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La puta de mi novia y mi Romi 2

Estás seguro que ganaste la apuesta… o simplemente te dejé ganar? —susurró Valeria, con esa voz ronca, seductora, mientras sus labios rozaban el cuello de Julián.

Julián sonrió, sus manos aferrándose a sus caderas, apretándolas con fuerza.

—Tal vez… —murmuró él, su mirada oscura fija en la de ella—. Pero no me importa… si al final, tú terminas en mi cama.

Carlos sintió el estómago encogerse, los dientes apretados, pero no apartó la mirada. Su erección latía, el morbo lo dominaba.

Valeria rió suave, con esa risa peligrosa que lo decía todo.

—¿Y si esto también es parte del juego? —preguntó, deslizándose sobre Julián, sus labios apenas a milímetros de los suyos—. ¿Si yo provoco… y al mismo tiempo, alguien más mira… y se consume por dentro?

Carlos tragó saliva. El sudor le recorría la frente. Su cuerpo tenso, sus celos ardiendo… pero su perversión lo tenía pegado a la pantalla.

Julián alzó una ceja, divertido, sin soltarla.

—¿Alguien más? —preguntó, fingiendo ignorancia, sus manos subiendo por la espalda de Valeria, acariciándola despacio.

Valeria sonrió, ladeando la cabeza, sin apartar la mirada de sus ojos.

—Tú y yo sabemos que… no estamos tan solos como parece —susurró, mordiendo su labio inferior, mientras sus caderas seguían moviéndose sutilmente sobre él.

Carlos sintió un escalofrío recorrerle la espalda. La forma en que lo decía… como si supiera que la estaban observando. O como si, de alguna manera retorcida, lo estuviera provocando a él también, a través de las paredes.

El ambiente se volvió irrespirable. Los susurros, las caricias, las miradas cargadas de deseo y perversión llenaban la habitación.

Carlos no podía moverse.

Los límites… ya no existían.

Y su morbo, alimentado por cada palabra oscura, lo tenía completamente atrapado.


Carlos ya no distinguía si lo que sentía era rabia, frustración… o simplemente un deseo tan oscuro que lo dejaba sin aliento.

En la pantalla de su celular, Valeria seguía montada sobre Julián, su cuerpo ondulándose como si supiera exactamente cómo desquiciar a los dos hombres en esa habitación… y al que la miraba desde la distancia.
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Julián deslizó las manos por su cintura, subiéndolas lentamente, sus dedos acariciando la piel suave de Valeria, apenas deteniéndose en el borde de sus pechos. Ella cerró los ojos, su respiración acelerada, y luego lo miró, con esa maldita sonrisa cargada de picardía y peligro.

—Cuidado… —susurró ella, inclinándose, sus labios rozando los de él—. Si me sigues tocando así… alguien va a sufrir más de la cuenta esta noche.

Julián sonrió, divertido, sus manos bajando por sus caderas, apretándolas con más fuerza.

—¿Y si me gusta… que sufra? —contestó en voz baja, sus ojos brillando de provocación.

Valeria se rió suave, sus caderas moviéndose despacio sobre él, generando esa fricción deliciosa que lo enloquecía… y que a Carlos, al otro lado de la cámara, le quemaba por dentro.

Carlos no podía apartar la vista. Su respiración era pesada, el pecho subía y bajaba con fuerza. Los celos lo destrozaban… pero la perversión, el fuego incontrolable, lo mantenían pegado a cada detalle.

Valeria se deslizó hacia abajo, sus labios recorriendo el cuello de Julián, bajando por su pecho, sus manos acariciando su abdomen firme. Sus movimientos eran lentos, calculados, como si supiera que no solo Julián la observaba… sino alguien más.

Carlos se estremeció. Su cuerpo estaba al borde.

—¿Sabes? —dijo Julián, su voz grave, acariciándole el cabello—. Me gusta verte así… libre… provocativa… como si no le debieras nada a nadie.

Valeria levantó la mirada, sus ojos brillando, peligrosos, llenos de esa oscuridad deliciosa.

