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Once años después… (XXI)




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Compendio III


LA PARTIDA II

El día de la propuesta finalmente había llegado y la tensión en el aire se volvía más densa a medida que la última noche se acercaba.

Podía notar a Violeta mirándome por encima del hombro, sus ojos llenos de curiosidad y aprensión. Es joven, pero no por eso ingenua. Sabía lo que se nos venía. Y tengo que reconocer que, en más de una ocasión, se me puso dura con la idea.

Verónica tuvo la gentileza de prestarnos su cama matrimonial. Sin Guillermo, mi suegra pasaba las noches masturbándose a solas.

Pero me sorprendió mucho ver a Violeta vestida de punta en blanco con su lencería. Para darles una perspectiva, once años atrás, yo solía sostener a Violeta en mi regazo cuando era niña. Pero ahora, su versión adulta era nada menos que impresionante.

La tela de su sostén de encaje se ceñía en torno a sus enormes melones, que parecían a punto de estallar en cualquier segundo. La forma en que sus nalgas asomaban por debajo de su tanga eran una declaración de guerra, demandando un apretón.

Once años después… (XXI)

-¿Estás segura? – pregunté en voz baja y ronco por la excitación.

Violeta me miró con aquellas preciosas esmeraldas, del mismo tono que los de su madre y sus hermanas, y asintió. Se acercó de a poco, sus pechos rebotando levemente con cada paso.

Cuando me quité la camiseta, Violeta literalmente suspiró. No es que precisamente tenga músculos en el abdomen, pero intento mantenerme en forma, haciendo flexiones, sentadillas y salgo a correr al menos cuatro veces a la semana.

tetona

No obstante, con Marisol entrenamos pesadamente a diario en el dormitorio…

Los ojos de Violeta se pusieron enormes y se relamió, con un leve tono de nervios en su voz.


❤️Tienes muchos músculos… - susurró.

Sonreí satisfecho y me acerqué más a ella, sintiendo el calor de su cuerpo sobre el mío.

-Tú tampoco te ves nada mal, princesita. – Le dije, apartando suavemente un mechón de su rostro.

Pero a pesar de nuestras palabras, ambos nos sentíamos tímidos. Yo podría ser su padre y Violeta me seguía mirando con admiración.

Dicho esto, el encuentro fue tierno y un poco romántico. Los dos estábamos inseguros sobre cómo proseguir.

Empezamos besándonos. Los labios de Violeta me recordaron a los de Amelia: cuando tuvimos nuestra aventura, también era inexperta. Pero la lengua de Violeta era curiosa. Como si tantease dentro de mi boca antes de avanzar.

Sus manos bajaron hasta mis pantalones y empezó a desabrocharme el cinturón. Me sentía como entre un sueño o una pesadilla, no podía discernir en esos momentos. Lo que sí estaba seguro era que mi pene estaba duro como el acero.

Pasé a sus pechos. Eran sencillamente increíbles. Se sentían tiernos y firmes a la vez.

jovencita

Los pechos de la familia de mi mujer tienen identidad propia: Los de Verónica son grandes, suaves, blandos y extremadamente sensibles; los de Amelia son enormes, blandos como malvaviscos gigantes; los de Pamela eran firmes, tiernos, seductores. Su piel oscura los hace lucir más exóticos; los de Marisol son blancos como la leche, del tamaño de flanes, perfectos. Sus pezones con forma de frutilla son exquisitos. Su leche materna, simplemente deliciosa.

Y ahora, los de Violeta eran inexpertos, enormes y firmes. Sin lugar a duda recibe la mirada de los hombres, mis sobrinos e incluso mi hermano. Pero es demasiado tímida como para usarlos como armas de la manera que lo hizo Pamela durante de su juventud.

Cuando la toqué, soltó un pequeño gemido, haciendo que mi pene se tensara. Ella nunca había sentido ese tipo de sensación, ni siquiera con el pobre diablo que tomó su primera vez. Me parecía evidente que ella estaba esperando este momento.

Cuando mi pene hizo su aparición, Violeta lo contempló con miedo y respeto. Lo había montado varias veces. Pero al igual que las primeras veces que hacíamos el amor con mi amada, mi erección la intimidaba.

Violeta la tocó, tratando de envolverla con su mano. En cierto modo, puedo entenderlas: se ve tan gruesa en comparación con sus estrechas conchitas, que para ellas es casi un milagro que les pueda entrar.

Pero supongo que es eso lo que las termina encantando: Cada vez que lo hacemos, las estiro y mi ritmo y resistencia hacen que sus experiencias se vuelvan memorables y llenas de placer.

Violeta intentó masturbarme, mirándome a los ojos como una niña orgullosa de una gran hazaña. Me limité a devolverle la sonrisa, ayudándola a acostumbrarse. Pero una vez que se divirtió lo suficiente, le pedí que se acostara en la cama, abriendo sus piernas.

infidelidad consentida

Las esmeraldas de Violeta me contemplaron con vacilación. Al igual que me pasó con sus hermanas, mi erección se veía imponente frente a su sexo.

