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Compendio III
LA JUNTA 14: CONTROL DE DAÑOS
Aunque a Marisol le complace la atención que recibo en el trabajo, para mí está llegando a un nivel preocupante, porque he terminado trayendo a casa hasta cinco magdalenas, dos bolsas de galletas y muchas bebidas energéticas. Soy demasiado educado para rechazar los regalos (en condiciones normales, me conformo incluso con agua del grifo), pero las miradas extrañas que me lanzan me hacen sentir mal por rechazarlos (y también me incomodan un poco).

Marisol, por su parte, está encantada porque ahora puede comer galletas de chocolate casi todos los días. Pero, aunque me comiera mi ración de pasteles, empezaría a ganar peso. No todos tenemos la suerte de mi ruiseñor, capaz de quemar calorías rápidamente. Pero si esto sigue así, las cosas pueden salirse de control.
Al principio, pensé que era inofensivo. Un par de magdalenas por aquí, un refresco por allá. Pero dos semanas atrás, cuando alguien dejó una cesta de fruta entera en mi escritorio con una nota que decía “Por ser tan amable...”, me di cuenta de que las cosas estaban escalando.

Me pasé casi 15 minutos mirando la tarjeta, pensando: “¿Pero por qué? ¿Acaso la junta es tan insensible?”. Para ser sincero, no estoy acostumbrado a este tipo de tratos. En la mina donde trabajaba, estaba acostumbrado a hacer las cosas por mí mismo. ¿Pero están diciendo que los demás miembros de la junta no dan las gracias ni se molestan en ser educados?
Por otra parte, las galletas parecen tener una importancia extraña aquí. Todavía recuerdo la gran debacle de las galletas con Horatio (jefe de finanzas) el año pasado: era una reunión de lunes, actualizaciones rutinarias de programación, todo el mundo medio dormido. ¿Y Horatio? No se quedaba quieto hasta que no tomaba café y un plato de galletas, comiendo como una vaca justo a mi lado. En la obra, el desayuno no formaba parte de la reunión: o te tomabas algo de camino o no, y punto. Frustrado, se lo comenté a Edith, mi CEO.
Por supuesto, ella me recordó que esto no es la mina. Pero sonrió y admitió que tenía razón, que tal vez Horatio debería saltarse unas cuantas galletas. A partir de ese día, las galletas desaparecieron de las reuniones de la junta directiva y, desde entonces, Horatio me ganó odio (salvo, quizás hasta la reunión anterior), como si le hubiera robado a su primogénito.
Lo que me lleva de vuelta al presente. Mi escritorio empezaba a parecerse más al mostrador de una panadería que a una estación de trabajo, y sabía a quién culpar: a Abigail. Si no podía detener los rumores, tal vez al menos podría controlarlos, desviar la atención. De lo contrario, a este ritmo, alguien podría aparecer con un pastel la semana que viene. (¿Y lo triste? Nadie se da cuenta de que prefiero un sándwich de tomate o un paquete con papas fritas).
La llamé a mi oficina. Parecía tan tímida e infantil que me recordó a mi hija, Verito, cuando la pillan robando chocolates.

- Entra, Abigail. - le ordené con voz tranquila pero firme.
Cerró la puerta detrás de ella con un clic que resonó en la habitación, por lo demás silenciosa. Se sentó frente a mi escritorio, con la mirada inquieta, como si buscara una salida de emergencia.
• ¿Pasa algo? - preguntó con voz temblorosa.
La verdad es que todavía estoy confundido sobre lo que “debo” y “no debo” hacer como miembro de la junta directiva. Ni siquiera sé si convocarla así estaba técnicamente dentro de mis derechos. Lo único que sabía era que no iba a despedir a nadie, y menos aún a alguien que ni siquiera trabajaba en mi departamento.
- Sí, hay algo. - respondí con cautela. Luego, al ver su rostro pálido, añadí rápidamente: -Pero no es nada de lo que debas preocuparte. - Empujé un muffin por el escritorio. - ¡Toma! ¡Escoge uno! ¡Relájate!
Los ojos de Abigail se abrieron con sorpresa y alivio. Le dio un mordisco tentativo a la magdalena, sin apartar los ojos de los míos. Me fijé en que tenía una boca preciosa. Un arco de Cupido perfecto, y cuando se limpió las migas con la lengua, fue como ver un baile secreto.

