
MartÃn tenÃa 21 años, estaba sin trabajo fijo, sobreviviendo a base de changas y favores. VivÃa en un barrio de clase media, ayudando a vecinos a cortar pasto, pintar rejas o pasear perros. Fue en uno de esos encargos que conoció a Verónica, una mujer de 43 años, separada, elegante, sensual, y con una mirada que hipnotizaba.
Verónica no era como las otras señoras del barrio. Siempre maquillada, ropa cara, perfume intenso. Y lo miraba como quien observa un postre prohibido.

La primera vez que le ofreció trabajo fue para ordenar unas cajas en su garaje. Lo hizo transpirar durante horas. Pero lo que realmente lo hizo sudar fue verla pasar una y otra vez con un short blanco ajustado y un top sin sostén que le marcaba los pezones.
Cuando terminó, ella lo invitó a tomar algo frÃo. Se sentaron en el living, y MartÃn notó que ella no le quitaba la vista de encima. Hasta que habló, sin rodeos.
—Te ves muy bien, MartÃn. Muy bien. Y además… me caés bien.
Él sonrió, algo nervioso.
—Gracias, señora Verónica.
—No me digas señora —dijo ella, cruzando las piernas lentamente, mostrando un poco más—. Decime Vero… o mejor aún… sugar mami.
MartÃn se atragantó con el jugo. Ella se rió con picardÃa.
—¿Sabés qué es eso, verdad?
—SÃ, pero…
—No te preocupes, no soy una loca. Pero tengo necesidades especiales. Me gusta tener a alguien cerca… alguien joven, con energÃa, obediente. Alguien que me caliente cuando yo quiera, y a cambio, lo mantengo. Te ayudo a encontrar un trabajo de verdad, te lleno la heladera, y hasta te pongo un dinerito en el bolsillo. ¿Te interesa?
MartÃn no sabÃa si estaba soñando.
—¿Está hablando en serio?
Verónica se acercó. Se sentó en el apoyabrazos del sillón, y le puso la mano en la pierna, deslizándola lentamente hacia su entrepierna.
—Muy en serio, bebé. Pero si aceptás… hay reglas.
—¿Qué tipo de reglas?
—Nada de negarte cuando te necesite. Nada de enamorarte. Y tenés que cuidarme como si fuera tu reina. En todos los sentidos.
Mientras hablaba, su mano ya acariciaba su erección por encima del pantalón.
—Mmm… estás más que listo. ¿Eso quiere decir que aceptás?
MartÃn no respondió. asintió.
—Bien —dijo ella, bajándole el cierre y liberando su pija —. Entonces empecemos ahora.
Se arrodilló frente a él, y comenzó a mamarle la pija como una experta. Despacio, lujuriosa, profunda. MartÃn gemÃa, se retorcÃa, nunca habÃa sentido algo asÃ.
—¡Verónica…!
—Shhh… callate, mi amor. Disfrutá. Hoy empieza tu nueva vida.
Después se desnudó, cuerpo perfecto, tetas firmes, concha depilada y subió encima de él, lo montó sin aviso, hundiéndose su pija hasta lo más profundo de su concha madura y caliente.
—¡Ahhh, sÃ! Asà me gusta… fuerte, durito, obediente…
Lo cabalgó sin pausa, sudando, gimiendo, con los tetas saltando frente a él. MartÃn la agarró de la cintura, perdido, sometido al placer de esa mujer que lo dominaba.
Y cuando acabaron, ella se limpió con una sonrisa, se sentó a su lado y le dijo:
—Mañana te paso a buscar. Vamos a comprarte ropa nueva. Mi sugar baby tiene que lucir bien si va a estar a mi lado.
MartÃn solo pudo asentir, aún temblando.
Su vida habÃa cambiado para siempre. Y ahora le pertenecÃa a ella.
Verónica, su sugar mami…
su nueva dueña.

