
Él se llamaba Leo. No solo era escritor de relatos eróticos, sino también productor de películas para adultos. Tenía un ojo afilado para el deseo, y sabía exactamente qué tipo de fantasías querían ver los que consumían sus historias.
Pero su especialidad… era el casting.
Él mismo se encargaba de entrevistar a las aspirantes. No se trataba solo de belleza: él buscaba pasión real, atrevimiento, perversión controlada, hambre de cámara.
Esa tarde, recibió a una chica nueva. Se llamaba Dana, tenía 24 años, morocha, curvas brutales, y una sonrisa que decía "puedo romperte… o rogarte".
Entró al set improvisado con un jean apretado, una blusa sin sujetador, y esa mirada desafiante.
—¿Así que vos sos el famoso productor? —dijo, con una ceja levantada.
—Y vos sos la que dijo en el formulario que no tiene vergüenza… —respondió Leo, cruzando las piernas, observándola de arriba a abajo— ¿Es verdad?
—Probalo vos mismo.
Leo tomó su cámara, presionó REC, y le indicó que se parara en el centro del lugar.
—Empezá quitándote la blusa.
Ella lo hizo sin prisa, dejando que sus tetas llenas rebotaran al aire. No tenía pudor, ni miedo. Le sostuvo la mirada mientras desabrochaba el pantalón y lo dejaba caer, mostrando una tanguita negra diminuta.
—Ahora vení… y mostrame si merecés protagonizar la próxima historia.
Dana se arrodilló frente a él, Le abrió el pantalón, sacó su pija dura y comenzó a chuparla con hambre y ritmo. Leo apenas podía contener los gemidos. Ella la tomaba entera, hasta el fondo, se la golpeaba contra la lengua, se masturbaba mientras lo hacía.
—Mmm… ¿esto también lo vas a escribir después, Leo?
—No, esto lo vamos a filmar completo, nena.
Él la cargó, la puso sobre la mesa, le saco la tanga y le abrió las piernas. La penetró de una sola estocada, haciendo que ella soltara un grito cargado de placer. La tomó con fuerza, golpeando su cadera contra la suya, escuchando los gemidos salvajes de Dana.

—¡Así… así me gusta! ¡Dame como si ya fuera tu actriz favorita!
La dio vuelta, la agarró del pelo y se la cogió de espaldas con ritmo intenso, sin pausas, mientras ella decía entre jadeos:
—¡Más duro, productor! ¡Quiero ese papel… quiero tu leche adentro!
Terminó con una explosión, descargando dentro de ella mientras Dana se retorcía y gemía como si se viniera en cada embestida.
Quedaron sudados, agitados, jadeando.
—¿Y bien? —preguntó ella, sonriendo— ¿Me contratás?
Leo se limpió el sudor del cuello, y dijo mientras apagaba la cámara:
—Ya sos la protagonista de mi próxima historia.

Leo revisaba perfiles cuando apareció ella.
Sasha. 27 años, rubia natural, cuerpo de pecado, y una nota al final del formulario: “No tengo límites si hay cámaras prendidas.”
La citó de inmediato.
Cuando llegó al estudio, se hizo notar. Tacones altos, vestido ajustado que marcaba su cintura y un escote tan profundo que parecía una provocación directa. Ojos verdes como veneno dulce. Y un movimiento de cadera que decía: yo mando acá.
—Hola, productor —dijo con una sonrisa ladeada, mientras se sentaba, cruzando las piernas lentamente—. ¿Vas a probarme… o solo vas a mirarme?
Leo tragó saliva. Sasha irradiaba una seguridad explosiva.
—Primero necesito saber si sabés lo que hacés frente a una cámara.
Ella se rió.
—¿Querés que te muestre cómo uso la boca… o las tetas?
—Sorprendeme —le dijo, sin quitarle la vista.
Sasha se arrodilló, desabrochó su pantalón y sacó su pija ya dura. Con una sonrisa perversa, empezó a chuparla lentamente, profundo, babeándola, acariciándola con la lengua, mientras con sus manos se masajeaba sus grandes tetas y los apretaba alrededor del miembro del productor.
—¿Te gusta la “teta-fuck”, Leo?
—Seguí… quiero verte tragar.
Se la metió entera hasta el fondo, sin arcadas, mamandolo con lágrimas de placer. Lo miraba desde abajo como una verdadera actriz sucia, entregada.
—Puta madre… —murmuró Leo.
Sasha se levantó, se quitó el vestido de un tirón y quedó completamente desnuda. Tetas grandes, firmes, pezones duros.