- Estas magdalenas…- le expliqué. - son la razón por la que te he llamado.
Los ojos de Abigail se abrieron aún más, y una pizca de confusión se reflejó en su rostro. Tragó el último bocado.
• No le entiendo, señor Marco. - exclamó con una voz que mezclaba dulzura y aprensión.
Me recosté en mi silla, con la mirada fija en Abigail.
- Sé que tú iniciaste el rumor del “Príncipe de la junta”, Abigail. – le encaré directamente.
Se le sonrojaron las mejillas y se atragantó ligeramente con el muffin. Esperé pacientemente mientras se lo tragaba con un trago de la bebida energética que le ofrecí.
• Yo... no quería hacerle daño. – balbuceó asustada.

- ¡Abby, relájate! - la interrumpí con una sonrisa cálida, levantando las manos. - No estás en problemas. Lo hecho, hecho está. Solo quiero hablar sobre... cómo controlarlo.
Ella ladeó la cabeza, aún recelosa.
- No estoy acostumbrado a ser el centro de atención. - admití. - Y creo que estos rumores se están saliendo un poco de control.
Señalé la esquina de mi escritorio, llena de magdalenas, galletas y bebidas energéticas.
- Quiero decir, mira esto. A este ritmo, voy a necesitar una oficina más grande solo para los aperitivos. Y aunque agradezco el detalle, esto está empezando a ser un problema. Así que pensé... que quizá podríamos redirigir las cosas. – le confesé mi plan.
Abigail dio otro sorbo a su bebida y miró al suelo mientras se mordía el labio.
• ¿Cómo quiere que le ayude, señor Marco? - preguntó, volviendo a mirarme a los ojos.
Me incliné hacia delante y apoyé los codos en el escritorio.
- Este es el trato. Necesito que empieces otro rumor. Algo que haga que la gente se dé cuenta de que no soy especial. Solo un tipo normal. Ya sabes, corriente. – Le explayé mis ideas.
Mi intención era atacar el problema como si se tratara de un par de ondas. Mi experiencia me ha enseñado que por más que uno intente aplacar un rumor, lo único que hace es llamar la atención hacia lo mismo. Sin embargo, creía que, si generaba otro de igual valor o peso, podría cancelar el primero y retornar a la normalidad.
Claro está, que la vida no siempre se comporta como ondas e interferencias… y que siempre existe el riesgo que la onda inicial se refuerce.
Abigail arqueó las cejas, casi ofendida.
• ¡Pero usted es especial, señor Marco! - protestó, con un toque de admiración en la voz. - ¡Es un miembro increíble de la junta directiva y ya ha logrado muchos cambios positivos!

Me reí en voz baja, tratando de mantener la situación en un tono ligero.
- Quizás sea así, pero también soy un hombre casado con cuatro hijos, ¿Recuerdas? - Saqué una foto de Marisol y los niños del cajón de mi escritorio y se la entregué. - Esta es mi hermosa esposa, Marisol, y nuestros pequeños ángeles. No quiero que ninguno de ellos se haga una idea equivocada.
La mirada de Abigail se suavizó al mirar la foto, con los ojos fijos en la cálida sonrisa de Marisol y las traviesas sonrisas de mis hijos.
• ¡Son encantadores! - respondió, devolviéndome la foto.
Vi que no estaba convencida, así que me incliné hacia ella y empecé a explicarle todo, esperando que la honestidad acabara con el misterio.
- Estoy casado. Con Marisol. Tenemos cuatro hijos: tres niñas y un niño. No voy a cócteles, no bebo. Me gusta el anime. Las películas de superhéroes. Los videojuegos. Y a mi mujer también. Nos quedamos hasta tarde viendo fútbol y comiendo pasteles. La mitad del tiempo, mis hijos me utilizan como parque infantil. Así soy yo. No soy ningún... “príncipe de la junta directiva”.
Abigail abrió mucho los ojos al asimilar esta nueva información, y la imagen del misterioso y poderoso Marco que se había construido en su mente se desmoronó lentamente. Podía ver al hombre que tenía delante, no a un dios corporativo, sino a un hombre con una vida fuera de las paredes de la oficina.
Así que, después de contarle mis aficiones, se inclinó hacia delante y me preguntó:

