Era un jueves por la tarde en Buenos Aires, uno de esos días perfectos para un partido de pádel: sol templado filtrándose entre las nubes dispersas, una brisa fresca que aliviaba el calor residual del verano tardío, y las canchas del club en Núñez rebosantes de gente liberando el estrés acumulado de la semana. Acababa de jugar un doble intenso con mis tres amigos de siempre: Pablo, Esteban y Manuel. Habíamos ganado por un margen ajustado, con paletas chocando y risas intercaladas, pero el verdadero ritual venía después: nos instalamos en la terraza del bar del club, con cervezas heladas condensando gotas frías en los vasos, y una picada generosa de fiambres ahumados, quesos cremosos y aceitunas en el centro de la mesa, charlando de tonterías para desconectar del mundo. Pablo y Esteban, casados como yo, siempre aportaban anécdotas divertidas sobre sus vidas cotidianas –un jefe insoportable, un viaje fallido–, pero Manuel estaba distinto esa tarde: callado, con la mirada fija en el horizonte donde el sol empezaba a teñir el cielo de naranjas suaves, revolviendo el hielo de su cerveza con el dedo índice como si estuviera desentrañando un enigma personal.
“Che, Manuel, ¿qué pasa? Parecés un fantasma… ¿todo bien en casa?”, le pregunté, dándole un codazo ligero y amistoso mientras le hacía señas al mozo para otra ronda de cervezas. Pablo se rió, pinchando un trozo de queso azul con el tenedor. “Sí, boludo, contanos de una vez… ¿tu mujer te tiene a régimen estricto o qué? Te ves como si hubieras perdido la billetera”. Esteban, con su tono calmado de siempre, agregó mientras tomaba un sorbo: “Dale, desahogate, Manuel. Somos terapeutas de bar, gratis y con alcohol incluido. ¿Qué te anda jodiendo?”. Manuel suspiró profundo, dejando el vaso en la mesa con un golpe seco que hizo tintinear el hielo. “La verdad, chicos… con mi mujer estamos en una crisis jodida. Creo que me engaña. Hace meses que las cosas andan raras: llega tarde del trabajo, siempre con excusas vagas, y encima no cogemos desde hace como tres meses. Me siento un idiota total, boludo. Me pajeo solo en el baño, pero no es lo mismo… esa abstinencia me está volviendo loco”.
Nos quedamos en silencio un momento, procesando el peso de su confesión, el bullicio del club pareciendo más lejano. Pablo fue el primero en romper el hielo: “Uff, qué mierda, Manuel. Pero capaz es paranoia tuya, eh. Las minas se estresan con el laburo, los chicos, la rutina… y se cierran como ostras. Hablá con ella directo, no dejes que fermente en tu cabeza”. Esteban asintió, apoyando el codo en la mesa: “Sí, mirá que con la mía va todo viento en popa: cogemos casi todas las noches, salimos a cenar, nos divertimos como al principio. Dale tiempo, boludo. Salí más con nosotros, distraete… ya va a pasar”. Yo intenté sumar algo reconfortante, sintiendo empatía por su bajón: “Exacto, Manuel. No te martirices solo. Si es verdad lo del engaño, duele como la mierda, pero hay que enfrentar la realidad. Y la abstinencia… todos pasamos rachas secas. Enfocate en el gym, en correr por el río… algo que te despeje. Somos un equipo, boludo, contá con nosotros”. Manuel levantó el vaso en un brindis débil, forzando una sonrisa: “Gracias, chicos… son lo mejor que tengo. Pero es complicado, ¿sabés? Me hace dudar de todo, de si soy suficiente o qué carajo pasa”.
La charla derivó en temas más livianos para aligerar el ambiente: Pablo contó un chiste absurdo sobre suegras entrometidas que nos hizo reír a carcajadas, Esteban compartió detalles de su último fin de semana en la costa con su mujer, pero Manuel seguía con la mente en otro lado, su expresión distante como si estuviera reviviendo escenas dolorosas. Al rato, Pablo miró su reloj con un gesto suspiro: “Bueno, me voy… la mía me espera para una cena romántica. Ánimo, Manuel, y nos vemos el jueves que viene para revancha en la cancha”. Esteban se levantó también, dando palmadas en la espalda: “Sí, yo igual… ya va a mejorar, boludo. Un abrazo fuerte”. Se despidieron con apretones de manos y bromas rápidas, dejando la terraza más vacía y silenciosa, solo Manuel y yo con las birras a medio terminar y el sol poniéndose en un espectáculo de rojos y violetas. Pedí otra ronda para extender la charla, sintiendo que necesitaba desahogarse más: “Bueno, dale… ahora que estamos solos, contame en serio. ¿Cómo te diste cuenta de lo del engaño? No me digas que la agarraste con otro en la cama o algo así”.
Manuel suspiró hondo, reclinándose en la silla y mirando el atardecer como si buscara respuestas en las nubes. “No, nada tan cinematográfico… fue gradual, Marcelo, como una gotera que termina inundando todo. Primero, empezó a mencionar a otros tipos de manera casual: ‘Mirá qué atractivo ese actor en la serie que vemos’, ‘Mi compañero de oficina tiene una sonrisa tan sensual, siempre me alegra el día’… cosas que antes no decía, como si estuviera midiendo mi reacción. Luego, se arreglaba como para una cita cada vez que salía sola: maquillaje impecable, ropa nueva que compraba sin contarme, perfume caro que solo usaba para ‘reuniones con amigas’. Volvía tarde, con una energía rara, satisfecha, y cuando le preguntaba, era siempre ‘nada especial, charlamos de la vida’. Pero lo que me destrozó fue encontrar lencería nueva en su cajón: tangas rojas diminutas con encaje, corpiños push-up que realzaban todo… con las etiquetas recién quitadas. Cuando le proponía cogernos, siempre excusas: ‘Estoy exhausta del día’, ‘Mañana, amor, te prometo’. Y a veces llegaba del trabajo visiblemente caliente, ¿sabés? Los pezones endurecidos marcándose bajo la blusa ajustada, la concha mojada cuando la tocaba por sorpresa al saludarla… pero decía ‘Es el estrés acumulado’ o ‘Hace calor hoy’. ¿Entendés? Me hace sentir un cornudo patético, boludo. No sé si confrontarla o qué hacer… duele como la mierda”.
Lo escuchaba atento, asintiendo con empatía, pero en mi mente surgían flashes de nuestras fantasías con Norma: el exhibicionismo sutil que la excitaba, la idea de abrir la pareja para explorar sin traiciones. “Qué jodido, Manuel… pero, ¿nunca le planteaste algo como abrir la relación? Digo, si ella necesita variedad o está viendo a otro, quizás lo conviertan en algo positivo: ella disfruta con quien sea, vos con ella después, y todos contentos. Sería como integrar eso en su dinámica, sin secretos”. Él me miró como si le hubiera sugerido mudarse a Marte: “¡Estás loco, Marcelo! ¿Abrir la pareja? Eso es para swingers o liberales extremos… yo quiero exclusividad amigo. Si me engaña, es traición pura, no un jueguito. ¿Vos lo harías con Norma? ¿Compartirla como si nada?”.
Justo en ese momento, mi celular vibró sobre la mesa con un zumbido discreto. Lo miré de reojo: un mensaje de Norma. “Apurate, amor… te estoy esperando re caliente en casa”. Adjunta, una foto que me dejó la boca seca y la pija removiendo en el pantalón: ella en la bañera, el agua espumosa cubriéndole justo hasta los pezones pero dejando ver el contorno voluptuoso de sus tetas grandes y firmes, con un dildo grande y realístico en la mano –venoso, grueso, con una cabeza hinchada que simulaba perfección una pija real–, su lengua rosada extendida a milímetros del glande falso, ojos verdes clavados en la cámara con esa lujuria juguetona que me ponía a mil. Sonreí involuntariamente, sintiendo un cosquilleo de excitación en la entrepierna, imaginando el agua caliente resbalando por su piel cremosa. Manuel notó mi expresión: “Qué sonrisa pícara… ¿buenas noticias de Norma? Parecés un adolescente con un mensaje caliente”.
Yo lo miré, debatiendo internamente si compartir, pero la confianza de años y el tono de la charla ganaron: “Sí… mirá, Manuel. La idea de abrir la pareja no es loca para mí. De hecho, me excita un montón pensarlo. Norma y yo lo hemos charlado varias veces en la intimidad: imaginarnos con un tercero de confianza, alguien que se una al juego y la haga sentir deseada por dos al mismo tiempo. No lo hemos hecho aún, pero empezamos probando con juguetes para ver cómo nos sentimos con la idea. Mirá esto… es de ahora mismo, para que veas que no boludeo”. Le mostré la foto, girando el celular con cuidado para que nadie más en la terraza viera, el pulso acelerado por el riesgo sutil. Manuel se acercó, abriendo los ojos con sorpresa genuina: “¡Boludo! ¿Es Norma? Dios… qué foto ardiente. Está re buena, con ese dildo en la mano y la lengua a punto de… ¿en serio están considerando un tercero real? Me dejás perplejo, Marcelo… nunca imaginé que fueran tan abiertos”.
Guardé el celular rápido, riendo bajito para disimular el rubor: “Sí… empezamos con el consolador para simular: ella lo chupa como si fuera una pija de verdad mientras yo la cojo por detrás, o lo metemos en su concha y yo en su culo para esa sensación de doble penetración. Dice que le encanta sentirse tan plena, gimiendo como loca por la presión. El próximo paso sería alguien de carne y hueso… alguien como vos, que necesita un poco de consuelo en esta racha. No te estoy invitando ahora mismo, boludo… tengo que hablarlo con Norma primero. Pero la idea me pone la pija dura solo de pensarlo”. Manuel se recostó en la silla, procesando con una mezcla de shock y curiosidad evidente en su rostro: “Estás loco… pero contame más, boludo. ¿Cómo llegaron a eso? ¿Norma lo quiere tanto como vos? ¿No te dan celos imaginarla con otro, tocándola, haciéndola gemir?”.
Yo asentí, pidiendo la cuenta al mozo con un gesto: “Todo empezó con charlas post-sexo, en la cama, cuando estamos relajados y abiertos. Norma siempre fue exhibicionista: le encanta que la miren, que la deseen, ponerse lencería provocativa y sentir ojos en su cuerpo. Un día me dijo ‘Imaginá si traemos a un amigo tuyo… que me toque mientras vos mirás y participás después’. Me puse durísimo al instante. Compramos el dildo para practicar: ella siempre lo lame despacio, lo chupa profundo como una pija real, y lo metemos en su concha mientras yo le doy por el culo, o al revés. Gime, acaba, grita que le encanta la sensación de estar llena por dos lados, las paredes estiradas al límite. Los celos… al principio pensé que me matarían, pero me excita más verla gozar, controlando el juego como pareja. Sería algo nuestro, con un tercero de confianza que entienda las reglas. Capaz algún día… pero primero lo discuto con ella”. Manuel me miró fijo, con un brillo nuevo en los ojos: “Boludo… me estás tentando sin querer. Norma es un sueño hecho realidad, y con mi situación actual… ¿me dejarías unirme si hablás con ella? Puedo ir ahora sí querés. Digo, si ella dice que sí”. Yo negué con la cabeza, pagando la cuenta y levantándome: “No te invito ahora, Manuel… es una decisión de pareja. Pero si Norma está de acuerdo… quién sabe. Vamos, te llevo a casa antes de que se haga tarde”.
Esa noche, llegué al departamento alrededor de las nueve, con el mensaje y la foto de Norma quemándome en el bolsillo como un secreto ardiente. El aroma a pasta con salsa boloñesa casera flotaba en el aire, reconfortante y hogareño, y Norma me recibió en la cocina con una sonrisa que me derritió al instante: llevaba una bata de seda roja abierta por delante, dejando entrever su lencería negra nueva –un corpiño push-up que desbordaba sus tetas grandes y redondas, con pezones rosados ya endurecidos por la anticipación, y una tanga de encaje que marcaba los labios hinchados de su concha depilada, un manchón húmedo visible por el baño reciente–. “Amor… qué tarde llegás. Te extrañé, todo el día pensando en vos”, murmuró con voz ronca, acercándose para besarme profundo, su lengua danzando con la mía en un beso lento y húmedo, mientras su mano bajaba directamente a mi pija, rozándola por encima del pantalón y sintiendo cómo se endurecía al instante bajo su toque experto. “Yo también, amor…pero me tuve que quedar charlando con Manuel, fue intenso. Está hecho mierda por su mujer… cree que lo engaña, y no cogen hace meses. Se siente solo y frustrado”.
Norma sirvió la pasta humeante en dos platos, pero su mirada era pícara, cargada de esa complicidad sensual que nos unía en nuestras fantasías más íntimas. Nos sentamos en la mesa de la cocina, la luz tenue de la lámpara iluminando sus curvas sutilmente, y mientras pinchaba un fideo con el tenedor, preguntó con curiosidad genuina: “Pobre Manuel… ¿y vos qué le dijiste? ¿Le contaste algo de nosotros, de nuestras charlas calientes?”. Yo asentí, tomando su mano sobre la mesa y entrelazando nuestros dedos: “Sí… le hablé de abrir la pareja, de cómo nos excita la idea de un tercero. Le mostré tu foto con el dildo… quedó boquiabierto, boluda. Me pidió más detalles, incluso insinuó que le gustaría unirse si lo consideramos. Le dije que tenía que hablarlo con vos primero, que es algo nuestro”. Norma se mordió el labio inferior, sus ojos verdes brillando con excitación, y se inclinó hacia adelante, haciendo que sus tetas se presionaran contra el borde de la mesa, el corpiño tensándose. “Mmm… Manuel es lindo, con esa cara de bueno y el cuerpo atlético que tiene. ¿Te excita de verdad la idea, amor? Imaginate… él tocándome despacio mientras vos mirás y participás, sus manos en mis tetas, yo tocando su pija, chupándosela mientras vos me cogés. Sería nuestro primer paso real hacia eso”.
Yo sentí un pulso caliente en mi pija, pero también una punzada sutil de duda –celos incipientes mezclados con la adrenalina del deseo–. “Sí… me pone a mil pensarlo, verte gemir por dos al mismo tiempo. Pero vamos despacio, no quiero forzar nada que nos deje mal”. Norma sonrió con picardía, levantándose para ir al dormitorio con pasos gráciles: “Hablemos mientras cenamos… pero traigo algo para inspirarnos y decidir si lo invitamos”. Volvió con el dildo grande, venoso y realístico, colocándolo en el centro de la mesa como un adorno obsceno y provocativo, la cabeza gruesa apuntando al techo. “Mirá… imaginemos que esto es la pija de Manuel aquí, en nuestra cena íntima. Contame más mientras lo… pruebo, para ver cómo nos sentimos”. Yo jadeé, mi pija endureciéndose bajo la mesa: “Boluda… estás re caliente hoy. Le conté cómo empezamos: las charlas en la cama después de cogernos, cómo te excita exhibirte, el dildo simulando un tercero. Le dije que gemís como loca cuando te llenamos los dos, el consolador y mi verga, sintiéndote plena”.
Norma tomó el dildo en la mano, lamiendo la cabeza despacio con la lengua plana, saboreándolo como si fuera carne real, sus ojos clavados en los míos: “Mmm… qué rico y venoso… imaginate que es la de Manuel. Contame mientras lo lamo… ¿le dijiste que me metemos esto en la concha mientras me culeás por atrás, sintiendo la doble presión?”. Yo asentí, dejando el plato a un lado, mi mano bajando a pajearme por encima del pantalón: “Sí… le dije que te encanta esa sensación de estar estirada por dos lados. Mirá cómo me ponés, amor… tu lengua rosada rozando eso me pone la pija dura como piedra”. Ella se levantó, quitándose la bata por completo con un movimiento fluido, quedando en lencería negra que acentuaba cada curva, y se sentó en mi regazo, frotando su concha húmeda contra mi erección a través de la tela: “Sentí lo mojada que estoy solo de pensarlo… desabrochame el corpiño, amor, libera mis tetas para tocarlas”. Lo hice despacio, liberando sus tetas grandes que saltaron libres, los pezones endurecidos invitando a mis dedos. “Qué lindas tetas… Manuel se volvería loco con ellas, pellizcándolas así”. Norma jadeó, bajándome el pantalón y liberando mi pija: “Sí… ahora quiero montarte mientras chupo esto…Glug…Glug…¿la tendrá así de grande Manuel?”.
Se levantó un poco, guiando mi pija a su concha mojada y resbaladiza, bajando despacio hasta tragarme completo: “Ay, amor… qué llena me siento con tu pija gruesa… cogeme despacio, sintiendo mis paredes apretarte”. Rebotaba con movimientos ondulantes y lentos, tetas saltando hipnóticas, mientras chupaba el dildo profundo, con mucha saliva chorreando por el tronco falso: “Mmm… imaginate que es Manuel en mi boca… Glug…Glug…dos pijas reales rompiéndome, una en la concha latiendo contra mis jugos, la otra en la garganta ahogándome de placer”. Yo embestía hacia arriba, agarrándola de las caderas suaves: “Sí amor mío… gemí para él… decí su nombre mientras me cabalgás así”. Norma aceleró el rebote, su concha chorreando jugos por mi pija y mis bolas: “Ay, Manuel… como me gusta chuparte esa pija venosa… Marcelo, cogeme más fuerte, rozando mi clítoris con tus embestidas me están partiendo entre los dos…Glug…Glug….ahhh”. Acabó como nunca, salió mucho líquido se su concha. Cambiamos posición con fluidez: la puse en cuatro apoyada en la mesa, la pasta olvidada al lado, y entré por detrás en su concha, embistiendo profundo mientras ella chupaba el dildo: “Sí… cogeme la concha bien profundo mientras lo chupó a Manuel… ay…Glug…Glug…qué rico… meté el dildo en mi culo, amor, para la doble”.
Lo lubriqué con sus jugos abundantes y presioné contra su ano apretado, metiéndolo despacio centímetro a centímetro: “Tomá…¿querías doble penetración?…sentite llena como con un tercero real, el dildo estirando tu culito rosado mientras mi pija roza tus paredes internas”. Norma gritó de placer, su cuerpo temblando: “Ay, dios… me rompe el culo mientras me cogés por la concha… Manuel, mirá cómo gozo por dos… no pares, Marcelo… embestí sincronizado, sintiendo la fricción a través de la pared delgada… voy a acabar…ahhh”. Su concha se contrajo en oleadas, jugos chorreando por mis muslos mientras gemía: “Sí… llenenme de leche… imaginate que Manuel acaba en mi culo”. Yo no aguanté más: “Tomá mi leche en tu concha, puta mía… para que Manuel la vea desbordar”. Eyaculé profundo, chorros calientes inundándola, desbordando por sus labios hinchados. Norma sacó el dildo, jadeando: “Qué rico… pero quiero más… chuparé tu pija sucia ahora, saboreando nuestra mezcla”.
Se arrodilló frente a mí, lamiendo mi pija con leche y jugos con lengua voraz: “Mmm… sabe a nosotros, ácido y dulce… la chupo toda, amor, sintiendo las venas en mi lengua”. Succcionaba profundo, se le ahogaba la garganta, dejaba saliva chorreando: “Imaginate limpiando la de Manuel también…Glug…Glug..lamiendo su semen pegajoso”. Luego, se recostó en la mesa, metiendo el dildo en su concha: “Culeame mientras esto me llena… como con dos pijas reales”. Entré en su ano apretado y caliente, embistiendo lento: “Sí… doble otra vez… gemí para mí, sintiendo la presión de ambos lados”. Norma rebotaba contra mí: “Ay, Marcelo… me parten los agujeros… acabá en mi culo, llenándome como Manuel lo haría”. Exploté adentro, muchísima leche caliente eyaculé inundándola, nuestro placer siguió prolongándose en besos y toques suaves.
Al día siguiente, un viernes por la mañana soleada, desayunamos en la cama con café humeante y medialunas frescas, pero la charla de la noche anterior flotaba en el aire como un perfume persistente. Norma, aún desnuda bajo las sábanas arrugadas, me miró seria pero con un brillo excitado en los ojos: “Amor… anoche fue increíble imaginando a Manuel. ¿De verdad querés invitarlo? Me excita la idea de que nos mire, pero no si no estás seguro al cien por cien…”. Yo dudé, sintiendo esa punzada de inseguridad –celos sutiles por compartirla, aunque fuera visualmente–: “Me pone a mil amor… verte exhibiéndote, gimiendo por mí mientras él nos ve…o filma. Pero no sé… ¿y si me dan celos reales al verlo excitado por vos? No quiero arruinar lo nuestro por una fantasía”. Ella me besó suave, su mano bajando a mi pija mañanera: “Entiendo tus dudas, amor… vamos despacio para que sea cómodo. ¿Qué tal si lo invitamos solo a mirar? Que nos vea cogernos, nos saque fotos o nos filme con nuestra cámara… y si quiere, que se pajee por nosotros, sin tocarnos. Así probamos sin contacto directo, y vemos cómo nos sentimos. Si nos gusta, avanzamos a más”. Yo asentí, excitado por la propuesta equilibrada: “Me parece perfecto… controlamos todo, y es un paso seguro. Si Manuel acepta, claro… y jurando discreción absoluta”.
El acuerdo quedó sellado con un beso que escaló rápido: Norma se montó encima, guiando mi pija, que ya estaba dura imaginando a mi amigo viéndonos, a su concha aún sensible de la noche anterior: “Sí… imaginá que Manuel nos filma ahora… ay, qué rico, tu pija llenándome despacio”. Rebotaba lento, sus tetas rozando mi pecho: “Gemí para él, amor… decí que soy tu puta compartida”. Pero la charla seria había calmado mis dudas, dejando solo anticipación sensual.
El jueves siguiente, después de otro partido de pádel –un doble que ganamos por poco, con sudor y adrenalina–, nos sentamos en la terraza como de costumbre. Pablo y Esteban charlaron un rato sobre trabajo y familia, pero se fueron temprano: “Nos vemos, chicos… Manuel, ¿mejor con lo tuyo?”. “Sí, gracias… un poco”, respondió él con una sonrisa forzada. Quedamos solos, cervezas en mano, y yo decidí soltar la bomba con cuidado: “Manuel… la semana pasada hablamos de lo nuestro con Norma. Lo pensamos bien, boludo… y queremos invitarte a algo especial. El sábado que viene, vení a casa. Nos vas a ver cogernos en vivo… podés sacar fotos o filmar con nuestra cámara, y si te ponés caliente, pajeate por nosotros. Nada más, eh… no toques ni nada físico. Pero jurame que no le decís una palabra a nadie… es nuestro secreto absoluto”. Manuel me miró perplejo, pero con un brillo de excitación en los ojos: “Boludo… ¿en serio? Jurado por mi vida, Marcelo… no digo nada. ¿A qué hora? No lo puedo creer, pero gracias por la confianza”. Y ahí, con la promesa sellada en un brindis, el plan cobraba vida.
Era el sábado por la tarde, y el departamento en Palermo parecía cargado de una tensión eléctrica, el sol filtrándose por las cortinas semiabiertas proyectando patrones dorados en el piso de madera. Habíamos hablado toda la semana sobre esto: la invitación a Manuel para que nos viera, nos filmara con nuestra cámara y, si quería, se pajease mientras tanto. No era el trío completo de nuestras fantasías, pero era un paso realista: una prueba para medir emociones sin riesgos mayores. “Amor, si en algún momento te arrepentís o sentís celos, decílo y paramos todo de inmediato”, me había dicho Norma esa mañana, mientras preparábamos el dormitorio: sábanas limpias de algodón suave, luces tenues con lámparas de mesa regulables, la cámara digital en un trípode estable al lado de la cama king, y una botella de vino tinto con tres copas en la mesita de luz. Yo asentí, besándola profundo: “Lo mismo para vos… pero me excita imaginármelo. Manuel es de confianza, y si se anima, será caliente. Nervioso estoy, pero nervios de los buenos”. Ella sonrió pícaramente, ajustándose la lencería negra nueva bajo un vestido corto y ceñido que marcaba sus curvas: “Sí… va a ser sensual que nos mire. Estoy nerviosa también, con mariposas en el estómago, pero excitada por verte tomar el control”.
El timbre sonó puntual a las seis, y mi corazón dio un vuelco sutil. Fui a abrir, y ahí estaba Manuel: vestido casual con jeans ajustados y camisa desabotonada en el cuello, pelo peinado hacia atrás con gel, pero con una expresión nerviosa, las manos metidas en los bolsillos como si no supiera dónde ponerlas. “Marce… acá estoy. ¿Seguro que no es una joda pesada?”, dijo con una risa temblorosa, extendiendo la mano para un saludo. Yo lo abracé rápido, palmeándole la espalda: “No, boludo… en serio. Pasá, pero recordá: juraste no decir nada a nadie, y si filmás o sacás fotos, es solo con nuestra cámara. Nada de toques, solo mirás y… lo que quieras hacer solo, sin involucrarnos”. Él asintió, tragando saliva visiblemente: “Jurado, Marcelo… no lo puedo creer aún, pero gracias por incluirme. Estoy re nervioso, como un adolescente en su primera vez”. Entró al living, y Norma salió de la cocina con una sonrisa cálida y acogedora, besándolo en la mejilla con un roce sutil: “Hola, Manuel… bienvenido a casa. ¿Un vino para romper el hielo y calmar los nervios? Nosotros también estamos ansiosos, ¿sabés? Es la primera vez que probamos algo así”. Él la miró, notando el vestido corto que se adhería a sus curvas como una segunda piel, y se sonrojó levemente: “Gracias, Norma… sí, un vino ayudaría mucho. Estás… hermosa, como siempre, irradiando esa confianza”.
Nos sentamos en el sofá del living, copas en mano con el vino tinto suave y afrutado, el silencio inicial roto por charlas banales para disipar la tensión: el partido de pádel de la semana, el clima caprichoso de Buenos Aires, anécdotas del trabajo que nos hicieron reír. Pero la atmósfera se cargaba gradualmente de expectativa; Manuel no podía quitar los ojos de Norma, que cruzaba y descruzaba las piernas con gracia, dejando entrever más de sus muslos suaves y blancos. “Bueno… ¿cómo hacemos esto exactamente?”, preguntó él al fin, con la voz ronca por el vino y los nervios, su pie tamborileando sutilmente en el piso. Norma miró a mí con complicidad, su mano rozando mi rodilla: “Vamos a la habitación, ponemos una película para ambientar… algo caliente, como las que vemos nosotros para inspirarnos. Vos filmás si te animás, o solo mirás y disfrutás. Y si te ponés… cómodo y querés pajearte, no hay problema, es parte del juego”. Manuel asintió, su respiración acelerándose: “Ok… estoy listo, pero no sé si voy a poder contenerme solo mirando. Es raro, pero excitante”. Yo me levanté, extendiendo la mano: “Vamos, Manuel… seguinos. Relajate y dejá que fluya”.
Entramos a la habitación, el aire más íntimo con las luces bajas y el olor a vainilla de las velas que Norma había encendido, creando un ambiente cálido y seductor. Nos sentamos en la cama, Manuel en una silla cómoda al lado del trípode con la cámara. Norma encendió la tele y sintonizó una película porno que habíamos elegido juntos: una de Sensual Jane, donde ella empieza con su “marido” en una sesión de terapia que deriva en besos apasionados y caricias exploratorias, pero luego interviene un “doctor” y se convierte en un trío hombre-mujer-hombre intenso, con oral simultáneo, penetración vaginal y anal, y doble en sus agujeros hasta acabar cubierta de placer. “Mirá… empieza suave, como nosotros vamos a hacer”, dijo Norma, acomodándose entre mis piernas en la cama, su espalda contra mi pecho, el vestido subiéndose ligeramente por sus muslos. Manuel tomó la cámara, sus dedos temblando al encenderla: “Ok… ¿empiezo a filmar? ¿O solo miro por ahora?”. Yo asentí, mi mano rozando el muslo de Norma: “Filmá si querés… para nuestro recuerdo privado. Estamos nerviosos también… pero excitados por compartir esto”.

