El masaje que toda mujer debería probar
Entré a la sala con un vestido corto, ligero, de esos que apenas cubren lo necesario. Mis músculos aún estaban tensos después de un día largo, pero sabía que en pocos minutos todo cambiaría. Había escuchado maravillas sobre este tipo de masajes, pero no tenía idea de lo que estaba por experimentar.
El doctor, un hombre de manos grandes y seguras, me indicó que me recostara boca abajo. “No hace falta que te desnudes… eso lo haré yo,” susurró cerca de mi oído, su voz gruesa vibrando contra mi piel. Me estremecí.
Antes de que pudiera decir algo, sentí sus dedos sujetando una venda de seda. Me la colocó con cuidado, y mi mundo se volvió oscuridad. No ver lo que venía después hizo que mi cuerpo se encendiera aún más.
Sus manos empezaron recorriendo mi cuello, aplicando un aceite tibio que resbalaba lentamente por mi piel. Su toque era experto, cada movimiento presionaba los puntos exactos para relajarme, pero también para excitarme.
Descendió con sus dedos por mi espalda, haciéndome arquear involuntariamente. Cuando llegó a mis caderas, sus palmas se abrieron y atraparon mi carne entre su agarre firme.
—Tienes un cuerpito precioso, pero noto cierta rigidez… Déjame relajar estos músculos.
Sus manos se deslizaron bajo el dobladillo de mi vestido, acariciando mis muslos desnudos. No se apresuró en quitármelo. Primero disfrutó recorriendo mi piel, como si quisiera saborear cada centímetro.
Finalmente, con movimientos pausados, lo subió hasta quitármelo por completo. Sentí el aire fresco sobre mi piel expuesta, pero aún llevaba puesto mi portaligas.
—Mmm… qué hermosa te ves así— murmuró, deslizando los dedos por los tirantes que abrazaban mis muslos.
Me dejó así por un rato, jugando con la textura de las ligas, pasando sus manos por mis nalgas y por la línea de mi espalda. Pero pronto su deseo fue más fuerte.
—Quiero sentir toda tu piel— dijo, y en un solo movimiento retiró el portaligas.
El aceite tibio volvió a derramarse sobre mi cuerpo desnudo. Esta vez, cayó directamente sobre mis nalgas y resbaló entre mis piernas. Sus manos se encargaron de esparcirlo, deslizándose lentamente desde mi espalda hasta mis muslos, abriéndolos sutilmente.
Mi respiración se volvió errática cuando sentí sus dedos explorando mi entrepierna, frotando cada pliegue con precisión quirúrgica. Sabía exactamente cómo aplicar presión, dónde deslizar, dónde acariciar.
—No te resistas… déjate llevar.
Su pulgar encontró mi clítoris y empezó a jugar con él, frotándolo en círculos lentos. Su otra mano ascendió hasta mis senos, atrapando uno de mis pezones entre sus dedos, tironeando suavemente.
Pero cuando su dedo bajó entre mis nalgas y empezó a deslizarse dentro de mi culo, me sentí a punto de explotar.
—Dios… no pares— gemí sin control.
Cada vez que hundía su dedo más profundo, mi cuerpo reaccionaba con espasmos incontrolables. La sensación era tan intensa que sentí como si fuera a mojar la camilla de placer.
—Tu cuerpo reacciona tan bonito…— su voz sonaba oscura, peligrosa.
Me giró boca arriba sin quitarme la venda y, de repente, sentí su dureza golpear mi vientre. Su pija, gruesa y cálida, pulsaba contra mi piel.
Entonces, sin previo aviso, la deslizó lentamente entre mis labios hinchados.
—Quiero que sientas lo que te va a curar de verdad.
Frotaba su pija contra mi concha, deslizándola de arriba abajo, empapándola con mis jugos. El contacto era exquisito, la cabeza de su verga presionaba contra mi clítoris cada vez que subía, enviando descargas eléctricas por todo mi cuerpo.
Yo gemía con cada roce, mi pelvis se movía inconscientemente buscando más contacto. Mi concha estaba ardiendo, resbalosa, ansiosa.
—Mmm, sí…— suspiré, ya completamente perdida en el placer.
Cada vez que deslizaba su verga, la sensación era más intensa. La frotaba con más fuerza, mojándose completamente con mi excitación.
De repente, me tomó del cabello y guió mi boca hasta su pija empapada en mis jugos. La deslizó entre mis labios lentamente, dejándome sentir cada centímetro. Su sabor era fuerte, masculino, y yo no podía hacer más que abrir la boca y recibirlo.
En medio de mi entrega, perdida en el placer de su verga caliente llenando mi boca, sentí una presencia más cerca de mí. No podía ver nada con la venda puesta, pero un escalofrío me recorrió la piel cuando otra mano firme acarició mi mejilla y guió suavemente mi cabeza hacia un segundo miembro erecto. Mi respiración se entrecortó. Sin darme cuenta, el hombre que estaba grabando se había sumado, y ahora tenía dos pijas rozando mis labios.
—Tranquila, solo disfruta— susurró el doctor, guiando su verga dentro de mi boca mientras la otra se frotaba contra mi mejilla, dejando un rastro caliente sobre mi piel.
Mi lengua se movió instintivamente, recorriendo la dureza de uno mientras la otra se deslizaba entre mis labios. No podía pensar, solo dejarme llevar por la sensación de tener dos hombres dominándome, usando mi boca con un hambre que me hacía temblar de deseo. Alternaba entre chupar una y otra, sintiendo cómo sus gemidos se mezclaban con el sonido húmedo de mi lengua envolviéndolos. En ese momento, entendí que el masaje había alcanzado otro nivel… y yo no quería que terminara.
—Así, chupa despacito… deja que tus labios me agradezcan el masaje.
Su pija entraba y salía de mi boca, cada vez más profundo, hasta que mi lengua se cubría completamente de su esencia. En ese momento entendí que este no era un simple masaje… era una terapia que toda mujer debía experimentar al menos una vez en la vida.
los dos me dejaron con olor a pija, leche, huevos y mi concha y culo por supuesto..


