íntimos y sensibles que nunca antes habían sido tocados. Me empecé a coger fuerte así hasta que, temblando y en silencio, acabé dulcemente con la conchita rellena y mi clítoris centelleando de placer bajo mis dedos al mismo tiempo. Iba a ser así con Carlos, pensé?
Me imaginé que Carlos iba a querer más. Si iba el sábado (e iba a ir), no creía que se iba a contentar con coger una sola vez. Iba a querer varias. Iba a querer que se la chupara también. Íbamos a tener tiempo para todo. Se me vino una idea a la cabeza… y si me la iba a querer meter por atrás también? Por la cola? Me tenía que entrenar ahí también.
Me puse de costado y un poquito en posición fetal. Tomando el pepino me empecé a sentir y acariciar el ano con su punta, presionando suavemente, teniendo cuidado de no hacerme doler. Tratando de darme más fuerte hasta que entrara. Yo pensaba que el pepino, al estar todavía bastante cubierto de la lubricación de mi conchita, eso ayudaría bastante. Pero no. O el pepino era muy grueso o mi agujerito era muy estrecho. Me estaba costando mucho. Frustrada, pensé en qué hacer.
Levantándome en extremo silencio, me fui casi en puntas de pie hasta el baño que usaban mis viejos. En la oscuridad, sin hacer nada de ruido, encontré un tarrito de crema de vaselina que sabía que tenían, lo había visto mil veces. Me lo llevé también a la habitación y cerré la puerta detrás de mí. Me volví a meter en la cama y con los dedos recubrí bien al pepino con la vaselina. Ahí empecé a probar en mi culito de nuevo y lo sentí bastante mejor. Tomando coraje, empecé a presionar más fuerte hasta que pude aprender a relajarme y dejar que la punta gruesa me entrara, separándome y penetrándome suavemente el ano, ensanchándome despacito. Era una sensación placentera y dolorosa a la vez. No quería meterme mucho por las dudas, pero me entré a coger suavemente ahí también. Pronto el dolor fue desapareciendo y me quedaba la dulce sensación de estar siendo penetrada ahí también. No acabé así, pero me encantó sentirlo e imaginarme la pija dura del viejo llenándome la cola, desapareciendo entre mis nalgas paraditas y firmes. Que dulces imágenes se me venían a la cabeza.
Cuando decidí parar, ya un poco cansada y algo adolorida, limpié a mi nuevo amigo con una toallita, lo envolví en papel de cocina y lo escondí bien adentro de una caja de zapatos en mi armario. No quería arriesgarme a que mi mamá se pusiera a buscar a la verdura desaparecida y la encontrara bajo mi almohada. No sabría cómo explicárselo.
O sea, cómo explicárselo sin decirle que su hija adolescente se estaba volviendo una puta, que fantaseaba ser cogida por un viejo.
Por un par de noches más me entrené así, en la quietud de mi pieza. Disfrutando el pepino en mi boca, mi conchita y mi culo. Cada vez me costó menos y me daba placer más fácilmente. La verdad me encantaba cogerme así, imaginándome las cosas que me imaginaba. Al final tuve que descartar a mi fiel amigo después de esos días. Pobrecito no había quedado muy bien y no quería que se pusiera feo. Lo tiré sin más un día a la tarde, agradeciéndole en silencio los servicios prestados por la patria.
Hasta que al fin llegó el día tan ansiado. Ese sábado me levanté, bastante nerviosa, pero no dejé que se notara. Hice las cosas de un sábado normal, o sea no mucho. Almorcé con mi mamá y mi hermanito, como siempre y a eso de las dos de la tarde le dije a mamá que me iba a ir a pasar la tarde a lo de mi amiga Silvina. Por supuesto que no me dijo nada, era lo más común del mundo. Lo hacía todo el tiempo con alguna amiga u otra, o eran ellas las que venían a casa. Ya no era tan nena y no me estaban tan encima todo el tiempo.

