Mi esposa Cecilia, 42 años, es puro fuego. Una MILF que quita el aliento, con un cuerpo esculpido por el yoga y caminatas que parece diseñado para el pecado. Su melena castaña oscura cae en ondas que invitan a enredar los dedos, y esos ojos verdes, joder, tienen un brillo que te desnuda con solo mirarte. Le encanta ser el centro, provocar, y sabe cómo hacer que todos, tíos y tías, se queden con la boca seca y el pulso a mil.
El sábado pasado hicimos una barbacoa en casa, y Cecilia se desató.
Se plantó un vestido blanco que era una maldita provocación: corto hasta el límite, tan ceñido que marcaba cada curva, y un escote que gritaba "mírame, pero no toques".
Mientras servía cervezas frías y ponía el picoteo, se movía como en una danza erótica, contoneando las caderas, dejando caer comentarios subidos de tono que hacían que la temperatura subiera más que el carbón de la parrilla. Las mujeres de mis amigos no se quedaban atrás; se les veía el deseo en los ojos, mordiéndose los labios, riendo nerviosas o apretando los muslos cuando Ceci les lanzaba una mirada juguetona o les rozaba el brazo al pasar.
Me dijo:
“Amor, este calor está pidiendo algo... más ligero, ¿no? “—soltó con una voz que era puro terciopelo, mientras se recogía el pelo con una lentitud que era casi cruel, dejando el cuello a la vista y haciendo que todos, incluidas las tías, se removieran en sus asientos, claramente encendidas.
El patio era un hervidero. Los colegas babeando, las mujeres de mis amigos atrapadas en el hechizo de Cecilia, y ella, en su puta salsa, disfrutando cada segundo de tenerlos a todos comiendo de su mano. Yo, mirándola, solo podía pensar: “Joder, qué mujer”. Le solté, con una sonrisa:
Le dije:
“Ceci, eres un jodido incendio, se necesitan varias personas para apagar ese fuego”
Entre risas cargadas, cervezas y el sol derritiéndose en el horizonte, Cecilia convirtió esa barbacoa en un espectáculo cargado de deseo, dejando a todos, tíos y tías, con el calor subiéndoles por dentro y queriendo más de ella.
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¿Quereis saber cómo terminamos?
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darle amor a la publicación para subir la segunda parte
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Se plantó un vestido blanco que era una maldita provocación: corto hasta el límite, tan ceñido que marcaba cada curva, y un escote que gritaba "mírame, pero no toques".
Mientras servía cervezas frías y ponía el picoteo, se movía como en una danza erótica, contoneando las caderas, dejando caer comentarios subidos de tono que hacían que la temperatura subiera más que el carbón de la parrilla. Las mujeres de mis amigos no se quedaban atrás; se les veía el deseo en los ojos, mordiéndose los labios, riendo nerviosas o apretando los muslos cuando Ceci les lanzaba una mirada juguetona o les rozaba el brazo al pasar.
Me dijo:
“Amor, este calor está pidiendo algo... más ligero, ¿no? “—soltó con una voz que era puro terciopelo, mientras se recogía el pelo con una lentitud que era casi cruel, dejando el cuello a la vista y haciendo que todos, incluidas las tías, se removieran en sus asientos, claramente encendidas.
El patio era un hervidero. Los colegas babeando, las mujeres de mis amigos atrapadas en el hechizo de Cecilia, y ella, en su puta salsa, disfrutando cada segundo de tenerlos a todos comiendo de su mano. Yo, mirándola, solo podía pensar: “Joder, qué mujer”. Le solté, con una sonrisa:
Le dije:
“Ceci, eres un jodido incendio, se necesitan varias personas para apagar ese fuego”
Entre risas cargadas, cervezas y el sol derritiéndose en el horizonte, Cecilia convirtió esa barbacoa en un espectáculo cargado de deseo, dejando a todos, tíos y tías, con el calor subiéndoles por dentro y queriendo más de ella.
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10 comentarios - El fuego de Cecilia