Isabel se despertó con dolor de cabeza. Sintió una ligera sensación de náuseas, pero rápidamente se le fue y miró inconscientemente el reloj de la mesita de noche.
Eran ya las seis de la tarde y su marido estaba a punto de terminar su jornada de trabajo. Pensó que debería despertar a su suegro, que dormía a su lado, para poder recoger, cambiar las sábanas de la cama, y luego ducharse. Isabel sabía que si José hubiera salido una hora antes del trabajo los hubiera pillado desnudos durmiendo la siesta en su propia cama de matrimonio. Sin embargo, antes de hacer nada más echó la cabeza hacia atrás porque una vez más le sobrevino una ligera sensación de náuseas. Ella pensó que, sin duda, la carne que le había preparado Manuel en el almuerzo le había sentado mal.
Isabel se había enfadado mucho con su suegro después de que Pedro le hubiera visto masturbarse. Se había encerrado en la habitación toda la mañana llorando desconsolada. Manuel, sin saber qué otra cosa hacer, preparó la comida una vez más e invitó a Isabel a un comedido almuerzo. Ella, tras horas desahogándose, se sintió mejor y aceptó la invitación. Almorzaron tarde e hizo las paces con su suegro. Manuel le aseguró que Pedro tenía ya un pie en la tumba y que no lo volvería a ver. Una cosa llevó a la otra y ambos acabaron en la habitación con una buena sesión de sexo, para finalmente acabar dormidos.
Manuel se despertó en ese momento y vio a Isabel a su lado queriendo incorporarse. La sujetó y la atrajo para sí mientras acariciaba su piel con delicadeza.
—Manu, no. José termina de trabajar ahora. Tengo que ducharme y recoger todo esto.
Manuel se fijó en la belleza de su nuera y no pudo aceptar esa idea. Su rostro adormilado y su pelo suelto le daban un aire muy sensual, y sus pezones rígidos le indicaban que ella también se había despertado muy caliente.
—Nos da tiempo de hacer uno rapidito.
—¿Pero no me has follado hoy lo suficiente? —inquirió ella con una ligera sonrisa en su rostro.
—Nunca te follo lo suficiente, Isa.
Isabel hizo amago de irse, pero Manuel insistió y le besó el cuello mientras le acariciaba la espalda con las yemas de los dedos.
—Mañana podrás follarme de nuevo —le susurró ella mientras cerraba los ojos y disfrutaba de las caricias.
—Eso es mucho tiempo de espera.
Manuel bajó su mano izquierda de la espalda al culo y se lo acarició con dulzura, para a continuación levantarle la pierna derecha y acariciarle en la ingle. Isabel lanzó un gemido satisfactorio, y por un momento se olvidó de las prisas. Solo por un momento.
—Manu, imagínate que tu hijo nos viera ahora. ¿Qué le dirías?
—Desde aquí podría escuchar la puerta principal abrirse, y tendría tiempo de irme a mi cuarto. No se daría cuenta.
—Sí, claro. Menudo plan —dijo ella en tono sarcástico.
A pesar de sus palabras Isabel comenzó a acariciar el pene de su suegro con sus delicados dedos. Recorrió el falo con la yema de los dedos índice, medio y anular, para luego usar el pulgar, y parte de la palma de la mano, en los huevos y recorrerlos palmo a palmo. A Manuel esa sensación le encantaba, por lo que se calló y siguió besándola en el cuello, y acariciando la ingle y el pubis de ella. Isabel emitió un gemido placentero en respuesta.
Pasó apenas un minuto y Manuel intuyó que Isabel iba a volver a insistir en dejarlo, por lo que giró la cabeza y la besó en los labios. Seguidamente metió su lengua en la boca de ella e Isabel la alojó con la mejor de las bienvenidas. Sus lenguas se entrelazaron de forma pausada, para ir incrementando la pasión a cada segundo. Al final parecían devorarse del mismo modo que un perro famélico devora un cuenco con agua tras una larga expedición.
Isabel pasó de acariciar el pene de su suegro a frotarlo, y agarró con toda la mano sus huevos y los palpó morbosa. Manuel, a su vez, frotó el pubis y los alrededores del clítoris. Los frotó a diferentes velocidades y alternando la dirección una y otra vez, como oleadas de viento en un día de tormenta.
La vagina de Isabel comenzó a salivar gustosa y ella sintió como se estaba poniendo mucho. Acarició el cabezón de la polla erecta de su suegro y sintió como si se le fuera a explotar de placer. Mientras le comía la boca a Manuel sintió la necesidad de desviar la mirada para echarle un rápido vistazo a ese exquisito cabezón. Cuando lo hizo pareció que le devolvía la mirada y le asentía pidiéndole que bajara. Isabel retiró la lengua de la boca de su suegro y bajó hacia el pene. Abrió la boca y lo devoró como un pastelito. Ella succionó tanto que Manuel contrajo sus glúteos por el dolor, pero no le dijo nada y dejó que disfrutase.
Entonces el teléfono que estaba en la mesita de noche sonó como una sirena en un parque de bomberos. Isabel dio un respingo, alertada y casi en pánico, y volvió a la realidad. Por un segundo su mente le jugó una mala pasada y pensó que sería su marido tocando el timbre. Su cabeza no tuvo tiempo de indicarle que así no sonaba el timbre de su casa ni que su marido usaría la llave en lugar de tocar, pero la ansiedad vino a ella de igual modo.
—Que inoportuno el telefonito —susurró Manuel.
—Manuel, recoge de una vez y vete a tu cuarto. José puede llegar en cualquier momento —le espetó ella cambiando de ánimo de inmediato.
Isabel se giró noventa grados para coger el teléfono, enseñando así todo el trasero desnudo a su suegro que no pudo resistirse a bajar y comerlo a lametones. Isabel sintió la viscosa lengua de él justo cuando respondía al teléfono, por lo que el “sí” con el que se presentó sonó con la vocal muy alargada.
—Soy yo cariño —dijo la voz de José, acelerada y ansiosa, al otro lado del teléfono.
