Y ahí está mi novia… toda acabada, con el culo cubierto de la leche de otro.
Y yo, en el sillón, con la pija en la mano, la cabeza flotando en un mar de morbo.
Entonces, aparece la morocha saliendo del baño, con esa silueta asesina.
Camina con calma, con esa sensualidad felina que ya me tiene hecho mierda. Desnuda, fresca, con la piel húmeda y el pelo mojado cayéndole por la espalda. Se detiene en seco al ver una escena hermosa: Flor en cuatro, el culo cubierto y lleno de leche, sonriendo con esa cara de puta, pegada al colchón. El rubio al costado, respirando como un toro, todavía con la pija goteando.
Yo en el sillón, pajeándome como un degenerado morboso.
La morocha no dice nada. Sonríe. Se acerca a la cama, se sube despacio, entrando en la zona de guerra. Se arrodilla detrás de Flor y, sin previo aviso, le da un beso suave en el culo, justo en el medio del manchón blanco. Flor suelta un gemido, media sorprendida, media extasiada por lo que estaba pasando.
La morocha le pasa la lengua. Lento. Despacio. Desde la espalda baja hasta la raya del orto, lamiendo toda la leche con una dedicación enfermiza.
Flor se arquea, gime, se retuerce.
—Ay, qué puta que sos… —le dice Flor, bajito, entre risas y gemidos.
La morocha se sonríe y sigue. Le chupa cada rincón, la deja limpita, mojada, caliente otra vez. Le da besos, mordidas suaves, le abre las nalgas y le mete la lengua hasta el fondo.
Y yo… estoy que no doy más y a punto de explotar solo con verla.
Pero de golpe, se frena.
Se gira. Me mira.
—Ahora te toca a vos.
Se levanta, baja de la cama, camina hasta mí y me agarra la pija. Me la aprieta fuerte, con la mirada clavada en la mía.
—Ahora me cogés vos.
No hay lugar a dudas. Me para del sillón, me besa y me arrastra hasta la cama agarrado de la pija dura.
Se pone en cuatro al lado de Flor y me dice:
—Mostrame cómo cogés vos… mientras él nos mira.
La agarro fuerte de la cintura, apoyo la punta de mi pija en su concha ardiente y la empujo, lento, sintiendo cómo se abre para recibirme entera. Está toda mojada, apretadita, húmeda, una delicia total. Ese culo es dinamita pura, y yo tenía el encendedor en la mano.
Entra fácil, como si me esperara desde siempre. El culo redondo y firme me golpea con cada vaivén, despacio, caliente, cargado de morbo.
La agarro con las dos manos del culo, disfrutando ese manjar, y se la meto toda hasta el fondo. Empiezo a cogerla con un ritmo parejo, firme, y de a poco subo la velocidad, la intensidad. Voy y vengo, con más ganas, más fuerza, más sed.
—¿Te gustó cómo le dejaron la leche en la cola a tu novia? —me dice con voz de putona, girando apenas para clavarme esa mirada.
Y es que cada vez que esta morocha abre la boca, desata infiernos. Sobre todo en mi cabeza. Me revienta el bocho.
Es tal el morbo y la calentura que me vuelvo loco.
Empiezo a cogérmela más fuerte. Le taladro la concha. Ella gime, se sacude, se vuelve loca.
Nos perdemos. Nos empezamos a volver completamente salvajes.
Le doy un chirlo seco y fuerte que resuena en toda la habitación.
¡Pah!
Flor y el novio de la morocha nos miran. Atentos a cada detalle.
Y con Flor tenemos ese cruce de miradas calientes, cómplices. Es una bomba silenciosa que dice “seguí cogiéndola”.
Yo no daba más de la calentura. Estaba por acabar como un animal.
Estaba caliente como una olla a presión a punto de estallar.
La agarro de la colita del pelo, le tiro la cabeza hacia atrás y la embisto con toda mi potencia. Sin parar. Le clavo la pija con cada embestida y ella gime como una endemoniada.
Entonces gira la cabeza y me dice:
—¡Acabame en el orto! ¡Que a él también le encanta!
Y ahí nomás, sin aguantarlo ni un segundo más, le saco la pija de la concha, apunto y le acabo en el culo.
Le dejo el ojete blanco, chorreando leche. Acabo fuerte, con todo, sintiendo cómo me sale el alma por la verga.
Le lleno ese culo hermoso que me tenía enfermo desde que la vi.
Y ahí mismo, Flor se acerca relamiéndose.
Es su turno.
Se agacha, le abre las nalgas con las manos y le chupa el culo, juntando la leche con su lengua, tragándosela como tanto le gusta.
Me mira mientras lo hace. Y se le escapa una sonrisa pícara.
—Qué rico, mi amor —me dice Flor.
Y esa fue nuestra noche de intercambio en un telo de San Telmo.
Una locura hermosa.
Un antes y un después.
