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Compendio III
LA PARTIDA III

-Sí. Es decir, me vine una sola vez. – le respondí indiferente, todavía caliente pero comprensivo. – Tus hermanas y tu mamá van por una ronda extra después. Para dejarme tranquilo.
Quizás, sí he ido mejorando con el tiempo. Créanme que no estoy alardeando, pero las primeras veces que dormíamos con Marisol, quedaba bastante satisfecho. Sin embargo, con el pasar el tiempo, mis ganas por ella crecieron y las de ella también, por lo que hacerlo una vez no se hacía suficiente.
Y tal vez, eso me sorprendió de hacerlo con una mujer más joven. Pensé que tendrían más ganas. Mayor resistencia. En el acto sexual, el hombre siempre va con desventaja al correrse una vez mientras que una mujer puede correrse varias veces.
Eso me pasaba con Violeta: para ella, un polvo la dejaba exhausta. En cambio, con Amelia, a su edad, podía darle 2 veces seguidas. Lo mismo pasaba con Verónica, ni qué decir Pamela y ya les he dicho que, con Marisol, pues prácticamente prendíamos con agua.
Por lo que me sentí bastante satisfecho en esos momentos. Violeta me miraba con los mismos ojos temerosos que sus hermanas y su madre me mostraron la primera vez que les pregunté lo mismo.
De hecho, es la misma mirada de sorpresa que me dedica Marisol cada vez que hacemos un trío y le pido hacerlo una última vez con ella, antes de terminar.
Aunque habíamos dormido juntos antes toda una tarde, tal vez Violeta creía que era algo de una sola vez. Pero además, me impulsaba el saber que no volvería hacerlo con ella por un buen tiempo más.
❤️ Pero… pero… ¿No estás cansado? – Preguntó tartamudeando con literal pánico en sus ojos.
Sonreí satisfecho.
-La verdad es que no. – Le respondí, sujetándola de la cintura mientras la iba girando para fuera arriba. - Para mí, sigue siendo un jueves normal.
El asombro en sus esmeraldas era delicioso y rejuvenecedor. Rara vez miento. Trato de mantener mis promesas al pie de la letra.
Y basta echarle un vistazo a Marisol para ver que no fanfarroneo: Mi mujer tiene un brillo y encanto inusual. Una paz, calma, paciencia e inocencia que parecen surgir de la nada, pero que en realidad se debe a que tratamos de hacer el amor todas las noches.

Por lo que para Violeta, que yo le dijera que era un jueves normal, le significaba que efectivamente, me era un jueves normal.
Ni qué decir tiene que Violeta alcanzó nuevas aristas de placer. Marisol siempre compara hacer el amor conmigo a comer tu helado favorito y después, chocar con el carrito entero que te vende tu helado favorito.

Al estar ella encima, pudo llevar mucho mejor el ritmo de la penetración. Por supuesto, para mí, me significaba ver esos inocentes y majestuosos pechos sacudirse aún más.
Creo que toda la casa hacía eco con sus gemidos. Marisol y Verónica los conocían bastante bien. También los habían dejado salir en el pasado.
Marisol probablemente sonreía, satisfecha.
Verónica… lo más probable es que se estuviera masturbando, recordando las noches que habíamos compartido en el pasado.

Pero a medida que avanzábamos, Violeta empezó a cansarse. Su joven cuerpo de putita todavía no estaba listo para este tipo de maratones. Aunque dio una buena pelea y como les dije, siempre ha sido empeñosa, incluso cuando era una niña.

Cuando me vine, Violeta me había mostrado el tipo de ninfa en el que se había convertido. Al fin entendía lo que quería decir Verónica: de ahora en adelante, chicos como mis sobrinos o los musculitos arrogantes que encuentras en las discotecas ya no estarían más dentro del radar de Violeta.
Eran pasadas las dos de la mañana. Violeta respiraba agitada. Su pelo hecho un desastre. Su cuerpo cubierto de sudor. Pero su radiante sonrisa brillaba como el oro.
-¡Ok! – le avisé, cuando la pude sacar. – Una vez más.
Violeta se tensó y casi chilló.