—José, amor. ¿Ha pasado algo? —preguntó preocupada, a sabiendas que algo había ocurrido si llamaba en lugar de volver a casa. Se escuchó el característico sonido de monedas caer de una cabina, por lo que llamaba de fuera de la empresa.
—¡Sí! ¡Que me acaban de ascender a manager! —exclamó José eufórico.
Isabel gritó de alegría justo cuando Manuel le metía la lengua en la vagina de forma apasionada, por lo que el grito tuvo regusto a gemido cuando fue emitido, pero su marido no notó nada tal era su estado de emoción. Isabel en respuesta miró de forma acusadora a su suegro, para instarle a que aflojara, pero él ni siquiera le devolvió la mirada.
—Te lo mereces cariño —le felicitó ella —. No sabes cuánto me alegro.
—¡Tengo mi propio despacho! Es por todo lo que he estado trabajando desde hace meses. Si vieras la cara que puso Juan —comentó pletórico José para luego reírse sin parar —. El muy iluso pensó que le darían el puesto a él. ¿Y adivina qué?
Isabel abría la boca y la volvía a cerrar, al igual que los ojos, por el placer que le estaba dando Manuel al comerle todo el coño y el ano. Levantó ligeramente la pierna izquierda para que su suegro tuviera más fácil su trabajo. Pero tras la pregunta de su marido se controló para que su voz sonase normal.
—¿El qué cariño?
—A parte del despacho y asistente, el ascenso viene con un aumento de sueldo base del treinta por ciento, plaza de garaje propia, y suplemento salarial por productividad —recitó José de forma acelerada.
—Guau —exclamaron las dos bocas de Isabel, emocionadas cada una a su manera —. Ahora podremos permitirnos unas buenas vacaciones.
—Exacto. Y podré salir quince minutos más tarde de casa, como mínimo, ya que ahora no perderé tiempo buscando aparcamiento.
—Es fantástico.
Manuel retiró la cabeza y abrió las nalgas de su nuera para dejar la vagina bien visible. Esta parecía llamar, extasiada de placer, al pene de él. Manuel dirigió su miembro erecto hacia la vagina y lo acopló allí. Ambas piezas encajaron como un guante e Isabel cerró los ojos con la boca abierta mientras retiraba la cabeza hacia atrás de placer contenido. Lo que provocó que tardara en contestar a su marido cuando este le siguió recitando más beneficios que implicaba su ascenso.
—¿Cariño, sigues ahí? —preguntó finalmente.
—Sí, es solo que todavía no me creo que el tacaño de Patricio haya sido tan generoso —manifestó ella sin usar un tono que reflejara esas dudas en realidad.
—Pues así es —estuvo él de acuerdo —. La verdad que se ha mostrado muy halagador conmigo hoy. Me cae mucho mejor ahora, no es un mal tipo.
—Ya lo creo —aseguró ella con cierto temblor en la voz por las repetidas penetraciones que le estaba haciendo su suegro, que, aunque lentas para guardar silencio, metía profundamente. Conocedora de este detalle Isabel puso su mano sobre el vientre de él para indicarle que se la metiera todavía más despacio, pero Manuel no se dio cuenta o no quiso darse cuenta porque pareció incluso acelerar. Isabel se mordió el labio para reprimir las inmensas ganas que tenía de gemir de placer y disfrutar al cien por cien de la polla de su suegro, por lo que su subconsciente le jugó una mala pasada e intentó finalizar cuanto antes con la conversación —. ¿Y me llamabas porque no podías aguantar hasta llegar a casa?
—En realidad no —negó él bajando el tono de alegría a uno más neutro —. Los compañeros de trabajo quieren celebrar mi ascenso, o que les invite a unas copas en realidad —matizó él —. Y se han autoinvitado a una tarde de tapas en el bar de Ramoncín.
—¿Y llamabas para avisarme? —le ayudó ella para que fuera al grano.
—Sí, eso y que quería que supieras cuanto antes la buena noticia.
—Gracias, cariño. Me has alegrado la tarde al llamarme.
—No, gracias a ti, mi amor —le corrigió él —. Tú también has tenido que aguantar mis ausencias con las horas extra, y mi desgana por el cansancio cuando estoy en casa. Sé que te he descuidado, y apenas llevamos un poco más de un mes casados. A partir de ahora te lo compensaré.
Isabel se mordió nuevamente el labio mientras la cara se le ponía roja al intentar hacer una especie de gemido silencioso e interno. Se le marcaron las venas del cuello ante la impotencia de no poder desahogarse ante todo el placer que estaba sintiendo. El pene de su suegro llenaba cada centímetro de su vagina y frotaba cada palmo de sus paredes. Isabel sentía el calor y el éxtasis, y sabía que pronto le sobrevendría un gran orgasmo. Y no quería desperdiciar ese orgasmo sin poder gritar de placer al estar con el teléfono.
—No te preocupes cariño —dijo finalmente —. Ve con tus compañeros y celébralo. Que no piensen que ahora vas a cambiar por tener más rango.
—Eso había pensado yo también. Bueno, igualmente intentaré no tardar demasiado, tengo ganas de verte.
—Yo también cariño, te espero —le indicó ella con celeridad —. No gastes más en la cabina.
—De acuerdo. Te quiero —se despidió él.
—Te quiero —respondió ella rápidamente justo antes de colgar de forma abrupta.
Isabel colgó el teléfono e inmediatamente se giró subiendo su pierna izquierda tanto como para pasarla frente a Manuel sin tocarlo, y quedando boca arriba y con el pene de su suegro todavía dentro de ella.
—Joder Manu, ¿sabes lo que me ha costado hablar sin que se notara que me la estabas metiendo? —inquirió ella mientras no paraba de gemir entre palabra y palabra.
—Entonces lo han ascendido —dijo Manuel jadeante.
—Sí. Ya es manager.
—¿Y qué más ha dicho? —preguntó de forma inteligible por los jadeos.
—Que tienes toda la tarde para seguir follándome —dijo ella con una mueca lasciva.
—¿Qué?
—Se va a pasar… el resto de la tarde con los compañeros de trabajo en un bar para celebrar su ascenso.