Al dÃa siguiente, Verónica pasó a buscar a MartÃn en su camioneta de lujo. Lo esperaba con gafas oscuras, un vestido ajustado color crema, labios rojo fuego, y esa mirada que lo derretÃa. Cuando él subió, lo saludó con un beso húmedo y le puso una tarjeta negra en la mano.
—Esta es tu nueva tarjeta. Tiene un lÃmite generoso. Vamos a comprarte ropa, zapatillas, lo que quieras. Hoy te vas a ver como mi sugar baby oficial.
MartÃn no sabÃa si estaba soñando. Los siguientes minutos fueron una pelÃcula: boutiques exclusivas, probadores privados, ropa que jamás habÃa tocado en su vida. Verónica lo miraba desde un sofá mientras él desfilaba, hasta que se le acercó por detrás, en uno de los probadores, y le susurró al oÃdo:
—Hoy te vestÃs como mi chico… pero esta noche, me desvestÃs como tu mami caliente.
De regreso en la mansión, lo llevó directo al dormitorio. MartÃn no pudo dejar de mirar la habitación enorme, las sábanas de seda, las luces tenues, el perfume que la envolvÃa a ella… y que ya lo tenÃa adicto.
Verónica se quitó el vestido sin apuro. No llevaba nada debajo.
—VenÃ, bebé… —susurró, sentándose al borde de la cama, abriendo las piernas lentamente.
Él se arrodilló frente a ella, besándole la concha, lamiéndola, adorándola. Su cuerpo maduro era firme, curvilÃneo, adictivo. Y ella gemÃa con suavidad, acariciándole el cabello, guiándolo.
Luego le acarició la pija y comenzó a mamársela, cuando la tenia completamente dura en su boca , lo empujó hacia la cama.
—Ahora me toca a mÃ.
Se subió sobre él, frotó su pene con sus labios húmedos, lo hizo enloquecer… pero no se lo metió aún. Solo lo rozaba, lo tentaba.
Hasta que de pronto, sin previo aviso, se lo clavó en el culo.
MartÃn jadeó con fuerza. Ella gimió, cerrando los ojos, aferrándose a su pecho.
—¿Te gusta, bebé? ¿Te gusta mi culito? —jadeó, comenzando a moverse lento y profundo.
—¡Verónica… es increÃble!
—No, mi amor… —lo interrumpió, moviéndose más rápido, cabalgándolo sin piedad—. Decime mami.
—¡Mami…!
Ella sonrió, sudada, dominante, salvaje.
—¿Quién es tu mami ahora? ¿Quién te da el culo , quién te hace acabar como nunca?
—¡Vos! ¡Vos, mami! —gritó él, al borde del clÃmax.
—Eso querÃa escuchar.
Y lo cabalgó más fuerte, como una diosa salvaje, hasta que los dos estallaron en un gemido profundo, largo, bestial. Cayeron rendidos sobre las sábanas de seda, temblando, respirando agitados.
Verónica le acarició el pecho y le dijo con una sonrisa satisfecha:
—Ahora te toca preparar las maletas. Este fin de semana… nos vamos a un resort en Punta Cana. Quiero verte bronceado… y adentro mÃo todos los dÃas.