-No te preocupes. Tú sabes que seré delicado. – Le dije, tratando de calmarla con mi voz. – Si sientes alguna molestia, avísame.

cunadita

Me sentí como el encargado de una atracción en un parque de diversiones cuando le dije eso, pero no era mi primera vez con una joven adolescente e inexperta. Quizás, era mi primera vez con alguien con quien ya estaba emparentado, aunque a estas alturas, ya no me importaba.

Empecé a empujar lentamente, mientras ella se iba preparando. Como esperé, todavía estaba muy apretada y para ella, la experiencia todavía le causaba un ligero dolor, tal y como Marisol le había contado semanas atrás. Sin embargo, no duró demasiado. De hecho, una vez que metí la cabeza, pareció empezar a sentirse mejor.

Once años después… (XXI)

Los ojitos de Violeta empezaron a humedecerse a medida que fui empujando más y más adentro de ella. Respiraba con dificultad, intentando acostumbrarse a la sensación. Pero sabía por experiencia que cuando se acostumbrara, me pediría cada vez más.

Sus pechos empezaron a menearse. Mientras empujaba hacia adelante y hacia atrás, pensé en lo injusta que había sido la naturaleza con mi ruiseñor en su juventud: Marisol tenía entonces el pecho casi plano. Sin embargo, eso hizo que nos hiciéramos buenos amigos. Su cara me parece preciosa, aunque sus ojos verdes me hacían sentir inquieto y su trasero tenía forma de durazno. Pero en aquellos tiempos, simplemente éramos buenos amigos que nos encantaba conversar.

Violeta empezó a gemir, haciéndome sentir mucho mejor. Como mencioné, no quería perderme en la lujuria. Violeta es una adolescente sexy, pero también, por un tiempo, fue la niña a la que le leía cuentos para dormir. Por lo que no quería que experimentara el sexo salvaje y animal que comparto con sus hermanas. Solamente las partes dulces de hacer el amor.

Su estrechez era formidable, envolviendo mi pene como una manta húmeda, apretada y refrescante. Pero a diferencia de las primeras veces, no gimió o pidió que me detuviera. La aguantó toda. Es empeñosa, su madre y sus hermanas le han enseñado bien.

Sus piernas me rodearon por la cintura, recordándome a una monita simpática. En cierta forma, me pareció gracioso: soy mucho más alto y a lo mejor, ella todavía está en el estirón. Aun así, sus gemidos eran sensuales, como los de un adulto, por lo que me puso más caliente.

tetona

Empecé a subir el paso, sintiendo cómo sus pliegues se iban adaptando a mi hombría. Los ojos de Violeta me contemplaban con una amplia sonrisa. La sonrisa de alguien que disfruta algo que sabe que está mal, pero es demasiado enviciante para poder dejarla.

Sus pechos se mecían como yemas locas. Mientras la penetraba más y más, me preguntaba por el tipo con el que Violeta terminará saliendo. ¿La haría gemir como yo? ¿La estiraría de la misma manera?

Lo más seguro es que no, si de verdad creo el argumento original que me dio Verónica.

Sus paredes estaban tensas, ardientes y húmedas, y mientras más me movía, ella más se relajaba. Me pareció una sensación extraña de estar dentro de una mujer tan joven e inexperta, pero también tan deseosa de complacer. Las caderas de Violeta comenzaron a sincronizarse con las mías, sus gemidos haciéndose más fuertes por minuto mientras se perdía en el momento.

Fue entonces que empecé a entender a qué se refería Verónica: debajo de mí, Violeta empezaba a sentirse realmente como una mujer.

No puedo precisarlo claramente, pero había algo en sus gemidos, en sus temblores, en sus jadeos, que me decía que ya no sentía el mismo placer que sientes al comerte tu helado favorito. Ni viendo el programa de televisión que más le gustaba. Ni siquiera compartiendo un acalorado beso.

Era algo intenso. Primitivo. Algo que venía de lo más profundo de su ser. No guiado por la lujuria o la atracción, pero alimentado por la pasión. A mi parecer, era como si algo surgiera de Violeta. Y me di cuenta de que no era la primera vez que presenciaba esa sensación. Marisol, Amelia, Pamela también mostraron una reacción similar en un momento dado.

Tal vez crean que se trató de un orgasmo. Pero insisto que esto estaba demasiado lejos de serlo. Era como si una pasión creciente la fuera abrazando. Haciéndole sentir completamente viva. Inmensurable. Sinceramente, me cuesta describirlo.

Pero estaba ahí. De forma permanente. Una parte de ella que nunca más volvería a esconderse. Que daría forma a su personalidad, sus acciones, su comportamiento de ahí en adelante. En resumen, algo en lo más profundo de Violeta que por fin había encontrado.

