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Nosotros y el médico

Era una tarde de primavera en Buenos Aires, con el sol filtrándose por las persianas de nuestra casa en Belgrano. Norma se había levantado esa mañana con un dolor de garganta leve, pero por la tarde empeoró: tos seca, un poco de fiebre y esa sensación de inflamación que la hacía hablar bajito. Yo la convencí de no ir al hospital –odiábamos las esperas eternas– y llamé a un servicio de médicos a domicilio. “Va a ser rápido, amor… un chequeo en casa y listo”, le dije mientras marcaba el número.
Nosotros y el médico

Norma, siempre práctica, accedió, pero con esa sonrisa pícara que conocía bien: “Bueno, pero que sea un doctor lindo, eh”. Llevábamos seis años casados, y nuestra relación era un fuego constante, avivado por juegos sutiles de exhibicionismo. A ella le encantaba sentirse mirada, deseada –un escote pronunciado en una cena, una pollera corta en el parque–, y a mí me excitaba verla así, controlando la situación. Habíamos hablado mil veces de abrir la pareja a un tercero, un hombre que se sumara al juego, que la tocara mientras yo observaba y participaba. “Sería increíble”, decíamos en la cama, entre jadeos, pero nunca nos animábamos. Jugábamos con consoladores de todo tipo y tamaño…“Algún día”, postergábamos, riéndonos.
El médico llegó en menos de una hora: un tipo de unos 35 años, alto y atlético, con pelo castaño corto, barba bien recortada y ojos verdes penetrantes. Vestía camisa blanca impecable bajo una chaqueta ligera, pantalones oscuros y llevaba un maletín negro. Se presentó como el Dr. Alejandro Torres. “Buenas tardes, soy el doctor Torres. ¿Quién es la paciente?”, preguntó con voz profesional pero amable, un acento neutro que no delataba origen. Lo recibí en la puerta, estrechando su mano firme. “Soy Marcelo, la paciente es Norma, mi esposa. Está en la habitación, pase por acá”. Lo guie por el pasillo, notando cómo olía a colonia fresca, un contraste con el aire cálido de la casa. “Gracias por venir tan rápido, doctor. Es solo la garganta, pero queremos estar seguros”.
Entramos a la habitación principal, iluminada por la luz suave de la lámpara de noche. Norma estaba acostada en la cama king, apoyada en almohadas, con las sábanas blancas cubriéndole hasta la cintura. Llevaba una remera musculosa blanca, bastante transparente que había comprado hace poco: una tela fina, casi etérea, que dejaba ver el contorno de sus tetas grandes y redondas, los pezones rosados forzando sutilmente la tela. Debajo solo una tanga que marcaba los labios de su concha depilada. No era casual; sabía que vendría alguien, y ese era su juego sutil de exhibicionismo. Se incorporó un poco al vernos. “Hola, doctor… disculpe el desorden, pero no me siento bien para vestirme más”, dijo con voz ronca, pero con un tono coqueto que solo yo reconocía. El doctor Torres se acercó a la cama, colocando el maletín en una silla cercana. “No hay problema, señora. Soy Alejandro Torres, voy a revisarla. Cuénteme qué le pasa”.
Norma se sentó despacio en la cama, cruzando las piernas bajo las sábanas. “Me duele la garganta desde esta mañana, doctor. Como si estuviera inflamada, y tengo un poco de fiebre. Nada grave, pero Marcelo insistió en llamarlo”. Yo me senté en el borde de la cama, observándola, sintiendo ya esa punzada de excitación al ver cómo sus tetas se movían con cada respiración, el tejido transparente dejando poco a la imaginación. El doctor sacó un guante desechable y se sentó al lado de ella. “Bien, vamos a empezar con lo básico. Abra la boca, por favor, para ver la garganta”. Norma abrió la boca, sacando la lengua, y él usó una linterna para iluminar. “Parece un poco roja, pero nada alarmante. Ahora, voy a palpar los ganglios del cuello para ver si hay inflamación”.
