Capítulo 27: La tentación que guardé
Las cosas con Nico estaban tranqui, mejor de lo que esperaba. La pelea por sus celos pelotudos era agua pasada, habíamos hablado, cogido como locos, y yo ya no le daba vueltas. Estaba en una etapa buena, como cuando arrancamos hace siete meses, cuando todo era risas y calentura sin tantas complicaciones. Nos veíamos seguido, hacíamos pavadas juntos, y el sexo estaba cada vez más zarpado, como si hubiéramos encontrado un ritmo que nos prendía a los dos.Seguía yendo al gimnasio, vistiéndome normal para entrenar: calzas ajustadas y una remerita que se me pegaba con el sudor. No iba buscando nada, posta, solo quería moverme y sentirme bien. Pero las miradas de los tipos no paraban, y aunque intentaba hacerme la boluda, a veces me calentaban. Ese martes, un flaco que siempre estaba por las máquinas, un tal Diego que a veces cruzábamos un par de palabras, se acercó mientras yo hacía sentadillas. “Che, Emma, estás levantando lindo, ¿eh?”, me soltó, con una sonrisa piola que no era puro chamuyo, pero tenía un brillo que meencantaba . Yo me reí, “¿Qué, ahora sos coach?”. Él se quedó ahí, charlando, y mientras hablaba de técnica, dijo, “Si querés, un día te acompaño con las pesas, siempre se entrena mejor con alguien”. Lo dijo tranqui, pero su mirada me recorrió de una manera que me puso la piel de gallina.Por un segundo, me imaginé todo. Su pija dura, yo arrodillada en un rincón del vestuario, chupándosela hasta que me llenara la boca, como aquella vez con Matías en el garage. El morbo me pegó fuerte, y sentí un calor que me subió desde la conchita. “Capaz, gracias por la onda”, le dije, esquivando con una sonrisa, pero sabiendo que no iba a hacer nada. Pensé en Nico, en cómo me había cogido la última vez, en su “Te quiero” que todavía me resonaba. No quería cagarla, no ahora que estábamos bien. “Cuando quieras”, me contestó Diego, y yo seguí entrenando, con la cabeza a mil pero los pies en el suelo.Esa noche, fui a lo de Nico, con un jean, una remera ajustada y una campera liviana. No le conté nada del gimnasio, pero traía una calentura que no podía disimular, como si la mirada de Diego me hubiera dejado encendida. Él me abrió la puerta, y apenas lo vi, lo empujé contra el sillón, besándolo con ganas. “¿Qué te pasa, amor?”, me dijo, riendo, pero yo ya le estaba sacando la remera. “Callate y dejame jugar”, le tiré, arrodillándome frente a él.Le desabroché el jean, bajándoselo con el bóxer, y su pija ya estaba medio dura, creciendo rápido mientras lo miraba desde abajo. “Quiero chuparte esa pija”, le dije, con una sonrisa y cara de putita, y me la metí en la boca despacio, chupando la punta, saboreando ese gustito salado que me calentaba tanto. Bajé más, llenándome la boca, con la lengua dándole vueltas por los lados, mientras una mano le masajeaba los huevos, apretándolos suave, y la otra le trabajaba la base, moviéndola al ritmo. “Emma, me volás la cabeza”, jadeó, y yo lo miré, chupando más profundo, dejando que me llegara casi hasta la garganta. Me la saqué un segundo, lamiéndole la punta con ganas, haciéndole círculos rápidos, y volví a metérmela, chupando con todo mientras la saliva me chorreaba por la comisura. Podría haber seguido hasta que me llenara la boca, pero quería más.“Ahora garchame”, le dije, levantándome y sacándome la campera y la remera de una. Él desabrochó mi jean, bajándomelo con las zapatillas, y yo me quedé en el corpiño y la tanga. Me sacó el corpiño, chupándome las tetas mientras yo gemía, y después deslizó la tanga por mis piernas, dejándome desnuda frente al sillón. “Estás tremenda”, me dijo, y yo le contesté, “Dale, bebe cogeme”. Sacó un forro, se lo puso rápido, y me giró, inclinándome sobre el sillón, con las manos apoyadas en el respaldo.Entró despacio primero, dejándome sentir cada centímetro, y después empujó fuerte, llenándome la conchita con un movimiento que me sacó un gemido largo. “Garchame, Nico, dame con todo”, le pedí, y él me dio con ganas, con un ritmo que hacía