Me puse una remerita linda y fresca, un pantalón de jean, zapatillas cómodas y salí de casa, caminando por la ruta hacia el colegio. Eran un par de kilómetros, pero estaba todo bien. En el pueblo caminábamos todo el tiempo, a todos lados. A mi tierra hermosa había que caminarla. Yo estaba muy nerviosa en el trayecto. No por si me veía alguien, eso era lo de menos. Un sábado a la tarde? Por esa ruta? No iba a pasar absolutamente nadie, y si alguno pasaba y me veía, no pasaba nada. Era la Gringa que había salido a caminar, nos saludabamos al pasar y a otra cosa.
Iba caminando tranquila, sin apuro, pero por dentro tenía mariposas en el estómago de la anticipación de lo que iba a hacer. Como una tontita me acuerdo que me había llevado una carterita chica de mano con algunas cosas mías de maquillaje. Como si a Carlos le importara que yo estuviera arregladita. Lo que el viejo quería era cogerse a la pendeja. Cómo iba vestida y si se había pintado los labios, no le iba a importar mucho. Pero quería aunque sea verme bien.
Como a la media hora llegué al predio del colegio y me mandé para el edificio, asegurándome que nadie me viera. No tenía mucho sentido tanto cuidado. Las monjas vivían en otro de los edificios, muy alejado, pasando los parques y las canchas de fútbol. Si alguna me veía de ahí, me iba a identificar con binoculares nada más. Pero no había nadie. Ni el loro. El predio estaba soleado y en el silencio de la tarde, sólo roto por la sinfonía de bichitos del pasto por todos lados. Di la vuelta al edificio del colegio propiamente dicho y probé la puerta que me había dicho Carlos. Lo único que faltaba era que se hubiese olvidado de dejarla sin llave. Pero no, pude entrar lo mas bien.
Había un silencio casi sepulcral en los pasillos del colegio. Era rarísimo estar ahí. Las mariposas en el estómago no se me calmaban así que me fui a uno de los baños, a verme en el espejo, arreglarme un poco el pelo y ver si me podía calmar. Una vez que bajara, pensé, ya no había mucha vuelta atrás. Estuve cinco minutos ahí, calmándome un poco, hasta que decidí bajar al sótano.
Desde las escaleras que bajaban ya escuchaba tenuemente que Carlos estaba en su oficinita, con la radio prendida escuchando algo de música. El sonido de una zamba retumbaba finito en las paredes del pasillo del sótano. Llegué por fin hasta el lugar, la puerta estaba abierta así que, de educada nada más, la golpeé y me anuncié sin querer entrar. Escuché la voz de Carlos que me dijo que pasara.
Me metí dando un par de vueltas entre los estantes llenos de cosas y al llegar a su lugar que era oficina, depósito y casa, lo vi. Me miraba sonriendo, sentado en una silla y con un mate en la mano. Le sonreí y me hizo señas para que pasara, bajando la música un poco. Estaba con unos boxers largos y con su camisa de trabajo marrón toda desabrochada, lo que le hacía salir la panza peluda e importante que llevaba. Ya lo dije antes, Carlos no era un hombre lo que se dice lindo, y la panza no ayudaba, pero no me causó nada feo. Al contrario, lo hacía ver simpático. Bonachón. Nos abrazamos ahí de parados en el medio de la oficinita y se inclinó un poco para darme un beso en la frente mientras me sostenía.
“Hola Gringuita, viniste…”, me sonrió.
“Si, claro. Cómo estás?”, le sonreí para arriba. Me encantaba la cabeza de altura que me llevaba..
“Ahora que llegaste, bien”, me acarició una mejilla, “Quere’ un matecito?”
“No, gracias…”, le dije. No quería tomar nada, me sentía con un nudo en el estómago.
“Aguita? Vino no, che, eso no te puedo dar…”, se rió.
“No, está bien”, le sonreí.