La película avanzaba: Sensual Jane besando a su marido con lengua profunda, manos explorando tetas grandes y concha húmeda bajo la ropa. Norma suspiró, girando la cabeza para besarme despacio: “Amor… qué rico beso en la peli, con lenguas danzando. Besame vos así… para entrar en calor y que Manuel vea cómo nos encendemos”. La besé profundo, mi lengua enredándose con la suya en un baile húmedo y lento, saboreando el vino residual en su boca, mientras mis manos subían por sus muslos internos bajo el vestido, rozando la piel suave y cálida. “Mmm… Norma, qué caliente estás ya… mirá, Manuel, cómo se moja solo de besarnos, su piel erizándose bajo mis dedos”. Manuel, con la cámara enfocando el beso, jadeó bajito: “Chicos… esto es… increíblemente sensual. Sigo filmando, se ven re calientes juntos”. Norma rompió el beso un segundo, sentí su aliento cálido contra mi cuello: “Sí, Manuel… filmá todo… mirá cómo Marcelo me toca despacio. En la peli, ahora el marido le masajea las tetas… hacelo vos, amor, pellizca mis pezones a través del vestido”.
Mis manos subieron al escote de su vestido, bajándolo despacio por los hombros con dedos temblorosos de anticipación, revelando el corpiño negro que apenas contenía sus tetas grandes, los pezones rosados endureciéndose al aire fresco. “Qué lindas tetas amor… mirá cómo se paran tus pezones para mí, rosadas y sensibles”. Las masajeé con palmas abiertas, rozando los pezones entre los dedos con pellizcos suaves que la hicieron arquear la espalda, gimiendo bajito: “Ay, Marcelo… sí, apretalas más… siente cómo se endurecen bajo tus yemas… Manuel, acercate con la cámara, filmá de cerca cómo me excita esto, mirá las manos de mi hombre jugando en mis pechos”. Manuel se levantó nervioso, acercándose un paso, la cámara enfocando mis manos en sus tetas, su respiración acelerada: “Norma… tus tetas son perfectas, tan firmes y suaves… el plano sale genial, capturando cada temblor”. Norma miró a la tele: “Mirá… ahora en la peli, Sensual Jane se arrodilla y chupa… amor, sacame el vestido todo, para que Manuel vea mi lencería completa”.
Lo bajé por completo con lentitud, dejando que cayera al piso en un susurro de tela, Norma quedó en lencería negra, la tanga mojada con un manchón visible de humedad que delineaba sus labios hinchados. Se desabrochó el corpiño sola, tetas saltando libres con un rebote sensual, y se inclinó hacia mí, bajándome el pantalón despacio: “Sacá tu pija, amor… quiero chuparte como lo hace la mina en la peli, lamiendo despacio”. Mi pija saltó dura, gruesa y venosa, la cabeza hinchada brillando por el presemen. Norma la lamió despacio, su lengua plana pasando por el glande, saboreando mi sabor: “Mmm… qué rica y tiesa… Manuel, filmá cómo se la chupo a mi marido, capturando cada lamida”. Manuel se acercó más, arrodillándose al lado de la cama para un ángulo íntimo, la cámara capturando su boca succionando profundo, la saliva chorreando por el tronco: “Sí… qué plano sensual… Norma, sos una experta, tu lengua danzando así”. Ella sacó mi pija un momento, jadeando: “Gracias… pero en la peli ahora le lamen la concha… hacelo vos, amor, mientras yo juego con el dildo para simular más”.
Norma tomó el dildo grande de la mesita de luz, venoso y realístico, lamiéndolo despacio como en su foto: “Mmm… imaginate que esto es una segunda pija, como el doctor en la peli”. Yo me recosté, bajando su tanga con dedos temblorosos, exponiendo su concha depilada y brillante de jugos: “Qué mojada estás… dulce y caliente por los nervios y la excitación”. Hundí la lengua en sus pliegues suaves, lamiendo el clítoris en círculos lentos y presionados: “Ay, Marcelo… sí, lameme el clítoris así, sentí mi pulso acelerado… Manuel, mirá cómo me lame… ¿te gusta el plano, te excita verme gozar?”. Él jadeó, la cámara temblando: “Sí… re caliente… mi pija se pone dura solo de filmar…mirá como me acaricio por encima del pantalón para calmar”. Norma chupaba el dildo profundo, gargantas ahogadas: “Mmm… chupo…Glug…Glug…esta pija falsa mientras mi marido…Glug…Glug…me lame la concha… en la peli, ahora la mujer chupa a uno y el otro la coge… hagámoslo, amor”.

