No recordaba en qué momento había empezado a vivir así: atada a una cadena invisible, hilada a través de la pantalla, tejida con palabras duras y órdenes crueles que, paradójicamente, me hacían sentir más viva que cualquier otra cosa en mi monótona existencia.
Los días en el salón de belleza siguieron su curso. yo les sonreía ante los clientes, me mostraba impecable, educada, recatada.
Pero dentro de mi mente, en lo más hondo, sabía que no era más que una propiedad de Rom. Un objeto esperando ser usado.
Rom me enviaba órdenes cada noche, cada vez más intensas, más degradantes.
Un día, mientras acomodaba productos en una estantería del salón, mi celular vibró.
Un nuevo mensaje:
Rom:
"Para tu tarea de hoy Quiero que, en tu descanso, vayas al baño, te bajes las bragas y te tomes una foto tocándote."
Miré a mi alrededor, con la cara roja como un tomate y el corazón desbocado.

Trague saliva. La vergüenza era abrumadora, pero el miedo era peor. Rom tenía mi foto. Rom tenía el poder. Me escabullí al baño.
La puerta se cerró detrás de mi, alejándome en ese pequeño santuario de azulejos blancos.
Mis manos temblorosas bajaron lentamente mis bragas de encaje.
El espejo frente a mi reflejó mi imagen: mi rostro encendido de vergüenza, mi cuerpo expuesto y vulnerable.
Lleve una mano entre mis muslos húmedos, mientras la otra sostenía el celular.
Tome la foto. Sin filtros, sin pudor.

La envie. La respuesta no tardó:
Rom:
"Así me gusta, perra.
¿Ves lo fácil que es obedecer cuando sabes cuál es tu lugar?"
Deje escapar un sollozo ahogado, limpiándome la lágrima que rodó por mi mejilla.
Había cruzado otra línea, y ya no había vuelta atrás.
Los días en el salón de belleza siguieron su curso. yo les sonreía ante los clientes, me mostraba impecable, educada, recatada.
Pero dentro de mi mente, en lo más hondo, sabía que no era más que una propiedad de Rom. Un objeto esperando ser usado.
Rom me enviaba órdenes cada noche, cada vez más intensas, más degradantes.
Un día, mientras acomodaba productos en una estantería del salón, mi celular vibró.
Un nuevo mensaje:
Rom:
"Para tu tarea de hoy Quiero que, en tu descanso, vayas al baño, te bajes las bragas y te tomes una foto tocándote."
Miré a mi alrededor, con la cara roja como un tomate y el corazón desbocado.
Trague saliva. La vergüenza era abrumadora, pero el miedo era peor. Rom tenía mi foto. Rom tenía el poder. Me escabullí al baño.
La puerta se cerró detrás de mi, alejándome en ese pequeño santuario de azulejos blancos.
Mis manos temblorosas bajaron lentamente mis bragas de encaje.
El espejo frente a mi reflejó mi imagen: mi rostro encendido de vergüenza, mi cuerpo expuesto y vulnerable.
Lleve una mano entre mis muslos húmedos, mientras la otra sostenía el celular.
Tome la foto. Sin filtros, sin pudor.
La envie. La respuesta no tardó:
Rom:
"Así me gusta, perra.
¿Ves lo fácil que es obedecer cuando sabes cuál es tu lugar?"
Deje escapar un sollozo ahogado, limpiándome la lágrima que rodó por mi mejilla.
Había cruzado otra línea, y ya no había vuelta atrás.
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