Era temprano, las siete de la mañana, y el sol apenas se colaba por la persiana rota de la cocina. Yo estaba con un calor en la pija que no me dejaba pensar en otra cosa. Quería cogerme a Milagros ahí mismo, sobre la mesada, contra la heladera, donde fuera. Como lo hacíamos todas las mañanas. Absolutamente todas. Su concha amanecia siempre con una baba de calentura. Le gusta que la despierte con la pija adentro. Pero ella, ese dia, andaba a mil, apurada, con esa cara de orto terrible. Tenia una reunión en el trabajo antes de su horario.
—Dale, Mili, un rapidito, no jodas —le dije, acercándome por atrás mientras ella se preparaba el café. Olía a vainilla, a esa crema que se pone en el pelo, y su culo que se le sobresalia de una bombacha vedetina bastante metida en la raya. Se lo apreté un poco, sintiendo la carne firme y relajada de la mañana.
—¡Pará, boludo! —me contestó, dándose vuelta con la taza en la mano—. Tengo que estar en el laburo en una hora, no rompas las pelotas.
Pero yo no podía más. La pija me latía, dura como palo, y el boxer apenas la contenía. Me senté en la silla al lado de la mesa, donde ella ya tenía preparadas unas tostadas con manteca y mermelada. Mientras Milagros seguía hablando de no sé qué reunión, yo me bajé el boxer despacito, dejando que mi pija saltara libre. Mi verga gruesa, con las venas marcadas, y la cabeza ya brillaba de lo mojada que estaba. Me empecé a tocar, lento al principio, mirando el culo de Milagros mientras ella se movía por la cocina.
Ella no se daba cuenta, o fingía que no. Seguía hablando, ahora de una compañera del trabajo que tambien me calentaba un poco. Yo aceleré el ritmo, apretándome la pija con fuerza, imaginándome que me ponía de rodillas y le metía la lengua en esa concha rosadita que tiene, siempre tan apretada y mojada. No se como hace Mili, pero cada vez que le meto los dedos, salen empapados. La muy puta anda caliente todo el dia. Y esa mañana no quería coger. La había visto mil veces, depilada, con los labios carnosos que se abrían como pétalos cuando la tocaba. Me moría por chupársela, por sentirla gemir mientras le metía los dedos en el culo.
—¿Qué hacés, enfermo? —dijo de repente, girándose y viéndome con la pija en la mano. Sus ojos se abrieron grandes, pero no apartó la mirada. Milagros tiene esa mezcla de inocente y puta que me mata: cara de nena buena, pero cuando quiere, te coge hasta dejarte seco.
—Mirá cómo me tenés, boluda —le dije, sin parar de pajearme. La pija me temblaba, y sentía el cosquilleo subiendo por las bolas—. Si no me vas a dar una mano, al menos dejame descargar.
Ella puso los ojos en blanco, pero se acercó a la mesa y se sentó, como si nada. Agarró una tostada y le dio un mordisco, mientras yo me seguía pajeando a medio metro de ella. La situación me calentaba más: verla desayunar tranquila, con su boca llena de pan, mientras yo estaba al borde de acabar.
—Sos un degenerado de mierda —dijo, con la boca medio llena, pero había un brillo en sus ojos, como si le diera morbo. Seguro ya tendría la concha chorreando.
No aguanté más. Me levanté y me empece a pajear al lado de la cara de ella. Se hacia la distraída y sentía como iba y venia mi mano. Le roce las mejillas y no quería claudicar ante mi pedido. Seguro se moria de ganas que se la metiera un rato.
Ella preparo otra tostada con Casancrem y se la metio en la boca, mientras me mira fijo la cabaza de la pija. Me estaba por explotar la verga cuando ella hizo la sonrisa mas de puta que tiene y no aguante mas. Apuntando la pija hacia la mesa dejé que el semen saliera a chorros. Fue una explosión, blanca y espesa, que cayó justo en una de las tostadas que estaban en el plato de Milagros. Ella se quedó mirando, con la boca abierta, pero no dijo nada. Yo jadeaba, con la pija todavía goteando, y me volví a sentar, agotado.
—Qué asco, boludo —dijo, pero no tiró la tostada. La miró un segundo, y después, como si fuera un desafío, le dio un mordisco grande, justo donde estaba mi leche. La vi masticar, lenta, con esa cara de "soy la mas puta y me encanta". La vi saborear mi leche unos cuantos segundos. me dio mucho morbo imaginarme como se la tragaria toda junto con la tostada. Mi pija no se bajaba por lo puta de Milagros.
—¿Te gusta mi leche degenerada de mierda? —le pregunté, acercándome. Ella sonrió, con esa cara de pervertida que me puede.
—Callate, pelotudo —dijo, pero se levantó y se acercó a mí. Se corrió la tanga para mostrarme la concha y me dijo que me recuperara para la tarde. Porque esa concha seguía caliente todo el dia.
2 comentarios - desayuno caliente