—Me alegro mucho por él —dijo Manuel sin dejar de penetrar a su nuera cada vez con más intensidad —. Se lo merece.
Isabel suspiró expulsando un chorro de aire por una penetración que llegó hasta el fondo de ella completamente.
—¡Joder! —exclamó ella fuera de sí —. ¡Cabrón! ¡Fóllame! ¡Fóllame más! ¡Más duro!
Manuel comenzó a metérsela ayudándose del propio impulso de su cuerpo al caer tras elevarse lo que le permitía la longitud de su pene, e Isabel gritó de gozo al recibir las embestidas. A ella nada le importaba ya que los vecinos la escucharan e incluso movió las caderas con intensidad de arriba abajo para intensificar aún más las embestidas. Isabel solo quería disfrutar del orgasmo que ya le sobrevenía, y correrse a gusto.
—Te gusta —susurró de forma inteligible Manuel que llevaba un rato tratando de ralentizar su propio orgasmo, pero que le estaba siendo imposible dado lo mucho que le estaban poniendo los altos gemidos de su nuera.
—Ya viene. ¡Ya viene! —exclamó ella en un tono que parecía que se fuera a desvanecer. Lo que hizo que Manuel no pudiera aguantar más y también se corriera. Acto seguido tanto ella como él se movieron con espasmo mientras se corrían al mismo tiempo sin que en ningún momento Isabel dejara de emitir grotescos sonidos de apareamiento —. ¡Lléname con tu leche cabrón!
El semen de Manuel se expandió rápidamente por todo el interior de Isabel. Ella cerró los ojos evocando esa imagen y sintió un enorme placer. Los jadeos que sobrevinieron a continuación duraron varios minutos.
Finalmente, los cuerpos de ambos volvieron a relajarse, y aunque se mantuvieron inmóviles durante un buen rato, uno encima del otro, ninguno se durmió. Solo se quedaron en silencio en sus propios pensamientos. Manuel sin embargo acabó con sus divagaciones rápidamente.
—¿En qué piensas? —preguntó él.
Isabel abrió los ojos y desenroscó las piernas que tenía sobre su suegro, lo que provocó que Manuel se echara a un lado y dejase de aplastarla. El pene salió de la vagina de ella y un chorro de semen emanó como de un manantial. Finalmente ella contestó.
—Estaba pensando en Pedro y lo que pasó antes. Qué vergüenza —lamentó sin dejar de mirar al techo, muy pensativa.
—Ya te he dicho que no te preocupes más por eso. No lo volverás a ver.
—¿Crees que los vecinos nos habrán oído? —continuó divagando.
—Bueno. Y aunque fuera así. Podrían pensar que estás con tu marido, ya que es la hora en la que suele regresar.
Finalmente, Isabel dejó de mirar hacia arriba para voltearse a la izquierda y mirar a su suegro.
—¿Cuál es la historia de esa reliquia que guardas? ¿Qué vino a contarte Pedro exactamente?
—Lo que te comenté, Isa —le recordó él —. Vino a decirme que uno de los cuatro que teníamos un pedazo de la reliquia murió.
—Porque son cuatro partes de la misma pieza, y queréis saber quién tiene cada parte en cada momento, ¿no?
—Algo así —contestó él sin añadir nada más.
—Porque vale mucho dinero, ¿no es así? —siguió insistiendo ella para que explicase más cosas.
—Algo así.
—Algo así, algo así… Si no quieres contármelo no me lo cuentes —espetó ella girándose al lado opuesto haciéndose la ofendida.
Manuel suspiró y la masajeó en el brazo antes de comenzar a explicarle.
—Después de la guerra civil y la segunda guerra mundial había mucha hambre en España, y Europa en general. Mucha gente emigró a América —empezó diciendo en un tono bajo, pero perfectamente audible para Isabel, que se dio la vuelta para prestar más atención. Él tenía la mirada perdida en un pasado remoto —. Yo tenía veintiocho años cuando, junto con otros cuatro amigos del barrió en el que crecí, decidí emigrar a Centroamérica en busca de fortuna.
—¿Erais cinco? ¿No erais cuatro los que conserváis la reliquia?
Manuel no contestó a la pregunta y siguió relatando la historia.
—Pedro era el mayor de nosotros. Es siete años mayor que yo por lo que tenía treinta y cinco por aquel entonces, pero no fue el que tuvo la iniciativa. La idea fue de Hugo, él siempre tuvo alma aventurera. Era solo un año mayor que yo, pero era el más emprendedor de los cinco. Pablo se sumó rápidamente a la idea. Creía que nos íbamos a hacer millonarios en América y tiró de los demás para que partiéramos.
—Pablo… ese es el que Pedro dijo que había fallecido, ¿no?
—Sí. Era un poco mojigato y tacaño, pero también muy divertido. Lamento de veras no haber podido ir a su entierro —dijo Manuel antes de continuar con la historia —. En esa época yo siempre andaba con un hombre de mi edad llamado Roberto. Éramos uña y carne, y como yo decidí ir él se apuntó también. El caso es que viajamos en barco durante semanas rumbo a Honduras. Pero no estuvimos allí ni un mes porque encontramos de casualidad a un arqueólogo que trabajaba para el propio Stanley Boggs.
—¿Quién?
—Un famoso arqueólogo que llevaba años trabajando en una excavación en El Salvador. El Tazumal —manifestó.
—¿Una excavación de qué?
—Dos pirámides muy antiguas. Una maya y la otra tolteca. Allí conseguimos trabajo retirando escombros y amasando cemento.
—¿Se amasa cemento en una excavación arqueológica? —se preguntó extrañada ella.
—Se hacía cualquier cosa que te pidieran. Las estructuras se estaban derrumbando, y Stanley decidió fortificarlas con cemento —le explicó él —. El caso es que a veces había derrumbes cuando hacíamos nuestro trabajo y en una de las ocasiones se despejó una cámara. Una casi tan grande como esta habitación.
—¿Y allí encontrasteis la reliquia?
—Más que eso. Había extraños grabados y otros tesoros arqueológicos. Pero sí. La reliquia resaltaba más que el resto de cosas.
—La robasteis…
Manuel se quedó callado unos segundos antes de seguir.