Me miró pícaro, con un destello en los ojos mientras me acariciaba una mejilla, “Así que tuviste gana’ de venir… bien, che”, yo nada mas le asentí con una suave sonrisa, “Me moría de gana’ que vinieras, viste…”
“Ah, si?”
“Y claro, mi amor… qué te parece…”, me dijo, “Una nena linda como vo’, y encima así de gauchita… se ve que te gustó en serio la otra ve’ acá.”
“Si, mucho.”, le sonreí. Estar ahí tan pegada a él, sintiendo como me acariciaba despacito, se sentía tan bien. Me estaba sacando los nervios de a poquito.
“Te la banca’ ‘tonce?”, me preguntó.
“Claro.. Que cosa?”
El viejo se rió, “Coge’, linda. O viniste a otra cosa?”
Yo me reí un poco avergonzada, pero no me iba a echar atrás justo en ese momento, “Si… claro que me la banco, Carlos. Por eso vine.”
“Que se yo… por ahí me la quería’ chupa’ de nuevo nada ma’...”, se encogió de hombros. Yo largué una risita, le iba a decir algo pero él se adelantó y me abrazó más fuerte, mirándome suave y fijo, presionándome contra su cuerpo peludo, su pecho y abdomen expuestos para mí.
Le empecé a acariciar el pecho, las tetitas de hombre que le colgaban suaves un poco por debajo de la altura de mis ojos y él llevó una de sus manazas sobre uno de mis pechitos, estrujándolo hermoso por sobre la tela de la remera. Se inclinó un poco y nos empezamos a besar ahí. Me encantó sentirme en los brazos de él y los besos que me estaba dando. Pronto nos estábamos besando profundamente, con nuestras lenguas acariciándose la una a la otra y yo me moría de calentura por dentro ya.
Estuvimos un momento así, disfrutándonos. Carlos no me sacaba la mano de mi teta mientras me besaba, lo que me volvía loca de placer. Sentí mi mano que, casi como sola, le acariciaba el pecho a él también, y después su panza, sintiendo el suave vello que llevaba ahí también. Pronto largó mi teta y con esa mano tomó la mía y me la llevó hasta abajo, encima de su bulto, para que lo sintiera. El viejo ya estaba bien erecto debajo del boxer. Yo le gemí en el beso y se lo empecé a estrujar despacito, sintiendo esa verga gruesa en mis dedos. Sentirle las bolas también, jugueteando con ellas en mis manos, fue grandioso. Le colgaban mucho y las tenía grandes. Llenas de semen, me imaginaba yo.
Nos dejamos de besar y me sonrió, “Ja… que linda putita saliste, Gringa, eh?”. Yo no me ofendí al oír eso. Al contrario. Me hizo sentir bien. Sentir mejor. Sentir deseada. “Mirá cómo te gusta la verga.”
Yo me reí mientras seguía tocándolo, disfrutando la sensación, “Viste…”
Carlos respiró hondo, se ve que mis dedos lo estaban haciendo calentar todavía más, “Si, ya vi la otra ve’ cómo te gustó tragártela toda…”
Le di un piquito, “Me encantó, si…”
“Bue… ahora te la vas a traga’ de nuevo, linda…”, me dijo y me empujó suavemente para abajo.
Me arrodillé así como estaba en el piso sucio y le bajé los boxers, haciendo que esa verga gruesa, marrón y hermosa se liberara de su prisión. La tomé en una mano y la empecé a lamer, sintiéndole ese gusto divino de nuevo y el placer que me empezaba a subir y bajar por el cuerpo. No me pude aguantar mucho. No quería aguantarme tampoco. Le dí unas pocas lamidas y enseguida me la llevé a la boca, degustando una vez más esa cabeza suave e hinchada, y ese palo firme y duro.
Carlos gimió y cerró los ojos, “Aaahh… seeeh….dale, Gringuita, dale…”
Yo estaba en el cielo ya. O por lo menos, así lo pensaba. No había podido dejar de pensar en ésta pija todos éstos días, y ahora por fin la tenía de nuevo. Llenándome la boca de amor y placer. Solo podía gemir suavemente con la boca llena, “Mmmh!”