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Se quitó el guante y extendió las manos, tocando con dedos suaves pero firmes el cuello de Norma, presionando los ganglios linfáticos bajo la mandíbula y a los lados. Ella cerró los ojos un segundo, sintiendo el contacto cálido. “Mmm… presione más fuerte si necesita, doctor. No duele”, dijo, con un suspiro que sonó más sensual de lo necesario. Yo noté cómo sus pezones se endurecían bajo la remera y mi pija empezó a reaccionar en el pantalón. El doctor continuó, sus dedos bajando un poco por el cuello hacia el clavícula. “Los ganglios están un poco hinchados, pero es normal con una irritación. ¿Siente dolor aquí?”. Norma negó con la cabeza, mirándolo directamente a los ojos: “No, pero a veces siento un cosquilleo raro… como si necesitara que me revisen más a fondo”. El doctor asintió, profesional, pero vi cómo tragaba saliva, su mirada bajando un instante al escote transparente.
Luego, sacó el tensiómetro del maletín. “Voy a tomarle la presión arterial. Extienda el brazo, por favor”. Norma extendió el brazo derecho, y él envolvió el manguito alrededor de su bíceps, inflándolo despacio. Ella respiraba agitada, sus tetas se veían apretadas y tentadoras. “Respire normal, señora”, dijo él, escuchando con el estetoscopio en su oído. Norma respiró profundo, haciendo que su pecho subiera y bajara, los pezones rozando la tela. “Doctor, ¿está todo bien? Siento el corazón acelerado… capaz por los nervios”, comentó ella, con una sonrisa juguetona. Yo intervine: “Norma siempre se pone un poco ansiosa con los chequeos, doctor”. Él desinfló el manguito: “La presión está normal, 120 sobre 80. Bien. Ahora, el termómetro para la fiebre. Abra la boca otra vez”.
Norma abrió la boca, y él colocó el termómetro digital bajo su lengua. Esperamos en silencio unos segundos, pero ella lo miró fijamente, mordisqueando ligeramente el aparato, como si fuera un juego. El bip sonó, y él lo sacó: “37.5, un poco de fiebre, pero nada serio. Posiblemente un virus”. Norma se recostó un poco más, ajustando la remera que ahora dejaba ver claramente el contorno de sus pezones endurecidos. “Gracias, doctor… pero a veces siento cosas raras en el pecho también. Como un calor, un palpitar… ¿podría revisarme ahí?”. El doctor parpadeó, nervioso, pero sacó el estetoscopio. “Claro, para escuchar los pulmones y el corazón. Siéntese derecha, por favor”.
Norma se enderezó, arqueando ligeramente la espalda, haciendo que sus tetas se proyectaran hacia adelante.
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Él colocó el estetoscopio en su pecho, primero sobre la tela, pero luego, con cuidado, lo deslizó bajo el escote, rozando su piel. “Respire profundo”, pidió. Norma inhaló exageradamente, su pecho expandiéndose, presionando contra la mano de él. “Mmm… respiro más profundo doctor?. Quiero que me revise bien… todo el pecho, por si hay algo raro”. El doble sentido era obvio ahora; su voz ronca por la garganta, pero cargada de insinuación. El doctor se sonrojó un poco, su mano temblando ligeramente al mover el estetoscopio más abajo, rozando el borde de su pezón izquierdo. “El corazón late un poco rápido… ¿está nerviosa?”. Ahora dese vuelta, necesito escuchar sus pulmones desde su espalda. Ella no giró como cualquiera hubiese hecho, se puso en cuatro con el culo en pompa, su tanga perdiéndose entre las nalgas.
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El médico se puso rojo como un tomate, el bulto en el pantalón denotaba su calentura y mi pija luchaba por salir de su encierro. El médico para tratar de salir de esa situación le dijo que aspire por la boca bien profundo y que lo mantenga…Norma sonrió: “Siempre lo hago doctor…profundo por la boca y lo mantengo”. Yo observaba, mi pija ahora completamente dura en el pantalón, excitado por verla jugar así, exhibiéndose ante un extraño. “Doctor, si necesita tocar más, no hay problema… Norma es muy abierta con estas cosas”, agregué, con voz baja, sintiendo la adrenalina.