• ¿Cuánto tiempo lleva casado? Y... ¿Cuántas veces? – sus ojos atentos a mis palabras.
- Once años. Solo una vez. Con el amor de mi vida. - Sus ojos se abrieron como platos cuando le respondí.
Luego vinieron las preguntas siguientes. ¿Cómo nos conocimos?
Bueno, le expliqué, primero fuimos amigos. Ella estaba locamente enamorada de mí, pero yo ni siquiera me había dado cuenta. Había una diferencia de edad entre nosotros (yo estaba en la universidad y ella todavía estaba en el último año de secundaria), así que tenía que ser cuidadoso. Más tarde, empezamos a vivir juntos. Éramos muy pobres, pero ahorramos para pagar sus estudios y para comprar una casa. Nos casamos cuando me surgió la gran oportunidad de trabajar aquí, en Australia. Luego llegaron las gemelas. Después, su título de maestra. Tras eso, yo trabajando siete días a la semana en la obra para que ella pudiera estudiar. Más tarde, nos mudamos a Melbourne, donde mi amiga Sonia me ofreció un puesto en una empresa. Incluso vivimos en una casa de la empresa durante un tiempo, hasta que terminó el contrato de alquiler y tuvimos que mudarnos a las afueras. Y finalmente, ahorré suficiente dinero para comprar nuestra propia casa...

Y entonces Edith tuvo la loca idea de que yo debía formar parte de la junta directiva.
Cuando terminé, habían pasado cuarenta y cinco minutos. Y esa era la versión resumida.
Abigail se quedó allí sentada con los ojos muy abiertos, sin tocar su magdalena, tomando notas mentales como si acabara de escuchar un cuento de hadas.
• ¡Es una de las cosas más románticas que he oído nunca! – confesó abochornada.