—Ahora me toca a mí probar tu rendimiento —dijo, sentándose sobre él.
Se metió su pija en la concha y empezó a cabalgarlo con furia, moviendo sus tetas enormes en cada rebote, gimiendo fuerte, salvaje. Se inclinó hacia atrás, apoyando solo sus manos, dejándole todo el cuerpo expuesto mientras él la embestía desde abajo.
—¡Así, Leo! ¡Rompeme! ¡Demostrame que sos el mejor productor de esta industria!
La tomó de espaldas, y la cogió en cuatro con fuerza. Le tiró del pelo, le pegó una nalgada fuerte. Ella lo adoraba. Gritaba como una actriz en su máximo punto.
Y entonces ella lo pidió.
—¡Culito, Leo! ¡Dámelo por el culo, ya!

Se lo metió lentamente, sintiendo cómo ella se estremecía. Luego más fuerte, más profundo, hasta que Sasha empezó a masturbarse mientras lo tenía enterrado completamente. Él le daba duro por el culo.
—¡Me vengo! ¡Me vengo con la pija en el culo!
Y explotaron juntos.
Ella cayó sobre el sofá, temblando, los labios hinchados, el cuerpo bañado en sudor.
Leo se acercó, le ofreció una botella de agua y dijo, jadeando:
—Bienvenida al elenco principal.
Sasha lo miró y sonrió:
—Esto recién empieza, papi.

Leo estaba revisando perfiles una mañana cuando una foto lo detuvo en seco. Era ella: pelirroja natural, piel blanca, labios gruesos, culo grande y redondo, con un mensaje simple:
> “Soy fuego puro. ¿Te animás a tocarme?”
Se llamaba Milena, tenía 26 años y decía tener experiencia en dominación suave. Leo sonrió. La citó de inmediato para un casting privado.
Cuando entró al estudio, la temperatura subió sin que nadie encendiera el aire.
Milena llevaba un enterito ajustado sin ropa interior, se le marcaban los pezones, y al caminar ese culazo se movía con una provocación criminal. Se acercó a Leo sin decir palabra, se inclinó sobre el escritorio y dijo:
—Antes de que me hagas preguntas… te quiero mostrar de qué estoy hecha.
Y sin esperar respuesta, se bajó el enterito lentamente, dejando ver ese culo blanco, gigante, perfecto. Lo miró por encima del hombro, con una sonrisa de diablita.

Leo no lo pensó. Se levantó, le agarró las caderas y empezó a besarle las nalgas, morderlas. Milena gemía bajito, frotándose contra su cuerpo, mientras él se abria el pantalón.
Cuando sacó su pija, Milena se giró, lo empujó a la silla y se arrodilló con una lentitud que lo volvió loco. Le escupió la punta y se la tragó hasta el fondo, haciendo sonidos intensos, babeándola, masajeándole las bolas mientras se pajeaba.
—¿Te gusta cómo te chupa la pelirroja, productor? —le dijo con la lengua afuera.
—Quiero verte sudar —le dijo Leo—. Parate. Ponete arriba mío.