El doctor Torres dudó, pero extendió la mano, palpando desde atrás su pecho sobre la tela, presionando suavemente alrededor del esternón. “Parece normal… pero si siente algo raro, dígame”. Norma jadeó sutilmente: “Ahí… presione más fuerte. Siento un palpitar… como si necesitara una revisión más profunda. ¿No cree, doctor? A veces las cosas raras están escondidas”. Su mano rozó accidentalmente su pezón, y ella se mordió el labio. El doctor estaba nervioso ahora, su pantalón ajustándose visiblemente, una erección increíble e imposible de disimular. “Señora, eh… Norma, todo parece en orden, pero si quiere, puedo chequear más”. Yo intervine: “Haga lo que necesite, doctor. A mí no me molesta… al contrario”. Norma miró a mí, ojos brillantes: “Sí, Marcelo… dejá que me revise todo toda. Siempre hemos hablado de… explorar un poco más, ¿no?”. El aire en la habitación se cargó de tensión.
El doctor Torres, con las manos aún posadas suavemente sobre el pecho de Norma a través de la tela fina de la remera pareció dudar un instante, su respiración un poco más pesada de lo que un chequeo rutinario justificaría. Sus dedos, profesionales en teoría, presionaban con una delicadeza que rozaba lo intencional, rozando el borde endurecido de sus pezones rosados que se marcaban cada vez más bajo el tejido transparente. Norma jadeó bajito sentándose nuevamente en la cama, un sonido que podría pasar por un suspiro de malestar, pero que yo conocía bien: era el inicio de su excitación, ese hormigueo que le subía por el vientre cuando jugaba a exhibirse. Yo seguía sentado al borde de la cama, mi pija dura presionando contra el pantalón, observando cómo sus tetas subían y bajaban con cada respiración acelerada. El aire en la habitación se sentía espeso, cargado de esa electricidad sutil que siempre surgía en nuestros juegos, pero ahora con un tercero en la ecuación.
“Bueno, señora… Norma”, dijo el doctor, su voz manteniendo un tono clínico pero con un matiz ronco que delataba el doble sentido. “Para auscultar mejor el pecho y los pulmones, sería ideal si se quita la remera…solo para facilitar la revisión, por supuesto… no quiero que nada interfiera con el estetoscopio”. Lo dijo mirando directamente a sus ojos, pero su mirada bajó un segundo al escote, donde la tela apenas ocultaba las curvas generosas de sus tetas. Norma miró a mí, buscando complicidad, y yo asentí sutilmente, sintiendo una oleada de calor en el estómago. “Hacé lo que dice el doctor, amor… es por tu salud”, respondí, con una sonrisa que ocultaba mi excitación creciente. Ella se mordió el labio inferior, fingiendo timidez, pero sus ojos brillaban con esa picardía que me volvía loco.
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Despacio, muy despacio, Norma levantó los brazos, deslizando las manos por los tirantes finos la remera. La tela susurró contra su piel mientras lo subía por los hombros, revelando sus tetas grandes y blancas, los pezones ahora completamente endurecidos como guindas maduras. El doctor Torres tragó saliva audiblemente, sus ojos fijos en el movimiento, y yo noté cómo su pantalón se tensaba más aún en la entrepierna. “Así está mejor, doctor… ¿verdad? Ahora puede revisarme a fondo, sin obstáculos”, dijo ella, con voz ronca por la garganta inflamada, pero cargada de insinuación, enfatizando “a fondo” como si hablara de algo más que un chequeo médico.
El doctor carraspeó, ajustándose la corbata innecesariamente, su profesionalismo tambaleando. “Sí… mucho mejor. Ahora, respire profundo mientras ausculto”. Colocó el estetoscopio en sus oídos y el diafragma frío sobre su pecho, rozando el pezón. Norma inhaló exageradamente, su pecho expandiéndose, presionando contra el instrumento y la mano de él. “Mmm… qué frío el metal, doctor… pero se siente… estimulante. Siga, presione más si necesita oír mejor mi palpitar”. El doble sentido era evidente: “palpitar” podía ser el corazón, pero su voz lo hacía sonar como algo más íntimo, más abajo. Él movió el estetoscopio despacio, bajando por el esternón, su dedo índice accidentalmente –o no– rozando un pezón derecho. “El corazón late fuerte… un poco acelerado. ¿Siente calor aquí, en el pecho?”, preguntó él, su tono profesional pero con un matiz juguetón, como si respondiera al juego.