Y en ese momento supe que lo había empeorado. ¡Por supuesto!
Podía ver cómo le daba vueltas a la cabeza a Abigail, con la mente acelerada por los jugosos detalles de mi vida personal. Probablemente empezaría un nuevo rumor sobre el romántico minero convertido en miembro de la junta que había conquistado a su novia del colegio. Pero ese no era el tipo de rumor que necesitaba para sustituir a la actual.
Así que tomé una decisión drástica, en un intento por acabar de una vez por todas con mi reputación de honorable y noble “Príncipe de la Junta”: le conté a Abby mi obsesión por el sexo.
- Sé que suena descabellado, - empecé dudoso. - pero mi único defecto real es que estoy obsesionado con el sexo. Marisol y yo tenemos una... bueno, digamos que una vida muy activa en ese aspecto. Lo hacemos en todas partes. En la encimera de la cocina, en el lavadero, donde se te ocurra.
Empecé a explicarle de manera enfática que, debido a nuestra diferencia de edad, Marisol quería perder su virginidad conmigo (en aquel momento, yo también era virgen). Así que, al principio, se acostumbró y se enganchó a hacerme mamadas mientras yo le tocaba el sexo. Nuestros deseos reprimidos eran tan intensos que, después de entregarnos el uno al otro, nuestro presupuesto para condones casi agotó mis ahorros, por no mencionar que a Marisol le encantaba cómo follábamos.
Sus ojos se agrandaron como platos y tragó saliva.
- Es cierto. - reconocí, recostándome en mi silla. - Tengo cuatro hijos porque no podíamos quitarnos las manos de encima. Y ella ya está planeando que la vuelva a dejar embarazada dos veces más.
La mano de Abigail se detuvo sobre su bloc, con el bolígrafo suspendido en el aire.
• Sr. Marco, no sé cómo decir esto sin que suene, bueno, inapropiado. – comenzó a responderme nerviosa. - pero veo que está... eh, muy emocionado con su esposa.
Mis ojos se posaron en el creciente bulto de mis pantalones y sentí que se me enrojecían las mejillas. Mierda. Esto no era lo que había planeado.
- Abigail, - dije, tratando de restarle importancia. - lo siento si te he hecho sentir incómoda. No era mi intención.
Pero ella no me miraba con repulsión ni con sorpresa. En cambio, había algo... diferente en su mirada. Algo hambriento. Y ya no me miraba a la cara.
• Su entusiasmo es... bastante evidente- murmuró, bajando la mirada. - Y... parece que tiene mucho de lo que estar orgulloso, señor...
(And... you seem to have a lot to be proud, sir...)
Su voz se apagó y respiró hondo, tratando visiblemente de recomponerse. Me sentí como un adolescente pillado con las manos en la masa.
-Mire, lo siento. - repetí, moviéndome en mi asiento, tratando de acomodarme sin que se notara demasiado.
La mirada de Abigail permaneció en mi entrepierna un instante más antes de que ella forzara sus ojos a volver a encontrarse con los míos.
• No, no pasa nada. - respondió con las mejillas sonrojadas de un delicado tono rosado. - Es solo que... nunca había conocido a un hombre tan abierto sobre su vida familiar y... sus deseos... o así de grande...
(It’s just that… I’ve never met a man so open about his family life… and desires… or that big…)
Sus palabras quedaron suspendidas en el aire y sentí una extraña mezcla de vergüenza y excitación.
-¡Mira! - intenté aclarar, tratando de recuperarme. - Solo quiero dejar las cosas claras. No soy un playboy. Soy un hombre de familia con... ciertos... apetitos.
Abigail asintió, sin apartar la mirada.
• Lo entiendo. -murmuró, y la forma en que lo dijo hizo que mi polla se hinchara aún más. - Entonces, ¿Quiere que difunda el rumor de que es, qué, un marido devoto con un apetito sexual insaciable?
Entré en pánico, sintiéndome expuesto.
- ¡Por supuesto que no! ¡Es todo lo contrario! ¡No quiero que los demás piensen que soy un maníaco sexual! - protesté desesperado.
Pero ella solo sonrió con aire de suficiencia, esa mirada engreída que dice que sabe algo que tú no sabes.
• Pero, señor Marco, ¿no lo ve? Eso es lo que le hace aún más irresistible. La idea de un hombre poderoso y exitoso que también está locamente enamorado de su esposa y, aun así, no puede quitarle las manos de encima... ¡Es como si la trama de la novela romántica favorita de todas las mujeres cobrara vida!... Y el tamaño de su pene, señor... Su esposa debe de ser una de las mujeres más felices del planeta. – comentó, sin quitarle el ojo de encima.
Aunque la forma en que lo expresó me molestó, era cierto: Marisol es increíble en ese sentido.
Respiré hondo, tratando de ordenar mis pensamientos.
- ¡Está bien! ¡Está bien! ¡Lo entiendo! - reconocí, levantando las manos en señal de rendición. - Quizás la parte de “insaciable” no sea la mejor forma de expresarlo. Pero tienes que ayudarme, Abigail. Esto tiene que acabar antes de que se salga completamente de control.
Abigail se recostó en su silla, sin apartar los ojos de mi pene.
• De acuerdo, pensaré en algo. - aceptó, ahora con un tono más profesional. - Pero no puedo garantizar que funcione. Es usted todo un... “paquete”... Sr. Marco.
(You're quite the... package... Mr. Marco.)
Suspiré, frotándome la frente.
- Haga lo que pueda. - insistí, tratando de mantener la voz firme. - Y quizá, ya sabes, no menciones esa parte.
Se mordió el labio.
• Pero señor... nunca había visto uno tan grande... francamente, la mayoría de los hombres con los que he estado tienen la mitad de su tamaño...
Estaba sudando a mares. Sabía a dónde iba a parar esta conversación y mi polla, por supuesto, no iba a ceder.
- Mira, Abigail —dije, tratando de mantener la voz tranquila—. Me halaga, de verdad, pero deberíamos centrarnos en la tarea que tenemos entre manos.
• Apuesto a que mis manos no lo cubrirían, señor... - Ella se rió, todavía embelesada.
Me recosté, tratando de ocultar el hecho de que sus palabras me estaban excitando aún más.
- Abigail, por favor...
Pero ella estaba ahora en su propio mundo, con los ojos oscuros por la curiosidad y el deseo. Dio otro mordisco a su magdalena, moviendo la boca de una forma que no tenía nada que ver con el pastelito.
• ¿Y si pudiera, no sé, ayudarle a aliviar un poco esa tensión? - dijo con voz baja y sensual. -Solo un poco. Para que pueda pensar con más claridad... y tal vez... ayudarme con mi curiosidad.
Mi corazón dio un vuelco. Sabía dónde iba a parar esto, y una parte de mí se debatía entre la necesidad de mantener la profesionalidad y el ardiente deseo de dejar que ella satisfaciera esa curiosidad.
-¡Abigail! - empecé a decir, pero ella ya se había levantado y estaba rodeando el escritorio. Dejó el muffin y se arrodilló delante de mí, sin apartar los ojos de los míos.
Su cálida mano se dirigió hacia mi cremallera, y mi cuerpo respondió antes de que mi mente pudiera reaccionar. La bajó y sentí el aire fresco de mi oficina acariciar mi pene erecto. Se me cortó la respiración cuando lo tomó entre sus manos, y su suave agarre me provocó una oleada de placer.