“Que putita que so’...”, lo escuché decir y se me pararon los pelitos en la nuca. Sentí su mano enorme acariciandome el pelo mientras mi boca le daba mas y mas placer.
Estuve mamándolo así un par de minutos, que me parecieron hermosos. Sólo intercambiamos gemidos y suaves protestas de nuestro placer. Sentí que me agarró más fuerte del pelo y abrí los ojos para mirarlo desde abajo, sin querer sacarme esa verga de la boca. Nuestros ojos se encontraron.
“Aaahh…”, me sonrió hacia abajo, “Qué lindo que te vua’ culia’, chiquita…”
Yo quise seguir chupándosela, animada por lo que me decía que me estaba volviendo extrañamente loca por dentro. Pero apenas pude darle tres o cuatro chupadas más a esa verga hermosa. Sentí que me levantó y me puso de pie de nuevo. Me dijo que me sentara en el catre desvencijado que tenía y que me sacara la ropa. Yo lo hice y lo miraba a él hacer lo mismo, parado frente a mi. Pronto estuvimos completamente desnudos los dos.
Me guió con las manos hasta hacerme yacer sobre el colchón. El se puso un poco encima mío, tratando de no aplastarme mucho. Pero el colchón por suerte era bastante blando y pese al peso de Carlos, no se sentía muy aprisionante. Su cuerpazo contra el mío se sentía bien. Se sentía de maravillas. Nos empezamos a besar y acariciar así, con él encima mío. Sentí sus manos callosas recorriéndome el cuerpo, mi suave piel pálida, con hambre y ganas, sintiéndome absolutamente todo y haciéndome vibrar. Yo también lo acariciaba, mis manos sintiendo y bebiéndole ese cuerpo fuerte, ese vello suave.
Me abrió un poco las piernas y enseguida sentí su toque en mi conchita, lo que me hizo gemir dulce en el beso que nos estábamos dando. Carlos gruñó de placer en mi cara, “Ufff… que linda que so’, que hermosa…”, yo nada más me reí bajito y le dí otro beso mientras disfrutaba de sus dedos rudos entre mis piernas, “Sabe’ la de verga que te vua’ da’... me volve’ loco, Gringa…”
Yo no aguanté más. Lo besé y le dije bajito que lo quería.
Carlos protestó algo, se acomodó mejor encima mío y sólo con su peso y el tamaño de su panza me hizo abrir bien las piernitas para él. Yo estaba que ya volaba de calentura, anticipación y nervios. Lo sentí abrazarme los hombros por debajo de mi espalda y enseguida la presión de la punta de su pija en mi conchita húmeda. Le quise decir algo, ni me acuerdo qué, pero no pude. Enseguida sentí más presión, mis labios vaginales abriéndose y la sensación inigualable de todo el largo y el grosor de esa verga penetrándome, abríendome, conquistándome la concha.
Los dos gemimos fuerte de placer a la vez, el ronco y yo finito. Y me hizo gemir más fuerte una vez más cuando sentí esa cabeza hinchada tocarme fondo, ensanchándome la vagina hasta lo más profundo.
Enseguida me entró a coger. Lindo y fuerte, como se tiene que hacer. Mi conchita se lo estaba haciendo fácil de lo húmeda que ya estaba. Pese al grosor de esa pija, la estaba recibiendo bien. Hermoso. Hambrienta. Y yo no podía más de placer. Eran sensaciones que me asaltaban el cerebro como si esa verga fuese un ariete que quería derribar las puertas de mi ciudad. Profundo, tan profundo y fuerte dentro mío. Me sacaba el aire. Sólo podía gemir y casi gritar.
Carlos estaba agitado también y gozando de lo lindo la sensación de mi vagina. Me daba empellones fuertes y largos, buscando todo su placer, mientras sus huevos me golpeaban la cola una y otra vez, “Gritá, puta.. Gritá todo lo que quiera’.. ‘Tamo solito’....”, me resopló en el oído.