Yo me incorporé: “Sí… montame, amor, como en la película, rebota despacio”. Norma se sentó en mi regazo, guiando mi pija a su concha mojada, bajando con lentitud tortuosa: “Ay, qué llena… ¿te gusta como reboto en vos? …ay amor, ¿ estás sintiendo mis paredes resbaladizas apretándote?”. Rebotaba con movimientos ondulantes, sus hermosas, grandes y blancas tetas saltando, mientras chupaba el dildo: “Mmm… dos pijas…Glug…Glug…una en la concha latiendo…Glug…Glug…otra en la boca…Glug…Glug… Manuel, filmá cómo reboto… acercate”. Manuel dudó, pero en el calor de la situación posó una mano en su muslo suave, rozando la piel erizada: “Perdón… para mejor visión… qué concha linda, chorreando jugos”. Norma gimió: “Sí… rozame más si necesitás… para la filmación… ay, voy a acabar pronto”.
Cambiamos para replicar la doble: “Ahora como en la peli, amor… metete el dildo en tu culo mientras te cojo por la concha”. Norma se puso en cuatro, yo atrás entrando en su concha: “Tomá mi pija… qué apretada y caliente”. Lubricó el dildo con saliva y lo presionó contra su ano: “Ay, sí…ahí entra…ahhh…despacio, está entrando…estirándome centímetro a centímetro… doble penetración como a la mina en la película…mirá amor…”. Yo mientras disfrutaba del calor de su concha, bien profundo y lento, embistiendo al ritmo: “Sentí los dos… te rompemos los agujeros”. Norma gemía bajito: “Ay, dios… me parten el culo y la concha… Manuel, filmá de cerca… acercate, filmame el clítoris, lo siento muy hinchado”. Manuel se arrodilló al lado, la cámara enfocando, su mano muy cerca de su clítoris hinchado, no pudo aguantar y lo frotó suavemente : “Perdón… para mejor visión… qué mojada estás, tus jugos están en mis dedos”. Dijo y los lamió. Norma jadeó: “Sí… frotame más… para la filmación… ay, voy a correrme, estoy a punto….ahhhh”.
Manuel, fuera de control, dejó la cámara en el trípode y sacó su pija del pantalón, pajeándose lento: “Chicos… no aguanto… me voy a pajear filmando… qué caliente”.
Norma, aún en cuatro patas con mi pija embistiendo su concha resbaladiza y el dildo estirando su ano en pulsos succionantes, giró la cabeza hacia él, notando su erección gruesa y palpitante, las venas marcadas hinchadas por la excitación, el presemen brillando bajo la luz tenue como una promesa de placer prohibido. Sus ojos se iluminaron con esa voracidad sensual que me volvía loco, y miró por encima del hombro, sus tetas grandes colgando y balanceándose con cada envión mío, los pezones rosados rozando las sábanas arrugadas. “Sí, Manuel… pajeate cerca de nosotros… mirá cómo gozo por esta doble… rozame más si necesitás un mejor ángulo para tu paja… ay, Marcelo, cogeme fuerte ahora…embistime profundo….con el consolador adentro, sintiendo cómo me estira el …culo…está todo tan caliente y apretado”, suplicó ella, su voz ronca y entrecortada por los gemidos, arqueando la espalda para empujarse contra mí, su concha contrayéndose en pulsos calientes alrededor de mi pija, sus jugos chorreando por mis muslos en gotas calientes y pegajosas.
Yo aceleré el ritmo, embistiendo su concha con enviones más profundos y rítmicos, el sonido chapoteante de carne contra carne resonando en la habitación, mientras movía el dildo en su ano con giros lentos que la hacían temblar: “Tomá… doble como en la peli…sos mi puta… sentite partida por dos, el dildo rozando mis embestidas a través de la pared delgada en tu interior… decí lo que sentís, gemí alto para que Manuel lo escuche”. Norma gritaba bajito al principio, pero pronto su voz se elevó en éxtasis: “Me rompen los agujeros… ay, qué rico, el dildo estirándome el culo con dolor placentero, tu pija gruesa partiéndome la concha mojada… Manuel, filmá cómo chorreo mis jugos por sus bolas… rozame el culo y seguí la paja, sentí mi piel caliente y sudorosa”. Él, hipnotizado, extendió la mano libre y rozó su nalga redonda y firme, sintiendo la suavidad temblorosa bajo sus yemas, pajeándose más rápido ahora, la mano subiendo y bajando con un sonido húmedo: “Sí… qué plano sensual… tu nalga tan suave, Norma… me pone la pija aún más dura, latiendo por verte gozar así”.
La tensión en el aire se espesaba como una niebla erótica, el olor a sudor y vainilla mezclándose con el aroma crudo de nuestra excitación, y Norma, con un gemido gutural que vibraba desde lo profundo de su pecho, suplicó de nuevo, su concha contrayéndose en oleadas alrededor de mi pija: “Amor… mirá su pija gruesa y venosa… qué grande la tiene, goteando presemen… ¿puedo tocarla solo un poco? Para sentir lo dura que está por nosotros, quiero sentir como late en mi mano… por favor, Marcelo, me moja más pensarlo”. Yo dudé un segundo, sintiendo una punzada de celos ardientes en el estómago –el acuerdo era sin toques, solo visual–, pero la excitación me invadió como fuego, mi pija endureciéndose más dentro de ella al imaginarla envolviendo otra carne: “amor… no era el plan… pero si te excita tanto… dale, tocála un poco. Solo eso, eh… para ver cómo nos sentimos”. Manuel jadeó, su mano deteniéndose en su pija: “Marcelo… ¿en serio? No quiero complicar… pero dios, sí”.
Norma extendió la mano despacio, sus dedos suaves rozando primero el muslo de Manuel, subiendo con lentitud tortuosa hasta envolver su pija gruesa, sintiendo el calor palpitante bajo su palma, las venas hinchadas latiendo contra sus yemas, el presemen lubricando sus dedos: “Mmm… qué grande y caliente… mirá, amor, cómo late en mi mano como un corazón acelerado… Manuel, qué linda pija, venosa y dura, perfecta para…”. Ella la pajeaba despacio, arriba y abajo, el sonido húmedo mezclándose con mis embestidas: “Sí… tocála, pero no más… me excita verte así, amor mío…putita mía…”, gemí yo, acelerando en su concha.