Tienes un cuerpito precioso, pero noto cierta rigidez… Déjame relajar estos músculos.








HIJO DE PUTA NO PARES!!!

Pero cuando su dedo bajó entre mis nalgas y empezó a deslizarse dentro de mi culo, me sentí a punto de explotar.
—Dios… no pares— gemí sin control.


Tranquila, solo disfruta— susurró el doctor, guiando su verga dentro de mi boca mientras la otra se frotaba contra mi mejilla, dejando un rastro caliente sobre mi piel.

—Así, chupa despacito… deja que tus labios me agradezcan el masaje.

Alternaba entre chupar una y otra, sintiendo cómo sus gemidos se mezclaban con el sonido húmedo de mi lengua envolviéndolos. En ese momento, entendí que el masaje había alcanzado otro nivel… y yo no quería que terminara.
Entré a la sala con un vestido corto, ligero, de esos que apenas cubren lo necesario. Mis músculos aún estaban tensos después de un día largo, pero sabía que en pocos minutos todo cambiaría. Había escuchado maravillas sobre este tipo de masajes, pero no tenía idea de lo que estaba por experimentar.
El doctor, un hombre de manos grandes y seguras, me indicó que me recostara boca abajo. “No hace falta que te desnudes… eso lo haré yo,” susurró cerca de mi oído, su voz gruesa vibrando contra mi piel. Me estremecí.
Antes de que pudiera decir algo, sentí sus dedos sujetando una venda de seda. Me la colocó con cuidado, y mi mundo se volvió oscuridad. No ver lo que venía después hizo que mi cuerpo se encendiera aún más.
Sus manos empezaron recorriendo mi cuello, aplicando un aceite tibio que resbalaba lentamente por mi piel. Su toque era experto, cada movimiento presionaba los puntos exactos para relajarme, pero también para excitarme.
Descendió con sus dedos por mi espalda, haciéndome arquear involuntariamente. Cuando llegó a mis caderas, sus palmas se abrieron y atraparon mi carne entre su agarre firme.
—Tienes un cuerpito precioso, pero noto cierta rigidez… Déjame relajar estos músculos.
Sus manos se deslizaron bajo el dobladillo de mi vestido, acariciando mis muslos desnudos. No se apresuró en quitármelo. Primero disfrutó recorriendo mi piel, como si quisiera saborear cada centímetro.
Finalmente, con movimientos pausados, lo subió hasta quitármelo por completo. Sentí el aire fresco sobre mi piel expuesta, pero aún llevaba puesto mi portaligas.
—Mmm… qué hermosa te ves así— murmuró, deslizando los dedos por los tirantes que abrazaban mis muslos.
Me dejó así por un rato, jugando con la textura de las ligas, pasando sus manos por mis nalgas y por la línea de mi espalda. Pero pronto su deseo fue más fuerte.
—Quiero sentir toda tu piel— dijo, y en un solo movimiento retiró el portaligas.
El aceite tibio volvió a derramarse sobre mi cuerpo desnudo. Esta vez, cayó directamente sobre mis nalgas y resbaló entre mis piernas. Sus manos se encargaron de esparcirlo, deslizándose lentamente desde mi espalda hasta mis muslos, abriéndolos sutilmente.
Mi respiración se volvió errática cuando sentí sus dedos explorando mi entrepierna, frotando cada pliegue con precisión quirúrgica. Sabía exactamente cómo aplicar presión, dónde deslizar, dónde acariciar.
—No te resistas… déjate llevar.
Su pulgar encontró mi clítoris y empezó a jugar con él, frotándolo en círculos lentos. Su otra mano ascendió hasta mis senos, atrapando uno de mis pezones entre sus dedos, tironeando suavemente.