Yo no duré mucho así, la verdad. En cuanto lo sentí penetrarme por primera vez, las mariposas que llevaba en el estómago se volaron y desaparecieron. Y la cogida que me estaba dando el viejo me estaba llevando a las mismísimas nubes de placer. No sentía otra cosa que esa verga dura entrar y salir de mí, y no quería sentir otra cosa.
Acabé. Acabé en mi orgasmo creo que como una cerda. Diciendo cosas que hoy ni me acuerdo, aferrada al cuerpo de ese macho viejo como una garrapata, mientras mi cuerpito flaco se tensaba y explotaba debajo del de él. Carlos me sintió acabar también, porque él tampoco aguantó mucho más. Me dió dos o tres empellones profundos y hermosos y ahí sentí como la verga se le tensionaba aún más, como que vibraba dentro mío, para enseguida hacerme sentir todo el calor de su semen espeso. Me la había metido hasta el fondo, hasta los huevos, y me estaba dejando todo su amor ahí.
Creo que acabé de nuevo con él. Ni me acuerdo. Ni me importa. Nunca pensé que ser cogida por un macho se iba a sentir así. Así de hermoso e intenso. Si me faltaba algo para convertirme en una verdadera adicta a los hombres y a la pija…
Los dos nos quedamos ahí un momento, recuperándonos y dándonos unos lindos besos. Carlos se salió de mí trabajosamente y se incorporó. Enseguida me asusté porque sentí su semen saliéndose despacio por mi agujero. Yo no podía ver, pero sentía mis labios separados y mi pobre vaginita bien ancha. Que sensación hermosa! Pero me dió vergüenza porque pensaba que le estaba haciendo un enchastre en el colchón.
De pronto, una alarma de pánico, una vez que el placer se retiró de nuevo al océano como una ola. Me había acabado adentro. Claro que lo hizo. Me incorporé un poco en mis codos, mirándome entre las piernas que todavía las tenía un poco abiertas. La leche del viejo me goteaba dulce, saliéndose de mi. Lo miré con un poco de miedo.
“Me… me acabaste adentro, Carlos…”
El viejo solo se rió. Ya estaba sentado al borde de la cama y se inclinó para darme un besito y una caricia, “Tranquila, linda.. No vas a queda’. Yo ya creo que no tengo cartucho’”
“Bueno…”, le dije suavemente, todavía tratando de verme entre las piernas.
Carlos me vió tan preocupada con el tema de su semen que me alcanzó un trapito para que me limpiara. Y mientras yo lo hacía se acercó y me puso un brazo enorme, caliente y peludo a mi alrededor, “No te preocupe’, linda… ‘ta todo bien.”
Yo terminé de limpiarme y lo miré. Como me encantaba estar abrazada así, “Te gustó?”
El viejo me dió un dulce besito, “Me volve’ loco, chiquita… pura dulzura.”, me sonrió, “Y a vo’?”
Yo le sonreí también y le dije la verdad, “Si… mucho… nunca había… eh, acabado así”.
Carlos se sonrió, orgulloso, “Si, viste… e’ que nunca estuviste con un hombre en serio.”
“Puede ser”, me reí.
El viejo suspiró. “Vení”, me dijo y nos acostamos los dos de nuevo. Desnudos en su colchón. Me puso de costado y él me abrazaba de atrás. Besándome el hombro, acariciándome, disfrutando de mi cuerpito. Y yo solo sonreía de suave placer, de sentirlo alrededor mío así. Tan suave, tan íntimo.
Nos quedamos así como media hora, creo. Algo así. Hablando bajito, diciéndonos cosas. En un momento nos empezamos a besar de nuevo así y a acariciar más fuerte. Sentí la verga del viejo en mi espalda que se le estaba poniendo dura de nuevo. Me estaba estrujando las tetas con las dos manos y chupando la oreja, mientras me apoyaba fuerte la pija de atrás. Me encantaba. Lo escuché hablarme, suave y ronco en el oído.
