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Compendio III
LA JUNTA 09: PRIMERA CITA
(Estimado lector: decidí dejar la conversación original con "la estrella de esta historia" en su idioma original, porque incluso cuando se lo relataba a Marisol, no podía dar el impacto con el que "ella" lo dijo ni su creatividad al inventar apodos al instante. Pero ella refleja bastante bien su cultura "vaquera". Agradezco su comprensión.)
Las palabras de Nelson me intrigaron: Cristina estaba tratando de robarlo de mi equipo con una visión equivocada de aprecio. Nelson me ayuda con el volumen de mi trabajo, pero para evitar el agotamiento. Además, nuestros puntos de vista son muy similares (por nuestra experiencia trabajando en la misma mina) y su lealtad es incuestionable. Pero eso no significa que sin él me derrumbaré.
La forma en que lo dijo me tentó un poco. Sé que no soy tan bienvenido en la junta tanto como yo quiero salir de ella. ¿Pero conspirar contra mí? Eso parecía algo nuevo. Así que decidí explorar el “territorio enemigo”.
Creo que en los años que llevo trabajando en este edificio, he visitado la planta catorce una o dos veces: el zumbido de las torres de memoria no es especialmente agradable y pensaba que no conocía a nadie de ese departamento, así que no tenía motivos para visitarlo. Pero la primera vez que me aventuré a explorarlo, oí una voz que me heló la sangre.

• ¿Osito de miel? - dijo una voz extremadamente dulce y cantarina con un fuerte acento tejano.
(Honey bear?)

Y estoy seguro de que, para cualquier otro hombre, la visión de una mujer alta, joven y guapa de Texas habría sido un sueño hecho realidad. Pero a mí, que me había colado como un explorador encubierto, me puso los pelos de punta en un santiamén.
• ¡Eres tú, pastelito lindo! - chilló, corriendo hacia mí, agarrándome por la cintura y dándome un beso en la mejilla. - ¿Cómo estás, osito de felpa? ¡Te he estado buscando por todas partes!
(It is you, cutie pie! How are you, snuggly bear? I’ve been lookin’ all over for you!)
Tuve que literalmente secuestrar a Cassidy de la mano, ya que otros programadores estaban empezando a fijarse en nosotros. Por supuesto, Cassidy estaba encantada de que la tomase así, balanceando la mano como si estuviéramos dando un paseo por el parque.
- Cassidy, ¿Qué haces aquí? - le pregunté, pulsando frenéticamente el botón del ascensor y rezando para no encontrarme con Cristina ni con Ingrid.
• ¡Ay, conejito soleado! - Cassidy gorjeó. - ¡Todavía te acuerdas de mi nombre! Por desgracia, yo he olvidado el tuyo.
(Aww, sunny bunny! You still remember my name! Sadly, I plum forgot yours!)
Cuando se lo conté a Marisol más tarde, casi se muere de risa. Porque las dos estamos de acuerdo en que somos “un poco raros” en comparación con los demás. ¿Pero Cassidy? Ella nos supera con creces, hasta casi parecer una loca.

• ¡Ahora trabajo aquí, gansito tonto! – me contó mientras la arrastraba al ascensor.
(I work here now, silly goose!)
- ¿Qué? - pregunté incrédulo.
• ¡Sí, calabacita! - dijo acariciándome la cara con la palma de la mano con dulzura. - Después de tu “semana heroica”, a la mayoría de los novatos nos contrataron de forma permanente, elogiando nuestra coordinación e inteligencia. Pero yo sabía que todo era gracias a ti, bomboncito, así que decidí quedarme, por si acaso me volvía a encontrar contigo.
(Yeah, pumpkin! After your “hero week”, most of us interns got picked up permanent, bein’ praised for our coordination and cleverness. But I knew it was all your doin’, sugar bun, so I decided to stay put… just in case I ran into you again.)
Las piernas casi me flaquean: habíamos estado separados por apenas setenta metros todo el tiempo. Y para mí, era como estar atado a una bomba de impacto.
Porque durante aquellos días sombríos de verano, cuando tuve que dejar marchar a mi ruiseñor con nuestras niñas, me quedé atrás para ayudar a restaurar los datos del ciberataque. La dirección no había pensado en nadie para sustituir a la jefa de TI, que estaba de baja por maternidad, así que teníamos a un grupo de postulantes sin coordinación ni contrato definido, lidiando con un problema muy por encima de su nivel salarial. Cassidy era uno de ellos.
Así que, con el apoyo de Sonia y dado que nadie más los supervisaba, me hice cargo del grupo de los postulantes y les asigné tareas específicas, ya que me estaban volviendo loco con su falta de orientación y sus constantes preguntas. Su misión era rescatar la información de los diferentes sitios mineros, mientras yo la corroboraba hablando directamente con los jefes de operaciones del sitio. Era estresante, angustioso y solitario sin Marisol, pero de alguna manera lo conseguimos.
Sin embargo, trabajar con Cassidy en línea fue... difícil. No dejaba de traspasar los límites. Me llamaba “osito”, “gusanito”, “pastelito” y otros apodos que, según las directrices de la empresa, deberían haberse considerado acoso. Incluso le dije a Cassidy que estaba casado y tenía hijos, pero ella siguió igual. Así que verla ahora era como llevar una mina terrestre activa atada al pecho.
La llevé al café, el mismo al que había llevado a Ginny meses atrás, porque necesitaba calmar mis nervios. Por supuesto, Cassidy lo consideró “nuestra primera cita”.
Una vez más, no estoy diciendo que Cassidy no sea atractiva. Al contrario, tiene ojos verde uva, labios carnosos curvados en una sonrisa seductora, cabello rubio trenzado en una larga cola de caballo (mi otra debilidad, además de una cara bonita y un pecho grande). Y su figura es llamativa: piernas largas y musculosas que uno podría imaginar agarrándose a la silla de montar de un caballo, un trasero bien redondeado y un contoneo en su andar que atrae las miradas, lo quiera ella o no.
• ¿Qué hacías ahí arriba, cariño? ¿También me buscabas? - bromeó, mientras se comía una bola de helado.