• ¡Es grande! -susurró, con voz llena de asombro.
Y supe que ya estaba jodido... en más de un sentido.
Observé cómo Abigail se inclinaba hacia mí, con su aliento caliente rozando mi miembro. Me miró con esos ojos inocentes de color avellana y supe que estaba en problemas. Su suave mano rodeó mi pene, acariciándolo suavemente, y el calor de su palma me estaba volviendo loco.
• Es tan cálido y grueso. Apenas puedo rodearlo. - dijo mientras lo acariciaba.
Sentí cómo la sangre se me subía a la cabeza y el corazón me latía con fuerza en el pecho, como un tambor.
- ¡Abigail! - le advertí con voz tensa. Pero ya era demasiado tarde. Se le había hecho agua la boca y se inclinó más hacia mí, sin apartar los ojos de los míos.
Sus labios suaves y húmedos se separaron y se metió la punta de mi pene en la boca, con la lengua girando alrededor de la punta. Era algo distinto, como un beso tierno que se convirtió en algo más, una sensación tan intensa que casi me dolía. Me metió más profundo, con la boca estirándose alrededor de mi grosor, y no pude evitar gemir.

Abigail cerró los ojos mientras comenzaba a chupar, hundiéndose las mejillas a medida que me introducía cada vez más en su boca. Pude ver la pasión en sus ojos cuando los volvió a abrir, mirándome como si fuera el postre más dulce que jamás hubiera probado.
Su mano me acariciaba al ritmo de su boca, con un agarre firme pero suave. Se tomó su tiempo, explorando cada centímetro de mí con su lengua, recorriendo las venas que latían con cada latido del corazón, provocando el punto sensible justo debajo de la cabeza. Era como si me estuviera adorando, y la dinámica de poder de nuestra relación en la oficina cambió bajo el peso de mi deseo.
Sentí cómo la tensión en la habitación se intensificaba, mi polla crecía aún más en su boca. Ella gimió, la vibración me recorrió todo el cuerpo y supe que no aguantaría mucho más. Bajé la mano, la introduje en su pelo y guie sus movimientos, empujándola para que me tomara más, más rápido, más fuerte.
Aunque la estaba ahogando, a ella le encantaba. Pero entonces, encontró mis testículos y comenzó a apretarlos. Me volví loco. Su boca era codiciosa, cálida, embriagadora. Me chupaba como si mi polla tuviera el sabor más delicioso del mundo.
Pero ella me tenía preparada una sorpresa. Cuando estaba a punto de correrme, se detuvo y levantó la vista.
• Quiero sentarme encima, señor Marco. - susurró con voz cargada de lujuria.
Estaba dividido entre la sorpresa y el deseo puro y duro. Por el amor de Dios, se trataba de nuestra representante de recursos humanos. Pero me tenía agarrado por las pelotas, literalmente.
- ¡De acuerdo! - murmuré, sin reconocer apenas mi propia voz.
Se levantó, con la mirada fija en mi polla, que ahora estaba completamente erecta, exigiendo atención. Dio un paso más hacia mí y pude sentir el calor de su cuerpo, el dulce aroma de su perfume mezclándose con el ligero olor de las magdalenas que había estado comiendo.
Se desnudó con sorprendente rapidez. De hecho, se quitó las bragas negras y húmedas con bastante facilidad. Una vez quitadas, volvió a mirar mi polla, asegurándose de que no había perdido interés en ella.

