Hace unos cuantos años, a mis 19 años, nunca imaginé que tendría una experiencia tan formidable. Era un joven bastante atlético, dedicaba gran parte de mi tiempo a los deportes, lo que me había dado un cuerpo acorde a mi edad. Mi pelo era castaño y medía 1.77 metros. Era verano, en enero, y el calor envolvía la ciudad, haciendo que las tardes se volvieran lentas y pesadas.
En esa época, pasaba gran parte de mi tiempo libre en la casa de un amigo, que llamaré Javier. La madre de Javier, Laura, era una mujer de 45 años con una presencia imponente y curvas generosas. Su pelo teñido de rubio, ojos claros, grandes senos y un hermoso culo resaltaban aún más por su estatura, que era más bien baja. Laura estaba separada del padre de Javier desde hacía muchísimo tiempo y no tenía pareja. Siempre había sido simpática y confiable, alguien a quien podía contar mis problemas, pedirle consejos de amor o simplemente contarle alguna infidencia sin ser juzgado. Sin embargo, siempre había sentido una atracción innegable hacia ella, aunque nunca había dado voz a esos deseos; me parecía una locura, ya que era la madre de uno de mis mejores amigos.
(Imágenes ilustrativas)

Una tarde, fui a buscar a Javier. La confianza que teníamos me permitía ingresar a su casa sin golpear la puerta. Al entrar, como de costumbre, pregunté: "¿Javi, estás ahí?" Me dirigí directamente al comedor, donde sabía que podría encontrar a mi amigo. Pero para mi sorpresa, al entrar, pude divisar a lo lejos la puerta del cuarto de Laura. Al parecer, ella había terminado de darse una ducha por el imponente calor de ese día. Me quedé paralizado al ver su figura, observando cómo se secaba con la toalla y cómo sus manos recorría su cuerpo, quitando cada gota de agua.

Estuve varios minutos observando ese panorama, totalmente extasiado por las imágenes que iba guardando en mi mente. En un momento, Laura giró y al verme se quedó paralizada; no esperaba ser sorprendida en ese momento tan íntimo. La toalla apenas tapaba su exuberante figura.
"Lucas, ¿qué estás haciendo?" me dijo con voz enfadada y sorprendida, intentando taparse lo más que pudo y saliendo a confrontarme.
"Perdón, perdón, venía buscando a Javi," respondí, sorprendido al darme cuenta de la erección que tenía en mi short de baño. En mi mente solo se repetían las imágenes de ella secándose con la toalla.
"Javier esta en lo del padre!" Grito, "Lucas, esto está mal. ¿Cómo me vas a espiar? ¿Estás loco?" dijo Laura, con su rostro bastante enojado.
"Sí, Laura, perdón, perdón," respondí tartamudeando, sin saber qué hacer. Solo quería desaparecer en ese momento; no podía disimular mi nerviosismo.
"Estaba buscando a Javier... Entré como siempre, pero no pensaba verte así," logré decir, intentando justificarme.
Laura, con el rostro enrojecido por la vergüenza y el enfado, mantuvo la toalla firmemente sujeta contra su cuerpo. "Lucas, esto es inapropiado. No puedes entrar así en mi casa y espiarme," dijo, su voz temblando de indignación.
"Lo siento, Laura. De verdad, no fue mi intención," respondí, sintiendo cómo el calor me subía por el cuello. "No pensé que te encontraría así."
Laura me miró fijamente, sus ojos brillando con una mezcla de enojo y algo más que no pude identificar. "Estoy segura de que no lo pensaste. Pero ahora lo hiciste. ¿Qué se supone que debo hacer?" preguntó, su voz más suave. (Se había percatado de la erección que yo tenía.)
Intenté disimular y taparme. "Al parecer, te gustó lo que viste," dijo Laura.
"Sí, bueno, siempre me pareciste muy linda, pero nunca me darías bola a mí," respondí, intentando sonar casual.
"Lucas, soy la madre de tu amigo. Esto es complicado," respondió, pero sin alejarse.
"Lo sé, perdón," dije, sintiendo una mezcla de vergüenza y deseo.
Algo había despertado en ella, quizás el sentirse atraída, tenerme enfrente con una erección, o haber sido espiada. Laura me observó, sus ojos recorriendo mi cuerpo.
"Lucas, eres un joven atractivo. Y yo... he notado cómo me miras. Pero esto es peligroso," admitió, con su voz más suave.
A lo único que atiné fue a acercarme para darle un abrazo, buscando apaciguar las cosas, ya que no creía tener ninguna posibilidad de pasar a más. Para mi sorpresa, este abrazo hizo que nuestras caras se buscaran, y sus labios parecían querer que esto pasara. Nos fundimos en un beso apasionado, fue el despertar de algo que en mi vida hubiese creído que pasaría. Ella decía que esto estaba mal, negándose, pero no dejaba de continuar besándome. Parecíamos dos adolescentes desenfrenados, llenos de deseo reprimido y curiosidad.
Laura, aún con la toalla sujeta, respondió con igual fervor, sus manos explorando mi cuerpo con una mezcla de timidez y deseo. Guiado por su experiencia, la llevé hacia el sofá, donde continuamos la exploración. Laura, con movimientos lentos y deliberados, dejó caer la toalla, revelando su figura voluptuosa. Yo, hipnotizado, la admiré, sintiendo cómo su deseo crecía con cada segundo. Ella, con su expertise, fue quitando poco a poco mi remera. Tenía un cuerpo hermoso; sus enormes tetas y su culo eran dignos de cualquier milf de película porno, pero esta vez los tenía frente a mí, con su olor y pudiendo sentir su piel.