Norma asintió, cerrando los ojos un momento, disfrutando el contacto. “Sí, doctor… un calor raro, como si algo me quemara por dentro. Capaz necesita palpar más abajo para estar seguro”. Yo intervení, mi voz baja y excitada: “El doctor sabe lo que hace, amor… dejá que te revise bien. A mí me parece que estás… muy caliente…en todos los sentidos”. El doctor Torres, ahora visiblemente nervioso –su erección marcándose más en el pantalón, una gota de sudor perlando su frente–, retiró el estetoscopio y pasó a palpar con las manos. Sus dedos presionaron el pecho de Norma, tocando la piel suave de sus tetas. “Aquí… parece normal, pero vamos a chequear el abdomen para descartar cualquier inflamación general”. Bajó las manos despacio, trazando un camino por su vientre plano, presionando con círculos suaves alrededor del ombligo, su pulgar rozando el borde superior de la tanga.
Norma jadeó, abriendo las piernas un poco bajo las sábanas, su tanga blanca transparente ahora visible si uno miraba de cerca. “Mmm… presione más abajo, doctor. A veces siento el calor más intenso por aquí… en el abdomen bajo, como un fuego que sube”. El doble sentido era descarado: “fuego que sube” podía ser fiebre, pero sonaba a excitación pura. Él bajó más, sus manos ahora en la zona baja del abdomen, rozando el pubis depilado a través de la tela fina de la tanga que se transparentaba, dejando ver los labios hinchados de su concha. “Aquí… ¿siente algo raro? ¿Calor, palpitaciones?”, preguntó él, su voz más grave, el profesionalismo cediendo al deseo, sus dedos presionando justo sobre el monte de Venus, rozando el clítoris sutilmente. Norma arqueó la cadera un poquito, jadeando: “Sí, doctor… justo por allí es donde más rara me siento. A veces un calor intenso, como si necesitara que me toquen… digo, que me revisen a fondo. ¿No cree que debería chequear más de cerca? Podría ser algo… profundo”.
Yo observaba, mi pija latiendo en el pantalón, excitado por verla exhibirse así, coqueteando con el desconocido pero con dudas, se estaba yendo a un lugar desconocido y sin retorno. “Doctor, si necesita bajarle la tanga para revisar mejor, hágalo… Norma no se opone a una exploración completa”. Dije sin poder creer que eso saliera de mi boca. El doctor Torres miró a mí, luego a ella, sus manos temblando ligeramente sobre su pubis. El doctor Torres, con sus manos aún presionando suavemente el pubis de Norma a través de la tela fina y transparente de la tanga blanca, parecía congelado en el momento, su profesionalismo luchando contra la evidente excitación que se reflejaba en su rostro sonrojado y en el bulto creciente en su pantalón. Sus dedos, que habían empezado con toques clínicos, ahora rozaban con una lentitud casi intencional el contorno de sus labios hinchados, sintiendo el calor irradiar a través del encaje. Norma jadeaba bajito, sus caderas moviéndose sutilmente contra su mano, buscando más contacto, mientras yo observaba desde dos bordes: el de la cama y el del abismo al que nos enfrentábamos como pareja…daríamos el salto al vacío que significa introducir a otro hombre en nuestros juegos sexuales? Una cosa era que ella se exhibiera un poco y otra que coja con otro tipo…pero mi pija dura latiendo en el pantalón, excitado por la complicidad que compartíamos, esa mirada que nos cruzamos, un guiño silencioso que decía “sigamos jugando, amor” me dió la respuesta, lo haríamos. Sabíamos que esto era nuestro juego, nuestra fantasía cobrando vida, y el doctor era el catalizador perfecto.