—No estábamos solos cuando se descubrió la cámara. Éramos muchos, pero Stanley se había ido a la ciudad y no volvería hasta el día siguiente —añadió con la mirada perdida —. Hugo fue el primero en ver la reliquia. La ocultó debajo de unas piedras. Como era muy tarde los capataces dieron la jornada por terminada a pesar del hallazgo. Quería que Stanley fuese el primero en investigar. Pero nosotros vimos nuestra oportunidad. De madrugada, cuando todos dormían, volvimos. Para robar los tesoros que pudiéramos y marcharnos. Pero no fuimos los únicos en tener esa idea.
—Vaya…
—Cuando llegamos a la habitación ya había otros seis allí, incluido uno de los capataces. Todos nos pusimos nerviosos y hubo una pelea. En medio del caos Hugo cogió la reliquia que había escondido y se la ocultó en el interior de la chaqueta. El caso es que nos molieron a palos y dijeron entre ellos que nos echarían la culpa a nosotros de las cosas que iban a robar allí. Solo tenían que impedir que nuestros cuerpos pudieran contar lo contrario, fueron más o menos sus palabras en aquel entonces —describió Manuel sin demasiadas ganas de continuar —. Nos lo tomamos como una amenaza muy seria. A esas alturas ya sabíamos algo sobre derrumbes y provocamos uno en la sala. Tuvimos más éxito del que esperábamos y toda la sala se derrumbó sepultando a todos dentro. Nosotros pudimos salir.
—¿Murieron?
Manuel asintió sin poder mirar a su nuera a la cara.
—Nos fuimos antes de que los demás nos descubrieran. Incluso participamos después en la retirada de escombros como si no hubiera pasado nada. Todos habían muerto aplastados —concluyó —. Como habían muerto intentando saquear los tesoros lo consideraron un castigo divino y en un principio no hicieron demasiado por buscar una explicación. Pero al final se descubrió que alguien había provocado el derrumbe, por lo que se pensó que había más ladrones y por tanto más tesoros robados.
—Pero no os descubrieron, obvio.
—No —recordó él —. Se armó un caos, nos interrogaron más de una vez a todos, pero al final archivaron el caso por falta de pruebas de nada. Se despidió a todos los trabajadores por la desconfianza un par de semanas después. Ocultamos la reliquia durante ese tiempo y finalmente nos fuimos.
—¿Por eso no podéis venderla? ¿Por qué os incriminarían?
—Exacto. Incluso hoy probablemente nos rastrearían si se revelase que cuatro antiguos trabajadores de esa excavación tienen una reliquia maya de incalculable valor —aseguró —. Dudo mucho que tarde o temprano no nos encerraran por aquellas muertes.
—Debe ser frustrante tener una cosa así y únicamente poder guardarla —indicó ella con mirada triste.
—Aun así, nos arriesgamos y comenzamos a buscar a alguien que supiera sobre el tema, y poder valorar económicamente la reliquia —Manuel negó a continuación con la cabeza —. Una malísima idea. Dimos con un investigador llamado Carlos, que era capaz de leer las inscripciones de la reliquia. Nos dijo que era muy valiosa, por supuesto, pero la estudió a fondo y también nos dijo que las inscripciones eran indicaciones de un lugar, como si fuera un mapa.
—Un mapa del tesoro —comentó Isabel en un tono irónico.
—Así lo pensamos nosotros, sí. Pensamos que eso nos llevaría a un tesoro mucho mayor que la propia reliquia, y quisimos aventurarnos a encontrarlo. Anduvimos durante meses, de un lado a otro. Hasta que llegamos a un lugar al norte de Yucatán. Nos estancamos y al poco tiempo nos quedamos sin el dinero que habíamos ahorrado en la excavación del Tazumal, y Carlos también terminó con todos sus ahorros. Así que nos traicionó. Intentó robarnos la reliquia y al final lo…
—¿Lo matasteis?
—En defensa propia. Pero sin él no pudimos seguir avanzando, así que decidimos volver cuando hubiéramos ahorrado más dinero —se detuvo como si le costara más de la cuenta continuar con la historia —. Sabíamos que la reliquia se podía fraccionar, pero solo en cuatro pedazos… y éramos cinco…
Isabel sintió unas fuertes náuseas de repente, de manera que sintió la necesidad de vomitar. Se levantó de la cama como una flecha y se fue en dirección al baño completamente desnuda, como una exhalación.
Manuel, sin embargo, pareció no darse cuenta de la ausencia de su nuera. Tenía la mirada perdida, y continuó hablando en un tono casi inaudible.
«… pasó todo muy rápido. Discutimos… Hugo… intentó tranquilizarlos. Pero Roberto y Pablo se pusieron histéricos… se enzarzaron. Nos peleamos como nunca lo habíamos hecho. Hugo… se entrometió… se entrometió…»
Manuel no pudo continuar y echó a llorar arremolinado en la cama. La vergüenza lo tenía cautivo. Una vergüenza que lo humillaba cada vez que afloraba ese recuerdo. El anciano había estado huyendo de esa ignominia toda su vida. Y no solo él. Por eso ninguno de los cuatro compañeros sabía la dirección de los demás. La amistad de los cuatro murió con Hugo aquel día, junto con una parte de ellos mismos.
Isabel corrió hasta el baño y abrió la puerta de un manotazo. Tan pronto llegó al lavamanos vomitó casi todo el almuerzo. Mientras lo hacía maldecía por lo bajo la bazofia que le había preparado su suegro y que le había provocado, probablemente, una intoxicación. Pero la sensación era diferente. Su mente se fue aclarando y su instinto le dijo otra cosa. Rápidamente puso su mano sobre su vientre y se miró a sí misma en el espejo. Con los ojos abiertos como platos y un susto en el rostro que pronto se convirtió en pánico negó con la cabeza sin parar. Se dijo y se repitió que no había fallado ni un solo día con la píldora. Que no podía ser, pero algo dentro de ella golpeó su negación. Como un ariete que derribaba su mundo, su inmadurez, su realidad.