—Tal vez… —susurró, mordiéndose el labio—. Solo le debo algo… al que mira.

Carlos apretó los dientes, el celular casi temblando en sus manos.

Era oficial.

Ya no existían reglas. Ni límites.

Solo el morbo, la perversión, y ese peligroso triángulo que los consumía a los tres.

Y él… ya no quería detenerlo.

Carlos sentía cómo su respiración se aceleraba con cada segundo que pasaba. En la pantalla de su celular, la imagen era tan nítida que sentía estar ahí, pero, a la vez, la distancia lo condenaba a ser solo un espectador… uno que, perversamente, no quería apartarse.

Valeria seguía encima de Julián, sus caderas en constante movimiento, sus piernas a ambos lados de su cuerpo, su piel dorada bajo la tenue luz del cuarto. Su diminuta ropa interior negra apenas quedaba en su lugar, mientras sus labios seguían recorriendo el cuello y el pecho de Julián, mordisqueando, besando, provocando.
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Las manos de Julián, ya sin disimulo, recorrían todo su cuerpo. Desde sus caderas, subían por su espalda, hasta perderse en su cabello suelto. Los dedos se detenían en sus costados, apenas rozando el borde de sus pechos.

Carlos sintió el estómago encogerse, los celos ardiendo como cuchillas… pero el fuego, el morbo, era tan adictivo que le nublaba la cabeza.

Entonces, Valeria se detuvo un segundo.

Lo miró a los ojos. No a Julián… sino directamente a la cámara.

Como si supiera.

Como si lo sintiera.

Una sonrisa pícara y oscura se dibujó en sus labios, mientras se inclinaba hacia el oído de Julián.

—Esta noche… —susurró, con esa voz baja, ronca, cargada de perversión—. No hay reglas, ¿recuerdas? Solo deseo… y alguien al otro lado muriéndose de celos.

Julián rió suave, deslizando las manos por sus muslos, subiendo peligrosamente hasta el borde de su ropa interior.

—Que sufra entonces —murmuró él, su mirada brillando con el mismo fuego oscuro.

Valeria se mordió el labio inferior y, sin romper el contacto visual con la cámara, comenzó a moverse sobre él, lenta, deliberadamente, sus caderas contorneándose en un vaivén que desquiciaba, sus pechos rozando el torso de Julián, sus gemidos suaves llenando la habitación.
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Carlos tragó saliva, los puños apretados, su cuerpo tenso, el corazón latiendo a mil por hora.

Ya no había vuelta atrás.

El juego había llegado al límite.

Y, aunque lo mataba por dentro… su morbo era más fuerte que cualquier orgullo.

Los cuerpos se movían, las caricias se volvían más atrevidas, los susurros oscuros llenaban la habitación.

La noche… se había entregado por completo al deseo.

Y Carlos, atrapado en su propia perversión, era el único testigo de todo.


El cuarto de Julián se había transformado en un santuario prohibido de deseo y provocación.

Carlos, desde el otro lado de la pantalla, lo veía todo. Cada gesto, cada caricia, cada mirada cargada de esa perversión silenciosa que los tres compartían, aunque solo dos estuvieran presentes… y uno, como él, fuese el espectador sumergido en el morbo.

Valeria se movía sobre Julián con la seguridad de quien sabe que es dueña de la situación. Su cuerpo, perfecto,, resplandecía bajo la luz tenue. Su cabello caía como una cortina oscura sobre su espalda. Los tirantes de su diminuta ropa interior se deslizaban peligrosamente por sus caderas, como si su propio cuerpo rogara ser liberado de cualquier tela.

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Julián la sujetaba por las caderas, sus manos grandes y seguras recorriendo cada rincón de su piel. Los labios de él se perdían en su cuello, en su clavícula, descendiendo despacio, probándola, marcándola.

Los gemidos suaves de Valeria llenaban la habitación, ahogados, contenidos, pero inconfundibles. Sus caderas se mecían sobre él, generando esa fricción deliciosa, ese vaivén lento y calculado que lo desquiciaba… y que a Carlos, desde la distancia, le provocaba una mezcla imposible de soportar entre celos, rabia y excitación.