(So what were you doin’ up there, pookie? Lookin’ for me too?)
- Para nada. - respondí, bebiendo un sorbo de jugo de durazno fresco. - Me preguntaba qué estaba pasando ahí dentro.
• ¡Oh! ¿Te refieres al anticuado sistema financiero que estamos revisando o algo así? - preguntó, de repente con un tono más profesional.
(Oh! You mean like the outdated financial system we’re checkin’ or somethin’?)
Cuando Sonia me conoció, mencionó que mis ojos brillaban de forma diferente cuando hablaba de ingeniería. Marisol dijo lo mismo. Y, al parecer, lo mismo le pasa a Cassidy.
Para mi sorpresa, ella es una experta en sistemas operativos. Me explicó que el sistema financiero que utilizaba nuestra empresa no era “obsoleto en sí mismo” en comparación con otras empresas mineras, pero que sin duda era más lento que la mayoría.
- Espera, ¿Estás diciendo que Horatio no ha invertido en la red? - le pregunté cuando terminó su cucharada de helado.
• ¡Ni lo sueñes, pastelito de calabaza! - dijo, lamiendo la cuchara con exagerado estilo. – Ese gato gordo ricachón no tiene ni idea de software. Estas decisiones las toman los peces gordos, ciruelita dulce. Ni siquiera Crissy puede mover la cola en esa sala.

(Not a chance, pumpkin pie! That fat cat don’t know a dang thing about software. These decisions come from the big boys, sugarplum. Not even Crissy gets to wag that tail in the room.)
La idea me sorprendió: si no era Cristina, si no era Horatio, ¿Entonces quién?
Cassidy inclinó el cuerpo hacia delante y golpeó la mesa con la cuchara, con una mirada penetrante.
• Me huele a esa pequeña comadreja, la princesa de hielo rubia. - acusó en tono burlón.
(I smell it’s that little weasel… the blonde ice princess!)
- ¿Inga? - pregunté sin poder creerle.

Cassidy dejó la cuchara sobre la mesa con fuerza y me miró con los ojos entrecerrados.
• Te gusta esa vaca perezosa, ¿Verdad, pastelito de miel? – resopló celosa. - Mm-hm, lo sabía. No te hagas el listo conmigo, pancito de azúcar. Puedo oler a un vago perezoso a un kilómetro de distancia, y esa princesa de hielo es la gatita más floja de todo el maldito zoológico. De las que se acurrucan en un cojín de terciopelo, pestañean con sus frías pestañas y hacen que todos los demás les traigan su crema. Luego, en cuanto tiene hambre, ¡zas! Saca las garras. Una gatita grande y gorda, sentada tranquilamente mientras el resto hacemos el trabajo.
(You like that lazy cow, don’tcha, honey pie? Mm-hm, I knew it. Don’t you play coy with me, sugar bun. I can smell a sloth bum from a mile away, and that ice princess is the laziest kitty cat in the whole darn zoo. The type that curls up on a velvet pillow, bats them frosty lashes, and makes everybody else fetch the cream. Then — soon as she’s hungry — swat! Out come them claws. Big ol’ pussycat, sittin’ pretty while the rest of us do the haulin’.)

Suspiró dramáticamente y clavó la cuchara en el helado.
• Y no me hagas hablar de su ronroneo, osito lindo. Le dedicas media sonrisa y te tiene trayéndole latas de atún como su sirviente personal. Pero yo no. No, no. Me gustan los broncos, salvajes, testarudos, demasiado tontos para ser domesticados. Por eso me gustas, muñequito. – comentó mirándome seriamente.
(And don’t get me started on that purr of hers, cutie bear. You give her half a smile, and she’ll have you fetchin’ tuna cans like a whipped little houseboy. But not me. Nuh-uh. I like me a bronco, wild, stubborn, too dumb to be tamed. That’s why I like you, snuggle muffin.)
Casi me atraganto con el jugo.

Claro, Inga tiene esa belleza nórdica que hacía pensar a la gente en una princesa, pero ¿Perezosa? Inga no me parecía floja en absoluto. Sus informes en la sala de juntas eran impecables, a veces incluso rivalizaban con los míos. En todo caso, me parecía una de las más fiables. Los celos de Cassidy estaban hablando, me dije a mí mismo. Nada más.
Aun así... Holmes dijo una vez: “Cuando hayas eliminado todo lo imposible, lo que quede, por improbable que sea, debe ser la verdad.”
Por improbables que parecieran las palabras de Cassidy, se me quedaron grabadas como una espina.
En el ascensor de vuelta, se inclinó hacia mí.
• Espero que la próxima vez me invites a cenar, osito. - susurró con una sonrisa burlona. - Y ya sabes lo que pasa en la tercera cita...
(I hope you dine me out next time, teddy bear, and you know what happens on a third date…)
Sonreí con humildad y levanté la mano, mostrando mi anillo.
- ¡Cassidy, sigo casado! – le expliqué con una sonrisa.
Ella entrecerró los ojos, casi juguetonamente.
• ¡Y por eso eres mi gran bronco blanco! - dijo Cassidy mientras yo salía en la duodécima planta.
(And that’s why you’re my big, white bronco!)

Y, una vez más, nunca me preguntó mi nombre.
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