Capítulo 1: La mirada que lo cambia todo
Fue en una charla casual, entre amigas, donde todo comenzó a desatarse. Una tarde cualquiera, con el sol bajando lento por la ventana, el mate en la mesa y el silencio cómplice que solo se da entre mujeres que ya se conocen demasiado. Y fue entonces que surgó su nombre: Mariela.
—Che... ¿ustedes la vieron a la madre de Mahia, Sofía y Abril ultimamente? —preguntó Carla, bajando la voz como si estuviera confesando un pecado.
Paula levantó la vista y sonrió de inmediato.
—Decime que no sos la única que está obsesionada con ella… porque yo la vi el otro día con un jeans blanco, remerita sin corpiño, y casi me voy al baño del colegio a tocarme.
Las dos rieron, pero no era solo una broma. Había algo en esa risa: un calor compartido, un fuego que se venía gestando desde hacía tiempo.
Mariela. Ese nombre ya tenía peso propio. Era la madre que no parecía madre. Esa mujer que caminaba como si el deseo la siguiera. Siempre impecable, pero no por lo que vestía, sino por cómo lo llevaba. Había algo en ella... libertad, experiencia, una sensualidad que no pedía disculpas.
—Yo la vi en el supermercado hace unos días —dijo Carla, bajando la voz aún más—. Te juro que me habló al oído, y sentí que me derretía. Tenía ese perfume... y esa forma de mirar. Como si supiera.
—Como si supiera que puede tenernos cuando quiera —agregó Paula, con un suspiro.
El silencio volvió, pero ya era otro. Cargado de fantasías no dichas, de imágenes que se colaban en la mente como dedos entre piernas. La tarde seguía cayendo. Pero entre ellas, algo se había encendido.
Y Mariela, sin saberlo, se había vuelto el centro de sus deseos.
Capítulo 2: La confesión
Aquella noche, las palabras comenzaron a fluir como vino tinto en copa fina. Paula y Carla se encontraban en el departamento de Paula, un lugar pequeño pero acogedor, lleno de luz cálida y perfumes sutiles. La charla sobre Mariela había dejado una chispa prendida y, sin darse cuenta, Paula empezó a hablar con voz más baja, cargada de una mezcla de nervios y deseo.Te tengo que contar algo —dijo, mirando a Carla a los ojos—. No es sólo que me haya fijado en ella, ni que la admire desde lejos... Yo estuve con Mariela.Carla parpadeó sorprendida, una sonrisa burlona se dibujó en su rostro.—¿En serio? ¿Vos? —preguntó, casi sin creerlo.—Sí —confirmó Paula, mordiendo su labio inferior—. Fue una tarde cualquiera, cuando las chicas estaban en la escuela y ella me invitó a su casa. Empezamos tomando mate, hablando sin apuros, hasta que sentí que el aire se hacía más denso, más calienteSu voz bajó aún más, casi un susurro.—Mariela es... es fuego puro. Me miraba con esa seguridad, ese saber que me desarmaba entera. Cuando me besó por primera vez, no fue un beso cualquiera, fue como si el tiempo se detuviera. Sus manos recorrieron mi espalda, bajaron lento, y yo... yo me entregué.Carla la escuchaba, excitada y embelesada.—¿Y qué pasó después? —preguntó, ya deseando más detalles.—Me llevó al cuarto, cerró la puerta y me besó otra vez, pero esta vez con hambre, con ganas. Me desabrochó la blusa mientras me mordía el cuello, sentí su respiración entrecortada, su piel caliente contra la mía. Fue como si cada caricia fuera un incendio. Me hizo sentir viva como nunca antes.Paula pausó, dejó que la imagen quedara flotando en el aire entre ellas.—Terminamos en la cama, y no puedo decirte cuántas veces acabé en sus brazos. Su lengua, sus manos... Era como si supiera exactamente dónde tocarme, cómo hacerlo. Una mujer así no se olvida nunca.Carla respiró hondo, la fantasía se hizo real en su mente.—¿Y vos? ¿Querés volver a verla?
Paula sonrió, con la mirada húmeda —Más que nada. Mariela no es solo una mujer. Es un fuego que te consume y te deja viva. Y yo... yo ya estoy atrapada.
Capítulo 3: El segundo encuentro
Pasaron unos días desde la confesión de Paula, pero en la mente de Carla no había otra imagen que la de Mariela. La forma en que Paula describía sus gestos, sus susurros, el calor que irradiaba esa mujer… Todo la tenía completamente obsesionada.
Una tarde, mientras hacía las compras en el supermercado, la vio. Ahí estaba, tan imponente y natural como siempre. Con un jean ajustado que delineaba cada curva, una blusa ligera que dejaba entrever la piel sin corpiño, y el pelo recogido en un rodete imperfecto que la hacía aún más irresistible.
Mariela la miró justo cuando Carla pasaba, y con una sonrisa lenta y segura, se acercó. Al instante, Carla sintió que el mundo se hacía pequeño, como si sólo ellas existieran en ese momento.
—Hola, Carla —dijo Mariela, su voz suave y llena de promesas—. ¿Te acordás de mí?
Carla apenas pudo articular respuesta. El perfume, el calor de su cuerpo, la manera en que sus ojos la atravesaban… todo la desarmaba.
—Sí —respondió con voz temblorosa—. Me acuerdo muy bien.
Mariela deslizó una tarjeta en el carrito y susurró:
—Si querés, vení esta noche. Las niñas no están y quiero mostrarte algo.
Carla sintió un escalofrío recorrerle la espalda. No podía esperar.
Llegada la noche, Carla tocó la puerta de Mariela con el corazón a mil. Mariela abrió vestida con una bata de seda negra que apenas la cubría, dejando ver la piel tersa y el cuerpo que había visto miles de veces en su imaginación.
La invitó a entrar con una sonrisa pícara y la cerró sin prisa. Se acercó, acarició su rostro y dijo:
—Desde la primera vez que te vi, supe que esto iba a pasar.
Carla no pudo resistir más y se fundieron en un beso ardiente. Mariela la guió hasta la cama, desnudándola con lentitud, disfrutando cada centímetro de piel. Las manos de Carla exploraron a Mariela, y cada toque era un incendio.
Las horas siguientes fueron un torbellino de sensaciones, caricias y gemidos. Mariela la llevó a lugares que Carla ni siquiera sabía que existían dentro de ella. Acabaron entrelazadas, jadeantes, con la piel encendida y los sentidos despiertos.
Al irse, Mariela le susurró al oído:
—Esto es sólo el comienzo.
Carla salió con una sonrisa y un deseo renovado, sabiendo que nada volvería a ser igual.