Los movimientos se volvieron más atrevidos.

Las manos de Julián se deslizaron con decisión por su espalda, bajando lentamente, hasta colarse bajo la última prenda que aún la cubría. Valeria no lo detuvo. Al contrario, sus ojos, entrecerrados, buscaron de nuevo la dirección de la cámara.

Una mirada directa.

Cargada de perversión.

Como si supiera.

Como si lo provocara a él… a Carlos… tanto como a Julián.

—Esta noche… nadie se salva —susurró ella en voz baja, su voz ronca, cargada de malicia y deseo.

Las sábanas se arrugaron bajo sus cuerpos. Los movimientos se intensificaron. Las respiraciones se mezclaron. Los susurros, los gemidos y las caricias lo inundaban todo.

Carlos sentía el cuerpo temblarle. Los dientes apretados. El pecho subiendo y bajando con fuerza.

Sabía exactamente lo que estaba ocurriendo.

Aunque la cámara no mostrara más.

Los cuerpos se habían entregado.

Los límites se habían destruido.

Y él… lejos de impedirlo… había sido cómplice.

Esa noche, en ese cuarto… se rompió la barrera entre deseo, perversión y posesión.

Y nada, absolutamente nada, volvería a ser igual entre los tres.
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El sonido de la cafetera rompía el silencio de la mañana. La luz suave se filtraba por las ventanas del departamento, iluminando el lugar con un aire de normalidad… pero Carlos sabía que nada era normal ya.

Apenas había dormido.

Había pasado la noche con la cabeza llena de imágenes, de sonidos, de susurros. Las escenas de Valeria y Julián, entrelazados, perdiéndose el uno en el otro, seguían tan nítidas en su mente como si aún estuviera frente a la pantalla del celular.

Y lo peor… o lo mejor… era que, a pesar de los celos, del ardor en su pecho, el morbo seguía ahí. Más fuerte que nunca.

Los pasos suaves sobre el piso lo sacaron de sus pensamientos. Giró la cabeza y ahí estaba ella.

Valeria.

Con la misma seguridad, con la misma belleza descarada, con ese cuerpo que parecía diseñado para provocar sin esfuerzo. Llevaba una camiseta de Julián, grande, que le llegaba apenas a la mitad de los muslos, dejando ver sus piernas largas, bronceadas, perfectas. Nada debajo.
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Su cabello desordenado, su piel aún ligeramente enrojecida por las caricias de la noche anterior, sus labios ligeramente hinchados. Y esa sonrisa… esa maldita sonrisa ladeada, cómplice, que lo desarmaba y lo consumía al mismo tiempo.

—Buenos días… —saludó ella, caminando hasta la cocina como si nada.

Carlos tragó saliva, intentando mantener la compostura.

—¿Dormiste bien? —preguntó él, su voz un poco más áspera de lo habitual.

Valeria se giró hacia él, su mirada oscura, brillante, peligrosa.

—Mucho mejor de lo que imaginaba —respondió, con esa ambigüedad intencionada que decía todo… sin decir nada.

Antes de que Carlos pudiera contestar, Julián apareció desde el pasillo. Camiseta negra, pantalón deportivo, cabello revuelto. Su expresión era relajada, pero en sus ojos brillaba la misma chispa que en los de Valeria.

—Buen día, socio —saludó, dándole una palmada en la espalda a Carlos mientras se servía café, como si la noche anterior hubiese sido solo un mal sueño… o el mejor de todos.

El silencio se hizo pesado por un momento.

Carlos los miró a ambos. Los recuerdos. Las imágenes. Los sonidos.

Todo seguía ahí.

Pero también estaba el deseo, el morbo, la atracción retorcida que, lejos de desaparecer, ahora flotaba en cada rincón de la casa.

Y los tres lo sabían.

El juego no había terminado.

Solo estaba… comenzando.

El día avanzaba lento, casi insoportable para Carlos.