“Me vas a dar el culito ahora, mi amor?”, me dijo.
Yo me quedé un poco dura. Si, ya lo había anticipado. Pero anticiparlo y oírlo tan hermoso de ese macho eran dos cosas distintas. Sentí un relámpago de miedo y de placer a la vez.
“No sé, Carlos… me va a doler…”, le dije.
“Te la doy despacito, Gringuita… no te va a dole’, te juro”.
“No sé…”, le repetí y sentí como me apoyaba la verga desde atrás. Ya la sentía tan dura.
“Dale, te va a gusta’ “, me dijo, “Sabe’ la’ gana’ que le tengo a ese culito hermoso también”, para darle más énfasis me apretó fuerte una de las nalgas y me deslizó un dedo travieso hasta sentirme el ano, presionandome ahí. Me estremecí suavemente al sentirlo y él se sonrió detrás mío.
Se levantó del colchón y así desnudo como estaba fue a buscar algo a un cajón de un escritorio que tenía. Lo vi alejarse, con su panza y culo enormes, darse vuelta y volver, con la verga gruesa todavía tiesa en el aire, meciéndose de un lado a otro con cada paso. La calentura que me dió verlo así fue inexplicable. Para otras chicas por ahí les resultaría una imagen grosera. Para mí no. A mi me encantó ver a un hombre de verdad de esa manera.
Tenía en la mano un tachito de algo, lo abrió y era como una pomada que se puso todo sobre su pija, embadurnándola así. No me dijo, pero seguro era como un lubricante, “Así no te duele, linda… dale…”.
No atiné a contestarle nada. Una vez que se aprestó la verga, se subió de nuevo a la cama y me tomó, haciéndome poner en cuatro frente a él. Miré para atrás y lo vi sonreír, admirando seguramente la vista de mi culito, firme y paradito, junto con la concha que ya había usado.
“Ufff…”, dijo mientras me pareció verlo por encima de mi hombro frotarse la pija, “Que hermosa que so’. Te voy a rompe’ bien el culo, putita… que lindo lo tene’!”
Sentí una de sus manazas tomarme de la cintura, pegándome a él. Y luego la punta de su verga, subiendo y bajando entre mis nalgas. Yo gemí suavemente, “Ve’ que te gusta?”, le escuché decir.
“Mmh… si…”, le susurré bajito y cerré los ojos.
“Que putita que so’, mi amor…”, dijo y me la seguía refregando.
“Me gusta, si…”, le contesté suave, disfrutando. Yo ya amaba cuando lo escuchaba llamarme ‘su putita’.
“Bue… esto te va a gusta’ ma’...”, dijo y ahí sentí la cabeza de su pija presionarme el ano.
Yo gemí. Se me vino la cabeza al pepino que había usado, pero ésto era distinto. No se podía comparar. Por suerte Carlos se había lubricado la verga, porque cuando la sentí presionarme fuerte y abrirme despacito, largué un grito de dolor. Me atenazó con la mano enseguida en la cadera y protestando un poco siguió intentando, presionando más fuerte.
“ ‘Tas estrechita, linda… que lindo culito, por Dio’...”
Yo me mordí los labios. Si ese colchón hubiese tenido una sábana creo que la hubiese aferrado con las dos manos. Pero no tenía. Me dejé caer la cara en el colchón y Carlos me aferró de nuevo la cadera para que no me moviera mucho. Había quedado con mi firme culito blanco bien en el aire, ofrecido y regalado todo para él.
Me dolió, si. Pero sólo hasta que pudo hacer entrar la cabeza. Cuando lo logró, los dos gemimos largo de placer. Dios mío, qué sensación increíble la de tener un hombre así en mi culo. Pasó de dolor a placer en un instante. Por suerte Carlos me fué llevando bien y pese al placer que mi estrechez le estaba dando, nunca se desbocó. Me fue dando más profundo, si, pero tranquilo, disfrutando él también, y todo el lubricante que se había puesto realmente ayudó mucho. Yo lo sentía abrirme, penetrarme, a esa verga anidarse cómodamente en mi culito, cada vez más profundo.