Milena se montó sobre él sin ayuda, dejando que esa pija entrara hasta el fondo, gritando al primer empuje. Su culo rebotaba con un ritmo infernal. Se lo metía todo, fuerte, salvaje, gritando sucio:
—¡Cogeme duro! ¡Rompeme el culo! ¡Haceme tu estrella!
La agarró por la cintura, la tiró sobre la mesa de casting y se la dio por detrás, con todo. Nalgadas, gemidos, embestidas profundas. Milena se venía mientras se tocaba.
—¡Ahora quiero mi anal, Leo! ¡Llename el culo!
Se la metió despacio, mientras ella jadeaba y se tocaba las tetas. Pronto estaba montada de espaldas, gritando y pidiendo más, como una adicta.
—¡Dame leche, productor! ¡Vení en mi culo, por favor!
Leo le acabó adentro, fuerte, gruñendo, mientras ella se convulsionaba de placer sobre la mesa.
Quedaron agitados, sudados, con olor a sexo en el aire.
—¿Me vas a llamar? —preguntó Milena, aún con la lengua afuera.
—No solo te voy a llamar… —le dijo él— vas a ser la imagen de mi nueva saga.
Milena sonrió, se subió la ropa sin ropa interior y salió con el culo desnudo asomando.
—Nos vemos mañana, papi… quiero más.

Leo estaba solo en su sala de edición, con las luces tenues y un whisky en la mano. En la pantalla, el video de Sacha ardía como fuego vivo: su mirada, su lengua traviesa, sus gemidos… cada segundo era una obra de arte para los sentidos. Se pasó la lengua por los labios sin darse cuenta y murmuró:
—Esta pendeja me tiene enfermo y con la pija caliente...
Rebobinó una escena donde ella lo cabalgaba y miraba a la cámara diciendo:
> "Este culo es para vos, productor. Solo tuyo."
No aguantó más. Le escribió.
> Leo: Quiero verte. Hoy. No como actriz. Como mía.
La respuesta llegó al minuto:
> Sacha: ¿Dónde y cómo te gusta que llegue… vestida o desnuda?
Esa noche, Sacha tocó a la puerta del departamento de Leo con una gabardina. Abajo, absolutamente nada. Apenas entró, lo empujó contra la pared, se abrió el abrigo y le mostró ese cuerpo que él ya conocía, pero que ahora deseaba como hombre, no como productor.

—¿Esto es una escena, Leo… o es real? —preguntó con tono provocador.
—Real —dijo él, serio—. Tan real que quiero hacerte una propuesta.
La llevó al sillón, la sentó en su regazo, y mientras le acariciaba la espalda desnuda, le dijo al oído:
—Te quiero en todos mis proyectos… pero también en mi cama, en mis días, en mis noches. Sacha calentaste mi pija como nadie… quiero que seas mi novia. Fuera del set. Fuera de todo.
Sacha lo miró sorprendida, sonrió con ternura y se mordió el labio. Luego lo besó con intensidad y se deslizó hacia abajo, arrodillándose frente a él.
—Entonces dejame darte mi respuesta… a mi manera.
Le bajó el pantalón lentamente, le agarró la pija que ya estaba dura y comenzó a lamerlo con devoción, con amor. Succionaba suave, profunda, como si esa mamada fuera una promesa.
Después se subió sobre él y lo cabalgó despacio, viéndolo a los ojos, susurrando:

—Sí, Leo. Soy tuya. Solo tuya. En las cámaras… y fuera de ellas.
Lo hicieron en el sillón, en la cocina, en la ducha. Esa noche no hubo actuación. Solo entrega total. Ella se venía varias veces, gritando su nombre, mordiendo su hombro. Él acabó dentro de ella sin protección, marcando territorio.
Al amanecer, Sacha dormía desnuda sobre su pecho, y Leo sonreía, acariciándole el cabello.
Desde que se hicieron pareja, Leo no volvió a ver a Sacha solo como una actriz más. Era su mujer… pero también su estrella.
Esa mañana, en el set, todo estaba listo para una nueva escena: iluminación perfecta, cámaras activas, dos actores masculinos listos para compartir cuadro… y ella, Sacha, entrando con una lencería negra translúcida que le marcaba hasta el alma.
Leo, desde su silla de director, la veía caminar por el set con seguridad. Su cuerpo impecable, su actitud profesional, su capacidad de cambiar el chip apenas escuchaba “acción”. Pero él sabía… sabía que cuando se mordía el labio y arqueaba la espalda de esa forma tan puta y deliciosa… era porque se imaginaba que era él quien la estaba cogiendo.
Comenzó la escena. Sacha se puso de rodillas entre los dos actores, se turnaba para chupárselas, miraba a la cámara como una diosa del pecado. Luego se la montó al primero con fuerza, cabalgando como una experta, mientras el otro se la metía por detrás.
Leo se mordía la lengua, sentado, con el pantalón cada vez más apretado. Su pija estaba dura, pulsando. Nadie lo notaba, pero él no podía dejar de observar cómo su mujer se lucía, gemía, se abría de piernas, se dejaba llenar, sudar, gritar… con una entrega total.
Ella terminó la escena empapada, con semen en la boca, en las tetas, jadeando con una sonrisa de diablita.
—Corten. —dijo Leo, seco, ronco, excitado.
Todos aplaudieron la actuación. Sacha se limpió, se puso una bata, y fue directo hacia él.
—¿Qué tal lo hice, mi amor? —le susurró al oído.
Leo solo la tomó del cuello, suave pero firme, y le dijo:
—En cuanto todos se vayan, te voy a coger como nunca. No por la escena. Por lo que me provocás.
Ella le sonrió, sabiendo lo que venía. En su mirada había fuego. Sabía que él la respetaba como actriz… pero que como hombre, la deseaba más que nunca.
Esa noche, no fue escena. Fue venganza amorosa. Fue entrega total. En la oficina del estudio, sobre la mesa, ella cabalgaba su pija , mientras el le chupaba las tetas, contra la pared se la dio por el culo, Sacha acabó gritando, llorando, temblando. Leo la llenó de leche las tetas, como solo lo hace un hombre que ama y desea con el alma.

La propuesta llegó desde Europa. Una mega productora de cine para adultos quería a Sacha como protagonista exclusiva de sus nuevas películas. Querían su cuerpo, su mirada, su actitud. Y sí, también querían el morbo de la actriz que había enamorado a su propio productor.
Cuando ella le dio la noticia, estaba nerviosa. Temía su reacción. Pero Leo la escuchó con atención, en silencio, mientras fumaba un habano y la miraba con ojos de deseo y respeto.
—Es lo mejor para vos —dijo, con voz baja—. Yo te abrí la puerta, pero vos la derribaste con ese culo y esa entrega.
Sacha se le lanzó encima, llorando suave, montándolo en el sillón como tantas veces lo había hecho.
—No quiero irme sin darte las gracias como merecés… y sin dejarte una marca mía para siempre.
Esa noche fue su despedida. La cogida más lenta, más intensa, más salvaje. Leo la tomó de espaldas, sujetándola de las caderas, besándole la nuca. Metiendole la pija en la concha, duro. Ella gemía, lloraba, acababa una y otra vez.
Y antes de que el sol saliera, ella lo llevó a un pequeño estudio de tatuajes. Se bajó el pantalón, mostró esa nalga redonda que él tanto adoraba, y se grabó ahí, sobre la carne: LEO.
—Para que sepas que siempre te llevo conmigo, papi. Porque vos me hiciste brillar.
Se besaron una última vez. En silencio. Sin drama. Como dos adultos que entendían que la pasión es fuego… pero que el futuro también puede arder en otros escenarios.
Cuando ella subió al avión, Leo volvió al estudio. Se sentó en su silla, abrió su libreta de castings, encendió un cigarro y sonrió.
—Siempre habrá más actrices… —dijo en voz baja, mientras miraba la cámara—. Pero como ella, ninguna.
Y presionó play… viendo otra audición comenzar.


0 comentarios - El Productor