Norma no se conformó; su mano aceleró, y miró a mí suplicante: “Amor… ¿puedo lamer el presemen que gotea? Solo probar su sabor salado en mi lengua… por favor”. Yo asentí, excitado: “Dale… solo probarlo”. Ella se inclinó, estiró su lengua lamiendo el presemen: “Mmm… salado…exquisito… mirá, amor, cómo lo pruebo…mmmm…sabe a deseo puro por mí, caliente y pegajoso en mi lengua, resbalando por mi garganta como un elixir ardiente”. Luego, sin pedir más permiso pero mirando directamente a mis ojos con esa complicidad que me ataba a ella en un lazo de confianza absoluta, lamió el glande con la lengua plana en círculos lentos y deliberados, explorando cada surco suave, cada vena hinchada y palpitante, el sabor salado inundando su boca mientras sus labios se cerraban ligeramente alrededor de la cabeza, succionando con una presión sutil que hacía que Manuel gemiera alto. “Ay, Manuel… qué rico glande… suave y caliente, con esa cabeza hinchada y morada… ¿ves cómo lo lamo para vos, amor… ?” dijo mirándome a los ojos “mirame mientras saboreo otra pija, sintiendo su pulso acelerado en mi lengua plana y húmeda”.
La reticencia se evaporó como niebla al sol cuando Norma, con un gemido gutural que vibraba desde lo profundo de su pecho, abrió la boca más amplia y se metió toda su pija adentro, succionando la cabeza primero con labios suaves y húmedos que se cerraban alrededor como un anillo caliente y baboso, luego bajando centímetro a centímetro con una lentitud tortuosa, sintiendo cada vena rozar su lengua y el techo de su boca, hasta que la tuvo toda en la garganta, el tronco venoso desapareciendo en su boca caliente y salivosa, saliva espesa chorreando por su barbilla y goteando sobre sus tetas temblorosas en hilos plateados que resbalaban por sus curvas sudorosas. “Mmm… qué grande… me llena la boca toda, Manuel… Glug…Glug…mirá, amor, cómo se la chupo a tu amigo… Glug…Glug…tragándomela hasta las bolas, sintiendo su pulso en mi garganta que se contrae alrededor, la saliva chorreando por mi barbilla como una puta en celo total”, murmuró ella con la boca llena, sus ojos fijos en los míos, esa conexión profunda diciéndome “esto es nuestro, lo disfrutamos juntos, amor”, mientras su garganta se contraía alrededor de su pija en pulsos succionantes que lo hacían gruñir de placer. Manuel gruñó, sus caderas empujando involuntariamente con enviones suaves: “Dios, Norma… tu boca es un horno húmedo y apretado… chúpame profundo, sí… Marcelo, mirá cómo traga toda mi pija, su garganta apretando como una concha virgen y caliente”. Yo saqué mi pija de su concha un momento, excitado al límite por la vista de mi esposa chupando otra pija con esa devoción sensual, mi miembro latiendo en el aire fresco, goteando jugos de ella: “Sí… chupasela, puta mía… pero ahora vení, vamos a desatar esto de una vez… poné la cámara a filmar sola, Manuel, y unite… el plan se fue al carajo, pero me excita verte con dos pijas reales”.
El trío se desató por completo, la reticencia inicial disolviéndose en un torbellino de placer compartido y sensual, nuestros cuerpos entrelazados en una coreografía lenta y deliberada que priorizaba cada toque, cada roce, cada gemido como si fuera una caricia eterna y ardiente. Norma se recostó en la cama sobre su espalda con una gracia felina, abriendo las piernas amplias y temblorosas, sus muslos bronceados y suaves invitando con un movimiento que hacía resaltar la curva de sus caderas, su concha rosada y chorreante expuesta al aire, los labios hinchados y relucientes que goteaban jugos cristalinos sobre las sábanas, sus tetas elevadas por la respiración acelerada y profunda, los pezones rosados apuntando al techo como faros de deseo puro. “Vengan los dos… quiero pijas reales ahora, sus pijas reales, no solo el dildo… Manuel, metémela en la concha, quiero esa verga gruesa y venosa que late por mí… Marcelo, dame la tuya en la boca para chuparte profundo mientras me rompe, quiero nuestros sabores mezclados en mi lengua”, suplicó ella, su voz ronca y cargada de lujuria, extendiendo las manos para atraernos, sus dedos rozando nuestras pieles sudorosas.
Manuel se posicionó entre sus muslos con rodillas inestables por la excitación, guiando su pija gruesa y venosa a sus labios hinchados y resbaladizos, rozando primero la cabeza morada contra su clítoris en círculos lentos y tortuosos para lubricarse con sus jugos abundantes y dulces, luego entrando con un envión pausado y profundo que la hizo arquear la espalda con un gemido prolongado que vibró en el aire, su concha envolviéndolo en un abrazo caliente y succionante que lo hizo gruñir. “Ay, Manuel… qué gruesa y tiesa… me estira la concha centímetro a centímetro, sintiendo tus venas hinchadas rozar mis paredes mojadas y sensibles como fuego líquido… rompeme despacio al principio, para que dure el placer, embistiendo con ritmo que me haga temblar las entrañas”, jadeó Norma, sus manos clavándose en las sábanas arrugadas, tetas temblando con el impacto inicial, los pezones endureciéndose aún más al aire. Él embestía con un ritmo sensual y deliberado, profundo y pausado, sus bolas peludas rozando su culo con cada entrada completa, el sonido húmedo y resbaladizo llenando la habitación como una sinfonía erótica: “Norma… qué concha caliente, apretada y chorreante… me absorbe la pija como un guante resbaladizo y vivo, tus jugos pegajosos untándome el tronco… Marcelo, mirá cómo tiembla por mí, su cuerpo arqueándose con cada embestida”. Yo me arrodillé al lado de su cabeza, dándole mi pija por la boca con una lentitud tortuosa, sintiendo sus labios suaves y hinchados cerrarse alrededor del glande, su lengua danzando en círculos por las venas hinchadas: “Chupame profundo, amor… tragate toda mi pija mientras te coge él… sí, lame las bolas con tu lengua caliente y húmeda”.
Norma succionaba con avidez sensual, gargantas profundas que hacían que saliva chorreara por mi tronco y bolas peludas, sus manos masajeando mis muslos y y mis huevos, la otro mano acariciándome el culo, sus uñas suaves clavándose ligeramente para aumentar la sensación eléctrica: “Mmm… qué rica pija, amor… Glug…Glug..agria por mi concha y tu presemen… Manuel…Glug…Glug…cogeme más fuerte ahora, embestí profundo… sentime acabar….ahhhh….es tan excitante…estoy chorreando mis jugos por tu pija gruesa y venosa”. Norma gemía con la boca llena de mi pija, las vibraciones enviando ondas de placer por mi tronco y bolas, su concha contrayéndose en pulsos calientes alrededor de la pija de Manuel: “Mmm… me parten por los dos lados… Manuel, tu pija me rompe la concha con esa grosor venoso, rozando cada nervio sensible en enviones que me hacen ver estrellas… Marcelo, tu pija tan dura y caliente me ahoga de placer en la garganta… Glug…Glug…sí…ahhhh”.

Cambiamos posiciones con una fluidez sensual y coordinada, como si nuestros cuerpos supieran instintivamente cómo maximizar el éxtasis: Norma se montó encima de mí como vaquera, sus rodillas hundiéndose en el colchón a cada lado de mis caderas, guiando mi pija a su concha empapada con una mano temblorosa por el deseo, bajando despacio hasta sentarse completamente, sintiendo cada centímetro de mi grosor estirarla en un abrazo caliente y resbaladizo que la hizo gemir alto. “Ay, Marcelo… me llega al fondo así, tu pija está más grande, está abriéndome la concha como nunca”, jadeó ella, rebotando con movimientos ondulantes y lentos que hacían sus tetas saltar hipnóticas, su sudor resbalando por sus clavículas en gotas que caían sobre mi pecho, sus manos en mis hombros clavándose para apoyarse.

Manuel se paró al lado de la cama, su pija a la altura de su boca ansiosa, y Norma la chupó profundo mientras cabalgaba: “Mmm… dos pijas…es un sueño, Manuel… ¿ te gusta como te chupo?…Glug…Glug…”. Yo agarraba sus caderas suaves y curvas, embistiendo hacia arriba con un ritmo que sincronizaba con sus rebotes, sintiendo su concha contrayéndose en pulsos calientes alrededor de mi pija. Manuel gemía, su mano en su pelo guiándola con toques suaves: “Norma… qué boca caliente y húmeda… succionás tan profundo que siento tu garganta apretarme como un puño baboso… Marcelo, tu esposa es una maestra en esto”. Invertimos la montada con una gracia sensual: Manuel se acostó y Norma se giró para montarlo en reversa, su espalda arqueada contra su pecho de mi amigo, sus tetas apuntando al techo mientras guiaba su pija gruesa a su concha, bajando con una lentitud que hacía que cada vena rozara sus paredes internas en un roce eléctrico: “Ay, Manuel… qué ancha me abrís la concha con esa verga monstruosa y venosa… me estás rompiendo despacio, sintiendo tu cabeza hinchada estirarme como nunca… reboto más rápido ahora, para que sientas mi culo redondo rebotar contra tus muslos sudorosos”. Sus tetas saltaban descontroladas pero sensuales, su sudor resbalando por su espina dorsal en ríos brillantes que goteaban sobre el pecho de Manuel, sus manos en sus caderas guiándola con presiones firmes pero tiernas.

Yo me arrodillé al lado, dándole mi pija por la boca: “Chupame mientras te coge mi amigo, amor… lamé mi glande hinchado con tu lengua plana”. Norma obedecía, succionando con gargantas profundas: “Mmm… me usan como una puta sensual… Manuel en mi concha, rompiéndome con embestidas que rozan mi punto G…Glug…Marcelo en mi boca, ahogándome con tu grosor…Glug… ay, voy a acabar otra vez, estoy temblando por esta doble llenada”. Pasamos a una posición más intensa y sensual, Norma volvió a cuatro patas en el centro de la cama, su cuerpo brillando por el sudor como si estuviera untado en aceite erótico, sus tetas colgando pesadas y balanceándose con cada movimiento, pezones rozando las sábanas en caricias eléctricas. Manuel se acostó y ella guió su verga a su concha. Yo me arrodillé por detrás, lubriqué mi pija con saliva y con sus jugos, apoyé mi glande contra su culo y empecé a empujar sin prisa pero sin pausa. Entró lentamente haciendo que ella aullara de placer.”Ahora los dos adentro… como Sensual Jane en la peli, con el marido en la concha y el doctor en el culo… llenenme los agujeros con pijas reales, pártanme en dos…ahhh…acabo de nuevo….”. Mientras me movía le dije: “Esto querías… mi pija en tu culo mientras él te coge por la concha…siento la pija de Manuel a través de la pared delgada en tu interior, rozándonos dentro tuyo en una fricción eléctrica”. Ella gemía: “Ay, dios… me rompen los agujeros… dos pijas reales partiéndome al mismo tiempo… acabo otra vez….ahhhh…embistan juntos, coordinen para que me destrocen de placer lento y profundo, rozando cada nervio con sus pijas hinchadas”, gritaba Norma, su cuerpo temblando en éxtasis continuo, muchos jugos chorreando por las piernas de Manuel y mezclándose con el sudor que goteaba de mi pecho sobre su espalda arqueada.
Norma suplicó con voz ronca, su concha y su culo contrayéndose en oleadas que ordeñaban nuestras pijas: “Acaben en mí… llenenme los agujeros de leche caliente y espesa, quiero sentir sus chorros inundarme”. Manuel explotó primero en su concha: “Tomá… ahhh…toda mi leche en tu concha…”. Chorros viscosos y calientes la llenaron, desbordando cuando sacó su pija, goteando por sus muslos en ríos blancos. Yo seguí embistiendo su culo: “Ahora la mía…ahhhh… tomá, puta mía”. Eyaculé profundo, leche caliente y espesa llenándola, desbordando por su ano rosado en gotas pegajosas que resbalaban por sus nalgas. Norma colapsó jadeando, su cuerpo temblando en espasmos: “Los siento chorrear adentro… qué rico, sus leches calientes en mi, goteando por mis piernas… pero quiero más…vengan, quiero sus pijas sucias ahora para revivirlas, saboreando nuestra esencia mezclada”.

Se arrodilló entre nosotros en la cama con una gracia exhausta pero sensual, tomando mi pija en la boca primero, lamiendo los restos de leche y jugos con lengua voraz : “Mmm… qué rica… sabe a mi culo y tu leche, amor…”. Succcionaba profundo, garganta ahogada, saliva espesa goteando por mi pija y bolas, sus manos masajeando mis muslos con toques suaves y uñas clavándose ligeramente: Luego cambió a Manuel: “Ahora la tuya… mmm, sabe a mi concha y tu leche…”. Chupaba alternadamente, una mano pajeando al otro con movimientos lentos y lubricados por saliva, sus tetas presionadas contra nuestras piernas, pezones rosados rozando nuestra piel sudorosa en caricias eléctricas: “Qué pijas ricas… las quiero duras otra vez para mi …los quiero entre mis tetas”.
Cuando estuvimos listos de nuevo, nuestras pijas duras y latiendo con renovado vigor, Norma se recostó un poco contra las almohadas arrugadas, juntando sus tetas grandes y sudorosas con las manos, ofreciéndolas como un canal caliente, suave y resbaladizo, el sudor y la saliva anterior lubricaban el valle entre ellas en una capa pegajosa y brillante: “Vengan… cojan mis tetas uno por uno… primero vos, Manuel… meté tu pija gruesa entre ellas, sintiendo el calor de mi piel envolviéndote”. Manuel se posicionó a horcajadas sobre su torso con rodillas temblorosas, deslizando su pija entre sus tetas con un movimiento lento y sensual, rebotando arriba y abajo con enviones que hacían que la cabeza rozara su barbilla hinchada, sus tetas envolviéndolo en un abrazo carnoso y caliente: “Qué ricas tetas… suaves y grandes como almohadas calientes y sudorosas… me aprietan la pija como una concha resbaladiza, sintiendo tu sudor lubricándome el tronco, Norma”. Norma apretaba más con las manos, lamiendo la cabeza cuando asomaba con la lengua : “Sí… cogémelas Manuel… sentilas calientes… mirá, Marcelo, cómo rebota entre mis tetas, su pija latiendo contra mi piel erizada”. Manuel aceleró el ritmo, sus bolas rozando su esternón sudoroso: “Voy a acabar… tomá mi leche en tus tetas, Norma… qué caliente…”. Explotó con un gruñido prolongado y gutural, chorros calientes y espesos cubriendo sus pezones y cuello, resbalando por las curvas en ríos blancos y viscosos que goteaban por sus costados, mezclándose con el sudor.
Norma sonrió con lujuria exhausta, lamiendo un chorro que resbalaba cerca de su boca con la lengua: “Mmm… qué rica leche…que caliente cubriéndome las tetas, pegajosa resbalando por mi piel… ahora vos, amor… meté tu pija entre ellas, lubricadas por la leche de Manuel, sintiendo la mezcla viscosa”.

Yo tomé su lugar a horcajadas, deslizando mi pija entre sus tetas ahora resbaladizas por el semen de Manuel, rebotando con enviones sensuales que hacían que la cabeza rozara sus labios hinchados: “Qué suave y pegajoso… con su leche como lubricante caliente… sintiendo tu piel caliente y sudorosa envolviéndome, las curvas apretándome”. Norma apretaba más, lamiendo mi cabeza cuando asomaba: “Sí… así…más fuerte, Marcelo… sentilas resbaladizas por la leche de tu amigo… acabame encima, mezclá tu leche con la de él en mis tetas, cubrime”. Yo aceleré: “Voy a explotar… tomá mi leche, amor…”. Acabé con un gemido profundo y prolongado, agregando chorros viscosos que se unían a los de Manuel en su piel sudorosa y brillante, la leche blanca y pegajosa resbalando por sus curvas en patrones eróticos y calientes, goteando por sus costados.