que el sillón se moviera, entrando y saliendo mientras me apretaba el culo con una mano y me sostenía la cadera con la otra. Yo empujaba hacia atrás, encontrándolo en cada embestida, sintiendo cómo me llegaba profundo, cada empujón mandándome un calor que me subía por todo el cuerpo. “Así, no pares”, gemí, y él aceleró, haciéndome temblar.Cambiamos, él se sentó en una silla de la cocina, y yo me subí encima, de espaldas, con las piernas abiertas sobre sus muslos. Bajé lento, sintiendo cómo su pija me abría otra vez, y empecé a moverme, rebotando mientras él me apretaba el culo con las dos manos, guiándome para ir más rápido. “Dame pija, Nico”, le dije, y él gruñó, mordiéndome el cuello suave mientras yo aceleraba, gimiendo cada vez que bajaba hasta el fondo. Me acabé así, temblando encima suyo, con un calor que me explotó desde la conchita, pero no paré, quería que él también lo sintiera.“Ya estoy, Emma”, jadeó, y yo me puse boca arriba en el sillón, con las piernas abiertas. Él se quitó el forro, pajeándose encima mío, y se acabó, soltándome la leche caliente y espesa en la panza, salpicándome hasta el pecho. Era un montón, me corría por la piel, y yo lo miré, con una sonrisa, mientras él se desplomaba a mi lado, temblando.Nos quedamos tirados en el sillón, sudados , con la leche pegajosa en mi panza y el olor a sexo en el aire. “Sos tremenda, Emma”, me dijo, riéndose, y yo le contesté, “Vos también, pero seguí cogiendome asi”, pensé si no querés que busque más pijas. El me abrazó, más fuerte de lo normal, como queriendo asegurarse de algo. “Sos mía, ¿no?”, me dijo, medio en joda, pero con un tono que me dio un vuelco. No contesté, solo le sonreí, pero por dentro pensé en Diego, en esa charla que no fue nada pero me calentó, y en cómo me había imaginado cosas que no hice. Todo estaba bien con Nico, posta, pero esa tentación no se iba, y algo me decía que no sería la última vez que me pondría a prueba. Si íbamos a terminar casados, el camino iba a ser un quilombo
Las cosas con Nico estaban tranqui, mejor de lo que esperaba. La pelea por sus celos pelotudos era agua pasada, habíamos hablado, cogido como locos, y yo ya no le daba vueltas. Estaba en una etapa buena, como cuando arrancamos hace siete meses, cuando todo era risas y calentura sin tantas complicaciones. Nos veíamos seguido, hacíamos pavadas juntos, y el sexo estaba cada vez más zarpado, como si hubiéramos encontrado un ritmo que nos prendía a los dos.Seguía yendo al gimnasio, vistiéndome normal para entrenar: calzas ajustadas y una remerita que se me pegaba con el sudor. No iba buscando nada, posta, solo quería moverme y sentirme bien. Pero las miradas de los tipos no paraban, y aunque intentaba hacerme la boluda, a veces me calentaban. Ese martes, un flaco que siempre estaba por las máquinas, un tal Diego que a veces cruzábamos un par de palabras, se acercó mientras yo hacía sentadillas. “Che, Emma, estás levantando lindo, ¿eh?”, me soltó, con una sonrisa piola que no era puro chamuyo, pero tenía un brillo que meencantaba . Yo me reí, “¿Qué, ahora sos coach?”. Él se quedó ahí, charlando, y mientras hablaba de técnica, dijo, “Si querés, un día te acompaño con las pesas, siempre se entrena mejor con alguien”. Lo dijo tranqui, pero su mirada me recorrió de una manera que me puso la piel de gallina.Por un segundo, me imaginé todo. Su pija dura, yo arrodillada en un rincón del vestuario, chupándosela hasta que me llenara la boca, como aquella vez con Matías en el garage. El morbo me pegó fuerte, y sentí un calor que me subió desde la conchita. “Capaz, gracias por la onda”, le dije, esquivando con una sonrisa, pero sabiendo que no iba a hacer nada. Pensé en Nico, en cómo me había cogido la última vez, en su “Te quiero” que todavía me resonaba. No quería cagarla, no ahora que estábamos bien. “Cuando quieras”, me contestó Diego, y yo seguí entrenando, con la cabeza a mil pero los pies en el suelo.Esa noche, fui a lo de Nico, con un jean, una remera ajustada y una campera liviana. No