¿Pero cómo iba a hacerlo? Era como ver un baile, un baile de seducción y poder. Me tenía en la palma de su mano, o más bien, en lo más profundo de su boca, y ella lo sabía. Se sentó a horcajadas sobre mí, con el coño empapado, y se bajó sobre mi polla.
Cerró los ojos mientras me introducía, centímetro a centímetro, con sus paredes estirándose para acomodar mi tamaño. Estaba estrecha, jodidamente estrecha, y podía sentir su coño apretándome mientras la llenaba por completo. Encajaba perfectamente, como si estuviera hecha para mí, y supe en ese mismo momento que iba a ser un polvo estupendo.
Cuando llegó al fondo, soltó un grito ahogado y yo no pude evitar gemir en respuesta. Estaba tan caliente, tan húmeda, y su coño se sentía como un tornillo de banco alrededor de mi polla. Alargué las manos y le acaricié los pechos, con los pulgares provocando sus pezones hasta endurecerlos.

Sus caderas comenzaron a moverse, balanceándose hacia adelante y hacia atrás, con su coño apretándome como un guante. Ahora ella llevaba las riendas, marcaba el ritmo, y yo estaba más que feliz de dejarla. Era preciosa, con los ojos cerrados por el placer, jadeando entrecortadamente.
• Oh... ¡Dios mío! - gimió, hablando para sí misma. - Me estoy follando al príncipe de la junta... y su polla es tan buena y dura... ahh.

Sus palabras eran como una droga para mí. La penetraba, sintiendo cómo sus paredes se apretaban a mi alrededor con cada movimiento. Sus pechos rebotaban en mis manos, los pezones duros y sensibles a mi tacto. Se inclinó hacia atrás, con las manos en mis hombros, los ojos entrecerrados por el placer.
Estábamos locos el uno por el otro y acabamos besándonos. Le agarré el culo, tentador, duro y firme. Sabía que podía tenerlo. Podría hacerla mía si quisiera.
En ese momento, no me importaba ser el “príncipe de la junta”. Solo me concentraba en besar a Abby locamente. ¿Tenía novio? ¿Estaba casada? No lo sabía ni me importaba. Solo me importaba la forma en que rebotaba sobre mis bolas y lo húmedo y apretado que estaba su coño.
Su beso fue explosivo, su lengua bailaba con la mía y mis manos exploraban su cuerpo como si fuera un mapa del tesoro. Sus gemidos se hicieron más fuertes y ella sabía que teníamos que estar callados. Pero la necesidad de poseerla era demasiado fuerte. Me levanté con ella todavía encima de mí, con sus piernas envueltas alrededor de mi cintura, y la inmovilicé contra la pared.
• ¡Es enorme! - dijo ella, mientras la llenaba hasta arriba, presionando su útero.
Quería hacerla gritar, hacerla gemir. Y el hecho de que tuviera que contenerse lo hacía más difícil. Porque solo yo sabía que mi oficina estaba insonorizada.

Empecé a empujar dentro de ella, y el sonido de nuestra piel chocando resonaba en la habitación. Estaba tan estrecha que podía sentir cada espasmo y cada pulso de su coño mientras me cabalgaba. Sus gemidos se hicieron más fuertes y ella enterró la cara en mi hombro, tratando de amortiguar los sonidos.
• ¡Carajos, señor!... ¡Me está destrozando! - dijo en un tono que casi parecía suplicante. -¡Me está desgarrando el coño!
Sus palabras solo avivaron mi deseo. La penetré más profundo, más fuerte, sintiendo cómo la punta de mi polla golpeaba lo más profundo de ella, haciendo que su cuerpo se estremeciera de placer. Estaba tan húmeda, tan caliente, y me acogió por completo, con su coño estirándose a mi alrededor como un guante.
Y entonces, empezó a correrse mientras se la empalaba hasta la base. Uno. Dos. Tres orgasmos y seguía contando. La estaba follando salvajemente, sin estar ni cerca de correrme todavía.