—No, por favor…
Podéis acceder de forma gratuita al libro completo en mi patreon: patreon.com/JTyCC
Eran ya las seis de la tarde y su marido estaba a punto de terminar su jornada de trabajo. Pensó que debería despertar a su suegro, que dormía a su lado, para poder recoger, cambiar las sábanas de la cama, y luego ducharse. Isabel sabía que si José hubiera salido una hora antes del trabajo los hubiera pillado desnudos durmiendo la siesta en su propia cama de matrimonio. Sin embargo, antes de hacer nada más echó la cabeza hacia atrás porque una vez más le sobrevino una ligera sensación de náuseas. Ella pensó que, sin duda, la carne que le había preparado Manuel en el almuerzo le había sentado mal.
Isabel se había enfadado mucho con su suegro después de que Pedro le hubiera visto masturbarse. Se había encerrado en la habitación toda la mañana llorando desconsolada. Manuel, sin saber qué otra cosa hacer, preparó la comida una vez más e invitó a Isabel a un comedido almuerzo. Ella, tras horas desahogándose, se sintió mejor y aceptó la invitación. Almorzaron tarde e hizo las paces con su suegro. Manuel le aseguró que Pedro tenía ya un pie en la tumba y que no lo volvería a ver. Una cosa llevó a la otra y ambos acabaron en la habitación con una buena sesión de sexo, para finalmente acabar dormidos.
Manuel se despertó en ese momento y vio a Isabel a su lado queriendo incorporarse. La sujetó y la atrajo para sí mientras acariciaba su piel con delicadeza.
—Manu, no. José termina de trabajar ahora. Tengo que ducharme y recoger todo esto.
Manuel se fijó en la belleza de su nuera y no pudo aceptar esa idea. Su rostro adormilado y su pelo suelto le daban un aire muy sensual, y sus pezones rígidos le indicaban que ella también se había despertado muy caliente.
—Nos da tiempo de hacer uno rapidito.
—¿Pero no me has follado hoy lo suficiente? —inquirió ella con una ligera sonrisa en su rostro.
—Nunca te follo lo suficiente, Isa.
Isabel hizo amago de irse, pero Manuel insistió y le besó el cuello mientras le acariciaba la espalda con las yemas de los dedos.
—Mañana podrás follarme de nuevo —le susurró ella mientras cerraba los ojos y disfrutaba de las caricias.
—Eso es mucho tiempo de espera.
Manuel bajó su mano izquierda de la espalda al culo y se lo acarició con dulzura, para a continuación levantarle la pierna derecha y acariciarle en la ingle. Isabel lanzó un gemido satisfactorio, y por un momento se olvidó de las prisas. Solo por un momento.
—Manu, imagínate que tu hijo nos viera ahora. ¿Qué le dirías?
—Desde aquí podría escuchar la puerta principal abrirse, y tendría tiempo de irme a mi cuarto. No se daría cuenta.
—Sí, claro. Menudo plan —dijo ella en tono sarcástico.
A pesar de sus palabras Isabel comenzó a acariciar el pene de su suegro con sus delicados dedos. Recorrió el falo con la yema de los dedos índice, medio y anular, para luego usar el pulgar, y parte de la palma de la mano, en los huevos y recorrerlos palmo a palmo. A Manuel esa sensación le encantaba, por lo que se calló y siguió besándola en el cuello, y acariciando la ingle y el pubis de ella. Isabel emitió un gemido placentero en respuesta.
Pasó apenas un minuto y Manuel intuyó que Isabel iba a volver a insistir en dejarlo, por lo que giró la cabeza y la besó en los labios. Seguidamente metió su lengua en la boca de ella e Isabel la alojó con la mejor de las bienvenidas. Sus lenguas se entrelazaron de forma pausada, para ir incrementando la pasión a cada segundo. Al final parecían devorarse del mismo modo que un perro famélico devora un cuenco con agua tras una larga expedición.
Isabel pasó de acariciar el pene de su suegro a frotarlo, y agarró con toda la mano sus huevos y los palpó morbosa. Manuel, a su vez, frotó el pubis y los alrededores del clítoris. Los frotó a diferentes velocidades y alternando la dirección una y otra vez, como oleadas de viento en un día de tormenta.
La vagina de Isabel comenzó a salivar gustosa y ella sintió como se estaba poniendo mucho. Acarició el cabezón de la polla erecta de su suegro y sintió como si se le fuera a explotar de placer. Mientras le comía la boca a Manuel sintió la necesidad de desviar la mirada para echarle un rápido vistazo a ese exquisito cabezón. Cuando lo hizo pareció que le devolvía la mirada y le asentía pidiéndole que bajara. Isabel retiró la lengua de la boca de su suegro y bajó hacia el pene. Abrió la boca y lo devoró como un pastelito. Ella succionó tanto que Manuel contrajo sus glúteos por el dolor, pero no le dijo nada y dejó que disfrutase.
Entonces el teléfono que estaba en la mesita de noche sonó como una sirena en un parque de bomberos. Isabel dio un respingo, alertada y casi en pánico, y volvió a la realidad. Por un segundo su mente le jugó una mala pasada y pensó que sería su marido tocando el timbre. Su cabeza no tuvo tiempo de indicarle que así no sonaba el timbre de su casa ni que su marido usaría la llave en lugar de tocar, pero la ansiedad vino a ella de igual modo.
—Que inoportuno el telefonito —susurró Manuel.
—Manuel, recoge de una vez y vete a tu cuarto. José puede llegar en cualquier momento —le espetó ella cambiando de ánimo de inmediato.
Isabel se giró noventa grados para coger el teléfono, enseñando así todo el trasero desnudo a su suegro que no pudo resistirse a bajar y comerlo a lametones. Isabel sintió la viscosa lengua de él justo cuando respondía al teléfono, por lo que el “sí” con el que se presentó sonó con la vocal muy alargada.
—Soy yo cariño —dijo la voz de José, acelerada y ansiosa, al otro lado del teléfono.
—José, amor. ¿Ha pasado algo? —preguntó preocupada, a sabiendas que algo había ocurrido si llamaba en lugar de volver a casa. Se escuchó el característico sonido de monedas caer de una cabina, por lo que llamaba de fuera de la empresa.
