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putita la niñera 9

Cada vez que veía a Lucía en la casa, mi cabeza se disparaba al video que me había mandado. Fue un error, según ella. Un mensaje que “se le escapó” mientras estaba en su cuarto, con la cámara enfocando su cuerpo desnudo, sus manos moviéndose con una precisión que me dejó con el pito duro. Apenas lo vi, el video desapareció de mi celular, borrado por ella con un mensaje rápido: “Perdón, Juan, me equivoqué de chat. No era para vos. Olvidalo, porfa.” Pero olvidarlo era imposible. Cada detalle estaba grabado en mi cerebro: su piel brillando bajo la luz tenue, el sonido suave de su respiración, la forma en que movia la pelvis. Mi pija se ponía dura solo de pensarlo, y no había forma de sacármelo de la cabeza.
En casa, Lucía actuaba como si nada. Se paseaba con sus calzas ajustadas, riendo con Clara, tirándose en el sillón a ver series o cocinando algo en la cocina como si el mundo no se hubiera detenido para mí esa noche. Clara, por su parte, seguía con ese juego suyo, soltando comentarios punzantes cada vez que me veía perdido en mis pensamientos. “¿Qué te pasa, Juan? ¿Otra vez pensando en el trabajo?” decía, con esa sonrisa que me hacía dudar si sabía algo o solo estaba jodiendo. Pero no había forma de que supiera del video. ¿O sí?
Ese viernes, después de otra jornada agotadora, llegué a casa con los nervios a flor de piel. Clara estaba en la cocina, preparando algo que olía a gloria, y Lucía estaba arriba, según dijo. No pude resistirme. La idea llevaba días carcomiéndome, y mi autocontrol estaba en cero. Subí las escaleras con el corazón en la garganta, directo a la piecita del fondo, un cuartito chiquito que usábamos para guardar boludeces: cajas, ropa vieja, un escritorio destartalado. Cerré la puerta detrás de mí y le mandé un mensaje a Lucía: “Subí un segundo, quiero hablarte.”
Cuando apareció en la puerta, con una remera suelta y esas calzas que me mataban, mi boca se secó. “¿Qué pasa, Juan?” dijo, apoyándose contra el marco, con esa calma que me ponía al borde de la locura. Cerré la puerta detrás de ella y respiré hondo, tratando de no sonar como un desesperado.
“El video,” dije, directo, con la voz más firme de lo que sentía. “El que me mandaste. Quiero ver eso… en vivo y de carne y hueso.”
Sus ojos se abrieron un segundo, pero no pareció sorprendida. Más bien, divertida. “¿En serio, viejo? ¿No te bastó con lo que viste?” dijo, cruzándose de brazos, pero no se movió para irse. Había algo en su postura, en la forma en que ladeó la cabeza, que me dio un coraje que no sabía que tenía.
“Mostrame, Lucía. No jodas, sabés lo que hacés,” insistí, mi voz temblando un poco. Ella se quedó mirándome, evaluándome, y luego, con una lentitud que me hizo apretar los puños, se acercó al escritorio y se sentó en el borde, apoyando las manos en la madera.
“Ok, Juan. Pero mirá, nada de tocar. Eso queda claro, ¿sí?” dijo, con un tono que no dejaba lugar a negociación. Asentí, con la boca seca, y me senté en una silla vieja que crujió bajo mi peso. Mi corazón latía tan fuerte que pensé que lo iba a escuchar Clara desde abajo.
Lucía se recostó un poco, apoyando una mano en su muslo. Con la otra, empezó a deslizar los dedos por el borde de sus calzas, lentamente, como si estuviera probando mi paciencia. “¿Esto querías ver, no?” murmuró, y su voz tenía ese dejo burlón que me volvía loco. Bajó las calzas lo justo, dejando ver el borde de su ropa interior, y sus dedos se movieron con una precisión que me hizo apretar los dientes. No podía apartar la mirada. Era como el video, pero mil veces peor, porque estaba ahí, a un metro de mí, real, respirando, con esa maldita sonrisa.
Saqué mi pija del boxer sin pensarlo, dura como nunca, y empecé a tocarme, siguiendo el ritmo de sus movimientos. La tenia mas gorda y mojada que nunca. Una vena que atravesaba todo el trono se inflaba como si fuera a explotar de semen. Ella no se inmutó, solo me miró de reojo, como si estuviera evaluando cada reacción mía. “Tranquilo, viejo pajero,” dijo, y su voz era puro veneno dulce. Sus dedos se movían más rápido ahora, y el sonido de su respiración llenaba el cuartito, mezclándose con el ruido de mi mano y mi propia respiración entrecortada.
No duré ni dos minutos. La imagen de Lucía, la tensión acumulada, el recuerdo del video, todo explotó de una vez. Acabé como un animal, chorros de leche que salpicaron el suelo y, para mi horror, parte de su ropa. Ella se detuvo en seco, miró el desastre en sus calzas y soltó una risa corta, casi incrédula. “La concha, Juan, ¡qué puntería!” dijo, mientras se levantaba y se limpiaba con una camiseta vieja que encontró en una caja.
“Perdón,” murmuré, todavía acabando, con la cara ardiendo de vergüenza. Pero ella solo negó con la cabeza, todavía riéndose, y se acomodó la ropa como si nada. “Sos un desastre, viejito pajero,” dijo, y antes de salir, agregó: “No le cuentes a Clara, que me van a echar.


Se fue, dejándome solo en el cuartito, con el corazón a mil y la cabeza hecha un nudo. Bajé las escaleras con las piernas temblando, esperando que Clara no notara nada raro. Pero cuando entré a la cocina, ella me miró con esa sonrisa suya, la que siempre me hacía dudar. “¿Y, Juan? ¿Arreglaste lo que tenías que arreglar arriba?” dijo, y juro que por un segundo pensé que lo sabía todo.
“Sí, todo bien,” respondí, con la voz más neutra que pude y me escurrí por el pasillo hasta el baño, para limpiar las ultimas gotas de leche y toda mi pija relajada.

3 comentarios - putita la niñera 9

nukissy4642
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chikabisex
Muy bueno!!!! Te dejo mis 10 puntines y te sigo para ver como termina la historia.
Por los giros idiomáticos, pienso que el original fue escrito en España.... adiviné??
goldemaradona
muchas gracias!! el original es este!