
Era un día normal en el supermercado del barrio. Mi madre, siempre tan coqueta con sus vaqueros ajustados y su blusa escotada, se acercó al mostrador de embutidos. El dependiente, un chico joven y musculoso, no podía apartar la vista de su escote.
—Señora, ¿qué desea? —preguntó él con una sonrisa pícara.
—Quiero un buen chorizo, que sea largo y grueso, para hecharselo a las lentejas—respondió mi madre, mirándolo fijamente a los ojos.
El dependiente se sonrojó, pero no se echó atrás. Con manos temblorosas, le mostró el mejor jamón de la tienda.
—Este es el más grande que tenemos, señora. ¿Le gustaría probarlo? —dijo mientras cortaba una fina loncha.
Mi madre, sin dudarlo, tomó el trozo de jamón y lo llevó a su boca lentamente, chupando los dedos con sensualidad.
—Mmm… está delicioso. Pero creo que necesito algo más… sustancioso —susurró.
El dependiente tragó saliva. Sabía exactamente lo que mi madre quería. Y estaba dispuesto a dárselo.
El dependiente, con una sonrisa pícara, le hizo un gesto a mi madre para que lo siguiera hasta la trastienda. Allí tengo los mejores chorizos, son largos y gordos, ven y elijes el que mas te guste. El aire estaba cargado de tensión y deseo. Al entrar, cerró la puerta tras de sí y se acercó a ella con determinación.
—Señora, creo que tengo justo lo que necesita —dijo mientras desabrochaba su pantalón, dejando al descubierto su impresionante miembro.
Mi madre, sin perder la compostura, se arrodilló frente a él y comenzó a lamerlo lentamente, disfrutando cada gemido que escapaba de los labios del joven.
—Mmm… así me gusta. Grande y duro —murmuró ella mientras lo introducía en su boca, llevándolo hasta el fondo de su garganta. El dependiente gimió de placer mientras mi madre trabajaba su miembro con habilidad. Sus labios se cerraron alrededor de él, su lengua acariciando cada centímetro. Con movimientos lentos y profundos, lo llevó al borde del éxtasis.
—Señora, es increíble —jadeó el dependiente mientras sus manos se enredaban en el pelo de mi madre.
Mi madre aumentó el ritmo, sus labios apretados estaban alrededor de su miembro mientras lo llevaba más y más profundo en su garganta. Cada gemido del dependiente la excitaba más, sus manos apretaban las sus nalgas mientras lo trabajaba con devoción.
—Así, señora. Así me gusta —gruñó el dependiente mientras empujaba suavemente la cabeza de su polla hacia adelante, llevando su miembro aún más profundo en su garganta.
Mi madre gimió alrededor de él, sus ojos estaban llenos de lágrimas mientras lo tomaba todo. Su lengua acariciaba la parte inferior de su miembro mientras lo llevaba al límite.
El dependiente, incapaz de contenerse por más tiempo, la levantó bruscamente y la sentó sobre la mesa de la trastienda. Con un movimiento rápido, le bajó los vaqueros y las bragas, dejando al descubierto su húmeda y rica vagina.
—Señora, va a disfrutar esto —gruñó él mientras se colocaba entre sus piernas y la penetraba con fuerza.
Mi madre gritó de placer, sus uñas se clavaron en la espalda del joven mientras él la embestía una y otra vez. El mostrador crujía por el peso de ambla cuerpos entrelazados en un baile de lujuria y pasión.
El dependiente, con una sonrisa pícara, la levantó de la mesa y la giró, colocándola en posición de perrito. Mi madre, jadeante y excitada, arqueó su espalda mientras él se colocaba detrás de ella.
—Señora, va a disfrutar esto —gruñó él mientras introducía su miembro en ella con un solo movimiento.
Mi madre gritó de placer, sus uñas se clavaron en la mesa mientras él la embestía con fuerza. Cada empujón era más profundo y más intenso, llevándola al borde del éxtasis.
—¡Sí, así, más fuerte! —gritó ella, perdida en el placer.
El dependiente, sudando y jadeando, aumentó el ritmo. Sus cuerpos chocaban con fuerza, el sonido de la carne contra la carne llenaba la trastienda. Mi madre podía sentir cómo su orgasmo se acercaba, cada vez más intenso.
—¡No pares, no pares! —suplicó ella.
Con un último empujón profundo, ambos alcanzaron el clímax al mismo tiempo. Mi madre gritó de placer, su cuerpo temblando mientras el dependiente la llenaba con su semilla.
El dependiente se subió el boxer y el pantalón, mi mamà se volvió a poner su ropa. -limpiaba los restos de semen de su cara con una toallita, dejando una que otra gota de leche en sus mejillas y en la frente.
En ese momento, yo entré por la puerta y vi a mi madre limpiarse la cara con una toallita. —Hijo, ¿qué haces aquí? —preguntó mi madre con nerviosidad
—Mamá, ¿qué está pasando aquí? —pregunté con los ojos muy abiertos.
Nada hijo, el dependiente me estaba dando diferentes chorizos para que los probara, a ver cuál es el más rico para las lentejas.
— El dependiente: sí, le estaba dando de probar los diferentes tipos de chorizos que tenemos. Se acercó a mí con una sonrisa. —Tu madre es increíble. Entiende mucho de chorizos y de cocina — dice con una voz tranquila
Mamá tienes unas pequeñas manchas de mayonesa creo, una en la frente, y otras dos en cada mejilla.
A si, es mayonesa, me ha dicho que hay chorizos que estan mejor con alguna salsa -Decía mientras se limpiaba los restos de semen, digo, de mayonesa-
Vámonos cariño, que tenemos que preparar la comida.
Adiós, gracias por el chorizo y la amabilidad -Decía mi madre mirando de manera coqueta y seductora al dependiente-
Hijo: Adiós señor
1 comentarios - Mi Mamá y el Dependiente