—¡Sí! ¡Que me acaban de ascender a manager! —exclamó José eufórico.
Isabel gritó de alegría justo cuando Manuel le metía la lengua en la vagina de forma apasionada, por lo que el grito tuvo regusto a gemido cuando fue emitido, pero su marido no notó nada tal era su estado de emoción. Isabel en respuesta miró de forma acusadora a su suegro, para instarle a que aflojara, pero él ni siquiera le devolvió la mirada.
—Te lo mereces cariño —le felicitó ella —. No sabes cuánto me alegro.
—¡Tengo mi propio despacho! Es por todo lo que he estado trabajando desde hace meses. Si vieras la cara que puso Juan —comentó pletórico José para luego reírse sin parar —. El muy iluso pensó que le darían el puesto a él. ¿Y adivina qué?
Isabel abría la boca y la volvía a cerrar, al igual que los ojos, por el placer que le estaba dando Manuel al comerle todo el coño y el ano. Levantó ligeramente la pierna izquierda para que su suegro tuviera más fácil su trabajo. Pero tras la pregunta de su marido se controló para que su voz sonase normal.
—¿El qué cariño?
—A parte del despacho y asistente, el ascenso viene con un aumento de sueldo base del treinta por ciento, plaza de garaje propia, y suplemento salarial por productividad —recitó José de forma acelerada.
—Guau —exclamaron las dos bocas de Isabel, emocionadas cada una a su manera —. Ahora podremos permitirnos unas buenas vacaciones.
—Exacto. Y podré salir quince minutos más tarde de casa, como mínimo, ya que ahora no perderé tiempo buscando aparcamiento.
—Es fantástico.
Manuel retiró la cabeza y abrió las nalgas de su nuera para dejar la vagina bien visible. Esta parecía llamar, extasiada de placer, al pene de él. Manuel dirigió su miembro erecto hacia la vagina y lo acopló allí. Ambas piezas encajaron como un guante e Isabel cerró los ojos con la boca abierta mientras retiraba la cabeza hacia atrás de placer contenido. Lo que provocó que tardara en contestar a su marido cuando este le siguió recitando más beneficios que implicaba su ascenso.
—¿Cariño, sigues ahí? —preguntó finalmente.
—Sí, es solo que todavía no me creo que el tacaño de Patricio haya sido tan generoso —manifestó ella sin usar un tono que reflejara esas dudas en realidad.
—Pues así es —estuvo él de acuerdo —. La verdad que se ha mostrado muy halagador conmigo hoy. Me cae mucho mejor ahora, no es un mal tipo.
—Ya lo creo —aseguró ella con cierto temblor en la voz por las repetidas penetraciones que le estaba haciendo su suegro, que, aunque lentas para guardar silencio, metía profundamente. Conocedora de este detalle Isabel puso su mano sobre el vientre de él para indicarle que se la metiera todavía más despacio, pero Manuel no se dio cuenta o no quiso darse cuenta porque pareció incluso acelerar. Isabel se mordió el labio para reprimir las inmensas ganas que tenía de gemir de placer y disfrutar al cien por cien de la polla de su suegro, por lo que su subconsciente le jugó una mala pasada e intentó finalizar cuanto antes con la conversación —. ¿Y me llamabas porque no podías aguantar hasta llegar a casa?
—En realidad no —negó él bajando el tono de alegría a uno más neutro —. Los compañeros de trabajo quieren celebrar mi ascenso, o que les invite a unas copas en realidad —matizó él —. Y se han autoinvitado a una tarde de tapas en el bar de Ramoncín.
—¿Y llamabas para avisarme? —le ayudó ella para que fuera al grano.
—Sí, eso y que quería que supieras cuanto antes la buena noticia.
—Gracias, cariño. Me has alegrado la tarde al llamarme.
—No, gracias a ti, mi amor —le corrigió él —. Tú también has tenido que aguantar mis ausencias con las horas extra, y mi desgana por el cansancio cuando estoy en casa. Sé que te he descuidado, y apenas llevamos un poco más de un mes casados. A partir de ahora te lo compensaré.
Isabel se mordió nuevamente el labio mientras la cara se le ponía roja al intentar hacer una especie de gemido silencioso e interno. Se le marcaron las venas del cuello ante la impotencia de no poder desahogarse ante todo el placer que estaba sintiendo. El pene de su suegro llenaba cada centímetro de su vagina y frotaba cada palmo de sus paredes. Isabel sentía el calor y el éxtasis, y sabía que pronto le sobrevendría un gran orgasmo. Y no quería desperdiciar ese orgasmo sin poder gritar de placer al estar con el teléfono.
—No te preocupes cariño —dijo finalmente —. Ve con tus compañeros y celébralo. Que no piensen que ahora vas a cambiar por tener más rango.
—Eso había pensado yo también. Bueno, igualmente intentaré no tardar demasiado, tengo ganas de verte.
—Yo también cariño, te espero —le indicó ella con celeridad —. No gastes más en la cabina.
—De acuerdo. Te quiero —se despidió él.
—Te quiero —respondió ella rápidamente justo antes de colgar de forma abrupta.
Isabel colgó el teléfono e inmediatamente se giró subiendo su pierna izquierda tanto como para pasarla frente a Manuel sin tocarlo, y quedando boca arriba y con el pene de su suegro todavía dentro de ella.
—Joder Manu, ¿sabes lo que me ha costado hablar sin que se notara que me la estabas metiendo? —inquirió ella mientras no paraba de gemir entre palabra y palabra.
—Entonces lo han ascendido —dijo Manuel jadeante.
—Sí. Ya es manager.
—¿Y qué más ha dicho? —preguntó de forma inteligible por los jadeos.
—Que tienes toda la tarde para seguir follándome —dijo ella con una mueca lasciva.
—¿Qué?
—Se va a pasar… el resto de la tarde con los compañeros de trabajo en un bar para celebrar su ascenso.
—Me alegro mucho por él —dijo Manuel sin dejar de penetrar a su nuera cada vez con más intensidad —. Se lo merece.
