Cecilia, mi esposa, siempre ha sido un torbellino. A sus 42 años, con ese cuerpo que parece desafiar las leyes del tiempo y unos ojos verdes que te atrapan como un imán, tiene una forma de moverse por el mundo que deja a todos con la boca abierta. Pero lo que me soltó anoche, mientras compartíamos una botella de vino tinto en el sofá, me dejó sin palabras.
Cecilia, con esa sonrisa suya que mezcla picardía y secreto, se inclinó hacia mí y dijo: “Amor, hay algo que nunca te conté... algo que hice al mes de conocernos, y creo que te va a volar la cabeza.”
Me acomodé, con el corazón latiendo fuerte, porque cuando Cecilia confiesa, no es cualquier cosa. Ella siempre ha sido la provocadora, la que enciende cualquier habitación con su presencia, y yo sabía que lo que venía iba a ser jugoso.
“Fue en un viaje an Ibiza, hace como 15 años”, empezó, mientras jugaba con el borde de su copa, sus uñas rojas brillando bajo la luz tenue. “Estaba con unas amigas, en una de esas fiestas que duran hasta el amanecer, con música electrónica que te hace vibrar hasta los huesos. El ambiente era puro desenfreno: cuerpos sudados, luces estroboscópicas, y el aire cargado de deseo. Yo estaba en mi salsa, bailando, sintiéndome libre, como si el mundo me perteneciera.”
Hizo una pausa, sus ojos clavados en los míos, y supe que venía lo bueno. “Había una pareja en la pista, él era alto, con tatuajes que le subían por el cuello, y ella, una morena con una energía que me hizo girar la cabeza. Bailamos cerca, rozándonos sin querer, hasta que no fue sin querer. Sus miradas me quemaban, y yo, bueno, ya me conoces, no me quedo atrás. Les seguí el juego.”
Mi garganta se secó. Cecilia se acercó más, su voz bajando a un susurro. “Terminamos los tres en una esquina de la playa, lejos de la fiesta, con el sonido de las olas de fondo. No hubo palabras, solo manos, besos, y una química que no se explica. Fue como si los tres supiéramos exactamente lo que queríamos. Ella me besó primero, suave pero con hambre, y él se unió, tocándome como si supiera cada rincón de mi cuerpo. Fue salvaje, amor, pero no caótico. Era como si estuviéramos en sintonía, los tres, perdidos en ese momento.”
Me quedé helado, pero no podía apartar la mirada de ella. Cecilia sonrió, sabiendo el efecto que tenía. “No duró mucho, pero fue intenso. Cuando terminamos, nos reímos, nos dimos un último beso y cada uno siguió su camino. Nunca supe sus nombres, y no los volví a ver. Pero, joder, a veces pienso en esa noche y siento que sigo vibrando.”
Se recostó en el sofá, satisfecha, como si soltar esa confesión la hubiera liberado. Yo, con la cabeza dándome vueltas, solo podía imaginarla en esa playa, siendo el centro de todo, como siempre. “¿Y por qué me lo cuentas ahora?”, le pregunté, con una mezcla de curiosidad y algo más que no podía nombrar.
“Porque sé que te encanta saber quién soy, amor. Y porque, tal vez, algún día te invite a jugar como yo sé hacerlo”, dijo, guiñándome un ojo mientras tomaba un sorbo de vino.
No sé qué me prendió más: su confesión o la promesa de lo que podría venir. Pero una cosa es segura: con Cecilia, nunca sabes hasta dónde puede llevarte el fuego que lleva dentro. Y ahora, solo quiero saber más.
Cecilia, con esa sonrisa suya que mezcla picardía y secreto, se inclinó hacia mí y dijo: “Amor, hay algo que nunca te conté... algo que hice al mes de conocernos, y creo que te va a volar la cabeza.”
Me acomodé, con el corazón latiendo fuerte, porque cuando Cecilia confiesa, no es cualquier cosa. Ella siempre ha sido la provocadora, la que enciende cualquier habitación con su presencia, y yo sabía que lo que venía iba a ser jugoso.
“Fue en un viaje an Ibiza, hace como 15 años”, empezó, mientras jugaba con el borde de su copa, sus uñas rojas brillando bajo la luz tenue. “Estaba con unas amigas, en una de esas fiestas que duran hasta el amanecer, con música electrónica que te hace vibrar hasta los huesos. El ambiente era puro desenfreno: cuerpos sudados, luces estroboscópicas, y el aire cargado de deseo. Yo estaba en mi salsa, bailando, sintiéndome libre, como si el mundo me perteneciera.”
Hizo una pausa, sus ojos clavados en los míos, y supe que venía lo bueno. “Había una pareja en la pista, él era alto, con tatuajes que le subían por el cuello, y ella, una morena con una energía que me hizo girar la cabeza. Bailamos cerca, rozándonos sin querer, hasta que no fue sin querer. Sus miradas me quemaban, y yo, bueno, ya me conoces, no me quedo atrás. Les seguí el juego.”
Mi garganta se secó. Cecilia se acercó más, su voz bajando a un susurro. “Terminamos los tres en una esquina de la playa, lejos de la fiesta, con el sonido de las olas de fondo. No hubo palabras, solo manos, besos, y una química que no se explica. Fue como si los tres supiéramos exactamente lo que queríamos. Ella me besó primero, suave pero con hambre, y él se unió, tocándome como si supiera cada rincón de mi cuerpo. Fue salvaje, amor, pero no caótico. Era como si estuviéramos en sintonía, los tres, perdidos en ese momento.”
Me quedé helado, pero no podía apartar la mirada de ella. Cecilia sonrió, sabiendo el efecto que tenía. “No duró mucho, pero fue intenso. Cuando terminamos, nos reímos, nos dimos un último beso y cada uno siguió su camino. Nunca supe sus nombres, y no los volví a ver. Pero, joder, a veces pienso en esa noche y siento que sigo vibrando.”
Se recostó en el sofá, satisfecha, como si soltar esa confesión la hubiera liberado. Yo, con la cabeza dándome vueltas, solo podía imaginarla en esa playa, siendo el centro de todo, como siempre. “¿Y por qué me lo cuentas ahora?”, le pregunté, con una mezcla de curiosidad y algo más que no podía nombrar.
“Porque sé que te encanta saber quién soy, amor. Y porque, tal vez, algún día te invite a jugar como yo sé hacerlo”, dijo, guiñándome un ojo mientras tomaba un sorbo de vino.
No sé qué me prendió más: su confesión o la promesa de lo que podría venir. Pero una cosa es segura: con Cecilia, nunca sabes hasta dónde puede llevarte el fuego que lleva dentro. Y ahora, solo quiero saber más.

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