“Doctor…perdón que me meta, pero es allí  donde a veces tiene problemas más… profundos”, dije yo, rompiendo el silencio con voz baja y ronca, extendiendo la mano despacio hacia la tanga de Norma. Mis dedos rozaron el borde de la tela, y con un movimiento lento y deliberado, la corrí a un lado, exponiendo su concha depilada, los labios rosados ya hinchados y brillantes de humedad, un hilo de jugo cristalino resbalando por el interior de su muslo. El aire de la habitación se cargó con el olor sutil a excitación femenina, y Norma suspiró, abriendo las piernas un poco más, exhibiéndose sin vergüenza. “Ves, doctor… está re mojada. Capaz necesita una revisión más… íntima”. El doctor Torres se quedó mirando, sus ojos fijos en la concha expuesta, tragando saliva con dificultad, su mano aún cerca, rozando ahora directamente la piel suave del pubis. “Señor… Marcelo, esto no es… estándar”, murmuró él, pero su voz temblaba, y no retiró la mano; al contrario, su dedo índice rozó accidentalmente –o no– el borde de los labios, sintiendo la humedad cálida.
Norma miró al doctor con ojos entrecerrados, llenos de deseo, y luego a mí, compartiendo esa complicidad que nos unía: un leve asentimiento, como diciendo “vamos por más, amor”. “Sí, doctor… justo ahí es donde me siento más rara. Un calor que me quema, que me hace… palpitar. Marcelo tiene razón, a veces tengo problemas profundos ahí abajo. ¿No quiere chequear mejor? Toque si necesita… para estar seguro”. Su voz era ronca por la garganta inflamada, pero cargada de doble sentido, enfatizando “profundos” como si hablara de penetración. El doctor dudó, su profesionalismo cediendo paso a paso: su dedo se movió un centímetro más, rozando los labios húmedos, sintiendo el calor y la suavidad. “Norma… esto podría ser… inapropiado, pero si insiste en una revisión completa…”. Yo agregué, con una sonrisa cómplice hacia Norma: “Haga lo que necesite, doctor. Somos abiertos… y a Norma le gusta que la revisen bien”.
Norma jadeó al sentir el toque directo, sus caderas temblando ligeramente. “Mostrale más, amor… mostrale al doctor qué me pasa cuando me lamés ahí. Eso siempre me alivia el… calor”. Me miró con esa complicidad absoluta, nuestros ojos conectados en un entendimiento perfecto: esto era nuestro, lo controlábamos juntos. Me incliné despacio, besando primero su vientre bajo, mi lengua trazando un camino húmedo por su pubis depilado. El doctor observaba, su mano aún cerca, pero ahora retirándose un poco, nervioso, aunque su erección era obvia. “Marcelo… ¿está seguro?”, preguntó él, pero su voz ya no era tan profesional; había un matiz de curiosidad, de deseo reprimido. “Sí, doctor… mire cómo reacciona. Es parte de su… tratamiento casero”. Bajé la cabeza, mi lengua rozando los labios de su concha, lamiendo despacio el jugo que chorreaba, saboreando su dulzor agrio. Norma arqueó la espalda, gimiendo: “Ay, amor… sí, lameme así… mostrale al doctor cómo me moja más cuando me tocás ahí. Ves, doctor… esto es lo que me pasa, un calor que solo se alivia con… atención profunda”.
El doctor Torres estaba cambiando: de profesional distante a un hombre atrapado en el momento, sus ojos fijos en mi lengua danzando sobre la concha de Norma, lamiendo el clítoris hinchado en círculos lentos, succionando los labios con labios suaves. Su mano se movió involuntariamente a su pantalón, ajustándose, y Norma lo notó, sonriendo con picardía. “Doctor… en mis tetas también me pasa lo mismo. Siento un palpitar raro, un calor que sube… lo necesito a usted ahí. Toquelas, por favor… revise si están bien”. El doble sentido era descarado: “lo necesito a usted ahí” sonaba a invitación sexual. El doctor, ahora liberándose de su rol, extendió las manos con temblor, cubriendo sus tetas, apretándolas suavemente al principio. “Norma… si insiste… parecen… hinchadas, pero normales”. Pero sus dedos pellizcaron los pezones endurecidos, rodándolos con una presión que ya no era médica.