Norma lamió un poco más de la mezcla de sus tetas, saboreando con un mmm prolongado y ronco: “Mmm… qué rica… sus leches juntas en mis tetas,… qué placer sensual y compartido”. Y ahí, exhaustos pero con el deseo aún latiendo en nuestras venas como un pulso lento y persistente, el trío continuaba en un final de noche de toques suaves y besos compartidos, cuerpos entrelazados en la cama, respiraciones sincronizadas en un ritmo de satisfacción mientras la cámara aún filmando en silencio como testigo de nuestra entrega total.
“Che, Manuel, ¿qué pasa? Parecés un fantasma… ¿todo bien en casa?”, le pregunté, dándole un codazo ligero y amistoso mientras le hacía señas al mozo para otra ronda de cervezas. Pablo se rió, pinchando un trozo de queso azul con el tenedor. “Sí, boludo, contanos de una vez… ¿tu mujer te tiene a régimen estricto o qué? Te ves como si hubieras perdido la billetera”. Esteban, con su tono calmado de siempre, agregó mientras tomaba un sorbo: “Dale, desahogate, Manuel. Somos terapeutas de bar, gratis y con alcohol incluido. ¿Qué te anda jodiendo?”. Manuel suspiró profundo, dejando el vaso en la mesa con un golpe seco que hizo tintinear el hielo. “La verdad, chicos… con mi mujer estamos en una crisis jodida. Creo que me engaña. Hace meses que las cosas andan raras: llega tarde del trabajo, siempre con excusas vagas, y encima no cogemos desde hace como tres meses. Me siento un idiota total, boludo. Me pajeo solo en el baño, pero no es lo mismo… esa abstinencia me está volviendo loco”.
Nos quedamos en silencio un momento, procesando el peso de su confesión, el bullicio del club pareciendo más lejano. Pablo fue el primero en romper el hielo: “Uff, qué mierda, Manuel. Pero capaz es paranoia tuya, eh. Las minas se estresan con el laburo, los chicos, la rutina… y se cierran como ostras. Hablá con ella directo, no dejes que fermente en tu cabeza”. Esteban asintió, apoyando el codo en la mesa: “Sí, mirá que con la mía va todo viento en popa: cogemos casi todas las noches, salimos a cenar, nos divertimos como al principio. Dale tiempo, boludo. Salí más con nosotros, distraete… ya va a pasar”. Yo intenté sumar algo reconfortante, sintiendo empatía por su bajón: “Exacto, Manuel. No te martirices solo. Si es verdad lo del engaño, duele como la mierda, pero hay que enfrentar la realidad. Y la abstinencia… todos pasamos rachas secas. Enfocate en el gym, en correr por el río… algo que te despeje. Somos un equipo, boludo, contá con nosotros”. Manuel levantó el vaso en un brindis débil, forzando una sonrisa: “Gracias, chicos… son lo mejor que tengo. Pero es complicado, ¿sabés? Me hace dudar de todo, de si soy suficiente o qué carajo pasa”.
La charla derivó en temas más livianos para aligerar el ambiente: Pablo contó un chiste absurdo sobre suegras entrometidas que nos hizo reír a carcajadas, Esteban compartió detalles de su último fin de semana en la costa con su mujer, pero Manuel seguía con la mente en otro lado, su expresión distante como si estuviera reviviendo escenas dolorosas. Al rato, Pablo miró su reloj con un gesto suspiro: “Bueno, me voy… la mía me espera para una cena romántica. Ánimo, Manuel, y nos vemos el jueves que viene para revancha en la cancha”. Esteban se levantó también, dando palmadas en la espalda: “Sí, yo igual… ya va a mejorar, boludo. Un abrazo fuerte”. Se despidieron con apretones de manos y bromas rápidas, dejando la terraza más vacía y silenciosa, solo Manuel y yo con las birras a medio terminar y el sol poniéndose en un espectáculo de rojos y violetas. Pedí otra ronda para extender la charla, sintiendo que necesitaba desahogarse más: “Bueno, dale… ahora que estamos solos, contame en serio. ¿Cómo te diste cuenta de lo del engaño? No me digas que la agarraste con otro en la cama o algo así”.
Manuel suspiró hondo, reclinándose en la silla y mirando el atardecer como si buscara respuestas en las nubes. “No, nada tan cinematográfico… fue gradual, Marcelo, como una gotera que termina inundando todo. Primero, empezó a mencionar a otros tipos de manera casual: ‘Mirá qué atractivo ese actor en la serie que vemos’, ‘Mi compañero de oficina tiene una sonrisa tan sensual, siempre me alegra el día’… cosas que antes no decía, como si estuviera midiendo mi reacción. Luego, se arreglaba como para una cita cada vez que salía sola: maquillaje impecable, ropa nueva que compraba sin contarme, perfume caro que solo usaba para ‘reuniones con amigas’. Volvía tarde, con una energía rara, satisfecha, y cuando le preguntaba, era siempre ‘nada especial, charlamos de la vida’. Pero lo que me destrozó fue encontrar lencería nueva en su cajón: tangas rojas diminutas con encaje, corpiños push-up que realzaban todo… con las etiquetas recién quitadas. Cuando le proponía cogernos, siempre excusas: ‘Estoy exhausta del día’, ‘Mañana, amor, te prometo’. Y a veces llegaba del trabajo visiblemente caliente, ¿sabés? Los pezones endurecidos marcándose bajo la blusa ajustada, la concha mojada cuando la tocaba por sorpresa al saludarla… pero decía ‘Es el estrés acumulado’ o ‘Hace calor hoy’. ¿Entendés? Me hace sentir un cornudo patético, boludo. No sé si confrontarla o qué hacer… duele como la mierda”.
Lo escuchaba atento, asintiendo con empatía, pero en mi mente surgían flashes de nuestras fantasías con Norma: el exhibicionismo sutil que la excitaba, la idea de abrir la pareja para explorar sin traiciones. “Qué jodido, Manuel… pero, ¿nunca le planteaste algo como abrir la relación? Digo, si ella necesita variedad o está viendo a otro, quizás lo conviertan en algo positivo: ella disfruta con quien sea, vos con ella después, y todos contentos. Sería como integrar eso en su dinámica, sin secretos”. Él me miró como si le hubiera sugerido mudarse a Marte: “¡Estás loco, Marcelo! ¿Abrir la pareja? Eso es para swingers o liberales extremos… yo quiero exclusividad amigo. Si me engaña, es traición pura, no un jueguito. ¿Vos lo harías con Norma? ¿Compartirla como si nada?”.
Justo en ese momento, mi celular vibró sobre la mesa con un zumbido discreto. Lo miré de reojo: un mensaje de Norma. “Apurate, amor… te estoy esperando re caliente en casa”. Adjunta, una foto que me dejó la boca seca y la pija removiendo en el pantalón: ella en la bañera, el agua espumosa cubriéndole justo hasta los pezones pero dejando ver el contorno voluptuoso de sus tetas grandes y firmes, con un dildo grande y realístico en la mano –venoso, grueso, con una cabeza hinchada que simulaba perfección una pija real–, su lengua rosada extendida a milímetros del glande falso, ojos verdes clavados en la cámara con esa lujuria juguetona que me ponía a mil. Sonreí involuntariamente, sintiendo un cosquilleo de excitación en la entrepierna, imaginando el agua caliente resbalando por su piel cremosa. Manuel notó mi expresión: “Qué sonrisa pícara… ¿buenas noticias de Norma? Parecés un adolescente con un mensaje caliente”.
Yo lo miré, debatiendo internamente si compartir, pero la confianza de años y el tono de la charla ganaron: “Sí… mirá, Manuel. La idea de abrir la pareja no es loca para mí. De hecho, me excita un montón pensarlo. Norma y yo lo hemos charlado varias veces en la intimidad: imaginarnos con un tercero de confianza, alguien que se una al juego y la haga sentir deseada por dos al mismo tiempo. No lo hemos hecho aún, pero empezamos probando con juguetes para ver cómo nos sentimos con la idea. Mirá esto… es de ahora mismo, para que veas que no boludeo”. Le mostré la foto, girando el celular con cuidado para que nadie más en la terraza viera, el pulso acelerado por el riesgo sutil. Manuel se acercó, abriendo los ojos con sorpresa genuina: “¡Boludo! ¿Es Norma? Dios… qué foto ardiente. Está re buena, con ese dildo en la mano y la lengua a punto de… ¿en serio están considerando un tercero real? Me dejás perplejo, Marcelo… nunca imaginé que fueran tan abiertos”.
Guardé el celular rápido, riendo bajito para disimular el rubor: “Sí… empezamos con el consolador para simular: ella lo chupa como si fuera una pija de verdad mientras yo la cojo por detrás, o lo metemos en su concha y yo en su culo para esa sensación de doble penetración. Dice que le encanta sentirse tan plena, gimiendo como loca por la presión. El próximo paso sería alguien de carne y hueso… alguien como vos, que necesita un poco de consuelo en esta racha. No te estoy invitando ahora mismo, boludo… tengo que hablarlo con Norma primero. Pero la idea me pone la pija dura solo de pensarlo”. Manuel se recostó en la silla, procesando con una mezcla de shock y curiosidad evidente en su rostro: “Estás loco… pero contame más, boludo. ¿Cómo llegaron a eso? ¿Norma lo quiere tanto como vos? ¿No te dan celos imaginarla con otro, tocándola, haciéndola gemir?”.
Yo asentí, pidiendo la cuenta al mozo con un gesto: “Todo empezó con charlas post-sexo, en la cama, cuando estamos relajados y abiertos. Norma siempre fue exhibicionista: le encanta que la miren, que la deseen, ponerse lencería provocativa y sentir ojos en su cuerpo. Un día me dijo ‘Imaginá si traemos a un amigo tuyo… que me toque mientras vos mirás y participás después’. Me puse durísimo al instante. Compramos el dildo para practicar: ella siempre lo lame despacio, lo chupa profundo como una pija real, y lo metemos en su concha mientras yo le doy por el culo, o al revés. Gime, acaba, grita que le encanta la sensación de estar llena por dos lados, las paredes estiradas al límite. Los celos… al principio pensé que me matarían, pero me excita más verla gozar, controlando el juego como pareja. Sería algo nuestro, con un tercero de confianza que entienda las reglas. Capaz algún día… pero primero lo discuto con ella”. Manuel me miró fijo, con un brillo nuevo en los ojos: “Boludo… me estás tentando sin querer. Norma es un sueño hecho realidad, y con mi situación actual… ¿me dejarías unirme si hablás con ella? Puedo ir ahora sí querés. Digo, si ella dice que sí”. Yo negué con la cabeza, pagando la cuenta y levantándome: “No te invito ahora, Manuel… es una decisión de pareja. Pero si Norma está de acuerdo… quién sabe. Vamos, te llevo a casa antes de que se haga tarde”.
Esa noche, llegué al departamento alrededor de las nueve, con el mensaje y la foto de Norma quemándome en el bolsillo como un secreto ardiente. El aroma a pasta con salsa boloñesa casera flotaba en el aire, reconfortante y hogareño, y Norma me recibió en la cocina con una sonrisa que me derritió al instante: llevaba una bata de seda roja abierta por delante, dejando entrever su lencería negra nueva –un corpiño push-up que desbordaba sus tetas grandes y redondas, con pezones rosados ya endurecidos por la anticipación, y una tanga de encaje que marcaba los labios hinchados de su concha depilada, un manchón húmedo visible por el baño reciente–. “Amor… qué tarde llegás. Te extrañé, todo el día pensando en vos”, murmuró con voz ronca, acercándose para besarme profundo, su lengua danzando con la mía en un beso lento y húmedo, mientras su mano bajaba directamente a mi pija, rozándola por encima del pantalón y sintiendo cómo se endurecía al instante bajo su toque experto. “Yo también, amor…pero me tuve que quedar charlando con Manuel, fue intenso. Está hecho mierda por su mujer… cree que lo engaña, y no cogen hace meses. Se siente solo y frustrado”.
Norma sirvió la pasta humeante en dos platos, pero su mirada era pícara, cargada de esa complicidad sensual que nos unía en nuestras fantasías más íntimas. Nos sentamos en la mesa de la cocina, la luz tenue de la lámpara iluminando sus curvas sutilmente, y mientras pinchaba un fideo con el tenedor, preguntó con curiosidad genuina: “Pobre Manuel… ¿y vos qué le dijiste? ¿Le contaste algo de nosotros, de nuestras charlas calientes?”. Yo asentí, tomando su mano sobre la mesa y entrelazando nuestros dedos: “Sí… le hablé de abrir la pareja, de cómo nos excita la idea de un tercero. Le mostré tu foto con el dildo… quedó boquiabierto, boluda. Me pidió más detalles, incluso insinuó que le gustaría unirse si lo consideramos. Le dije que tenía que hablarlo con vos primero, que es algo nuestro”. Norma se mordió el labio inferior, sus ojos verdes brillando con excitación, y se inclinó hacia adelante, haciendo que sus tetas se presionaran contra el borde de la mesa, el corpiño tensándose. “Mmm… Manuel es lindo, con esa cara de bueno y el cuerpo atlético que tiene. ¿Te excita de verdad la idea, amor? Imaginate… él tocándome despacio mientras vos mirás y participás, sus manos en mis tetas, yo tocando su pija, chupándosela mientras vos me cogés. Sería nuestro primer paso real hacia eso”.
Yo sentí un pulso caliente en mi pija, pero también una punzada sutil de duda –celos incipientes mezclados con la adrenalina del deseo–. “Sí… me pone a mil pensarlo, verte gemir por dos al mismo tiempo. Pero vamos despacio, no quiero forzar nada que nos deje mal”. Norma sonrió con picardía, levantándose para ir al dormitorio con pasos gráciles: “Hablemos mientras cenamos… pero traigo algo para inspirarnos y decidir si lo invitamos”. Volvió con el dildo grande, venoso y realístico, colocándolo en el centro de la mesa como un adorno obsceno y provocativo, la cabeza gruesa apuntando al techo. “Mirá… imaginemos que esto es la pija de Manuel aquí, en nuestra cena íntima. Contame más mientras lo… pruebo, para ver cómo nos sentimos”. Yo jadeé, mi pija endureciéndose bajo la mesa: “Boluda… estás re caliente hoy. Le conté cómo empezamos: las charlas en la cama después de cogernos, cómo te excita exhibirte, el dildo simulando un tercero. Le dije que gemís como loca cuando te llenamos los dos, el consolador y mi verga, sintiéndote plena”.
Norma tomó el dildo en la mano, lamiendo la cabeza despacio con la lengua plana, saboreándolo como si fuera carne real, sus ojos clavados en los míos: “Mmm… qué rico y venoso… imaginate que es la de Manuel. Contame mientras lo lamo… ¿le dijiste que me metemos esto en la concha mientras me culeás por atrás, sintiendo la doble presión?”. Yo asentí, dejando el plato a un lado, mi mano bajando a pajearme por encima del pantalón: “Sí… le dije que te encanta esa sensación de estar estirada por dos lados. Mirá cómo me ponés, amor… tu lengua rosada rozando eso me pone la pija dura como piedra”. Ella se levantó, quitándose la bata por completo con un movimiento fluido, quedando en lencería negra que acentuaba cada curva, y se sentó en mi regazo, frotando su concha húmeda contra mi erección a través de la tela: “Sentí lo mojada que estoy solo de pensarlo… desabrochame el corpiño, amor, libera mis tetas para tocarlas”. Lo hice despacio, liberando sus tetas grandes que saltaron libres, los pezones endurecidos invitando a mis dedos. “Qué lindas tetas… Manuel se volvería loco con ellas, pellizcándolas así”. Norma jadeó, bajándome el pantalón y liberando mi pija: “Sí… ahora quiero montarte mientras chupo esto…Glug…Glug…¿la tendrá así de grande Manuel?”.
Se levantó un poco, guiando mi pija a su concha mojada y resbaladiza, bajando despacio hasta tragarme completo: “Ay, amor… qué llena me siento con tu pija gruesa… cogeme despacio, sintiendo mis paredes apretarte”. Rebotaba con movimientos ondulantes y lentos, tetas saltando hipnóticas, mientras chupaba el dildo profundo, con mucha saliva chorreando por el tronco falso: “Mmm… imaginate que es Manuel en mi boca… Glug…Glug…dos pijas reales rompiéndome, una en la concha latiendo contra mis jugos, la otra en la garganta ahogándome de placer”. Yo embestía hacia arriba, agarrándola de las caderas suaves: “Sí amor mío… gemí para él… decí su nombre mientras me cabalgás así”. Norma aceleró el rebote, su concha chorreando jugos por mi pija y mis bolas: “Ay, Manuel… como me gusta chuparte esa pija venosa… Marcelo, cogeme más fuerte, rozando mi clítoris con tus embestidas me están partiendo entre los dos…Glug…Glug….ahhh”. Acabó como nunca, salió mucho líquido se su concha. Cambiamos posición con fluidez: la puse en cuatro apoyada en la mesa, la pasta olvidada al lado, y entré por detrás en su concha, embistiendo profundo mientras ella chupaba el dildo: “Sí… cogeme la concha bien profundo mientras lo chupó a Manuel… ay…Glug…Glug…qué rico… meté el dildo en mi culo, amor, para la doble”.
Lo lubriqué con sus jugos abundantes y presioné contra su ano apretado, metiéndolo despacio centímetro a centímetro: “Tomá…¿querías doble penetración?…sentite llena como con un tercero real, el dildo estirando tu culito rosado mientras mi pija roza tus paredes internas”. Norma gritó de placer, su cuerpo temblando: “Ay, dios… me rompe el culo mientras me cogés por la concha… Manuel, mirá cómo gozo por dos… no pares, Marcelo… embestí sincronizado, sintiendo la fricción a través de la pared delgada… voy a acabar…ahhh”. Su concha se contrajo en oleadas, jugos chorreando por mis muslos mientras gemía: “Sí… llenenme de leche… imaginate que Manuel acaba en mi culo”. Yo no aguanté más: “Tomá mi leche en tu concha, puta mía… para que Manuel la vea desbordar”. Eyaculé profundo, chorros calientes inundándola, desbordando por sus labios hinchados. Norma sacó el dildo, jadeando: “Qué rico… pero quiero más… chuparé tu pija sucia ahora, saboreando nuestra mezcla”.
Se arrodilló frente a mí, lamiendo mi pija con leche y jugos con lengua voraz: “Mmm… sabe a nosotros, ácido y dulce… la chupo toda, amor, sintiendo las venas en mi lengua”. Succcionaba profundo, se le ahogaba la garganta, dejaba saliva chorreando: “Imaginate limpiando la de Manuel también…Glug…Glug..lamiendo su semen pegajoso”. Luego, se recostó en la mesa, metiendo el dildo en su concha: “Culeame mientras esto me llena… como con dos pijas reales”. Entré en su ano apretado y caliente, embistiendo lento: “Sí… doble otra vez… gemí para mí, sintiendo la presión de ambos lados”. Norma rebotaba contra mí: “Ay, Marcelo… me parten los agujeros… acabá en mi culo, llenándome como Manuel lo haría”. Exploté adentro, muchísima leche caliente eyaculé inundándola, nuestro placer siguió prolongándose en besos y toques suaves.
Al día siguiente, un viernes por la mañana soleada, desayunamos en la cama con café humeante y medialunas frescas, pero la charla de la noche anterior flotaba en el aire como un perfume persistente. Norma, aún desnuda bajo las sábanas arrugadas, me miró seria pero con un brillo excitado en los ojos: “Amor… anoche fue increíble imaginando a Manuel. ¿De verdad querés invitarlo? Me excita la idea de que nos mire, pero no si no estás seguro al cien por cien…”. Yo dudé, sintiendo esa punzada de inseguridad –celos sutiles por compartirla, aunque fuera visualmente–: “Me pone a mil amor… verte exhibiéndote, gimiendo por mí mientras él nos ve…o filma. Pero no sé… ¿y si me dan celos reales al verlo excitado por vos? No quiero arruinar lo nuestro por una fantasía”. Ella me besó suave, su mano bajando a mi pija mañanera: “Entiendo tus dudas, amor… vamos despacio para que sea cómodo. ¿Qué tal si lo invitamos solo a mirar? Que nos vea cogernos, nos saque fotos o nos filme con nuestra cámara… y si quiere, que se pajee por nosotros, sin tocarnos. Así probamos sin contacto directo, y vemos cómo nos sentimos. Si nos gusta, avanzamos a más”. Yo asentí, excitado por la propuesta equilibrada: “Me parece perfecto… controlamos todo, y es un paso seguro. Si Manuel acepta, claro… y jurando discreción absoluta”.
El acuerdo quedó sellado con un beso que escaló rápido: Norma se montó encima, guiando mi pija, que ya estaba dura imaginando a mi amigo viéndonos, a su concha aún sensible de la noche anterior: “Sí… imaginá que Manuel nos filma ahora… ay, qué rico, tu pija llenándome despacio”. Rebotaba lento, sus tetas rozando mi pecho: “Gemí para él, amor… decí que soy tu puta compartida”. Pero la charla seria había calmado mis dudas, dejando solo anticipación sensual.
El jueves siguiente, después de otro partido de pádel –un doble que ganamos por poco, con sudor y adrenalina–, nos sentamos en la terraza como de costumbre. Pablo y Esteban charlaron un rato sobre trabajo y familia, pero se fueron temprano: “Nos vemos, chicos… Manuel, ¿mejor con lo tuyo?”. “Sí, gracias… un poco”, respondió él con una sonrisa forzada. Quedamos solos, cervezas en mano, y yo decidí soltar la bomba con cuidado: “Manuel… la semana pasada hablamos de lo nuestro con Norma. Lo pensamos bien, boludo… y queremos invitarte a algo especial. El sábado que viene, vení a casa. Nos vas a ver cogernos en vivo… podés sacar fotos o filmar con nuestra cámara, y si te ponés caliente, pajeate por nosotros. Nada más, eh… no toques ni nada físico. Pero jurame que no le decís una palabra a nadie… es nuestro secreto absoluto”. Manuel me miró perplejo, pero con un brillo de excitación en los ojos: “Boludo… ¿en serio? Jurado por mi vida, Marcelo… no digo nada. ¿A qué hora? No lo puedo creer, pero gracias por la confianza”. Y ahí, con la promesa sellada en un brindis, el plan cobraba vida.
Era el sábado por la tarde, y el departamento en Palermo parecía cargado de una tensión eléctrica, el sol filtrándose por las cortinas semiabiertas proyectando patrones dorados en el piso de madera. Habíamos hablado toda la semana sobre esto: la invitación a Manuel para que nos viera, nos filmara con nuestra cámara y, si quería, se pajease mientras tanto. No era el trío completo de nuestras fantasías, pero era un paso realista: una prueba para medir emociones sin riesgos mayores. “Amor, si en algún momento te arrepentís o sentís celos, decílo y paramos todo de inmediato”, me había dicho Norma esa mañana, mientras preparábamos el dormitorio: sábanas limpias de algodón suave, luces tenues con lámparas de mesa regulables, la cámara digital en un trípode estable al lado de la cama king, y una botella de vino tinto con tres copas en la mesita de luz. Yo asentí, besándola profundo: “Lo mismo para vos… pero me excita imaginármelo. Manuel es de confianza, y si se anima, será caliente. Nervioso estoy, pero nervios de los buenos”. Ella sonrió pícaramente, ajustándose la lencería negra nueva bajo un vestido corto y ceñido que marcaba sus curvas: “Sí… va a ser sensual que nos mire. Estoy nerviosa también, con mariposas en el estómago, pero excitada por verte tomar el control”.
El timbre sonó puntual a las seis, y mi corazón dio un vuelco sutil. Fui a abrir, y ahí estaba Manuel: vestido casual con jeans ajustados y camisa desabotonada en el cuello, pelo peinado hacia atrás con gel, pero con una expresión nerviosa, las manos metidas en los bolsillos como si no supiera dónde ponerlas. “Marce… acá estoy. ¿Seguro que no es una joda pesada?”, dijo con una risa temblorosa, extendiendo la mano para un saludo. Yo lo abracé rápido, palmeándole la espalda: “No, boludo… en serio. Pasá, pero recordá: juraste no decir nada a nadie, y si filmás o sacás fotos, es solo con nuestra cámara. Nada de toques, solo mirás y… lo que quieras hacer solo, sin involucrarnos”. Él asintió, tragando saliva visiblemente: “Jurado, Marcelo… no lo puedo creer aún, pero gracias por incluirme. Estoy re nervioso, como un adolescente en su primera vez”. Entró al living, y Norma salió de la cocina con una sonrisa cálida y acogedora, besándolo en la mejilla con un roce sutil: “Hola, Manuel… bienvenido a casa. ¿Un vino para romper el hielo y calmar los nervios? Nosotros también estamos ansiosos, ¿sabés? Es la primera vez que probamos algo así”. Él la miró, notando el vestido corto que se adhería a sus curvas como una segunda piel, y se sonrojó levemente: “Gracias, Norma… sí, un vino ayudaría mucho. Estás… hermosa, como siempre, irradiando esa confianza”.
Nos sentamos en el sofá del living, copas en mano con el vino tinto suave y afrutado, el silencio inicial roto por charlas banales para disipar la tensión: el partido de pádel de la semana, el clima caprichoso de Buenos Aires, anécdotas del trabajo que nos hicieron reír. Pero la atmósfera se cargaba gradualmente de expectativa; Manuel no podía quitar los ojos de Norma, que cruzaba y descruzaba las piernas con gracia, dejando entrever más de sus muslos suaves y blancos. “Bueno… ¿cómo hacemos esto exactamente?”, preguntó él al fin, con la voz ronca por el vino y los nervios, su pie tamborileando sutilmente en el piso. Norma miró a mí con complicidad, su mano rozando mi rodilla: “Vamos a la habitación, ponemos una película para ambientar… algo caliente, como las que vemos nosotros para inspirarnos. Vos filmás si te animás, o solo mirás y disfrutás. Y si te ponés… cómodo y querés pajearte, no hay problema, es parte del juego”. Manuel asintió, su respiración acelerándose: “Ok… estoy listo, pero no sé si voy a poder contenerme solo mirando. Es raro, pero excitante”. Yo me levanté, extendiendo la mano: “Vamos, Manuel… seguinos. Relajate y dejá que fluya”.
Entramos a la habitación, el aire más íntimo con las luces bajas y el olor a vainilla de las velas que Norma había encendido, creando un ambiente cálido y seductor. Nos sentamos en la cama, Manuel en una silla cómoda al lado del trípode con la cámara. Norma encendió la tele y sintonizó una película porno que habíamos elegido juntos: una de Sensual Jane, donde ella empieza con su “marido” en una sesión de terapia que deriva en besos apasionados y caricias exploratorias, pero luego interviene un “doctor” y se convierte en un trío hombre-mujer-hombre intenso, con oral simultáneo, penetración vaginal y anal, y doble en sus agujeros hasta acabar cubierta de placer. “Mirá… empieza suave, como nosotros vamos a hacer”, dijo Norma, acomodándose entre mis piernas en la cama, su espalda contra mi pecho, el vestido subiéndose ligeramente por sus muslos. Manuel tomó la cámara, sus dedos temblando al encenderla: “Ok… ¿empiezo a filmar? ¿O solo miro por ahora?”. Yo asentí, mi mano rozando el muslo de Norma: “Filmá si querés… para nuestro recuerdo privado. Estamos nerviosos también… pero excitados por compartir esto”.