MartÃn ya no era un chico perdido.
Ahora tenÃa una dueña.
Y le encantaba obedecerla.
Dos dÃas antes del viaje a Punta Cana, Verónica lo pasó a buscar como siempre: en su camioneta de lujo, con gafas negras, un conjunto de ropa deportiva ajustada que marcaba cada curva, y ese perfume que a MartÃn ya le resultaba adictivo.
—¿Listo, bebé? Hoy toca mimarte un poquito —le dijo, acariciándole la pierna mientras manejaba.
MartÃn pensó que irÃan a elegir trajes de baño o algo similar, pero se sorprendió cuando estacionaron frente a un centro de estética exclusivo.
—¿Aqu� —preguntó, desconcertado.
—Claro —sonrió ella, quitándose las gafas—. Vas a acompañarme a una sesión muy especial… y también vas a tener la tuya.
MartÃn tragó saliva.
—¿MÃa?
—SÃ, amor. Quiero que te depilen. Pecho, abdomen… y la entrepierna completa.
Él se tensó. No por pudor, sino por la mezcla de sorpresa y excitación.
—¿Todo?
Verónica se acercó y le besó el cuello, susurrando con voz ronca:
—Te quiero suavecito como yo. Para que cuando estemos en la playa y estemos sudados… todo se deslice sin resistencia.
Y cuando estemos en la cama… no haya nada que estorbe cuando te lama entero.
MartÃn sintió un escalofrÃo recorrerle la espalda.
Ya dentro del salón, lo guiaron a una sala privada. Verónica entró con él.
—Ella va a quedarse —avisó la esteticista—, ¿está bien?
MartÃn asintió. Verónica se sentó en una silla, cruzó las piernas, y se acomodó para ver el espectáculo.
Primero le depilaron el pecho. Ella lo miraba como una leona orgullosa, con sonrisa felina.
—Muy bien, bebé… quedás más sexy de lo que pensaba.
Después vinieron los muslos. Y finalmente, la esteticista bajó la toalla, dejando su erección visible y expuesta.
—¿Querés que siga?
MartÃn dudó. Pero Verónica habló por él.
—SÃ, toda la zona. Dejalo bien limpio. Completito.
La esteticista asintió, profesional. Y MartÃn, aunque algo nervioso, comenzó a excitarse aún más por la mirada de Verónica, fija en él, mordiéndose el labio inferior.
Cuando terminó, Verónica se acercó, pasó la mano por su vientre liso, bajando hasta rozar sus testÃculos ya depilados.
—Mmm… ahora sà estás como me gusta. Perfecto. Preparado. Y completamente mÃo.
Lo besó despacio, en la boca, luego más abajo. Él pensó que harÃan algo ahà mismo, pero ella se detuvo, mordiéndole el labio con picardÃa.
—Te portaste muy bien, nene. Esta noche te premio con lengua… y los dos agujeros.
Y en Punta Cana… vas a acabar tantas veces que vas a perder la cuenta.
MartÃn solo pudo asentir, ya duro otra vez, ya rendido.
Porque cuando Verónica hablaba…
su cuerpo obedecÃa.
Esa noche, Verónica no quiso salir. HabÃa preparado todo en su casa: luces tenues, sábanas nuevas, música suave y un aroma a vainilla y cuero que llenaba su dormitorio. MartÃn llegó después de ducharse, con el cuerpo aún sensible de la depilación, la piel suave, sin un solo pelo.
Ella lo recibió con una bata negra de encaje y nada debajo. Le sonrió como una pantera hambrienta.
—VenÃs tan limpio… que tengo ganas de ensuciarte.
Lo hizo sentarse al borde de la cama. Se arrodilló entre sus piernas y comenzó a besarlo desde los tobillos, subiendo despacio, dejando una estela de saliva ardiente hasta llegar a su entrepierna, completamente lisa, expuesta, delicada.
—Mmm… tan suave… como un caramelo sin envoltorio.
Y comenzó a lamerlo. Primero los testÃculos, luego la base, hasta tomarlo por completo con su boca caliente, profunda, hambrienta. MartÃn arqueaba la espalda, gemÃa, acariciaba su cabello.
—Verónica… estoy a punto…
—No, no, no —dijo ella, deteniéndose justo a tiempo—. Ahora quiero estrenarte como corresponde.
Lo empujó con suavidad sobre la cama, se subió sobre él, y guió su pija dentro de su concha caliente y mojada. Se deslizó sin resistencia, gimiendo con placer.
—¡Mmm… asÃ… eso es! ¡Sentilo bien, bebé… sentime toda!
Lo cabalgó con intensidad, con control. Su cuerpo se movÃa encima de él con experiencia, con deseo verdadero. Se inclinó, lamiéndole el cuello, susurrándole:
—Ahora sos mÃo. Completito. Suavecito. Como a mà me gusta.
MartÃn se dejó llevar, perdido entre su piel, sus tetas , su lengua, su humedad.

—¡Verónica… me estoy por venir…!
Ella sonrió, apretándolo más fuerte con su interior.
—Hacelo, bebé… pero después… te quiero adentro otra vez.
Y asà fue. Se vino con un gemido. Pero no hubo descanso. Ella bajó por su cuerpo con la boca, lamió su pija otra vez, lo hizo endurecerse de nuevo, y lo montó por su culo, lenta, dominante, con los ojos clavados en los suyos.
—¿Te gusta mi culito, verdad? Quién es tu mami ahora?
—¡Vos, mami… sos todo!
Cuando terminaron, sudados, jadeando, rendidos, se quedaron dormidos abrazados. Verónica con una sonrisa plena, satisfecha.