❤️ Marco… no… ya no puedo… es demasiado. – me suplicó, tan cansada que apenas podía moverse.
-Oye, tu mamá me pidió que te rompiera la cola antes de irme. – le recordé, abriéndole de piernas.
Sus esmeraldas brillaban con terror.
❤️ ¡No, Marco! ¡No puedo! ¡Estoy agotada! – me respondió, casi suplicante.
-Y por eso es el momento adecuado para hacerlo. – Le expliqué, mirándola más tranquilo, no del todo movido por la calentura, sino que por alguna retorcida versión de comprensión paternal. – No vas a estar tan tensa. Y te va a encantar. De la misma forma que a tu mamá y a tus hermanas.
Mi voz la tranquilizó. Era como el mismo vinculo que compartíamos cuando era una niña. Por supuesto, más de una vez pensé en hacerle la cola eventualmente, pero su sexo estaba tan apretadito cuando veíamos televisión, que me era suficiente.
Aun así, entendiendo la lógica de Verónica, no quería dejar ninguna tentación para que Violeta explorase por otra parte y esto incluía la colita de su hija.
Además, a Pamela, Amelia y a Marisol les gusta tanto como yo se los hago, al punto que prefieren ignorar a cualquier otro tipo antes que mí para darles por la cola.
Se estremeció cuando metí la lengua en su agujero. Quizás, no lo esperaba, pero quería empezar a lubricarla. Luego, le fui metiendo un dedito por su ano, haciéndole retorcerse. A pesar de sus comentarios anteriores, a Violeta le quedaba algo de energía y un dedito en su ano era una experiencia que nunca había experimentado.
Cuando metí un segundo dedo, soltó un pequeño alarido de sorpresa. Aun así, su colita se sacudía, al encuentro con mis dedos.
Y para cuando pude meterle el tercer dedo, Violeta ya le había encontrado el gusto, a pesar de su cansancio anterior. Si bien apretados, mis dedos entraban y salían con relativa facilidad. Entonces llegó el momento de hacerle sentir de verdad.
Sus ojos se abrieron de par en par al verme cómo lubricaba mi pene con sus juguitos y mi saliva, asegurándome que su colita iba a estar lista.
Me contempló con la misma mirada que mi esposa me da cuando sabe que le daré por detrás. Podía sentir su ansiedad en el aire, a pesar de su nerviosismo.
-¿Estás lista? – le pregunté notando el matiz de excitación en sus ojos.
Violeta asintió con las mejillas coloradas en una mezcla de vergüenza y ansiedad. Me miró por encima del hombro, los ojos brillantes de curiosidad. Coloqué mi pene en su anillo apretado, notando cómo se estremecía levemente.
-Acuérdate de respirar y avísame si te duele demasiado. - le susurré, besando su cuello para calmarla.
Inhaló profundamente y volvió a asentir, preparándose. Empujé lentamente, sintiendo cómo su estrechez cedía ante mí, centímetro a centímetro.
Los ojos de Violeta se humedecieron cuando el dolor se mezcló con este nuevo e inesperado placer que nunca había experimentado. Sus gemidos fueron creciendo con cada embestida y se aferró a las sábanas con firmeza. El dormitorio se llenó del ruido de nuestros cuerpos al juntarse: el roce constante y rítmico de nuestras pieles sudorosas, nuestras respiraciones entrecortadas y sus dulces gemidos.

Pero una vez que pasé la punta, el dolor disminuyó. Le resultó una sensación extraña, como lo fue para sus hermanas. Pero al igual que ellas, sintió placer.
Vi su cara contorsionarse en una mezcla de placer y dolor. Sus pechos rebotaban colgantes al ritmo de mis embestidas y su ano estrujaba mi pene como un embudo. Lo estaba aguantando completamente y me sentí extrañamente orgulloso por ella.