Norma gimió más alto, su mano en mi pelo, guiándome a lamer más profundo, mi lengua entrando en su concha mojada. “Sí, doctor… apretelas más… sentí cómo laten. Marcelo, no pares… mostrale cómo me hace acabar esto”. El doctor, ahora completamente involucrado, desabrochó su guardapolvos y se la sacó, mientras masajeaba las tetas de Norma con las palmas abiertas, pellizcando pezones. “Dios… son perfectas… quiero decir, parecen sanas, pero si siente calor, capaz necesito… probar más”. Su profesionalismo se desvaneció: se inclinó, lamiendo un pezón, succionando con hambre. Norma jadeó: “Ay, sí… chupalas, doctor… eso alivia el palpitar. Marcelo, subí… dejame chuparte mientras él me toca”. Me incorporé, bajándome el pantalón, mi pija saltando dura y venosa. Norma la metió en su boca, succionando profundo, mientras el doctor lamía sus tetas y bajaba una mano a su concha, metiendo un dedo.
El doctor, ahora tercero participante entusiasta, gemía: “Norma… tu concha está chorreando… necesito revisarte más adentro”. Norma sacó mi pija un momento: “Sí, doctor… meté los dedos… Glug…Glug…o mejor, tu pija…Glug…Glug…Marcelo, amor… mirá cómo nos cuida”. Yo embestí su boca: “Chupame, puta mía… esto es lo que fantaseábamos”. Cambiamos posiciones: Norma se recostó, abriendo las piernas. El doctor se desvistió rápido, su pija gruesa saliendo, y entró en su concha despacio. “Qué apretada… esto no es profesional, pero… dios”. La culeaba profundo, mientras yo le daba por la boca. Norma gemía: “Me están rompiendo… Glug…Glug…Glug…dos pijas… sí”. Y ahí, el trío se desató por completo…
Nosotros y el médico

El doctor Torres, ahora completamente liberado de su fachada profesional, embestía despacio pero profundo la concha de Norma, su pija gruesa deslizándose con facilidad gracias a la humedad abundante que chorreaba por sus muslos. La habitación estaba cargada de un calor sofocante, el olor a excitación impregnando el aire, y los gemidos de Norma resonando contra las paredes. Ella yacía recostada en la cama, las sábanas blancas arrugadas bajo su cuerpo, sus tetas grandes balanceándose con cada envión, los pezones rosados aún brillantes por la saliva del doctor. Yo seguía arrodillado al lado de su cabeza, mi pija dura y venosa entrando y saliendo de su boca caliente, su lengua danzando alrededor de la cabeza con avidez. Norma me miró con esa complicidad que nos unía, sus ojos brillando de placer compartido, como si dijera “esto es nuestro, amor, lo estamos haciendo realidad”. El doctor, que había empezado nervioso y dubitativo, ahora gruñía con cada embestida, sus manos en las caderas de ella, sudando profusamente, su transformación completa: de médico distante a un tercero ansioso por participar en nuestro juego.
“Ay, doctor… qué pija rica tenés… me estás llenando la concha tan profundo”, jadeaba Norma, sacando mi pija un momento para hablar, mucha saliva chorreando por su barbilla.  Mientras me pajeaba me decía: “Mirá, Marcelo… cómo me coge el doctor. Te encanta verme así, ¿no? Con otra pija adentro”. Yo asentí, embistiendo su boca de nuevo, mi mano en su pelo guiándola. “Sí, amor… sos una diosa… chupame más fuerte mientras te rompe él. Doctor, cogela más rápido, más profundo… hacela gemir como la puta que es para mí”. El doctor aceleró, sus bolas chocando contra el culo de Norma con un sonido húmedo y rítmico. “Norma… tu concha es un sueño… apretás tan fuerte. Marcelo, tu esposa es increíble… me está ordeñando la pija”. Norma gemía con la boca llena: “Mmm… Glug…Glug…sí, cogeme fuerte, doctor… Glug…Glug…rompeme la concha mientras chupo a mi marido. Esto es lo que fantaseábamos, amor… dos pijas para mí”.
