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Se cogieron a mi novia en el gym

Me llamo Cristian. Tengo veintisiete años y, hasta hace poco, creía que la vida me había dado la lotería. Lucia. La conocí en la facultad, en esas aulas grises de Administración de Empresas donde todos olíamos a café barato y desvelo. Ella era… distinta. Una morocha flaquita, de esas que parecen dibujadas a mano alzada por algún Dios con buen gusto. Y su cola… bueno, su cola era una obra de arte. Un milagro de la genética y la gracia que hacía que hasta el uniforme más feo de la facultad le quedara bien.
Nunca entendí qué vio en mí. Un pibe normalito, de un metro sesenta y cinco, sin abdominales, sin un peso partido al medio y con una timidez que a veces podía confundirse con soberbia. Pero gané. Con humor choto y siendo buena persona, parece, todavía se puede levantar a la chica más linda del curso. Durante tres años, fuimos nosotros contra el mundo. O eso pensaba.
El tercer año, la rutina nos pasó factura. Los kilos de más se nos pegaron a los dos, aunque a ella solo le daban un aspecto más… jugoso, si se quiere. A mí me hacían ver como un pancho. Decidimos que era hora de cambiar. Nos anotamos en un gym de cadena cerca de casa.
Verla entrenar se convirtió en mi nuevo deporte favorito. Esa mujer metida en una calza y un top… era un espectáculo divino. Se le marcaba cada curva, cada músculo que se tensaba. Yo me sentía el tipo más afortunado del planeta.
Poco a poco, empecé a hacerme popular. Gente que iba a nuestra hora me daba palmaditas en la espalda, me preguntaba cómo me iba. Todos pibes de nuestra edad, pero con cuerpos esculpidos, altos, con esa seguridad que dan los hombros anchos y los abdominales marcados. Yo, en el fondo, me sentía un impostor al lado de ellos, pero me halagaba que me incluyeran. Lautaro era el que más se me pegó. Un morocho de 1.83, con una espalda en V que podía dar sombra. Era mi “gymbro”, el que me corregía la postura, el que me pasaba tips. Me caía bien.
Pero noté cambios en Lu. Volvíamos del gym y estaba… eléctrica. Incandescente. Me saltaba encima con una urgencia que no era normal. Me cogía cerrando los ojos, cabalgándome como si yo fuera el último hombre en la tierra, perdida en un éxtasis que, ahora lo veo, no era por mí. Era por el subidón de hormonas, por el calor de los músculos trabajados, por las miradas que recibía todo el día y que yo, ingenuo, creía que eran solo para mí.
En pocos meses, Lu se transformó. Su genética estalló. No era solo una chica linda; era una diosa del fitness. Una perra de alta gama, la reina indiscutida de esas cuatro paredes llenas de espejos y metal. Y Lautaro siempre estaba cerca. Demasiado cerca.
Hasta que llegó el día. Uno de esos días de mierda que te cambian la vida con una puta casualidad. Tuve que ir más tarde al gym. Cuando entré, noté la mirada rápida de unos cuantos. Una risa nerviosa. Un “¡Cris! ¡No esperábamos verte!”, que sonó más a “¡Mierda, justo hoy!”.
Eché un vistazo. No estaba Lu. Le mandé un mensaje. Nada. Silencio. Pensé: “Estará en el baño de mujeres”.
Y sí. Estaba en un baño. Pero no en el de mujeres.
Mi teléfono vibró. Era un mensaje de un número desconocido. Un video. Lo abrí.
 Allí estaba ella. Mi Lu. Apoyada dentro de un box del baño, completamente desnuda. Lautaro, detrás de ella, con esas manos enormes que me habían corregido la postura, le agarraba las caderas con una fuerza bestial. No era hacer el amor. Era coger. A lo bruto. A lo animal. Ella gemía, pero no con la dulzura que lo hacía conmigo. Eran alaridos de una puta que se está dejando reventar por el macho alfa. 
El video duraba el tiempo suficiente para que mi mundo se hiciera trizas.
Un segundo mensaje llegó. Del mismo número. Lautaro, por supuesto.
«Bro, perdoná. No me pude aguantar. Lo hice para que veas que no era buena piba para vos. Espero que no te enojes conmigo.»
No hubo gritos. No hubo lágrimas inmediatas. Solo un vacío helado que se instaló en mi pecho. Le escribí a Lu. Dos palabras: «Terminamos.» Apagué el teléfono.
Obviamente, corté con ella. Y el gym… ese templo de mentiras y cuerpos perfectos… no lo pisé nunca más. A veces, en la quietud de mi nuevo departamento, me repito que gané por ser buena persona. Pero en el silencio, solo escucho la risa de Lautaro y los gemidos de la que creía que era el amor de mi vida.


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6 comentarios - Se cogieron a mi novia en el gym

nukissy4639
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Kaos566
Así se usan a los juguetes sexuales como su novia
Carlito-SL +1
buen relato. yo no la hubiera dejado
yatogami_sama
Claramente porque eres una mierda de ser humano, que solo piensa con las nalgas.