Sus piernas se apretaron alrededor de mí, sus uñas se clavaron en mis hombros mientras se estremecía con un orgasmo tras otro.
• ¡Oh, Dios! – gimió. - ¡Nunca había sentido nada igual!...
Sus palabras eran música para mis oídos, y aceleré el ritmo, penetrándola con una pasión desenfrenada que incluso a mí me sorprendió. Sentí cómo se acumulaba mi propio orgasmo, la tensión en mis testículos, pero lo contuve, queriendo saborear ese momento de poder y placer.
- ¡Acostúmbrate! - le dije con una sonrisa burlona, haciéndola correrse un poco más.
Su coño se apretó alrededor de mí aún más, sus músculos se contrajeron en oleadas mientras ella iba alcanzando el clímax. Estaba sin aliento, su cuerpo temblaba de placer y me miró con una mezcla de asombro y desesperación.
• ¡Necesito más! - suplicó, con una voz que era apenas un susurro.
Me reí entre dientes. Como le había dicho antes, con mi esposa podíamos estar 2 o 3 horas cada noche. Y con Abby, solo estábamos empezando...
- Aún no he terminado contigo, cariño. - le susurré, con mi polla todavía dentro de ella. - ¿Quieres más? Vas a tener más.
•¡Ahhh!... ¡Señor!- respondió con otro agradable orgasmo.
Su coño se apretaba a mi alrededor como si no quisiera que me fuera, y sus piernas se tensaban alrededor de mi cintura, instándome a profundizar más, a no parar nunca. Pero tenía que hacerlo. Tenía que demostrarle que yo estaba al mando. Que, aunque ella tenía el poder de ponerme duro con solo una mirada, yo tenía el poder de hacerla gritar de placer.

Me retiré, observando cómo su coño temblaba y se abría, y luego la dejé suavemente en el suelo. Ella tropezó un poco, con las piernas temblorosas por la intensa follada que acababa de recibir.
• ¿Qué... qué está haciendo? - jadeó, con los ojos vidriosos de lujuria.
- Quiero que me la chupes. - le ordené con voz ronca y autoritaria. - Y quiero que lo hagas hasta que esté listo para follarte otra vez.
Abigail asintió, con los ojos vidriosos de deseo, y se arrodilló sin decir nada más. Se metió mi polla en la boca, haciendo girar la lengua alrededor de la punta mientras me la tomaba profundamente. Observé cómo se le hundían las mejillas y cómo se le movía la garganta mientras intentaba tragármela entera. Era un espectáculo digno de contemplar, uno que me hizo agarrarme al borde del escritorio para no caerme.

Su boca era el paraíso, su técnica perfecta. Sabía exactamente cuánta presión aplicar, a qué velocidad ir y cuándo parar para recuperar el aliento sin perder el ritmo. Y cuando me miró con esos ojos, llenos de lujuria y sumisión, supe que la tenía.
- ¡Eso es! - la animé, con mi voz grave retumbando en la silenciosa habitación. - ¡Tómalo todo, Abby!
A Abigail se le llenaron los ojos de lágrimas mientras me tomaba más, con la garganta apretándome todo mi miembro. La observaba con una mezcla de orgullo y deseo, con la mano en la nuca, guiando sus movimientos. Su boca era tan cálida y húmeda, su lengua deslizándose por mi miembro como si estuviera hecha para ello. Mi glande llegó incluso hasta el fondo de su garganta.
Pero tenía que volver a tenerla. La aparté y me senté, con mi polla erecta y orgullosa.
- ¡Cabálgame! - ordené, y ella no dudó. Se subió al escritorio, con las piernas bien abiertas, y se hundió en mí una vez más.
Su sexo estaba apretado, jodidamente apretado, y podía sentir cada centímetro de ella mientras me volvía a meter dentro. Empezó a rebotar, con las tetas bamboleándose con cada movimiento, y yo alcé las manos para jugar con ellas. Eran perfectas, como el resto de ella.

Follamos como animales, crudos y desenfrenados, con el escritorio crujiendo debajo de nosotros. Los únicos sonidos eran los golpes húmedos de nuestra piel y nuestra respiración entrecortada. Era intenso, un baile de poder y sumisión que nos tenía a ambos al límite.
• ¡Señor... es insaciable! - dijo ella, mientras otro orgasmo la embargaba.