Hasta que unos momentos después, cuando él ya notó que yo estaba gozando y no protestando tanto, ahí me empezó a coger mas en serio. Me tomó de los costados con las dos manos y me entró a dar. Para que tuviera. Para que mi cuerpo de putita sintiera toda su verga ahí también. Para cuando le empecé a sentir sus enormes huevos de toro, como un péndulo, golpeándome el clítoris con cada uno de sus empujones, yo ya casi estaba llorando de placer. Carlos se reía entre sus gemidos. Cómo estaba gozando de mi culito él también. Me decía lo hermosa que era. Lo puta que era.
Y yo saboreaba cada palabra y cada pijazo.
Luego de unos momentos de ese placer extremo, sentí al viejo macho gemir más fuerte. Se inclinó sobre mi espalda, apoyándome la panza ahí y afirmándose con las manos en el colchón, dándome como un animal a otro. Cogiendo mi culo de putita en serio. Me agarró la cabeza y me la giró mientras me cogía sin parar, como un pistón, para darnos lengüetazos y besos entre nuestros jadeos. Y así me bramó su orgasmo en mi carita. Lo sentí darme empellones duros y profundos de nuevo, y otra vez el dulce calor de todo su semen en mi interior. Yo no acabé, pero también le gemí todo mi éxtasis de putita en su cara. Para que me disfrutara ahí también.
El viejo me llenó bien con su leche ahí también y pronto se salió de mi, dejándose caer suavemente en el colchón a mi lado. Había quedado bien agitado, con la frente y la cara toda sudada, pero con una hermosa sonrisa en el rostro. A mi me empezó a doler un poco la cola cuando se salió de mí. Tenía miedo que me hubiese lastimado y sentía un calor que parecía, es lo que me imaginé, que estaría sangrando o algo así.
Sin importarme mucho el asco y la vergüenza, me quise mirar por encima del hombro y me llevé unos dedos a mi agujerito. Lo sentí bien abierto y pulsándome un poco, pero al verme los dedos no tenía nada de sangre, por suerte. Carlos se sonrió y sentí su mano acariciarme.
“Tranquila, bebé… ‘tas bien, no te lastimé.”, yo le sonreí y le asentí, “No soy un bruto, Gringuita. Tranquila, mi amor.”
Esta vez me acosté a su lado y lo abracé yo, mientras me relajaba y dejaba que la sensación de tener la cola tan dulcemente abierta y pulsando se me fuera pasando. Le rodeé el pecho peludo con un brazo, una pierna con otra de las mías y sentí uno de sus brazos que me anidaba y acurrucaba. Así nos quedamos de nuevo, charlando bajito y recuperándonos.
Cuando al rato le pregunté la hora, se fijó y me dijo. Habíamos estado ahí, entre una cosa y otra, ya más de dos horas. Yo no me quería ir muy tarde, no quería volver a casa cuando estaba oscuro. No porque me fuera a pasar nada, pero no quería arriesgarme a que mi mamá me dijera nada. La excusa que le había dado era que me iba a lo de mi amiga un rato, no toda la tarde.
Antes de irme, cogimos una vez más. Y fue tan hermoso como las otras veces. Esta vez el viejo se quedó medio sentado en la cama y me dijo que me subiera encima. Que quería ver como su putita se cogía solita con su pija. Yo le sonreí, obedecí y fué hermoso. Divino. No sólo me cogí sola en su verga, tan dura de nuevo y tan hermosa, pero en esa posición la sentía tan enorme y tan profunda que también “su putita” le orgasmeó todo su amor sobre la pija. Cubriéndola. Bañandola de todo mi éxtasis casi líquido que mi vagina le podía dar. Que hermoso y que fuerte me hizo acabar, estando nada más sentado ahí, abrazándome y chupándome el cuello y las tetas. Terminé prendida a él, abrazandole el cuello, mientras nos besabamos y yo sentía de nuevo su leche caliente dentro mío.