La película avanzaba: Sensual Jane besando a su marido con lengua profunda, manos explorando tetas grandes y concha húmeda bajo la ropa. Norma suspiró, girando la cabeza para besarme despacio: “Amor… qué rico beso en la peli, con lenguas danzando. Besame vos así… para entrar en calor y que Manuel vea cómo nos encendemos”. La besé profundo, mi lengua enredándose con la suya en un baile húmedo y lento, saboreando el vino residual en su boca, mientras mis manos subían por sus muslos internos bajo el vestido, rozando la piel suave y cálida. “Mmm… Norma, qué caliente estás ya… mirá, Manuel, cómo se moja solo de besarnos, su piel erizándose bajo mis dedos”. Manuel, con la cámara enfocando el beso, jadeó bajito: “Chicos… esto es… increíblemente sensual. Sigo filmando, se ven re calientes juntos”. Norma rompió el beso un segundo, sentí su aliento cálido contra mi cuello: “Sí, Manuel… filmá todo… mirá cómo Marcelo me toca despacio. En la peli, ahora el marido le masajea las tetas… hacelo vos, amor, pellizca mis pezones a través del vestido”.
Mis manos subieron al escote de su vestido, bajándolo despacio por los hombros con dedos temblorosos de anticipación, revelando el corpiño negro que apenas contenía sus tetas grandes, los pezones rosados endureciéndose al aire fresco. “Qué lindas tetas amor… mirá cómo se paran tus pezones para mí, rosadas y sensibles”. Las masajeé con palmas abiertas, rozando los pezones entre los dedos con pellizcos suaves que la hicieron arquear la espalda, gimiendo bajito: “Ay, Marcelo… sí, apretalas más… siente cómo se endurecen bajo tus yemas… Manuel, acercate con la cámara, filmá de cerca cómo me excita esto, mirá las manos de mi hombre jugando en mis pechos”. Manuel se levantó nervioso, acercándose un paso, la cámara enfocando mis manos en sus tetas, su respiración acelerada: “Norma… tus tetas son perfectas, tan firmes y suaves… el plano sale genial, capturando cada temblor”. Norma miró a la tele: “Mirá… ahora en la peli, Sensual Jane se arrodilla y chupa… amor, sacame el vestido todo, para que Manuel vea mi lencería completa”.
Lo bajé por completo con lentitud, dejando que cayera al piso en un susurro de tela, Norma quedó en lencería negra, la tanga mojada con un manchón visible de humedad que delineaba sus labios hinchados. Se desabrochó el corpiño sola, tetas saltando libres con un rebote sensual, y se inclinó hacia mí, bajándome el pantalón despacio: “Sacá tu pija, amor… quiero chuparte como lo hace la mina en la peli, lamiendo despacio”. Mi pija saltó dura, gruesa y venosa, la cabeza hinchada brillando por el presemen. Norma la lamió despacio, su lengua plana pasando por el glande, saboreando mi sabor: “Mmm… qué rica y tiesa… Manuel, filmá cómo se la chupo a mi marido, capturando cada lamida”. Manuel se acercó más, arrodillándose al lado de la cama para un ángulo íntimo, la cámara capturando su boca succionando profundo, la saliva chorreando por el tronco: “Sí… qué plano sensual… Norma, sos una experta, tu lengua danzando así”. Ella sacó mi pija un momento, jadeando: “Gracias… pero en la peli ahora le lamen la concha… hacelo vos, amor, mientras yo juego con el dildo para simular más”.
Norma tomó el dildo grande de la mesita de luz, venoso y realístico, lamiéndolo despacio como en su foto: “Mmm… imaginate que esto es una segunda pija, como el doctor en la peli”. Yo me recosté, bajando su tanga con dedos temblorosos, exponiendo su concha depilada y brillante de jugos: “Qué mojada estás… dulce y caliente por los nervios y la excitación”. Hundí la lengua en sus pliegues suaves, lamiendo el clítoris en círculos lentos y presionados: “Ay, Marcelo… sí, lameme el clítoris así, sentí mi pulso acelerado… Manuel, mirá cómo me lame… ¿te gusta el plano, te excita verme gozar?”. Él jadeó, la cámara temblando: “Sí… re caliente… mi pija se pone dura solo de filmar…mirá como me acaricio por encima del pantalón para calmar”. Norma chupaba el dildo profundo, gargantas ahogadas: “Mmm… chupo…Glug…Glug…esta pija falsa mientras mi marido…Glug…Glug…me lame la concha… en la peli, ahora la mujer chupa a uno y el otro la coge… hagámoslo, amor”.