Isabel suspiró expulsando un chorro de aire por una penetración que llegó hasta el fondo de ella completamente.
—¡Joder! —exclamó ella fuera de sí —. ¡Cabrón! ¡Fóllame! ¡Fóllame más! ¡Más duro!
Manuel comenzó a metérsela ayudándose del propio impulso de su cuerpo al caer tras elevarse lo que le permitía la longitud de su pene, e Isabel gritó de gozo al recibir las embestidas. A ella nada le importaba ya que los vecinos la escucharan e incluso movió las caderas con intensidad de arriba abajo para intensificar aún más las embestidas. Isabel solo quería disfrutar del orgasmo que ya le sobrevenía, y correrse a gusto.
—Te gusta —susurró de forma inteligible Manuel que llevaba un rato tratando de ralentizar su propio orgasmo, pero que le estaba siendo imposible dado lo mucho que le estaban poniendo los altos gemidos de su nuera.
—Ya viene. ¡Ya viene! —exclamó ella en un tono que parecía que se fuera a desvanecer. Lo que hizo que Manuel no pudiera aguantar más y también se corriera. Acto seguido tanto ella como él se movieron con espasmo mientras se corrían al mismo tiempo sin que en ningún momento Isabel dejara de emitir grotescos sonidos de apareamiento —. ¡Lléname con tu leche cabrón!
El semen de Manuel se expandió rápidamente por todo el interior de Isabel. Ella cerró los ojos evocando esa imagen y sintió un enorme placer. Los jadeos que sobrevinieron a continuación duraron varios minutos.
Finalmente, los cuerpos de ambos volvieron a relajarse, y aunque se mantuvieron inmóviles durante un buen rato, uno encima del otro, ninguno se durmió. Solo se quedaron en silencio en sus propios pensamientos. Manuel sin embargo acabó con sus divagaciones rápidamente.
—¿En qué piensas? —preguntó él.
Isabel abrió los ojos y desenroscó las piernas que tenía sobre su suegro, lo que provocó que Manuel se echara a un lado y dejase de aplastarla. El pene salió de la vagina de ella y un chorro de semen emanó como de un manantial. Finalmente ella contestó.
—Estaba pensando en Pedro y lo que pasó antes. Qué vergüenza —lamentó sin dejar de mirar al techo, muy pensativa.
—Ya te he dicho que no te preocupes más por eso. No lo volverás a ver.
—¿Crees que los vecinos nos habrán oído? —continuó divagando.
—Bueno. Y aunque fuera así. Podrían pensar que estás con tu marido, ya que es la hora en la que suele regresar.
Finalmente, Isabel dejó de mirar hacia arriba para voltearse a la izquierda y mirar a su suegro.
—¿Cuál es la historia de esa reliquia que guardas? ¿Qué vino a contarte Pedro exactamente?
—Lo que te comenté, Isa —le recordó él —. Vino a decirme que uno de los cuatro que teníamos un pedazo de la reliquia murió.
—Porque son cuatro partes de la misma pieza, y queréis saber quién tiene cada parte en cada momento, ¿no?
—Algo así —contestó él sin añadir nada más.
—Porque vale mucho dinero, ¿no es así? —siguió insistiendo ella para que explicase más cosas.
—Algo así.
—Algo así, algo así… Si no quieres contármelo no me lo cuentes —espetó ella girándose al lado opuesto haciéndose la ofendida.
Manuel suspiró y la masajeó en el brazo antes de comenzar a explicarle.
—Después de la guerra civil y la segunda guerra mundial había mucha hambre en España, y Europa en general. Mucha gente emigró a América —empezó diciendo en un tono bajo, pero perfectamente audible para Isabel, que se dio la vuelta para prestar más atención. Él tenía la mirada perdida en un pasado remoto —. Yo tenía veintiocho años cuando, junto con otros cuatro amigos del barrió en el que crecí, decidí emigrar a Centroamérica en busca de fortuna.
—¿Erais cinco? ¿No erais cuatro los que conserváis la reliquia?
Manuel no contestó a la pregunta y siguió relatando la historia.
—Pedro era el mayor de nosotros. Es siete años mayor que yo por lo que tenía treinta y cinco por aquel entonces, pero no fue el que tuvo la iniciativa. La idea fue de Hugo, él siempre tuvo alma aventurera. Era solo un año mayor que yo, pero era el más emprendedor de los cinco. Pablo se sumó rápidamente a la idea. Creía que nos íbamos a hacer millonarios en América y tiró de los demás para que partiéramos.
—Pablo… ese es el que Pedro dijo que había fallecido, ¿no?
—Sí. Era un poco mojigato y tacaño, pero también muy divertido. Lamento de veras no haber podido ir a su entierro —dijo Manuel antes de continuar con la historia —. En esa época yo siempre andaba con un hombre de mi edad llamado Roberto. Éramos uña y carne, y como yo decidí ir él se apuntó también. El caso es que viajamos en barco durante semanas rumbo a Honduras. Pero no estuvimos allí ni un mes porque encontramos de casualidad a un arqueólogo que trabajaba para el propio Stanley Boggs.
—¿Quién?
—Un famoso arqueólogo que llevaba años trabajando en una excavación en El Salvador. El Tazumal —manifestó.
—¿Una excavación de qué?
—Dos pirámides muy antiguas. Una maya y la otra tolteca. Allí conseguimos trabajo retirando escombros y amasando cemento.
—¿Se amasa cemento en una excavación arqueológica? —se preguntó extrañada ella.
—Se hacía cualquier cosa que te pidieran. Las estructuras se estaban derrumbando, y Stanley decidió fortificarlas con cemento —le explicó él —. El caso es que a veces había derrumbes cuando hacíamos nuestro trabajo y en una de las ocasiones se despejó una cámara. Una casi tan grande como esta habitación.
—¿Y allí encontrasteis la reliquia?
—Más que eso. Había extraños grabados y otros tesoros arqueológicos. Pero sí. La reliquia resaltaba más que el resto de cosas.
—La robasteis…
Manuel se quedó callado unos segundos antes de seguir.