Finalmente me tuve que ir. Carlos me dijo si no me quería quedar a dormir ahí y yo me morí de risa. Le dije que obviamente no podía, que estaba loco. Nos vestimos los dos, yo ya casi a punto de volverme, cuando me agarró ya en la puerta de su oficinita cuando me iba y nos empezamos a besar de nuevo.
“Gringa, sos hermosa… gracia’ por venir”, me sonrió mientras sentía sus manos en mi cola.
“Vos también, Carlos. Me encantó”, le dije con una risita.
“Vas a tene’ que volve’, eh?”, me guiñó un ojo.
“Y si… alguna vez. Puede ser”, le sonreí.
El viejo me miró fijo un momento y se sonrió, “Che, no quere’ ser mi putita en serio?”, me preguntó.
Yo me reí, me sentía halagada, pero igual le puse una carita, “Que decís?”
“Dale, Gringa. Si a vo’ te gusta y a mi me encanta.”, me sonrió, “No me quiero perde’ una nena tan linda como vo’”
“Quien dijo que me perdés?”, le sonreí.
Carlos me estrujó un poco contra él y me besó, “Vo’ tene’ que se’ mi putita, dale. Te va a gusta’, yo se lo que te digo!”
“Y cómo es ser tu putita, a ver?”, le pregunté juguetonamente en sus brazos.
“Y… a ve’... cuando vo’ quere’ pija, me decís y venís. Y cuando yo quiero verte, te digo también. Que te parece, cholita? Eh?”, se sonrió.
“Ay, no sé. Lo tengo que pensar…”, le mentí.
Carlos se rió y me besó de nuevo, “Dejate de jode’… que tene’ que pensa’, chiquita? Si te encantó como te la dí. O no?”
Me desprendí suave de su abrazo y Carlos no me retuvo. Me sonrió, sabía que me tenía que ir en serio ya, “Mmm… no sé. Lo voy a pensar. Me tengo que ir.”
El viejo asintió y me dió una última palmadita en la cola, “Bue, dale, pensalo. Despue’ me deci’, si? Ojo al volve’, tene’ cuidado, linda.”
“Dale, gracias. Nos vemos, Carlos…”, le sonreí, me puse en puntas de pie para darle un piquito y me fui, pronto subiendo por las escaleras para irme.
Por suerte, de nuevo, no había nadie ni en el edificio del colegio ni en el predio. Estaba todo calmo y tranquilo, con la tarde ya avanzada y un solcito que quemaba lindo. Emprendí de nuevo la caminata a casa, pero feliz. Plena y contenta. Recordando todo lo que había hecho con el viejo, todas las sensaciones y todos esos sentimientos hermosos. Se me pasó la larga distancia de vuelta a casa con mi mente distraída, con mi cabeza en las nubes.
Llegué a mi casa como si nada, saludando como si nada hubiese pasado. Como si un viejo que me llevaba casi cincuenta años no me hubiese acabado de dejar tres lechazos en el cuerpo. Me había ido de casa más temprano una nena, y cuando volví ya me sentía mujer. Como nadie me dijo nada y no me dieron bola, más que preguntarme cómo la había pasado con Silvina, me fui a dar una ducha, aduciendo que estaba toda transpirada de la caminata. Me duché y me limpié bien por todos lados. Me hizo sentir tan bien esa ducha.
Esa noche me fui a dormir de nuevo, en mi cama. Con mis sábanas limpias y suaves, pero recordando la textura gruesa de ese colchón de Carlos. Y pensando en todo lo que estaríamos haciendo ahora si me hubiese quedado. Me sonreí sola en la oscuridad. Y me dormí placidamente esa noche, pensando en lo hermoso que se sentía cuando el viejo me llamaba “su putita”.
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