Laura se agachó para quitarme el short, y es ahí donde dejó al descubierto mi pene totalmente erecto. Comenzamos a entrelazarnos, perdiéndonos en un torbellino de pasión. Cada toque, cada beso, intensificaba mi deseo. Laura, con una mezcla de ternura y lujuria, me llevó al límite, explorando cada rincón de su cuerpo con maestría.
Laura se colocó encima mío, sus curvas presionando contra mi abdomen mientras se movía con un ritmo lento y sensual. Nos mirábamos a los ojos, prendiéndonos fuego en cada movimiento. Puse mis manos en sus caderas, sintiendo cada centímetro de su piel contra la mía. El placer crecía con cada movimiento, llevándonos a un estado de éxtasis.
"Más fuerte," me pedía en cada momento. "Sí, así," gemía, su voz llena de lujuria. "No te detengas."

Yo aprovechaba para besar y masajear las tetas de Laura. Ya en posición de misionero, seguíamos dando rienda suelta a este deseo incontrolable de ambos. La penetraba cada vez con más fuerza, sintiendo cómo su cuerpo respondía a cada embestida. El sudor cubría nuestros cuerpos, mezclándose mientras se movían al unísono. Nuestro ritmo cada vez aumentaba más y más. Ya estaba a nada de acabar cuando Laura se dio cuenta y comenzó a practicarme sexo oral. La sensación de esos labios y su mirada clavada a la mía fue el detonante para acabarle en su boca.
Ambos estábamos exhaustos; habíamos perdido noción de tiempo y espacio. Laura se inclinó para besarme apasionadamente, nuestros cuerpos temblaban de placer. Nos quedamos abrazados, sudorosos y satisfechos, mientras la realidad lentamente volvía al lugar.
Ella me dijo que no sabía si esto estaba bien, quizás fue la culpa o el miedo que le dio después de lo que habíamos hecho. Tenía miedo de que lo supiera su hijo, los vecinos o cualquier otra persona. "¿Qué pensarían los demás?" me preguntó.
"Sin duda alguna, le dije que nunca diría nada, que era nuestro secreto, pero que me gustaría repetir. Ella, con su voz dulce y tierna, me dijo que sí, cumplía, quizás la próxima vez podría explorar otras partes de su cuerpo..."

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En esa época, pasaba gran parte de mi tiempo libre en la casa de un amigo, que llamaré Javier. La madre de Javier, Laura, era una mujer de 45 años con una presencia imponente y curvas generosas. Su pelo teñido de rubio, ojos claros, grandes senos y un hermoso culo resaltaban aún más por su estatura, que era más bien baja. Laura estaba separada del padre de Javier desde hacía muchísimo tiempo y no tenía pareja. Siempre había sido simpática y confiable, alguien a quien podía contar mis problemas, pedirle consejos de amor o simplemente contarle alguna infidencia sin ser juzgado. Sin embargo, siempre había sentido una atracción innegable hacia ella, aunque nunca había dado voz a esos deseos; me parecía una locura, ya que era la madre de uno de mis mejores amigos.
(Imágenes ilustrativas)

Una tarde, fui a buscar a Javier. La confianza que teníamos me permitía ingresar a su casa sin golpear la puerta. Al entrar, como de costumbre, pregunté: "¿Javi, estás ahí?" Me dirigí directamente al comedor, donde sabía que podría encontrar a mi amigo. Pero para mi sorpresa, al entrar, pude divisar a lo lejos la puerta del cuarto de Laura. Al parecer, ella había terminado de darse una ducha por el imponente calor de ese día. Me quedé paralizado al ver su figura, observando cómo se secaba con la toalla y cómo sus manos recorría su cuerpo, quitando cada gota de agua.