Pero cuando su dedo bajó entre mis nalgas y empezó a deslizarse dentro de mi culo, me sentí a punto de explotar.
—Dios… no pares— gemí sin control.
Cada vez que hundía su dedo más profundo, mi cuerpo reaccionaba con espasmos incontrolables. La sensación era tan intensa que sentí como si fuera a mojar la camilla de placer.
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Me giró boca arriba sin quitarme la venda y, de repente, sentí su dureza golpear mi vientre. Su pija, gruesa y cálida, pulsaba contra mi piel.
Entonces, sin previo aviso, la deslizó lentamente entre mis labios hinchados.
—Quiero que sientas lo que te va a curar de verdad.
Frotaba su pija contra mi concha, deslizándola de arriba abajo, empapándola con mis jugos. El contacto era exquisito, la cabeza de su verga presionaba contra mi clítoris cada vez que subía, enviando descargas eléctricas por todo mi cuerpo.
Yo gemía con cada roce, mi pelvis se movía inconscientemente buscando más contacto. Mi concha estaba ardiendo, resbalosa, ansiosa.
—Mmm, sí…— suspiré, ya completamente perdida en el placer.
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En medio de mi entrega, perdida en el placer de su verga caliente llenando mi boca, sentí una presencia más cerca de mí. No podía ver nada con la venda puesta, pero un escalofrío me recorrió la piel cuando otra mano firme acarició mi mejilla y guió suavemente mi cabeza hacia un segundo miembro erecto. Mi respiración se entrecortó. Sin darme cuenta, el hombre que estaba grabando se había sumado, y ahora tenía dos pijas rozando mis labios.
—Tranquila, solo disfruta— susurró el doctor, guiando su verga dentro de mi boca mientras la otra se frotaba contra mi mejilla, dejando un rastro caliente sobre mi piel.
Mi lengua se movió instintivamente, recorriendo la dureza de uno mientras la otra se deslizaba entre mis labios. No podía pensar, solo dejarme llevar por la sensación de tener dos hombres dominándome, usando mi boca con un hambre que me hacía temblar de deseo. Alternaba entre chupar una y otra, sintiendo cómo sus gemidos se mezclaban con el sonido húmedo de mi lengua envolviéndolos. En ese momento, entendí que el masaje había alcanzado otro nivel… y yo no quería que terminara.
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Su pija entraba y salía de mi boca, cada vez más profundo, hasta que mi lengua se cubría completamente de su esencia. En ese momento entendí que este no era un simple masaje… era una terapia que toda mujer debía experimentar al menos una vez en la vida.
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Pero cuando su dedo bajó entre mis nalgas y empezó a deslizarse dentro de mi culo, me sentí a punto de explotar.
—Dios… no pares— gemí sin control.


Tranquila, solo disfruta— susurró el doctor, guiando su verga dentro de mi boca mientras la otra se frotaba contra mi mejilla, dejando un rastro caliente sobre mi piel.

—Así, chupa despacito… deja que tus labios me agradezcan el masaje.

Alternaba entre chupar una y otra, sintiendo cómo sus gemidos se mezclaban con el sonido húmedo de mi lengua envolviéndolos. En ese momento, entendí que el masaje había alcanzado otro nivel… y yo no quería que terminara.

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