Valeria caminaba por el departamento con esa actitud descarada, descalza, solo con la camiseta de Julián que le quedaba grande, pero no lo suficiente como para cubrir por completo sus muslos o evitar que, con cada movimiento, dejara al descubierto pequeños destellos de su piel perfecta.

Carlos intentaba concentrarse, sentado en la sala con su laptop abierta… pero sus ojos inevitablemente la seguían.

Lo peor no era solo ella.

Era Julián.

Su forma de mirarla. Su confianza. Su lenguaje corporal que gritaba posesión sin necesidad de palabras. Ya no era el amigo que compartía departamento con ellos. Era el hombre que, aunque Carlos no lo quisiera aceptar, había cruzado un límite la noche anterior… y lo sabía.

En la cocina, Julián se acercó por detrás de Valeria mientras ella preparaba algo. Apoyó una mano en su cintura, inclinándose apenas para hablarle al oído. Carlos no alcanzó a oír lo que decía, pero la sonrisa de Valeria y el rubor sutil en su rostro hablaron por sí solos.


Valeria no se apartó.

No protestó.

De hecho… se quedó quieta. Permitió ese gesto de dominio. Y disfrutó de la atención.

Carlos tragó saliva, los celos ardiendo, el estómago encogido… pero, al mismo tiempo, el maldito morbo volvió a encenderse dentro de él, como si su cuerpo no pudiera evitarlo.

Más tarde, en el sillón, mientras los tres veían televisión, Julián se sentó al lado de Valeria. Sin preguntar, simplemente la atrajo hacia él, su brazo rodeando sus hombros, sus dedos jugando con el cabello de ella de forma casual… pero con un claro matiz posesivo.

Valeria apoyó la cabeza en su pecho.

No lo miró a Carlos.

No tuvo que hacerlo.

La tensión era insoportable.

Las miradas, los gestos, la forma en que Julián se sentía cómodo reclamando su espacio… y Valeria, lejos de resistirse, se dejaba llevar, como si disfrutara que otro hombre tomara el control, incluso delante de su propio novio.

Carlos no dijo nada.

Su cuerpo estaba rígido, su mente dividida entre los celos y esa excitación retorcida que lo consumía por dentro.

El día avanzaba.

Pero la dinámica había cambiado.

Y Carlos lo sabía.

El verdadero juego de poder… apenas estaba comenzando.


La tarde cayó sobre el departamento, pero el ambiente dentro de esas paredes estaba lejos de ser tranquilo.

Carlos seguía sentado en la sala, fingiendo trabajar, pero la atención se le escapaba a cada instante. Su mirada terminaba, inevitablemente, posada en Valeria… y en Julián.

Valeria había decidido, como si fuera un acto premeditado, vestirse de forma aún más provocativa. Ahora llevaba un pequeño short deportivo negro, tan ajustado que parecía pintado sobre su piel, y una camiseta sin mangas, lo suficientemente corta para dejar a la vista su abdomen plano y la curva de sus caderas. Sin sujetador, los movimientos de su cuerpo hacían que sus pechos firmes se marcaran de manera descarada bajo la tela.
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Caminaba por el departamento como si nada, pero cada gesto, cada mirada, cada movimiento, estaba cargado de intenciones.

Y Julián, cada vez más cómodo, no disimulaba el dominio que empezaba a ejercer sobre ella.

Cuando pasaba junto a él, la tomaba suavemente de la muñeca, deteniéndola.

—Tráeme un vaso de agua, Valeria —pidió en tono bajo, pero con una autoridad que a Carlos le encendía los celos.

Lo que más lo descolocaba no era Julián… era ella.

Valeria no se molestaba, ni protestaba, ni jugaba como antes.

Simplemente bajaba la cabeza levemente, con una pequeña sonrisa pícara, y obedecía. Pero al girarse, lo hacía contoneando las caderas, exagerando el vaivén de su cuerpo, consciente de cada mirada.

En un momento, Julián la llamó desde el sillón.

—Ven un segundo.

Valeria se acercó sin preguntar.