El inicio de todo lo que vendría después.
Y yo, en el sillón, con la pija en la mano, la cabeza flotando en un mar de morbo.
Entonces, aparece la morocha saliendo del baño, con esa silueta asesina.
Camina con calma, con esa sensualidad felina que ya me tiene hecho mierda. Desnuda, fresca, con la piel húmeda y el pelo mojado cayéndole por la espalda. Se detiene en seco al ver una escena hermosa: Flor en cuatro, el culo cubierto y lleno de leche, sonriendo con esa cara de puta, pegada al colchón. El rubio al costado, respirando como un toro, todavía con la pija goteando.
Yo en el sillón, pajeándome como un degenerado morboso.
La morocha no dice nada. Sonríe. Se acerca a la cama, se sube despacio, entrando en la zona de guerra. Se arrodilla detrás de Flor y, sin previo aviso, le da un beso suave en el culo, justo en el medio del manchón blanco. Flor suelta un gemido, media sorprendida, media extasiada por lo que estaba pasando.
La morocha le pasa la lengua. Lento. Despacio. Desde la espalda baja hasta la raya del orto, lamiendo toda la leche con una dedicación enfermiza.
Flor se arquea, gime, se retuerce.
—Ay, qué puta que sos… —le dice Flor, bajito, entre risas y gemidos.
La morocha se sonríe y sigue. Le chupa cada rincón, la deja limpita, mojada, caliente otra vez. Le da besos, mordidas suaves, le abre las nalgas y le mete la lengua hasta el fondo.
Y yo… estoy que no doy más y a punto de explotar solo con verla.
Pero de golpe, se frena.
Se gira. Me mira.
—Ahora te toca a vos.
Se levanta, baja de la cama, camina hasta mí y me agarra la pija. Me la aprieta fuerte, con la mirada clavada en la mía.
—Ahora me cogés vos.
No hay lugar a dudas. Me para del sillón, me besa y me arrastra hasta la cama agarrado de la pija dura.
Se pone en cuatro al lado de Flor y me dice:
—Mostrame cómo cogés vos… mientras él nos mira.
La agarro fuerte de la cintura, apoyo la punta de mi pija en su concha ardiente y la empujo, lento, sintiendo cómo se abre para recibirme entera. Está toda mojada, apretadita, húmeda, una delicia total. Ese culo es dinamita pura, y yo tenía el encendedor en la mano.
Entra fácil, como si me esperara desde siempre. El culo redondo y firme me golpea con cada vaivén, despacio, caliente, cargado de morbo.
La agarro con las dos manos del culo, disfrutando ese manjar, y se la meto toda hasta el fondo. Empiezo a cogerla con un ritmo parejo, firme, y de a poco subo la velocidad, la intensidad. Voy y vengo, con más ganas, más fuerza, más sed.
—¿Te gustó cómo le dejaron la leche en la cola a tu novia? —me dice con voz de putona, girando apenas para clavarme esa mirada.
Y es que cada vez que esta morocha abre la boca, desata infiernos. Sobre todo en mi cabeza. Me revienta el bocho.
Es tal el morbo y la calentura que me vuelvo loco.
Empiezo a cogérmela más fuerte. Le taladro la concha. Ella gime, se sacude, se vuelve loca.
Nos perdemos. Nos empezamos a volver completamente salvajes.
Le doy un chirlo seco y fuerte que resuena en toda la habitación.
¡Pah!
Flor y el novio de la morocha nos miran. Atentos a cada detalle.
Y con Flor tenemos ese cruce de miradas calientes, cómplices. Es una bomba silenciosa que dice “seguí cogiéndola”.
Yo no daba más de la calentura. Estaba por acabar como un animal.
Estaba caliente como una olla a presión a punto de estallar.
La agarro de la colita del pelo, le tiro la cabeza hacia atrás y la embisto con toda mi potencia. Sin parar. Le clavo la pija con cada embestida y ella gime como una endemoniada.
Entonces gira la cabeza y me dice:
—¡Acabame en el orto! ¡Que a él también le encanta!
Y ahí nomás, sin aguantarlo ni un segundo más, le saco la pija de la concha, apunto y le acabo en el culo.
Le dejo el ojete blanco, chorreando leche. Acabo fuerte, con todo, sintiendo cómo me sale el alma por la verga.
Le lleno ese culo hermoso que me tenía enfermo desde que la vi.
Y ahí mismo, Flor se acerca relamiéndose.
Es su turno.
Se agacha, le abre las nalgas con las manos y le chupa el culo, juntando la leche con su lengua, tragándosela como tanto le gusta.
Me mira mientras lo hace. Y se le escapa una sonrisa pícara.
—Qué rico, mi amor —me dice Flor.
Y esa fue nuestra noche de intercambio en un telo de San Telmo.
Una locura hermosa.
Un antes y un después.
El inicio de todo lo que vendría después.
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