Permitiéndole disfrutar la nueva sensación, me moví con lentitud, consciente de cualquier incomodidad que pudiese experimentar. Pero cuando la sensación se volvió mucho mejor, empecé a moverme con mayor confianza y empujar con mayor fuerza.
Su colita se sentía mucho más apretado que el de sus hermanas y no pude evitar sentirme extrañamente orgulloso de reclamarla de una manera tan tabú.
Sus gemidos se hicieron más profundos y empezó a arquear la espalda, como lo hacen sus hermanas, empujándose sobre mí, correspondiendo cada una de mis embestidas con las suyas. La visión de sus pechos perfectos meneándose con cada sacudida era hipnotizante.
❤️ ¡Dame más fuerte! – me suplicó Violeta, con una voz cargada de lujuria, ansiedad y una pizca de dolor. – ¡Por favor, Marco! ¡Lléname!
Sus palabras me estremecieron: por fin, Violeta era toda mía, en todos los sentidos.
Con su consentimiento, empecé a empujar más fuerte, rellenando su ano virginal en plenitud. Estaba tan mojada y receptiva. Sus gemidos se volvían más fuertes, su cuerpo completo sacudiéndose con cada embate.
La cama de Verónica empezó a azotar la pared, el golpeteo constante y los quejidos inconfundibles informaron a su madre y a su hermana que Violeta ya no era virgen por la cola.
Que ahora, era una mujer hecha y derecha, al igual que ella.

Los quejidos de Violeta se volvieron cada vez más desesperados, su cuerpo moviéndose armónicamente con el mío. Su conchita estaba más mojado que nunca y su ano se estiraba alrededor de mi pene como un guante o un calcetín caliente y apretado. Se había vuelto una criatura sexual y era encantador verla de esta manera.
Al igual que a sus hermanas, le encantaba. Probablemente, como con Marisol, le gusta incluso más que el sexo normal. Y lo más sorprendente: seguía queriendo más.
Su culito era una delicia para la vista, rosadito y estirado en torno a mi pene hinchado y venoso. Podía sentir las paredes de su recto apretándose con placer y supe que estaba a puertas de alcanzar un nuevo orgasmo.

Sus entrañas ardían con un calor abrasador. No obstante, su sexo, al igual que el de mi ruiseñor, ya estaba empapado y goteando.
❤️ ¡Ay, sí! ¡Marco, sí! – Gimió Violeta con pasión, su voz resonando en dormitorio, combinándose con el ruido de nuestros azotándose y el crujir de la cama.
Violeta finalmente se había vuelto una de mis putas. Y yo sabía que, independientemente de que si estaba casada o saliendo con alguien, reservaría un tiempo y un lugar para echarnos un polvo.
Su trasero era un paraíso. Y a ella le encantaba. Con cada embestida, podía sentir su agarre apretado en torno a mi miembro, instándome a avanzar más a fondo. Y así lo hice, sobrepasando cualquier límite que pudiera tener.
Y en cierta manera, Violeta me entendió: le hice el amor hasta el cansancio solo para que estuviese más consciente de su entrada trasera, volviendo la experiencia abrumadora y su miedo inicial se diluyó con el cansancio.

Para entonces, remecía su cuerpo como si fuese un tren de carga. El velador de Verónica se sacudía como en un terremoto. El constante golpeteo de la cabecera era fuerte y duro. Violeta, al igual que sus hermanas, apenas aguantaba mientras yo empujaba una y otra vez mi pene en lo más profundo de sus intestinos.
❤️ ¡Marco, por favor! ¡Ya no doy más! – Me susurró, la voz quebrandose en cada palabra.
Sabía a lo que se refería y créanme, yo también quería correrme.

Pero lo malo de correrse tres veces seguidas al mismo tiempo es que tu resistencia se dispara. Y claro, su cuerpo estaba apretado y candente, pero yo no estaba ni siquiera cerca de venirme. Mi pene estaba hinchado, pero la embestía con locura, intentando acelerar mi orgasmo.
Violeta lloraba lágrimas de placer. La estaba haciendo acabar y acabar y acabar otro poco más, pero yo estaba luchando por alcanzar mi propio placer. Ella me suplicaba, con voz ronca y agotada, pero lo único que yo podía hacer era sujetarla más de la cintura.

Finalmente, tras unos veinte minutos de combate, pude venirme dentro. Sus gritos fueron intensos, llenos de alivio mutuo y yo seguía soltando chorro tras chorro como si tuviera litros de semen en los testículos.
Eran las cuatro de la mañana cuando conseguí sacársela. Para entonces, Violeta dormía o se había desmayado, pero sentía que todo su cuerpo se había vuelto un guiñapo.
Mi pene me dolía. Violeta estaba muy apretada, pero al menos pude dormir un poco.
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