You are now viewing Poringa in Spanish.
Switch to English

Histroias Cortas: El campamento

Histroias Cortas: El campamento

Acompañé a mis hijas al campamento escolar como cada madre dedicada lo haría. Tres días lejos de casa, rodeada de niños, carpas, meriendas compartidas y tierra seca. Por fuera era una actividad familiar, por dentro… una escapada. Un pequeño respiro que mi cuerpo y mi mente necesitaban.
Me vestí cómoda, sin dejar de ser yo: jeans cortos, una blusa fina que dejaba ver lo justo, el pelo suelto, algo de perfume. Me gusta verme bien. Atraer miradas sin provocarlas. Ser esa mujer que todos notan… pero nadie toca.
Lo vi en el segundo día. Estaba ayudando a su hijo a levantar una carpa, y yo lo observaba desde lejos, con disimulo. Alto, fuerte, de brazos marcados y una barba de días. Juan. No lo conocía, no era parte de los padres del grupo habitual. Quizás por eso me atrapó.
Nuestros ojos se cruzaron por primera vez mientras él recogía unas estacas del suelo. Fue una mirada breve, pero en mi pecho algo se activó. A lo largo del día, cada vez que me giraba, él ya me estaba mirando.
La tensión crecía. En las miradas, en la cercanía durante la cena común, en las palabras simples que compartimos mientras servíamos jugo a los chicos. Él me hablaba poco, pero con un tono grave, pausado… y con esos ojos oscuros que me desnudaban.
Esa noche me alejé del campamento buscando algo de aire. El murmullo de los niños se perdía en la distancia. El bosque tenía ese silencio espeso que lo envolvía todo.
—¿También escapaste? —preguntó su voz desde la sombra. Me sobresalté. Era él. Juan.
—Un rato… —respondí, con una sonrisa que no pude controlar.
Caminamos sin hablar. Yo sentía su presencia cerca, su cuerpo, su respiración. Mi piel vibraba. Al llegar al claro, me detuve. Él también. Nos miramos en la oscuridad, como si el bosque nos diera permiso para todo.
Me acerqué, sintiendo el temblor en mis piernas. Fui yo quien lo besó primero. Su boca se fundió con la mía con hambre contenida. Mis manos buscaron su pecho, bajaron por su abdomen hasta encontrar su dureza oculta bajo la ropa.
Juan gimió suave, conteniéndose. Lo empujé suavemente contra un árbol, y con movimientos lentos, lo toqué. Mis dedos lo liberaron, palpitante, tibio, perfecto. Lo miré a los ojos mientras me arrodillaba frente a él.
Mi boca lo envolvió con deseo. Juan apoyó una mano en mi cabeza y la otra en el tronco áspero del árbol. Su respiración se aceleró, y yo me entregué a ese momento sin culpa, sin miedo, sin apuro. Sentía que estaba viva.
Después, fue él quien me levantó, quien me desnudó lentamente mientras el aire frío me erizaba la piel. Me apoyó suavemente contra una piedra cubierta de musgo y entró en mí, despacio, con fuerza. Me aferré a su cuello, jadeando.
Nos movimos al ritmo de un deseo salvaje, contenido por años. Su cuerpo contra el mío, mi gemido apagado en su boca, el crujido de las hojas secas bajo nuestros cuerpos. El mundo desapareció. Éramos solo él y yo, en plena entrega.
Cuando todo terminó, me quedé recostada sobre su pecho, sintiendo su corazón latir tan fuerte como el mío.
—No sé tu nombre —dijo en un susurro.
—Valeria —respondí, acariciando su rostro.
—Juan —contestó.
Y nos sonreímos.
Nos vestimos sin apuro. Volvimos al campamento como si nada hubiera pasado. Aunque ambos sabíamos que algo en nosotros había cambiado para siempre.
Esa noche, al recostarme en mi bolsa de dormir, cerré los ojos con una sonrisa. No necesitaba más. Me sentía plena. Encendida. Deseada.
Y sobre todo… viva.
FIN 

1 comentarios - Histroias Cortas: El campamento

adrianblisstonia
Te gustó mucho que te cojieran en el bosque y todo lo empezaste con una rica mamada