le conté nada del gimnasio, pero traía una calentura que no podía disimular, como si la mirada de Diego me hubiera dejado encendida. Él me abrió la puerta, y apenas lo vi, lo empujé contra el sillón, besándolo con ganas. “¿Qué te pasa, amor?”, me dijo, riendo, pero yo ya le estaba sacando la remera. “Callate y dejame jugar”, le tiré, arrodillándome frente a él.Le desabroché el jean, bajándoselo con el bóxer, y su pija ya estaba medio dura, creciendo rápido mientras lo miraba desde abajo. “Quiero chuparte esa pija”, le dije, con una sonrisa y cara de putita, y me la metí en la boca despacio, chupando la punta, saboreando ese gustito salado que me calentaba tanto. Bajé más, llenándome la boca, con la lengua dándole vueltas por los lados, mientras una mano le masajeaba los huevos, apretándolos suave, y la otra le trabajaba la base, moviéndola al ritmo. “Emma, me volás la cabeza”, jadeó, y yo lo miré, chupando más profundo, dejando que me llegara casi hasta la garganta. Me la saqué un segundo, lamiéndole la punta con ganas, haciéndole círculos rápidos, y volví a metérmela, chupando con todo mientras la saliva me chorreaba por la comisura. Podría haber seguido hasta que me llenara la boca, pero quería más.“Ahora garchame”, le dije, levantándome y sacándome la campera y la remera de una. Él desabrochó mi jean, bajándomelo con las zapatillas, y yo me quedé en el corpiño y la tanga. Me sacó el corpiño, chupándome las tetas mientras yo gemía, y después deslizó la tanga por mis piernas, dejándome desnuda frente al sillón. “Estás tremenda”, me dijo, y yo le contesté, “Dale, bebe cogeme”. Sacó un forro, se lo puso rápido, y me giró, inclinándome sobre el sillón, con las manos apoyadas en el respaldo.Entró despacio primero, dejándome sentir cada centímetro, y después empujó fuerte, llenándome la conchita con un movimiento que me sacó un gemido largo. “Garchame, Nico, dame con todo”, le pedí, y él me dio con ganas, con un ritmo que hacía que el sillón se moviera, entrando y saliendo mientras me apretaba el culo con una mano y me sostenía la cadera con la otra. Yo empujaba hacia atrás, encontrándolo en cada embestida, sintiendo cómo me llegaba profundo, cada empujón mandándome un calor que me subía por todo el cuerpo. “Así, no pares”, gemí, y él aceleró, haciéndome temblar.Cambiamos, él se sentó en una silla de la cocina, y yo me subí encima, de espaldas, con las piernas abiertas sobre sus muslos. Bajé lento, sintiendo cómo su pija me abría otra vez, y empecé a moverme, rebotando mientras él me apretaba el culo con las dos manos, guiándome para ir más rápido. “Dame pija, Nico”, le dije, y él gruñó, mordiéndome el cuello suave mientras yo aceleraba, gimiendo cada vez que bajaba hasta el fondo. Me acabé así, temblando encima suyo, con un calor que me explotó desde la conchita, pero no paré, quería que él también lo sintiera.“Ya estoy, Emma”, jadeó, y yo me puse boca arriba en el sillón, con las piernas abiertas. Él se quitó el forro, pajeándose encima mío, y se acabó, soltándome la leche caliente y espesa en la panza, salpicándome hasta el pecho. Era un montón, me corría por la piel, y yo lo miré, con una sonrisa, mientras él se desplomaba a mi lado, temblando.Nos quedamos tirados en el sillón, sudados , con la leche pegajosa en mi panza y el olor a sexo en el aire. “Sos tremenda, Emma”, me dijo, riéndose, y yo le contesté, “Vos también, pero seguí cogiendome asi”, pensé si no querés que busque más pijas. El me abrazó, más fuerte de lo normal, como queriendo asegurarse de algo. “Sos mía, ¿no?”, me dijo, medio en joda, pero con un tono que me dio un vuelco. No contesté, solo le sonreí, pero por dentro pensé en Diego, en esa charla que no fue nada pero me calentó, y en cómo me había imaginado cosas que no hice. Todo estaba bien con Nico, posta, pero esa tentación no se iba, y algo me decía que no sería la última vez que me pondría a prueba. Si íbamos a terminar casados, el camino iba a ser un quilombo
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