
Estoy harta.
Harta de ser esa mujer que camina a su lado, que sonríe, que da todo… y aun así, siente cómo sus ojos se pierden en otras.
Lo veo claro cuando nos cruzamos en la cocina, cuando nos sentamos en la mesa, o cuando caminamos juntos por la calle.
Él mira a otras, sin pudor, sin vergüenza.
Y yo, aquí, con el cuerpo que me pide que me toque, que me quiera, que me tome.
Pero él no me ve.
No me desea.
Me duele en el pecho y se me enciende la piel.
Porque soy mujer.
Soy deseo.
Soy hambre.
Y sé que merezco más que miradas distraídas y silencios congelados.
Entonces, un día, rompí ese silencio interno.
Me di permiso.
Me dejé llevar.
Y fue como despertar después de un sueño largo y oscuro.
Un hombre me vio. De verdad.
Su mirada me recorrió entera, lenta, con hambre, con respeto.
Sus manos descubrieron mi cuerpo como si fuera un mapa prohibido.
Y yo me entregué.
Grité en sus besos, en sus caricias, en la piel que se encendía bajo sus dedos.
Sí, soy infiel.
Pero no por odio ni por rabia, sino por necesidad.
Porque necesitaba sentirme viva, tocar el fuego que llevaba apagado dentro.
Porque esos hombres, esos desconocidos que me amaron sin condiciones, me devolvieron el reflejo de una mujer que no sabía que seguía ahí.
He hecho el amor en lugares que nunca pensé.
En un auto, en un baño, en la oscuridad de un probador, en una escalera donde solo nosotros éramos dueños del tiempo.
Cada encuentro fue una explosión de sensaciones, de placer clandestino que me llenaba y me liberaba.
Salir al supermercado después de eso es un acto de poder.
Caminar entre gente, con la piel ardiente y la cabeza alta.
Sabiendo que esos hombres me miran, que otros maridos me desean en secreto.
Y que sus mujeres, igual que yo, se ahogan en un silencio que pesa más que cualquier palabra.

Soy puta, sí.
Pero esa mujer que también camina entre esas góndolas, la miro con deseo, la entiendo, la disfruto.
Porque sé lo que es querer ser vista.
No me conformo con migajas.
No quiero más un amor que me ignore.
Si él prefiere mirar a otras, yo prefiero ser mirada, tocada, deseada.
Soy puta.
Soy infiel.
Pero también soy mujer.
Y ahora que sé esto, no sé qué seguirá.
Solo sé que mi cuerpo sigue pidiendo más.
Y mis ganas no se apagan.
¿Quién sabe qué fuego prenderé mañana?
¿Con quién compartiré mi deseo?
Solo sé que ya no tengo miedo de ser quien soy.

3 comentarios - De la invisibilidad al deseo