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Pequeño Pero Mio

(relato enviado por un seguidor, los nombres están cambiados)

Él se llamaba Damián.
Veintiocho años. Tímido.
Jamás había tenido una relación larga. Ni siquiera una noche.
No porque no deseara mujeres. Al contrario… las amaba. Las admiraba. Las soñaba. Las deseaba.
Pero siempre sentía que no era suficiente.
Su pene era más pequeño de lo que él creía que debía ser.
Eso lo anulaba. Lo tenía inseguro. Lo acomplejaba. Lo hacía callarse. Evitar. Mentir. Escapar.

Hasta que conoció a Elena.

Una mujer un poco mayor que él. Ojos cálidos. Risa sin prejuicios. Cuerpo natural.
La conoció en un curso de capacitación.
Y cuando hablaron por primera vez, ella lo desarmó:

—Tienes una mirada preciosa, pero una tristeza rara en la voz… ¿Quién te convenció de que no mereces placer?

Damián no supo qué decir. Solo se encogió de hombros.

Elena lo invitó a su casa una noche. Vino. Música suave. Ella cocinó, cenaron y después se sentaron en el sofá a conversar. 

Le dijo que le mostraria algo especial, se levantó y se desnudó frente a él. Y él… temblaba.

—Te voy a enseñar que tu cuerpo, como es, basta. Y más aún… me excita.

Lo besó despacio. Le acarició el cuello, el pecho, el vientre.
Y cuando bajó su pantalón, lo miró directo a los ojos y le dijo:

—Esto… me encanta. Me dan ganas de sentirlo dentro, no por el tamaño… sino porque es tuyo.

Se arrodilló ante él. Y empezó a chuparloselo con una ternura salvaje.
Con lengua lenta. Suave. A veces lo lamía como un helado, otras se lo metía todo hasta gemir.
Lo miraba todo el tiempo, como diciéndole: “Estás bien así. Me gustás. Me hacés mojar.”

Damián no duró mucho. Pero no importó.
Porque Elena se subió sobre él, se sentó despacio, y se lo metió toda, sintiéndolo con cada milímetro.

—Me llenás, ¿sabés? No hace falta más. Solo que estés presente.

Ella lo cabalgó suave.
Luego con más ritmo.
Y él la abrazaba como si ella fuera un regalo, mientras gemía en su oído:

—Sos hermosa… No sabía que podía sentir esto…
—Podés. Lo merecés. Me estás haciendo acabar, Damián.

Y así fue. Elena acabó temblando encima de él.
Y él, al sentirla estremecerse, también explotó adentro, por primera vez sin culpa, sin vergüenza, sin miedo.

Después de eso… no se separaron más.

Elena lo hizo sentir poderoso. Deseable. Hombre.
Y él la hizo sentir adorada, respetada, deseada también.

Juntos encontraron lo que el mundo les negaba: un amor libre, donde el cuerpo era un puente, no una prisión.


Habían pasado algunas semanas desde aquella primera vez.
Damián ya no se escondía.
Ahora la deseaba de frente, sin miedo, sin culpa.

Esa noche, Elena salió de la ducha.
Desnuda, con la piel mojada, el cabello recogido.
Él la miró desde la cama… y no dijo una palabra.

Solo se levantó.
La empujó suavemente contra la pared.
Le besó el cuello, lento, mientras sus manos le tomaban las nalgas con firmeza.
—Hoy no vas a hablar. Solo vas a sentirme.

Y Elena se estremeció.
No por el tamaño… sino por la intensidad.

Damián se arrodilló ante ella.
Abrió sus piernas y le besó el clítoris como si estuviera devorando un fruto sagrado.
Lento. Círculos. Pequeños azotes con la lengua.
Y mientras lo hacía, se masturbaba despacio, sabiendo que pronto iba a llenarla. A su manera.

—Damián… así, por favor… —gimió ella, temblando.

Entonces se levantó, la dio vuelta contra la pared.
Le abrió las piernas con sus rodillas.
Y la penetró con su “pequeñín”, pero con toda la fuerza de su deseo.

Pequeño Pero Mio




—¿Lo sentís?
—¡Sí! ¡Todo! ¡Estás profundo, estás perfecto!
—¿Y el tamaño?
—¡Me importa una mierda! ¡¡Cogeme así!!

Damián la tomó por el cabello, le mordió la espalda, la bombeó sin parar. Rápido. Corto. Preciso.
Sabía dónde, cómo y cuándo.
Y ella acabó gritando, apretando los dedos contra la pared, empapada.

Cuando él estuvo a punto, la puso de rodillas.
—Abrí la boca. Este es tu premio.
Ella sonrió. Se lo tragó entero.
Y él acabó en su lengua, mirándola directo a los ojos, por primera vez sin bajar la cabeza.

—Ahora soy yo quien te hace temblar, ¿no?
—Sos vos. Todo vos. Pequeño… y perfecto.

Se abrazaron, desnudos, riendo, llenos.
Ya no había inseguridad.
Solo una pareja que había elegido disfrutarse como eran.



💬 Para vos, hermano que dudás de vos mismo…

No dejes que unos centímetros definan tu valor.
No sos menos hombre por el tamaño de tu pene.
No sos menos digno de amor, placer o deseo.

Tu cuerpo es único. Tu piel, tu mirada, tu voz, tu forma de tocar…
Eso es lo que deja huella. Eso es lo que excita.

El placer real no se mide con una regla.
Se siente con el alma, con la lengua, con los dedos, con la entrega.

¿Querés saber qué importa de verdad?

Que escuches.
Que beses despacio.
Que preguntes sin miedo.
Que goces sin culpa.
Que entiendas que tu valor no está entre tus piernas, sino en tu corazón, tu respeto y tu pasión.

Hay mujeres (y hombres) allá afuera que no buscan un “tamaño”,
sino a alguien auténtico, libre y seguro.

Trabajá en vos. En tu confianza. En tu mente. En cómo hacés sentir.
Porque el deseo no se trata de centímetros…

Se trata de conexión. Presencia. Fuego.

Y eso, amigo, lo tenés vos también.
Creelo. Entrenalo. Disfrutalo.

Sos suficiente. Siempre lo fuiste.


real

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