Yo me incorporé: “Sí… montame, amor, como en la película, rebota despacio”. Norma se sentó en mi regazo, guiando mi pija a su concha mojada, bajando con lentitud tortuosa: “Ay, qué llena… ¿te gusta como reboto en vos? …ay amor, ¿ estás sintiendo mis paredes resbaladizas apretándote?”. Rebotaba con movimientos ondulantes, sus hermosas, grandes y blancas tetas saltando, mientras chupaba el dildo: “Mmm… dos pijas…Glug…Glug…una en la concha latiendo…Glug…Glug…otra en la boca…Glug…Glug… Manuel, filmá cómo reboto… acercate”. Manuel dudó, pero en el calor de la situación posó una mano en su muslo suave, rozando la piel erizada: “Perdón… para mejor visión… qué concha linda, chorreando jugos”. Norma gimió: “Sí… rozame más si necesitás… para la filmación… ay, voy a acabar pronto”.
Cambiamos para replicar la doble: “Ahora como en la peli, amor… metete el dildo en tu culo mientras te cojo por la concha”. Norma se puso en cuatro, yo atrás entrando en su concha: “Tomá mi pija… qué apretada y caliente”. Lubricó el dildo con saliva y lo presionó contra su ano: “Ay, sí…ahí entra…ahhh…despacio, está entrando…estirándome centímetro a centímetro… doble penetración como a la mina en la película…mirá amor…”. Yo mientras disfrutaba del calor de su concha, bien profundo y lento, embistiendo al ritmo: “Sentí los dos… te rompemos los agujeros”. Norma gemía bajito: “Ay, dios… me parten el culo y la concha… Manuel, filmá de cerca… acercate, filmame el clítoris, lo siento muy hinchado”. Manuel se arrodilló al lado, la cámara enfocando, su mano muy cerca de su clítoris hinchado, no pudo aguantar y lo frotó suavemente : “Perdón… para mejor visión… qué mojada estás, tus jugos están en mis dedos”. Dijo y los lamió. Norma jadeó: “Sí… frotame más… para la filmación… ay, voy a correrme, estoy a punto….ahhhh”.
Manuel, fuera de control, dejó la cámara en el trípode y sacó su pija del pantalón, pajeándose lento: “Chicos… no aguanto… me voy a pajear filmando… qué caliente”.
Norma, aún en cuatro patas con mi pija embistiendo su concha resbaladiza y el dildo estirando su ano en pulsos succionantes, giró la cabeza hacia él, notando su erección gruesa y palpitante, las venas marcadas hinchadas por la excitación, el presemen brillando bajo la luz tenue como una promesa de placer prohibido. Sus ojos se iluminaron con esa voracidad sensual que me volvía loco, y miró por encima del hombro, sus tetas grandes colgando y balanceándose con cada envión mío, los pezones rosados rozando las sábanas arrugadas. “Sí, Manuel… pajeate cerca de nosotros… mirá cómo gozo por esta doble… rozame más si necesitás un mejor ángulo para tu paja… ay, Marcelo, cogeme fuerte ahora…embistime profundo….con el consolador adentro, sintiendo cómo me estira el …culo…está todo tan caliente y apretado”, suplicó ella, su voz ronca y entrecortada por los gemidos, arqueando la espalda para empujarse contra mí, su concha contrayéndose en pulsos calientes alrededor de mi pija, sus jugos chorreando por mis muslos en gotas calientes y pegajosas.
Yo aceleré el ritmo, embistiendo su concha con enviones más profundos y rítmicos, el sonido chapoteante de carne contra carne resonando en la habitación, mientras movía el dildo en su ano con giros lentos que la hacían temblar: “Tomá… doble como en la peli…sos mi puta… sentite partida por dos, el dildo rozando mis embestidas a través de la pared delgada en tu interior… decí lo que sentís, gemí alto para que Manuel lo escuche”. Norma gritaba bajito al principio, pero pronto su voz se elevó en éxtasis: “Me rompen los agujeros… ay, qué rico, el dildo estirándome el culo con dolor placentero, tu pija gruesa partiéndome la concha mojada… Manuel, filmá cómo chorreo mis jugos por sus bolas… rozame el culo y seguí la paja, sentí mi piel caliente y sudorosa”. Él, hipnotizado, extendió la mano libre y rozó su nalga redonda y firme, sintiendo la suavidad temblorosa bajo sus yemas, pajeándose más rápido ahora, la mano subiendo y bajando con un sonido húmedo: “Sí… qué plano sensual… tu nalga tan suave, Norma… me pone la pija aún más dura, latiendo por verte gozar así”.
La tensión en el aire se espesaba como una niebla erótica, el olor a sudor y vainilla mezclándose con el aroma crudo de nuestra excitación, y Norma, con un gemido gutural que vibraba desde lo profundo de su pecho, suplicó de nuevo, su concha contrayéndose en oleadas alrededor de mi pija: “Amor… mirá su pija gruesa y venosa… qué grande la tiene, goteando presemen… ¿puedo tocarla solo un poco? Para sentir lo dura que está por nosotros, quiero sentir como late en mi mano… por favor, Marcelo, me moja más pensarlo”. Yo dudé un segundo, sintiendo una punzada de celos ardientes en el estómago –el acuerdo era sin toques, solo visual–, pero la excitación me invadió como fuego, mi pija endureciéndose más dentro de ella al imaginarla envolviendo otra carne: “amor… no era el plan… pero si te excita tanto… dale, tocála un poco. Solo eso, eh… para ver cómo nos sentimos”. Manuel jadeó, su mano deteniéndose en su pija: “Marcelo… ¿en serio? No quiero complicar… pero dios, sí”.
Norma extendió la mano despacio, sus dedos suaves rozando primero el muslo de Manuel, subiendo con lentitud tortuosa hasta envolver su pija gruesa, sintiendo el calor palpitante bajo su palma, las venas hinchadas latiendo contra sus yemas, el presemen lubricando sus dedos: “Mmm… qué grande y caliente… mirá, amor, cómo late en mi mano como un corazón acelerado… Manuel, qué linda pija, venosa y dura, perfecta para…”. Ella la pajeaba despacio, arriba y abajo, el sonido húmedo mezclándose con mis embestidas: “Sí… tocála, pero no más… me excita verte así, amor mío…putita mía…”, gemí yo, acelerando en su concha.