—No estábamos solos cuando se descubrió la cámara. Éramos muchos, pero Stanley se había ido a la ciudad y no volvería hasta el día siguiente —añadió con la mirada perdida —. Hugo fue el primero en ver la reliquia. La ocultó debajo de unas piedras. Como era muy tarde los capataces dieron la jornada por terminada a pesar del hallazgo. Quería que Stanley fuese el primero en investigar. Pero nosotros vimos nuestra oportunidad. De madrugada, cuando todos dormían, volvimos. Para robar los tesoros que pudiéramos y marcharnos. Pero no fuimos los únicos en tener esa idea.
—Vaya…
—Cuando llegamos a la habitación ya había otros seis allí, incluido uno de los capataces. Todos nos pusimos nerviosos y hubo una pelea. En medio del caos Hugo cogió la reliquia que había escondido y se la ocultó en el interior de la chaqueta. El caso es que nos molieron a palos y dijeron entre ellos que nos echarían la culpa a nosotros de las cosas que iban a robar allí. Solo tenían que impedir que nuestros cuerpos pudieran contar lo contrario, fueron más o menos sus palabras en aquel entonces —describió Manuel sin demasiadas ganas de continuar —. Nos lo tomamos como una amenaza muy seria. A esas alturas ya sabíamos algo sobre derrumbes y provocamos uno en la sala. Tuvimos más éxito del que esperábamos y toda la sala se derrumbó sepultando a todos dentro. Nosotros pudimos salir.
—¿Murieron?
Manuel asintió sin poder mirar a su nuera a la cara.
—Nos fuimos antes de que los demás nos descubrieran. Incluso participamos después en la retirada de escombros como si no hubiera pasado nada. Todos habían muerto aplastados —concluyó —. Como habían muerto intentando saquear los tesoros lo consideraron un castigo divino y en un principio no hicieron demasiado por buscar una explicación. Pero al final se descubrió que alguien había provocado el derrumbe, por lo que se pensó que había más ladrones y por tanto más tesoros robados.
—Pero no os descubrieron, obvio.
—No —recordó él —. Se armó un caos, nos interrogaron más de una vez a todos, pero al final archivaron el caso por falta de pruebas de nada. Se despidió a todos los trabajadores por la desconfianza un par de semanas después. Ocultamos la reliquia durante ese tiempo y finalmente nos fuimos.
—¿Por eso no podéis venderla? ¿Por qué os incriminarían?
—Exacto. Incluso hoy probablemente nos rastrearían si se revelase que cuatro antiguos trabajadores de esa excavación tienen una reliquia maya de incalculable valor —aseguró —. Dudo mucho que tarde o temprano no nos encerraran por aquellas muertes.
—Debe ser frustrante tener una cosa así y únicamente poder guardarla —indicó ella con mirada triste.
—Aun así, nos arriesgamos y comenzamos a buscar a alguien que supiera sobre el tema, y poder valorar económicamente la reliquia —Manuel negó a continuación con la cabeza —. Una malísima idea. Dimos con un investigador llamado Carlos, que era capaz de leer las inscripciones de la reliquia. Nos dijo que era muy valiosa, por supuesto, pero la estudió a fondo y también nos dijo que las inscripciones eran indicaciones de un lugar, como si fuera un mapa.
—Un mapa del tesoro —comentó Isabel en un tono irónico.
—Así lo pensamos nosotros, sí. Pensamos que eso nos llevaría a un tesoro mucho mayor que la propia reliquia, y quisimos aventurarnos a encontrarlo. Anduvimos durante meses, de un lado a otro. Hasta que llegamos a un lugar al norte de Yucatán. Nos estancamos y al poco tiempo nos quedamos sin el dinero que habíamos ahorrado en la excavación del Tazumal, y Carlos también terminó con todos sus ahorros. Así que nos traicionó. Intentó robarnos la reliquia y al final lo…
—¿Lo matasteis?
—En defensa propia. Pero sin él no pudimos seguir avanzando, así que decidimos volver cuando hubiéramos ahorrado más dinero —se detuvo como si le costara más de la cuenta continuar con la historia —. Sabíamos que la reliquia se podía fraccionar, pero solo en cuatro pedazos… y éramos cinco…
Isabel sintió unas fuertes náuseas de repente, de manera que sintió la necesidad de vomitar. Se levantó de la cama como una flecha y se fue en dirección al baño completamente desnuda, como una exhalación.
Manuel, sin embargo, pareció no darse cuenta de la ausencia de su nuera. Tenía la mirada perdida, y continuó hablando en un tono casi inaudible.
«… pasó todo muy rápido. Discutimos… Hugo… intentó tranquilizarlos. Pero Roberto y Pablo se pusieron histéricos… se enzarzaron. Nos peleamos como nunca lo habíamos hecho. Hugo… se entrometió… se entrometió…»
Manuel no pudo continuar y echó a llorar arremolinado en la cama. La vergüenza lo tenía cautivo. Una vergüenza que lo humillaba cada vez que afloraba ese recuerdo. El anciano había estado huyendo de esa ignominia toda su vida. Y no solo él. Por eso ninguno de los cuatro compañeros sabía la dirección de los demás. La amistad de los cuatro murió con Hugo aquel día, junto con una parte de ellos mismos.
Isabel corrió hasta el baño y abrió la puerta de un manotazo. Tan pronto llegó al lavamanos vomitó casi todo el almuerzo. Mientras lo hacía maldecía por lo bajo la bazofia que le había preparado su suegro y que le había provocado, probablemente, una intoxicación. Pero la sensación era diferente. Su mente se fue aclarando y su instinto le dijo otra cosa. Rápidamente puso su mano sobre su vientre y se miró a sí misma en el espejo. Con los ojos abiertos como platos y un susto en el rostro que pronto se convirtió en pánico negó con la cabeza sin parar. Se dijo y se repitió que no había fallado ni un solo día con la píldora. Que no podía ser, pero algo dentro de ella golpeó su negación. Como un ariete que derribaba su mundo, su inmadurez, su realidad.
—No, por favor…
Podéis acceder de forma gratuita al libro completo en mi patreon: patreon.com/JTyCC
1 comentarios - Los Cuatro Ancianos. Parte 7