Julián, con una naturalidad perturbadora, la atrajo de la cintura y la sentó en su regazo, como si ya fuera su lugar habitual. Valeria rió suave, sus mejillas enrojecidas bajando ligeramente la mirada. No se resistió. No se movió.
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Carlos, sentado frente a ellos, apretó los dientes, sus manos cerradas en puños sobre sus piernas.

La peor parte no era la sumisión de Valeria… sino su provocación consciente. La forma en que, sentada sobre Julián, cruzaba las piernas, ladeaba la cabeza, se mordía el labio… como si disfrutara de ese juego retorcido frente a su propio novio.

—Parece que alguien está muy cómoda —comentó Julián, sonriendo, su mano subiendo lentamente por el muslo de Valeria, apretándola justo sobre el short.

Valeria bajó la mirada, fingiendo timidez… pero la sonrisa traviesa en sus labios la delataba.

Carlos tragó saliva.

El dominio, la provocación, el morbo… todo estaba fuera de control.

Y lo peor era que, en el fondo… él no quería que parara.



La tarde avanzaba, pero la tensión dentro del departamento solo crecía.

Carlos observaba desde la cocina, fingiendo preparar un café, mientras sus ojos no se despegaban de Julián y Valeria, que seguían en la sala, demasiado cómodos, demasiado cercanos… demasiado fuera de control.

Fue entonces cuando Julián, con esa seguridad tan suya, decidió ir un paso más allá.

—Valeria —dijo, en un tono relajado, pero con esa autoridad sutil que ya no podía disimular—, deberías cambiarte… ponte algo que te quede mejor. Algo que te haga ver como… lo que realmente eres.

Carlos frunció el ceño. Su estómago se encogió.

Valeria lo miró, sonrió, y sin perder esa actitud sumisa y provocativa, asintió.

—¿Y qué… quieres que me ponga? —preguntó, mordiéndose el labio inferior, con esa mezcla perfecta de picardía y obediencia que la hacía ver aún más irresistible.

Julián sonrió de lado, su mirada fija en ella, ignorando por completo a Carlos.

—Abre ese cajón del clóset… el que dejaste para las "ropas atrevidas"… seguro hay algo ahí que va con la ocasión.

Carlos sintió un escalofrío recorrerle la espalda.

Sabía perfectamente a qué se refería. Valeria siempre guardaba en ese cajón su ropa más provocativa, la que usaba solo para salir de noche… o para provocarlo en la intimidad.

Pero ahora… se la pedían para usarla dentro de la casa. Para caminar delante de los dos. Para el disfrute… de otro hombre.

Valeria se levantó sin protestar, sus caderas contoneándose exageradamente, desapareciendo por el pasillo rumbo al dormitorio.

Carlos quedó inmóvil, la taza temblando entre sus manos.

Minutos después, Valeria volvió.

Su atuendo arrancó el aire de los pulmones de Carlos.

Una diminuta blusa negra, ajustadísima, sin sujetador, que apenas cubría lo necesario, dejando ver la curva perfecta de su pecho y marcando sus pezones sin pudor. Una falda negra, tan corta que cada paso amenazaba con revelar más de la cuenta. Sus piernas largas, bronceadas, sin medias, descalza.
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Y esa sonrisa en su rostro… mezcla de inocencia y perversión, de sumisión y total control.

—¿Así está bien? —preguntó, girándose lentamente, mostrándose a Julián… ignorando por completo a Carlos.

Julián la observó de arriba abajo, asintiendo con una expresión satisfecha, como si ya la hubiera moldeado a su gusto.

—Perfecta —dijo, sin ocultar la intención en su mirada.

Carlos tragó saliva, el pecho oprimido, los celos ardiendo… pero su maldito morbo lo paralizaba.

La casa… ya no era su territorio.

La noche… prometía ser aún peor.

O… demasiado adictiva para resistirse.

Hasta aquí la segunda parte, dejen sus puntos para la tercera
Y si de casualidad alguien tiene gif que me puedan compartir para hacer está historia más entretenida se los agradecería mucho gracias.

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