- Igual que mi reputación. - Sonreí, sintiéndome más vivo que nunca, empujando hacia arriba para encontrarme con su descenso.
Sus gemidos se hicieron más fuertes y supe que estábamos llegando al clímax de nuestra cita secreta. La observé mientras echaba la cabeza hacia atrás, con el pelo cayéndole en cascada por la espalda y la boca abierta en un grito silencioso de placer.
Sus paredes se apretaron a mi alrededor, estrujándome con todas sus fuerzas, y pude sentir cómo el calor se acumulaba dentro de ella. Iba a correrse de nuevo, y yo no estaba muy lejos.

- ¡Córrete para mí, Abigail! - gruñí con voz grave y autoritaria. - ¡Córrete sobre mi polla!
Abrió los ojos de golpe y me miró con una intensidad ardiente que me dejó sin aliento. Se movió con más fuerza, apretando su coño alrededor de mí, y su orgasmo fue creciendo con cada movimiento. Y entonces lo hizo, arqueando el cuerpo mientras gritaba de placer, con su coño palpitando alrededor de mí como un latido.
Era todo lo que podía aguantar. Con un rugido, me corrí, llenándola con mi semen caliente y espeso. Uno. Dos. Tres. Cuatro corridas. Ella lo tomó todo, su cuerpo temblando mientras yo me vaciaba dentro de ella. Nos quedamos allí un momento, jadeando, nuestros cuerpos unidos de la forma más íntima.
• ¡Oh, señor! - dijo con un tono embriagado de placer. - ¡Nunca me habían follado así antes!
Sonreí.
• Y todavía está tan grande dentro de mí... - se rió suavemente. - Puedo sentir su polla caliente y enorme acurrucada muy dentro de mí.
- ¡Sí! - admití, disfrutando del momento. - Por eso mi mujer y yo estamos tan obsesionados con el sexo. No hay nada mejor que quedarse dormido dentro del cálido coño de tu mujer.
Abigail se recostó, con el pecho agitado por las secuelas del placer.
• Su esposa es muy afortunada. - dijo, con un toque de envidia en la voz. - Pero ¿y si ella... se enterara?
Tuve que ocultar mi sonrisa. No puedo dejar que ella sepa que Marisol conoce a todas las mujeres con las que me acuesto. Además, eso no ayudaría con mi debacle como “Príncipe de la Junta”.
- ¡No te preocupes! - le aseguré, acariciándole el cabello. - Esto será nuestro pequeño secreto. Ahora, limpiémonos antes de que alguien nos descubra.
Quizás, el único problema de mi nueva oficina es que después huele a sexo, razón por la cual decidí mantener la regla de “una chica al día”. Y ese día, había sido el turno inesperado de Abby.
Nos limpiamos rápidamente, su coño hinchado aún goteaba una mezcla de sus fluidos y mi semen. Se vistió con una especie de timidez encantadora y sorprendentemente erótica. Le pasé las toallitas húmedas de mi cajón y se limpió con ellas, con las mejillas aún sonrojadas por el intenso polvo que acabábamos de compartir.
- Deberías comprar la píldora del día después. - le aconsejé con cierta preocupación. - Ninguno de los dos puede arriesgarse a que te quedes embarazada.
Abigail asintió con los ojos muy abiertos y llenos de comprensión. Sabía lo que estaba en juego tan bien como yo. No podíamos permitir que este error arruinara nuestras carreras. Se vistió rápidamente, cogió su bolso y se detuvo con la mano en el pomo de la puerta.
• Antes de irme, debo advertirle. - comentó vacilante. -Puedo intentar crear otro rumor... pero, por su forma de actuar y de follar... no me sorprendería que acabara follándose a todas las mujeres del edificio.
Sonreí, sintiéndome orgulloso.
- ¡Lo tomaré como un cumplido! - respondí, observando cómo se le sonrojaban las mejillas de nuevo.
• No es un cumplido. - insistió con voz seria. - Es una advertencia. Es usted como... como... no sé, un imán para los problemas, señor Marco... uno irresistible.

-¡No te preocupes! -le guiñé un ojo. - ¡Tendré cuidado!
Pero cuando se marchó, no pude evitar preguntarme si tenía razón. ¿Era yo realmente un imán irresistible? ¿O era solo que tenía facilidad de palabra y un pene que podía hacer que una mujer adulta suplicara por más?
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