Regalos y Deseos
Miguel se encontraba cada vez más enamorado de su madre, y sus acciones reflejaban este sentimiento creciente. Comenzó a hacerle regalos más frecuentes, pequeños detalles que Erica apreciaba enormemente. Flores, chocolates, y notas de amor se convirtieron en una constante en su vida diaria. Miguel también se volvía más atrevido, besando a su madre en la mejilla con más frecuencia y abrazándola con una intensidad que antes no había mostrado.
Erica notaba el cambio en su hijo, pero, al ver que no se pasaba de la raya, decidió dejar que la consintiera. Le gustaba la atención y el cariño que Miguel le mostraba, y se sentía halagada por su devoción. Sin embargo, nunca imaginó la profundidad de los deseos de su hijo.
En casa, Miguel continuaba espiando a su madre, alimentando su fantasía erótica. Una tarde, mientras Erica se cambiaba de ropa, Miguel se asomó por la puerta entreabierta. Su madre, ajena a su presencia, se quitó la blusa y el sujetador, revelando sus senos firmes y perfectos. Miguel contuvo la respiración, sus ojos fijos en las curvas de su madre. Observó cómo se desabrochaba la falda, dejándola caer al suelo, y luego se quitó la ropa interior, mostrando su vagina y su culo redondo y perfecto.
Erica se movió hacia el espejo, y Miguel pudo ver su reflejo. Su cuerpo desnudo, iluminado por la luz suave de la habitación, era una visión que lo dejaba sin aliento. Se imaginó acariciando cada curva, besando su piel, y sintiendo su calor. Su excitación crecía con cada segundo, y su mente se llenaba de fantasías eróticas.
En otra ocasión, mientras Erica se duchaba, Miguel se coló en el baño. A través de la puerta entreabierta, pudo ver a su madre bajo el chorro de agua, su cuerpo enjabonado y resbaladizo. Observó cómo el agua corría por sus senos, su estómago, y sus caderas, imaginando cómo sería tocarla, besarla, y hacerla suya. Su excitación era insoportable, y se dejó llevar por sus fantasías, imaginando a su madre en diferentes situaciones eróticas.
Mientras tanto, Erica seguía con su vida normal, ajena a los deseos de su hijo. A veces, notaba a Miguel mirándola de una manera que la incomodaba, pero lo atribuía a la adolescencia y a las hormonas descontroladas. Nunca se le pasó por la mente que su hijo pudiera desearla de la manera en que lo hacía. Para ella, Miguel era su pequeño, su protector, y nunca imaginó que sus pensamientos pudieran ser tan oscuros y eróticos.
Con el cumpleaños de Erica acercándose, Miguel decidió que necesitaba hacer algo muy especial. Quería demostrarle su amor de una manera que ella nunca olvidaría. Su mente se llenaba de ideas, cada una más erótica que la anterior, mientras planeaba el regalo perfecto para su madre.
Miguel se encontraba cada vez más enamorado de su madre, y sus acciones reflejaban este sentimiento creciente. Comenzó a hacerle regalos más frecuentes, pequeños detalles que Erica apreciaba enormemente. Flores, chocolates, y notas de amor se convirtieron en una constante en su vida diaria. Miguel también se volvía más atrevido, besando a su madre en la mejilla con más frecuencia y abrazándola con una intensidad que antes no había mostrado.
Erica notaba el cambio en su hijo, pero, al ver que no se pasaba de la raya, decidió dejar que la consintiera. Le gustaba la atención y el cariño que Miguel le mostraba, y se sentía halagada por su devoción. Sin embargo, nunca imaginó la profundidad de los deseos de su hijo.
En casa, Miguel continuaba espiando a su madre, alimentando su fantasía erótica. Una tarde, mientras Erica se cambiaba de ropa, Miguel se asomó por la puerta entreabierta. Su madre, ajena a su presencia, se quitó la blusa y el sujetador, revelando sus senos firmes y perfectos. Miguel contuvo la respiración, sus ojos fijos en las curvas de su madre. Observó cómo se desabrochaba la falda, dejándola caer al suelo, y luego se quitó la ropa interior, mostrando su vagina y su culo redondo y perfecto.
Erica se movió hacia el espejo, y Miguel pudo ver su reflejo. Su cuerpo desnudo, iluminado por la luz suave de la habitación, era una visión que lo dejaba sin aliento. Se imaginó acariciando cada curva, besando su piel, y sintiendo su calor. Su excitación crecía con cada segundo, y su mente se llenaba de fantasías eróticas.
En otra ocasión, mientras Erica se duchaba, Miguel se coló en el baño. A través de la puerta entreabierta, pudo ver a su madre bajo el chorro de agua, su cuerpo enjabonado y resbaladizo. Observó cómo el agua corría por sus senos, su estómago, y sus caderas, imaginando cómo sería tocarla, besarla, y hacerla suya. Su excitación era insoportable, y se dejó llevar por sus fantasías, imaginando a su madre en diferentes situaciones eróticas.
Mientras tanto, Erica seguía con su vida normal, ajena a los deseos de su hijo. A veces, notaba a Miguel mirándola de una manera que la incomodaba, pero lo atribuía a la adolescencia y a las hormonas descontroladas. Nunca se le pasó por la mente que su hijo pudiera desearla de la manera en que lo hacía. Para ella, Miguel era su pequeño, su protector, y nunca imaginó que sus pensamientos pudieran ser tan oscuros y eróticos.
Con el cumpleaños de Erica acercándose, Miguel decidió que necesitaba hacer algo muy especial. Quería demostrarle su amor de una manera que ella nunca olvidaría. Su mente se llenaba de ideas, cada una más erótica que la anterior, mientras planeaba el regalo perfecto para su madre.
2 comentarios - Madre ingenua capitulo 3