Capítulo 4: El deseo compartido
Las semanas siguientes estuvieron marcadas por mensajes furtivos y miradas cómplices entre Paula y Carla. Lo que comenzó como una charla casual se había transformado en una obsesión compartida. Ambas sentían que Mariela no era solo una mujer más, sino una fuerza de la naturaleza capaz de despertar en ellas deseos que ni siquiera se habían permitido reconocer.
Una tarde, mientras compartían un café, Paula soltó la idea que ambas venían callando:
—¿Y si la invitamos a las dos? —dijo con una sonrisa pícara—. No puedo dejar de pensar en lo que me contó, y sé que vos estás igual.
Carla la miró, un poco sorprendida, pero rápidamente su rostro se iluminó con complicidad.
—Sería una locura —respondió—, pero ¿quién dijo que no nos merecemos un poco de locura?
Sin perder tiempo, enviaron un mensaje a Mariela, directo y sin rodeos:
"Nos morimos por verte… las dos juntas."
La respuesta llegó casi de inmediato:
"Las espero. Estoy mojada solo de imaginarlo."
La ansiedad crecía con cada minuto que pasaba. Cuando llegó el día, se encontraron frente a la puerta de Mariela, nerviosas y excitadas, conscientes de que estaban a punto de cruzar una línea que cambiaría todo.
Mariela abrió con esa bata negra que parecía parte de su piel. Sin decir palabra, dejó que cayera al suelo y las recibió desnuda, segura, dueña absoluta del momento.
El beso que compartieron las tres fue explosivo. Manos que se exploraban, pieles que se fundían, gemidos que rompían el silencio de la noche. Jugaron, se probaron, se tocaron sin prisa, disfrutando cada instante como si fuera el último.
Mariela las condujo a su cama, y ahí se entregaron sin reservas. Lamiendo, mordiendo, acariciando, haciendo que cada sensación fuera más intensa que la anterior.
Acabaron juntas, una y otra vez, enredadas en un placer que las desarmaba y las reconstruía al mismo tiempo.
Cuando finalmente el silencio volvió, quedaron abrazadas, compartiendo miradas que decían más que cualquier palabra.
Esa noche, entendieron que con Mariela nada sería igual. Que el deseo compartido había abierto una puerta hacia un mundo nuevo, sin reglas, sin límites, solo con fuego y verdad.

Epílogo: El fin de un comienzo
Después de aquella noche, nada volvió a ser igual para ninguna de las tres. Lo que comenzó como una charla casual entre amigas terminó en un vínculo profundo, cargado de deseo, confianza y complicidad.
Mariela se convirtió en un fuego compartido, una obsesión hermosa y liberadora para muchas madres y muchos padres, una tentación que desafía límites y rompe silencios.
Cada encuentro, cada caricia, cada gemido las transformó, las hizo sentir vivas, completas. Y aunque el mundo siga con sus reglas y sus etiquetas, ellas aprendieron que el deseo es un territorio libre, un espacio donde solo manda el placer y la verdad.
Porque hay mujeres y hombres que no se olvidan. Y Mariela es uno de esos deseos eternos.

Prólogo: La voz de Mariela
Soy Mariela. Madre de Mahia, Sofía y Abril, tengo 38 años, estoy casada, y soy una mujer con hambre, con deseo, con ganas que no se apagan. La vida me enseñó que el placer no tiene edad ni dueño, que la piel es el territorio donde se escriben las historias más verdaderas.
Cuando las vi a ellas, dos amigas que hablaban de mí con ese fuego en la voz, no imaginé que iba a ser parte de algo tan intenso. Que su deseo y el mío se cruzaran en un juego sin reglas. Que mis manos, mi boca y mi cuerpo fueran el refugio donde se ocultaban los secretos más oscuros y sinceros.
No soy solo la madre que cuida y protege. Soy la mujer que provoca, que invita, que se entrega sin miedo. Soy la puta de las casadas, la que muchas mujeres quisieran ser, y también la fantasía prohibida de muchos hombres.
Y cuando me buscan, cuando me encuentran, saben que conmigo no hay vuelta atrás.
Soy Mariela. La mujer que no se olvida. Y se nota. Totalmente sexual.
1 comentarios - Mariela: La mujer que no se olvida