Estuve varios minutos observando ese panorama, totalmente extasiado por las imágenes que iba guardando en mi mente. En un momento, Laura giró y al verme se quedó paralizada; no esperaba ser sorprendida en ese momento tan íntimo. La toalla apenas tapaba su exuberante figura.
"Lucas, ¿qué estás haciendo?" me dijo con voz enfadada y sorprendida, intentando taparse lo más que pudo y saliendo a confrontarme.
"Perdón, perdón, venía buscando a Javi," respondí, sorprendido al darme cuenta de la erección que tenía en mi short de baño. En mi mente solo se repetían las imágenes de ella secándose con la toalla.
"Javier esta en lo del padre!" Grito, "Lucas, esto está mal. ¿Cómo me vas a espiar? ¿Estás loco?" dijo Laura, con su rostro bastante enojado.
"Sí, Laura, perdón, perdón," respondí tartamudeando, sin saber qué hacer. Solo quería desaparecer en ese momento; no podía disimular mi nerviosismo.
"Estaba buscando a Javier... Entré como siempre, pero no pensaba verte así," logré decir, intentando justificarme.
Laura, con el rostro enrojecido por la vergüenza y el enfado, mantuvo la toalla firmemente sujeta contra su cuerpo. "Lucas, esto es inapropiado. No puedes entrar así en mi casa y espiarme," dijo, su voz temblando de indignación.
"Lo siento, Laura. De verdad, no fue mi intención," respondí, sintiendo cómo el calor me subía por el cuello. "No pensé que te encontraría así."
Laura me miró fijamente, sus ojos brillando con una mezcla de enojo y algo más que no pude identificar. "Estoy segura de que no lo pensaste. Pero ahora lo hiciste. ¿Qué se supone que debo hacer?" preguntó, su voz más suave. (Se había percatado de la erección que yo tenía.)
Intenté disimular y taparme. "Al parecer, te gustó lo que viste," dijo Laura.
"Sí, bueno, siempre me pareciste muy linda, pero nunca me darías bola a mí," respondí, intentando sonar casual.
"Lucas, soy la madre de tu amigo. Esto es complicado," respondió, pero sin alejarse.
"Lo sé, perdón," dije, sintiendo una mezcla de vergüenza y deseo.
Algo había despertado en ella, quizás el sentirse atraída, tenerme enfrente con una erección, o haber sido espiada. Laura me observó, sus ojos recorriendo mi cuerpo.
"Lucas, eres un joven atractivo. Y yo... he notado cómo me miras. Pero esto es peligroso," admitió, con su voz más suave.
A lo único que atiné fue a acercarme para darle un abrazo, buscando apaciguar las cosas, ya que no creía tener ninguna posibilidad de pasar a más. Para mi sorpresa, este abrazo hizo que nuestras caras se buscaran, y sus labios parecían querer que esto pasara. Nos fundimos en un beso apasionado, fue el despertar de algo que en mi vida hubiese creído que pasaría. Ella decía que esto estaba mal, negándose, pero no dejaba de continuar besándome. Parecíamos dos adolescentes desenfrenados, llenos de deseo reprimido y curiosidad.
Laura, aún con la toalla sujeta, respondió con igual fervor, sus manos explorando mi cuerpo con una mezcla de timidez y deseo. Guiado por su experiencia, la llevé hacia el sofá, donde continuamos la exploración. Laura, con movimientos lentos y deliberados, dejó caer la toalla, revelando su figura voluptuosa. Yo, hipnotizado, la admiré, sintiendo cómo su deseo crecía con cada segundo. Ella, con su expertise, fue quitando poco a poco mi remera. Tenía un cuerpo hermoso; sus enormes tetas y su culo eran dignos de cualquier milf de película porno, pero esta vez los tenía frente a mí, con su olor y pudiendo sentir su piel.

Laura se agachó para quitarme el short, y es ahí donde dejó al descubierto mi pene totalmente erecto. Comenzamos a entrelazarnos, perdiéndonos en un torbellino de pasión. Cada toque, cada beso, intensificaba mi deseo. Laura, con una mezcla de ternura y lujuria, me llevó al límite, explorando cada rincón de su cuerpo con maestría.
Laura se colocó encima mío, sus curvas presionando contra mi abdomen mientras se movía con un ritmo lento y sensual. Nos mirábamos a los ojos, prendiéndonos fuego en cada movimiento. Puse mis manos en sus caderas, sintiendo cada centímetro de su piel contra la mía. El placer crecía con cada movimiento, llevándonos a un estado de éxtasis.
"Más fuerte," me pedía en cada momento. "Sí, así," gemía, su voz llena de lujuria. "No te detengas."

Yo aprovechaba para besar y masajear las tetas de Laura. Ya en posición de misionero, seguíamos dando rienda suelta a este deseo incontrolable de ambos. La penetraba cada vez con más fuerza, sintiendo cómo su cuerpo respondía a cada embestida. El sudor cubría nuestros cuerpos, mezclándose mientras se movían al unísono. Nuestro ritmo cada vez aumentaba más y más. Ya estaba a nada de acabar cuando Laura se dio cuenta y comenzó a practicarme sexo oral. La sensación de esos labios y su mirada clavada a la mía fue el detonante para acabarle en su boca.
Ambos estábamos exhaustos; habíamos perdido noción de tiempo y espacio. Laura se inclinó para besarme apasionadamente, nuestros cuerpos temblaban de placer. Nos quedamos abrazados, sudorosos y satisfechos, mientras la realidad lentamente volvía al lugar.
Ella me dijo que no sabía si esto estaba bien, quizás fue la culpa o el miedo que le dio después de lo que habíamos hecho. Tenía miedo de que lo supiera su hijo, los vecinos o cualquier otra persona. "¿Qué pensarían los demás?" me preguntó.
"Sin duda alguna, le dije que nunca diría nada, que era nuestro secreto, pero que me gustaría repetir. Ella, con su voz dulce y tierna, me dijo que sí, cumplía, quizás la próxima vez podría explorar otras partes de su cuerpo..."

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