Cambiamos de posición para intensificar el placer, con esa complicidad fluida entre Norma y yo: ella se puso en cuatro patas en la cama, su culo redondo en alto, tetas colgando y balanceándose. “Ahora Vení vos por atrás amor… meté tu pija en mi concha desde este ángulo, que me llega más profundo”, suplicó ella, mirándome por encima del hombro con ojos llenos de deseo. El doctor se arrodilló delante de ella guiando su pija entre las grandes tetas de mi esposa. Yo entré con un empujón que le hizo arquear la espalda. “Ay, sí… qué mojada estás… tomá todo”. Embestía con ritmo constante, mis manos separaban sus nalgas para ver mejor. Norma movía sus tetas alrededor de la verga del médico y cuando asomaba su glande lo lamía con avidez. Ella gemía: “Mmm… me están rompiendo por los dos lados… amor, más fuerte… doctor, tu pija sabe a mí… qué rico”. El doctor gruñía: “Qué tetas tenés… Marcelo, mirá cómo se las estoy cogiendo… tu esposa es una experta en esto”. Yo respondí, tirándole del pelo desde atrás suavemente: “Sí, doctor… es mi puta perfecta… cogele las tetas así ”. Luego lo empezó a chupar como ella sabe hacerlo, volviéndolo loco de placer.
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Después de unos minutos, Norma jadeó, sacando mi pija: “Quiero más… llenenme todos los agujeros. Marcelo, abrí el cajón de la mesita de luz… traé el consolador grande, amor. Vamos a completar esto”. La complicidad entre nosotros era palpable: yo sonreí, sabiendo exactamente qué quería, y abrí el cajón, sacando un consolador realístico, grueso y venoso, con una base para manejar. “Aquí está, amor… para que sientas tres al mismo tiempo”. El doctor miró sorprendido, pero excitado: “Norma… sos insaciable”. Ella se recostó de nuevo, abriendo las piernas amplias: “Marcelo, acóstate…” me dijo y se montó en mí. “Ahora meteme el consolador en el culo…sí….así….despacio…ufff…me llena…seguí cogiendome por la concha… vos doctor vení, dame tu pija en la boca…Glug…Glug…sí….acabo….glug…Glug…ahhhhh, acabo de nuevo…”
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Luego cambiamos, ella se metió mi pija en el culo y el médico entró en su concha. “Me están destruyendo… dos pijas de verdad en mí… ay, sí… no paren”. El doctor gemía: “Norma… tu concha es tan apretada … voy a acabar pronto”. Yo agregué: “Yo también, amor… tomá nuestra leche adentro”. Norma suplicó: “Sí… acaben en mí… llenenme la concha y el culo de leche”. Primero el doctor explotó: “Tomá… toda adentro de tu concha”. Chorros calientes inundándola, desbordándola…“Ay, sí… siento tu leche caliente… me estás inundando”. Norma temblaba en un orgasmo interminable…yo acabé segundos después sintiendo como su culo se comprimía por un nuevo orgasmo. Más leche caliente en su interior que terminó desbordando y cayendo sobre nuestros muslos.
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Pero no paramos; Norma, aún jadeando, se arrodilló en la cama: “Ahora quiero chupar sus pijas… las quiero duras otra vez”. Tomó la del doctor en la boca, lamiendo los restos de leche y jugos: “Mmm… qué rica… sabe a nosotros”. Luego la mía: “Amor, tu pija sucia…toda para mi…”. Se turnaba, succionando profundo, sus manos pajeándonos. “Quiero hacerles una turca… uno por uno”. Primero al doctor: juntó sus tetas grandes, envolviendo su pija entre ellas, rebotando arriba y abajo. “Sentí mis tetas… cógelas como una concha”.
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El doctor gemía: “Qué ricas… voy a acabar en ellas”. Norma aceleró: “Sí… acabame en las tetas”. Él explotó, chorros cubriendo sus pezones. Luego a mí: “Ahora vos, amor… entre mis tetas sucias”. Reboté entre ellas, sintiendo la leche del doctor lubricando. “Ay, amor… qué caliente… acabame encima”. Eyaculé, agregando más leche, mezclándose en sus tetas. Norma sonrió, lamiendo un poco: “Mmm… cubiertas de sus leches… perfecto…vengan a limpiar…”. Nos acercamos y empezamos a lamer limpiando nuestra leche y compartiéndola con ella con besos profundos. 
Nosotros y el médico
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El médico se vistió y se fue diciendo que el tratamiento debía seguir durante toda una semana, así que volvería la tarde siguiente…

1 comentarios - Nosotros y el médico

001854 +1
bonito cuento.ojala se lea haga realidad