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Servicio a la Habitacion - Parte 2

Servicio a la Habitacion - Parte 2


Dos semanas después de aquel polvo salvaje en la azotea, Camila caminaba por los pasillos del edificio con una seguridad nueva. Su culo seguía moviéndose como un péndulo irresistible, y su relación secreta con Luis, el administrador, se había convertido en rutina ardiente: en el cuarto la culeo 2 veces, en el depósito del estacionamiento, ella lo montaba. incluso una ducha compartida en la suite presidencial.

Pero todo cambió con la llegada de Sabrina.

Rubia, alta, blanca como leche fresca, con unos pechos grandes que amenazaban con reventar el uniforme desde el primer día. Tenía modales de princesa… y una mirada calculadora. Apenas saludó a Camila al presentarse. Solo la miró de arriba abajo con una sonrisa falsa.
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—Yo sí vengo a trabajar, no a calentar jefes —murmuró al pasar.

Camila la ignoró… por ahora. Pero Luis no pudo.

La vio por las cámaras. La escuchó hablar con voz suave y provocadora. La observó agacharse, con esa blusa tensa, el escote profundo… y lo sintió: su pija reaccionó.

Una tarde, Sabrina llamó a su oficina.

—Señor Luis, tengo problemas con las llaves del depósito. ¿Podría enseñarme… personalmente?

Luis supo que estaba jugando con fuego. Pero no dijo que no.

Cuando entró al depósito, ella cerró la puerta detrás de él. Lo miró directo a los ojos.

—Camila se cree la reina, ¿verdad? Pero yo tengo algo que a ella le falta…

Se desabrochó la blusa. Lentamente. Sin pudor.

Las tetas más perfectas que Luis había visto en su vida quedaron expuestas. Sin sostén, turgentes, con pezones rosados duros como piedras.

—¿Quieres probar leche fresca, jefe?

Él se la comió con la mirada… y luego con la boca. La besó con furia. Le chupó los pezones como si estuviera sediento. Sabrina gemía, se aferraba a su cabello.

Se agachó, le saco el pene duro del pantalón y comenzó a lamerle y chuparle con ganas. Lo pajeaba con las tetas.

—Métemelo… quiero sentirlo. ¡Hazme tuya antes de que esa perra aparezca!

Luis no resistió. Le subió la falda, le bajó la tanga, la apoyó contra una estantería y se la metió de una en su concha húmeda y caliente. Sabrina se arqueó, temblando, dejando escapar un gemido agudo y lleno de deseo.
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—¡Sí! ¡Más! ¡Más fuerte! ¡Camila no te coje como yo!

Luis la tomó como si el mundo fuera a acabarse. Se la cogió con rabia, apretándole las tetas, como si estuviera vengándose de su deseo reprimido. Ella se puso cuatro en el piso, con las tetas colgando y mostrandole el culo rosado, la penetró lento, con la pija caliente bombeando ese culo, ella gimiendo, cuando estaba por acabar, se lo saco, y le termino en las tetas, ella lamiéndolas hasta la última gota.

Al terminar, ella lo miró con una sonrisa triunfal.
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—Si quieres más… ya sabes dónde encontrarme. Y cuidado que la morenita no se entere… aunque, quién sabe, tal vez le guste mirar.

Luis salió del depósito sudando, confundido, con la pija aún palpitando y la culpa quemándole el pecho.

Y Camila, desde la cámara de seguridad que ella misma había aprendido a usar… ya lo sabía.

Camila no dijo nada los primeros días. Observaba. Esperaba.

Pero por dentro, ardía.

Sabía que Luis se había acostado con la rubia. Lo vio todo: las manos, la lengua, la manera en que Sabrina gemía como una actriz porno. Lo que más le dolió fue ver a Luis disfrutarlo.

Así que esperó.

Una tarde, mientras Sabrina limpiaba una suite del piso 9, Camila entró sin avisar y cerró la puerta con llave.

—¿Qué haces aquí? —preguntó Sabrina, girándose con falsa sorpresa. Estaba en short, sin sostén bajo la blusa.

Camila sonrió. No había ni una pizca de simpatía en su mirada.

—Vengo a decirte que dejes de meterte con lo que no es tuyo.

Sabrina soltó una risa espontanea.

—¿Tuyo? ¿Ese pene viejo? ¿Porque te dejó subirte unas veces ya crees que eres la única?

Camila se acercó, el cuerpo tenso, los ojos brillando.

—Él me cogía mientras tú estabas limpiando baños. Yo me lo gané. No soy una putita de escaparate como tú.

—Pues parece que le gustó mi escaparate —dijo Sabrina, desabrochándose un botón más.

Camila la empujó. Sabrina la empujó de vuelta.

Y entonces… se besaron.

Fue salvaje. Casi como una pelea. Labios que se mordían. Lenguas que se cruzaban como dagas. Manos que arañaban y manoseaban sus vaginas, Los tetas grandes de Sabrina presionando contra los de Camila. La fricción era fuego.

Camila la tiró contra la cama. Sabrina la montó de inmediato, frotando su cuerpo desnudo sobre el de la latina morena.


—¿Ves lo que haces, perra? Me calientas…

—Cierra la boca y sigue chupando —gruñó Camila, sujetándole la cabeza y llevándola a su concha.

Se frotaban las vaginas entre si, se chupaban una a la otra.

Y en ese momento, Luis abrió la puerta.

Las dos mujeres se giraron, sudadas, con el pelo desordenado, y los cuerpos entrelazados. El silencio duró apenas dos segundos.

Camila lo miró.

Sabrina lo miró.