Era el mismo sentimiento que terminó transformando a Marisol de una adolescente tímida e inexperta en la gloriosa mujer, deseosa de más. La misma fuerza que obligó a Amelia a buscar una pareja que la tratara de la misma manera que lo hice yo. La quitó el velo en los ojos de Verónica para encontrar el amor fuera del matrimonio.

En cierta forma, fue una especie de renacimiento, que hizo que el alocado discurso de Verónica fuese más comprensible y, de alguna forma, yo estaba siendo testigo de ello o haciéndolo posible.

A decir verdad, Marisol siempre me ha dicho que cada vez que me termino acostando con otra mujer, he cambiado su vida para bien, algo que solía hacerme sonreír, porque se parecía a la trama principal de mi serie favorita de viajes en el tiempo. Pero en esos momentos, presenciándolo, me daba cuenta que la explicación de Marisol también era válida.

jovencita

La transformación fue nada menos que asombrosa. Violeta parecía adoptar esta nueva versión de sí misma. Me rodeó el cuello con sus brazos, como si pidiese que me mezclara más. Sus besos subieron a un nivel completamente nuevo. Su cintura temblaba con mayor desesperación y sus pechos parecían querer enterrarse en mi tórax.

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Me sentí extrañamente orgulloso. Como si fuese su primer amor, su primer todo. Como si estuviera abriendo un cofre del tesoro lleno de deseos, fantasías y sensaciones que Violeta nunca estuvo consciente que las tenía.

Y fue entonces cuando Violeta alcanzó un orgasmo. Uno intenso, grande. El primero de muchos. Como si esta nueva fusión con su versión adulta amplificara sus sentimientos. Su pasión. Su calentura.

Para mí, era casi como si pudiera ver la línea. La Matrix: por alguna extraña e inexplicable razón, la familia de mi esposa estaba llena de putas. Pero no del tipo normal, “Prepago”.

Se convirtieron en mis putas.

Mientras le metía la verga entera dentro de la conchita apretada, mojada y tormentosa de Violeta, me di cuenta de que ya no podría visitar a Amelia sin tirármela.

cunadita

Que Pamela le pediría a Marisol que la visitase solo para que le diera por el culo.

Once años después… (XXI)

Que cada vez que visitara a mi suegra, lo menos que ella me daría sería una mamada.

tetona

Y que probablemente, de ahora en adelante, con Violeta lo haríamos sin condón.

jovencita

Y entonces, pensé en las implicancias: que ahora, una vez que embaracé a Pamela, ¿Qué impedía a Amelia y a Violeta para pedirme lo mismo?

Para este punto, Violeta gemía desenfrenada. Probablemente aún más fuerte que las primeras noches que Marisol y yo dormimos juntos durante nuestra visita. Casi podía imaginarme a mi mujer y a mi suegra sacudiéndose sus botones con desesperación, dado que Violeta por fin estaba sintiendo lo que ellas mismas habían experimentado en el pasado.

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Nuestro ritmo se volvió salvaje. Candente. Quizás Violeta no era tan experimentada como Pamela o Marisol, pero su juventud me hacía pensar que me estaba acostando con un tornado. Las cosas empezaron a galopar sobre el velador de Verónica. Los resortes de la cama crujían a un ritmo constante y rechinante. La cabecera azotaba la pared con la intensidad de un mazo.

Sentía que, de alguna manera, Violeta estaba dando lo mejor de sí misma. Una interminable búsqueda de placer, donde ella luchaba una y otra vez contra el suyo, buscando darme el mío y de alguna manera, mi razonamiento analítico hacía lo posible por contenerlo.

Pero cuando ambos alcanzamos el clímax, los gemidos de Violeta se convirtieron en un grito a toda regla. Sus uñas se clavaron en mi espalda con desesperación y su conchita se contrajo alrededor de mi verga como una mordaza. Era una sensación que queda corta ante cualquier palabra.

Para mí, se sintió como una explosión nuclear. Me pinchaba la verga mientras que disparo tras disparo tras disparo de semen rellenaba el vientre de Violeta, haciéndola gritar incluso más alocada. Tuve que recuperar el aliento, como si de repente me hubiese puesto a correr a máxima velocidad. Aun así, me sentía incapaz de controlarme mientras la iba llenando con mi semen, la respiración de Violeta cada vez más agitada, su pelo hecho un desastre y todo su cuerpo brillando de sudor.

cunadita

Me quedé ahí, pegado en su interior. Y Violeta, agradecida, me envolvió en un abrazo. Sus besos fueron gentiles. Su cuerpo se sentía de alguna manera… mío.


❤️¡Eso fue impresionante! ¡Se sintió increíble! ¡Muchas gracias! – Me agradeció saltando un poco con euforia para devolverme el beso, haciendo que mi verga se agitara dentro de su conchita apretada.

Pero entonces, llegó “El terror”: La misma expresión que envuelve a mi esposa y a sus familiares...

-¿Quieres hacerlo de nuevo? – Le pregunté con todas las ganas.

Violeta me contempló atónita.


❤️¿Qué? – me preguntó, casi en estado de shock.


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