Norma no se conformó; su mano aceleró, y miró a mí suplicante: “Amor… ¿puedo lamer el presemen que gotea? Solo probar su sabor salado en mi lengua… por favor”. Yo asentí, excitado: “Dale… solo probarlo”. Ella se inclinó, estiró su lengua lamiendo el presemen: “Mmm… salado…exquisito… mirá, amor, cómo lo pruebo…mmmm…sabe a deseo puro por mí, caliente y pegajoso en mi lengua, resbalando por mi garganta como un elixir ardiente”. Luego, sin pedir más permiso pero mirando directamente a mis ojos con esa complicidad que me ataba a ella en un lazo de confianza absoluta, lamió el glande con la lengua plana en círculos lentos y deliberados, explorando cada surco suave, cada vena hinchada y palpitante, el sabor salado inundando su boca mientras sus labios se cerraban ligeramente alrededor de la cabeza, succionando con una presión sutil que hacía que Manuel gemiera alto. “Ay, Manuel… qué rico glande… suave y caliente, con esa cabeza hinchada y morada… ¿ves cómo lo lamo para vos, amor… ?” dijo mirándome a los ojos “mirame mientras saboreo otra pija, sintiendo su pulso acelerado en mi lengua plana y húmeda”.
La reticencia se evaporó como niebla al sol cuando Norma, con un gemido gutural que vibraba desde lo profundo de su pecho, abrió la boca más amplia y se metió toda su pija adentro, succionando la cabeza primero con labios suaves y húmedos que se cerraban alrededor como un anillo caliente y baboso, luego bajando centímetro a centímetro con una lentitud tortuosa, sintiendo cada vena rozar su lengua y el techo de su boca, hasta que la tuvo toda en la garganta, el tronco venoso desapareciendo en su boca caliente y salivosa, saliva espesa chorreando por su barbilla y goteando sobre sus tetas temblorosas en hilos plateados que resbalaban por sus curvas sudorosas. “Mmm… qué grande… me llena la boca toda, Manuel… Glug…Glug…mirá, amor, cómo se la chupo a tu amigo… Glug…Glug…tragándomela hasta las bolas, sintiendo su pulso en mi garganta que se contrae alrededor, la saliva chorreando por mi barbilla como una puta en celo total”, murmuró ella con la boca llena, sus ojos fijos en los míos, esa conexión profunda diciéndome “esto es nuestro, lo disfrutamos juntos, amor”, mientras su garganta se contraía alrededor de su pija en pulsos succionantes que lo hacían gruñir de placer. Manuel gruñó, sus caderas empujando involuntariamente con enviones suaves: “Dios, Norma… tu boca es un horno húmedo y apretado… chúpame profundo, sí… Marcelo, mirá cómo traga toda mi pija, su garganta apretando como una concha virgen y caliente”. Yo saqué mi pija de su concha un momento, excitado al límite por la vista de mi esposa chupando otra pija con esa devoción sensual, mi miembro latiendo en el aire fresco, goteando jugos de ella: “Sí… chupasela, puta mía… pero ahora vení, vamos a desatar esto de una vez… poné la cámara a filmar sola, Manuel, y unite… el plan se fue al carajo, pero me excita verte con dos pijas reales”.
El trío se desató por completo, la reticencia inicial disolviéndose en un torbellino de placer compartido y sensual, nuestros cuerpos entrelazados en una coreografía lenta y deliberada que priorizaba cada toque, cada roce, cada gemido como si fuera una caricia eterna y ardiente. Norma se recostó en la cama sobre su espalda con una gracia felina, abriendo las piernas amplias y temblorosas, sus muslos bronceados y suaves invitando con un movimiento que hacía resaltar la curva de sus caderas, su concha rosada y chorreante expuesta al aire, los labios hinchados y relucientes que goteaban jugos cristalinos sobre las sábanas, sus tetas elevadas por la respiración acelerada y profunda, los pezones rosados apuntando al techo como faros de deseo puro. “Vengan los dos… quiero pijas reales ahora, sus pijas reales, no solo el dildo… Manuel, metémela en la concha, quiero esa verga gruesa y venosa que late por mí… Marcelo, dame la tuya en la boca para chuparte profundo mientras me rompe, quiero nuestros sabores mezclados en mi lengua”, suplicó ella, su voz ronca y cargada de lujuria, extendiendo las manos para atraernos, sus dedos rozando nuestras pieles sudorosas.
Manuel se posicionó entre sus muslos con rodillas inestables por la excitación, guiando su pija gruesa y venosa a sus labios hinchados y resbaladizos, rozando primero la cabeza morada contra su clítoris en círculos lentos y tortuosos para lubricarse con sus jugos abundantes y dulces, luego entrando con un envión pausado y profundo que la hizo arquear la espalda con un gemido prolongado que vibró en el aire, su concha envolviéndolo en un abrazo caliente y succionante que lo hizo gruñir. “Ay, Manuel… qué gruesa y tiesa… me estira la concha centímetro a centímetro, sintiendo tus venas hinchadas rozar mis paredes mojadas y sensibles como fuego líquido… rompeme despacio al principio, para que dure el placer, embistiendo con ritmo que me haga temblar las entrañas”, jadeó Norma, sus manos clavándose en las sábanas arrugadas, tetas temblando con el impacto inicial, los pezones endureciéndose aún más al aire. Él embestía con un ritmo sensual y deliberado, profundo y pausado, sus bolas peludas rozando su culo con cada entrada completa, el sonido húmedo y resbaladizo llenando la habitación como una sinfonía erótica: “Norma… qué concha caliente, apretada y chorreante… me absorbe la pija como un guante resbaladizo y vivo, tus jugos pegajosos untándome el tronco… Marcelo, mirá cómo tiembla por mí, su cuerpo arqueándose con cada embestida”. Yo me arrodillé al lado de su cabeza, dándole mi pija por la boca con una lentitud tortuosa, sintiendo sus labios suaves y hinchados cerrarse alrededor del glande, su lengua danzando en círculos por las venas hinchadas: “Chupame profundo, amor… tragate toda mi pija mientras te coge él… sí, lame las bolas con tu lengua caliente y húmeda”.
Norma succionaba con avidez sensual, gargantas profundas que hacían que saliva chorreara por mi tronco y bolas peludas, sus manos masajeando mis muslos y y mis huevos, la otro mano acariciándome el culo, sus uñas suaves clavándose ligeramente para aumentar la sensación eléctrica: “Mmm… qué rica pija, amor… Glug…Glug..agria por mi concha y tu presemen… Manuel…Glug…Glug…cogeme más fuerte ahora, embestí profundo… sentime acabar….ahhhh….es tan excitante…estoy chorreando mis jugos por tu pija gruesa y venosa”. Norma gemía con la boca llena de mi pija, las vibraciones enviando ondas de placer por mi tronco y bolas, su concha contrayéndose en pulsos calientes alrededor de la pija de Manuel: “Mmm… me parten por los dos lados… Manuel, tu pija me rompe la concha con esa grosor venoso, rozando cada nervio sensible en enviones que me hacen ver estrellas… Marcelo, tu pija tan dura y caliente me ahoga de placer en la garganta… Glug…Glug…sí…ahhhh”.

Cambiamos posiciones con una fluidez sensual y coordinada, como si nuestros cuerpos supieran instintivamente cómo maximizar el éxtasis: Norma se montó encima de mí como vaquera, sus rodillas hundiéndose en el colchón a cada lado de mis caderas, guiando mi pija a su concha empapada con una mano temblorosa por el deseo, bajando despacio hasta sentarse completamente, sintiendo cada centímetro de mi grosor estirarla en un abrazo caliente y resbaladizo que la hizo gemir alto. “Ay, Marcelo… me llega al fondo así, tu pija está más grande, está abriéndome la concha como nunca”, jadeó ella, rebotando con movimientos ondulantes y lentos que hacían sus tetas saltar hipnóticas, su sudor resbalando por sus clavículas en gotas que caían sobre mi pecho, sus manos en mis hombros clavándose para apoyarse.

Manuel se paró al lado de la cama, su pija a la altura de su boca ansiosa, y Norma la chupó profundo mientras cabalgaba: “Mmm… dos pijas…es un sueño, Manuel… ¿ te gusta como te chupo?…Glug…Glug…”. Yo agarraba sus caderas suaves y curvas, embistiendo hacia arriba con un ritmo que sincronizaba con sus rebotes, sintiendo su concha contrayéndose en pulsos calientes alrededor de mi pija. Manuel gemía, su mano en su pelo guiándola con toques suaves: “Norma… qué boca caliente y húmeda… succionás tan profundo que siento tu garganta apretarme como un puño baboso… Marcelo, tu esposa es una maestra en esto”. Invertimos la montada con una gracia sensual: Manuel se acostó y Norma se giró para montarlo en reversa, su espalda arqueada contra su pecho de mi amigo, sus tetas apuntando al techo mientras guiaba su pija gruesa a su concha, bajando con una lentitud que hacía que cada vena rozara sus paredes internas en un roce eléctrico: “Ay, Manuel… qué ancha me abrís la concha con esa verga monstruosa y venosa… me estás rompiendo despacio, sintiendo tu cabeza hinchada estirarme como nunca… reboto más rápido ahora, para que sientas mi culo redondo rebotar contra tus muslos sudorosos”. Sus tetas saltaban descontroladas pero sensuales, su sudor resbalando por su espina dorsal en ríos brillantes que goteaban sobre el pecho de Manuel, sus manos en sus caderas guiándola con presiones firmes pero tiernas.

Yo me arrodillé al lado, dándole mi pija por la boca: “Chupame mientras te coge mi amigo, amor… lamé mi glande hinchado con tu lengua plana”. Norma obedecía, succionando con gargantas profundas: “Mmm… me usan como una puta sensual… Manuel en mi concha, rompiéndome con embestidas que rozan mi punto G…Glug…Marcelo en mi boca, ahogándome con tu grosor…Glug… ay, voy a acabar otra vez, estoy temblando por esta doble llenada”. Pasamos a una posición más intensa y sensual, Norma volvió a cuatro patas en el centro de la cama, su cuerpo brillando por el sudor como si estuviera untado en aceite erótico, sus tetas colgando pesadas y balanceándose con cada movimiento, pezones rozando las sábanas en caricias eléctricas. Manuel se acostó y ella guió su verga a su concha. Yo me arrodillé por detrás, lubriqué mi pija con saliva y con sus jugos, apoyé mi glande contra su culo y empecé a empujar sin prisa pero sin pausa. Entró lentamente haciendo que ella aullara de placer.”Ahora los dos adentro… como Sensual Jane en la peli, con el marido en la concha y el doctor en el culo… llenenme los agujeros con pijas reales, pártanme en dos…ahhh…acabo de nuevo….”. Mientras me movía le dije: “Esto querías… mi pija en tu culo mientras él te coge por la concha…siento la pija de Manuel a través de la pared delgada en tu interior, rozándonos dentro tuyo en una fricción eléctrica”. Ella gemía: “Ay, dios… me rompen los agujeros… dos pijas reales partiéndome al mismo tiempo… acabo otra vez….ahhhh…embistan juntos, coordinen para que me destrocen de placer lento y profundo, rozando cada nervio con sus pijas hinchadas”, gritaba Norma, su cuerpo temblando en éxtasis continuo, muchos jugos chorreando por las piernas de Manuel y mezclándose con el sudor que goteaba de mi pecho sobre su espalda arqueada.
Norma suplicó con voz ronca, su concha y su culo contrayéndose en oleadas que ordeñaban nuestras pijas: “Acaben en mí… llenenme los agujeros de leche caliente y espesa, quiero sentir sus chorros inundarme”. Manuel explotó primero en su concha: “Tomá… ahhh…toda mi leche en tu concha…”. Chorros viscosos y calientes la llenaron, desbordando cuando sacó su pija, goteando por sus muslos en ríos blancos. Yo seguí embistiendo su culo: “Ahora la mía…ahhhh… tomá, puta mía”. Eyaculé profundo, leche caliente y espesa llenándola, desbordando por su ano rosado en gotas pegajosas que resbalaban por sus nalgas. Norma colapsó jadeando, su cuerpo temblando en espasmos: “Los siento chorrear adentro… qué rico, sus leches calientes en mi, goteando por mis piernas… pero quiero más…vengan, quiero sus pijas sucias ahora para revivirlas, saboreando nuestra esencia mezclada”.

Se arrodilló entre nosotros en la cama con una gracia exhausta pero sensual, tomando mi pija en la boca primero, lamiendo los restos de leche y jugos con lengua voraz : “Mmm… qué rica… sabe a mi culo y tu leche, amor…”. Succcionaba profundo, garganta ahogada, saliva espesa goteando por mi pija y bolas, sus manos masajeando mis muslos con toques suaves y uñas clavándose ligeramente: Luego cambió a Manuel: “Ahora la tuya… mmm, sabe a mi concha y tu leche…”. Chupaba alternadamente, una mano pajeando al otro con movimientos lentos y lubricados por saliva, sus tetas presionadas contra nuestras piernas, pezones rosados rozando nuestra piel sudorosa en caricias eléctricas: “Qué pijas ricas… las quiero duras otra vez para mi …los quiero entre mis tetas”.
Cuando estuvimos listos de nuevo, nuestras pijas duras y latiendo con renovado vigor, Norma se recostó un poco contra las almohadas arrugadas, juntando sus tetas grandes y sudorosas con las manos, ofreciéndolas como un canal caliente, suave y resbaladizo, el sudor y la saliva anterior lubricaban el valle entre ellas en una capa pegajosa y brillante: “Vengan… cojan mis tetas uno por uno… primero vos, Manuel… meté tu pija gruesa entre ellas, sintiendo el calor de mi piel envolviéndote”. Manuel se posicionó a horcajadas sobre su torso con rodillas temblorosas, deslizando su pija entre sus tetas con un movimiento lento y sensual, rebotando arriba y abajo con enviones que hacían que la cabeza rozara su barbilla hinchada, sus tetas envolviéndolo en un abrazo carnoso y caliente: “Qué ricas tetas… suaves y grandes como almohadas calientes y sudorosas… me aprietan la pija como una concha resbaladiza, sintiendo tu sudor lubricándome el tronco, Norma”. Norma apretaba más con las manos, lamiendo la cabeza cuando asomaba con la lengua : “Sí… cogémelas Manuel… sentilas calientes… mirá, Marcelo, cómo rebota entre mis tetas, su pija latiendo contra mi piel erizada”. Manuel aceleró el ritmo, sus bolas rozando su esternón sudoroso: “Voy a acabar… tomá mi leche en tus tetas, Norma… qué caliente…”. Explotó con un gruñido prolongado y gutural, chorros calientes y espesos cubriendo sus pezones y cuello, resbalando por las curvas en ríos blancos y viscosos que goteaban por sus costados, mezclándose con el sudor.
Norma sonrió con lujuria exhausta, lamiendo un chorro que resbalaba cerca de su boca con la lengua: “Mmm… qué rica leche…que caliente cubriéndome las tetas, pegajosa resbalando por mi piel… ahora vos, amor… meté tu pija entre ellas, lubricadas por la leche de Manuel, sintiendo la mezcla viscosa”.

Yo tomé su lugar a horcajadas, deslizando mi pija entre sus tetas ahora resbaladizas por el semen de Manuel, rebotando con enviones sensuales que hacían que la cabeza rozara sus labios hinchados: “Qué suave y pegajoso… con su leche como lubricante caliente… sintiendo tu piel caliente y sudorosa envolviéndome, las curvas apretándome”. Norma apretaba más, lamiendo mi cabeza cuando asomaba: “Sí… así…más fuerte, Marcelo… sentilas resbaladizas por la leche de tu amigo… acabame encima, mezclá tu leche con la de él en mis tetas, cubrime”. Yo aceleré: “Voy a explotar… tomá mi leche, amor…”. Acabé con un gemido profundo y prolongado, agregando chorros viscosos que se unían a los de Manuel en su piel sudorosa y brillante, la leche blanca y pegajosa resbalando por sus curvas en patrones eróticos y calientes, goteando por sus costados.

Norma lamió un poco más de la mezcla de sus tetas, saboreando con un mmm prolongado y ronco: “Mmm… qué rica… sus leches juntas en mis tetas,… qué placer sensual y compartido”. Y ahí, exhaustos pero con el deseo aún latiendo en nuestras venas como un pulso lento y persistente, el trío continuaba en un final de noche de toques suaves y besos compartidos, cuerpos entrelazados en la cama, respiraciones sincronizadas en un ritmo de satisfacción mientras la cámara aún filmando en silencio como testigo de nuestra entrega total.
3 comentarios - Nosotros y mi amigo a punto de separarse