Y fue Camila quien habló:

—O te unes… o te largas. Pero esto ya no se trata solo de ti, papi.

Luis cerró la puerta… por dentro.

Y supo que acababa de entrar en un nuevo infierno: uno caliente, húmedo y delicioso del que ya no podría escapar.

Luis cerró la puerta con el corazón bombeando como un tambor de guerra. Frente a él, en la suite lujosa del piso 9, estaban Camila y Sabrina, desnudas, sudadas, calientes por el roce, por la pelea… y por él.

—¿Vas a quedarte ahí parado, jefe? —dijo Camila, mordiéndose el labio.

—Ven a ver cuál de las dos lo hace mejor —añadió Sabrina, guiñando un ojo.

Luis no respondió. Solo se desnudó mientras su erección palpitaba como una barra de acero. Se sentó en la silla de respaldo alto, como un rey que recibe tributo con la pija parada.

Camila se le adelantó. Lo montó con las nalgas redondas y calientes apretadas contra su pelvis, mirándolo con esa mezcla de fuego y picardía.
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—Mira y aprende, Barbie —le dijo a Sabrina. Mientras se metia la pija de el en la concha.

Empezó a cabalgarlo lento, sensual, con movimientos circulares que hacían gemir a Luis con la cabeza hacia atrás. Sus tetas pequeñas pero firmes rebotaban con ritmo, sus uñas se hundían en sus hombros.

—¿Te gusta cómo menea esta morenita, papi?

Luis solo pudo asentir, jadeando. Pero Sabrina no se quedó quieta.

—¿Eso es todo? —dijo burlona, acercándose. Le apartó a Camila con un gesto de reina—. Ahora te voy a enseñar lo que es una montada de verdad.

Tomó el relevo sin demora, sentándose con fuerza sobre la pija, húmeda de Luis. Sus tetas grandes se sacudían con cada embestida, el las apretaba y chupaba, sus gemidos eran más agudos, su ritmo más frenético.
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—¡Así! ¡Así se cabalga un pene duro! ¡A lo gringo, papi!

Camila gruñó. Se puso detrás de Sabrina y, mientras ella montaba a Luis como una amazona, le metió los dedos en el culo y la hizo gemir como perra en celo.

—¿Y así puedes seguir montando? —susurró Camila.

Luis estaba al borde del colapso. Dos diosas, una morena con fuego en la piel, otra rubia con tetas de película, y ambas luchando por hacerle explotar la mente y el cuerpo.

—¡Mi turno otra vez! —dijo Camila, y empujó a Sabrina al suelo, tomándolo ahora espaldas , introdujo su pija en su culo. Comenzó a rebotar sobre su pene, salvaje, gritando su nombre.

—¡Luis! ¡Luis! ¡Dime quién cabalga mejor! ¡Dilo!
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Sabrina con las piernas abiertas, tocándose, frente a ellos. Se giró en cuatro y comenzó a menear su culo, 

El salio de Camila y se colocó detrás de Sabrina, metiendole el pene en el culo, cabalgándola como animal.

—Dilo, papi… ¿Cuál de nosotras te hace ver las estrellas?
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Luis no podía decidir. Tenía a las dos chupandole el pene, mientras una lo mamaba, la otra le lamía las bolas. Su cuerpo se tensó. El placer subió como un volcán. Estalló con un gemido profundo, acabando sobre una y salpicando a la otra. Su respiración era caótica. Su mente, en blanco.

Las dos mujeres lo miraban, jadeando, sudadas, con una sonrisa de conquista.

—Creo que empatamos —dijo Sabrina.

—Sí —respondió Camila—. Espero la revancha. 

La suite estaba en silencio, apenas interrumpida por el zumbido del aire acondicionado y el olor penetrante de sudor y sexo. Luis dormía desnudo, con Camila de un lado y Sabrina del otro, ambas abrazadas a él como trofeos calientes.

Pero al día siguiente, todo cambió.

Una junta inesperada. Un informe no enviado. Quejas de huéspedes por falta de limpieza. Cargos extra mal aplicados. Y lo peor: una cámara del piso de mantenimiento lo captó cogiendo con Sabrina contra un carrito de sábanas.

Ese mismo viernes, el gerente regional lo llamó a la oficina central.

—Luis, nos caías bien… pero el hotel no es un prostíbulo. Estás despedido. Vacía tu casillero y no vuelvas.

Luis se retiro con el corazón destrozado, no por haber perdido el trabajo, sino por perder esas putas y salió con la cabeza mirando hacía abajo y la pija fría por primera vez en semanas.

Camila se enteró al instante. Sabrina también. Se cruzaron en el vestuario.

—Lo echaron por nuestra culpa —dijo Camila, sin pena.

—¿Nuestra? Yo solo me lo cogí mejor —respondió Sabrina, sonriendo.

Se miraron, intensas, con ese odio envuelto en deseo que las unía.

Y entonces, entró el nuevo jefe.

Joven. Pelo oscuro. Barba de tres días. Traje apretado en los bíceps., de sonrisa fácil y acento que mojaba tangas.

—Chicas —dijo con voz grave—. Soy Julián, el nuevo administrador. Vengo a poner orden… y conocerlas bien.

Ambas lo miraron como lobas frente a una presa jugosa.

Camila se mordió el labio.

—¿Orden… o disciplina?

Sabrina se adelantó, cruzando las piernas con descaro.

—Veremos si aguantás lo que el anterior no pudo.

El nuevo jefe sonrió sin entender el fuego que se avecinaba.

Y Camila, al oído de su rival, susurró:

—Ahora sí, rubia… vamos a ver quién se lo coge primero.

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