Pero no todo habÃa terminado.
A las 5:30 AM, la despertó la alarma. Se estiró despacio y miró a MartÃn dormido.
Tan joven. Tan suyo.
Se levantó, preparó una ducha tibia y volvió al dormitorio.
—Bebé… despertate. Tenemos un vuelo privado en tres horas.
MartÃn apenas abrió los ojos cuando sintió sus labios otra vez… en su pija ya limpio y suave, que comenzaba a reaccionar de inmediato.
—Verónica… me vas a matar…
Ella rió, sensual.
—No, amor. Solo te voy a dejar sin fuerzas… para que te rindas a mà en el Caribe.
Y lo arrastró del pene a la ducha, donde los cuerpos se pegaron bajo el agua caliente, las manos resbalaron, las bocas se buscaron, y la lujuria volvió a nacer con el amanecer.
Punta Cana los esperaba.
Y Verónica tenÃa planes.
Muchos.
Todos… indecentes.

El hotel era de otro mundo: vista al mar, palmeras altas, servicio exclusivo y una suite tan lujosa que MartÃn sintió que caminaba dentro de un sueño. Ventanales gigantes, cama king con sábanas de algodón egipcio, y un jacuzzi en el balcón que parecÃa hecho para el pecado.
Apenas entraron, Verónica cerró las cortinas, lo empujó sobre la cama y se desnudó con calma.
—Esto es lo que te prometÃ, bebé —dijo, desatando el lazo de su vestido—. Ropa cara, viaje de lujo… y una mami caliente que no te va a dejar descansar.
Se subió sobre él desnuda, besándolo en la boca, en el pecho depilado, bajando por su abdomen, hasta llegar a su pija ya palpitante. Lo lamió entera, lo acarició con sus tetas, y luego se sentó sobre su pija , metiéndoselo hasta el fondo de su concha de una sola bajada.
—¡Ahhh! ¡SÃ! ¡Justo asà querÃa empezar mis vacaciones! —gimió, cabalgándolo con ritmo lento pero profundo, dominante.
MartÃn gemÃa bajo ella, aferrándose a sus caderas, disfrutando de ese cuerpo maduro que lo tenÃa hechizado. Verónica se inclinó y le lamió el cuello mientras se movÃa:
—Esto recién empieza, mi amor. Hoy no dormÃs.
Se vinieron juntos, con el sonido del mar de fondo, mientras las sábanas quedaban empapadas de sudor y deseo.

Horas después, caminaron por la playa privada del hotel. Ella con un pareo transparente y un bikini mÃnimo; él con el torso bronceado, aún marcado de sus uñas.
Cuando encontraron una zona apartada, Verónica lo miró con una sonrisa felina.
—Acostate boca arriba —ordenó, bajándose el pareo—. Voy a darte un premio por complacerme tan bien.
MartÃn obedeció. Ella se agachó, liberó su pene del short de baño y comenzó a mamarlo allà mismo, al aire libre, con el mar como testigo. Su lengua recorrÃa cada parte de su miembro con maestrÃa, mientras el sol les quemaba la piel.
—¿Y si alguien nos ve? —preguntó él, jadeando.
—Que miren —dijo ella, chupándolo con más fuerza—. Que vean lo bien que te cuido.
Lo dejó al borde del clÃmax, y justo cuando iba a acabar, se subió sobre él de nuevo, deslizándose en su vagina con un gemido grave, ronco, profundo.
La arena, el sol, el mar, sus cuerpos chocando… era una escena de lujuria total. Y los dos se corrieron entre las olas y el pecado.

Al caer la noche, con el cielo estrellado sobre ellos, volvieron al balcón de la suite.
—Al jacuzzi —ordenó Verónica, ya en bata.
MartÃn entró al agua caliente. Ella se unió desnuda, sentándose sobre él sin preámbulos, rodeándolo con sus piernas, hundiéndoselo lentamente otra vez.
El agua salpicaba, los cuerpos se deslizaban uno sobre el otro. Verónica lo besaba mientras se movÃa, gimiendo bajito, mordiéndole el cuello.
—¿Te gusta esta vida, mi amor? ¿Te gusta que yo sea tu mami rica y caliente?
—Me encanta… —jadeó él.
—Entonces disfrutá… porque esta noche… no te dejo dormir.
Y lo cabalgó con fuerza, con el sonido del agua mezclado con sus gemidos, mientras las estrellas brillaban sobre ellos… y el placer no tenÃa fin.
MartÃn ya no podÃa escapar.
Pero tampoco querÃa.
Porque ser el juguete de Verónica…
era lo mejor que le habÃa pasado en la vida.


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