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Aprendiendo el oficio de mamá parte 3

El olor a goma quemada y nafta todavía me pegaba en la ropa cuando las luces de otro auto cortaron la oscuridad. Un **Fiat Uno gris**, con el escape roto y un tipo de unos **50 años** adentro —panza abultada, anillo de casado brillando bajo la luz de la luna— frenó frente a mí.  


—*¿Cuánto, corazón?*— preguntó, voz ronca, como si hubiera fumado toda la vida.  


Yo ya no tenía energía para regatear.  


—*20 lucas*— solté, sin pensar.  


Para mi sorpresa, el viejo asintió y sacó un billete del bolsillo.  


—*Subí*— ordenó.  


**Error número uno: no pregunté qué quería.**  


Apenas cerré la puerta, el tipo arrancó y metió mano directo a mi muslo.  


—*Sacate todo*— dijo, como si pidiera un café.  


—*¿Qué?*—  


—*La ropa, nena. Ya te pagué*—.  


Mis dedos temblaban mientras me sacaba la ropa . El aire frío del auto me erizó la piel, pero el viejo ni miraba. **Esperaba.**  


—*La tanga también*— agregó, señalando mi culito con un dedo manchado de nicotina.  


La tiré al asiento, pero él la agarró y **me la encajó en la boca**.  


—*Chupala, putita. Así aprendés a ser buena*—.  


El tejido sintético me raspó la lengua, mezclado con el sabor a mí misma. **Asqueroso.** Pero cerré los ojos y obedecí.  


El viejo se rió, grabando mi humillación con el celular.  


—*Mirá esta zorra, ¿eh? Hasta se traga su propio olor*—.  


Cada insulto me dolía más que la tanga húmeda. Pero cuando me ordenó **montarlo**, ya no era Sol. Era un cuerpo prestado, un juguete.  


Su pija —**14 cm, gruesa, venas marcadas**— entró fácil. **Yo estaba demasiado abierta.**  


—*Uy, ¿te duele, princesa?*— se burló, pellizcándome un pezón. *¿O ya te acostumbraste a que te rompan la concha?*.  


Gemí, no de placer, sino de **vergüenza**. Porque **sabía** que tenía razón.  


Cuando acabó, me escupió en las tetas y **me pagó 5 mil más por quedarse mi tanga violeta**.  


—*Para recordarte*— dijo, guardándola como un trofeo.  


Y luego, lo inesperado: **un beso.** Labios secos, lengua invasora.  


—*Sos linda cuando callás*— susurró, casi tierno, antes de empujarme a la calle.  


Me quedé sin tanga en la banquina, viendo cómo se llevaba **mi tanguita, mi dignidad y hasta mi asco** en su auto de mierda.  


Pero lo peor no fue eso.  


Lo peor fue que, al recoger las 25 lucas del suelo, **sonreí.**  


Porque en este infierno, hasta un beso de mierda sabe a **humanidad.**

2 comentarios - Aprendiendo el oficio de mamá parte 3

Redfenix_
Excelente relato, corto pero directo al grano con los detallitos que gustan leer