
Resumen de los primeros 5 capítulos de "Entre Dos Mundos":
Encuentro en la puerta: Mariela y Valeria, dos madres casadas, se conocen casualmente en la puerta del colegio de sus hijas. Surge una conexión inmediata y una complicidad inesperada que despierta sentimientos nuevos en ambas.
La chispa que no se apaga: Tras el primer encuentro, ambas sienten una atracción creciente y comienzan a buscarse con la mirada y las palabras. En la biblioteca del colegio, comparten una charla íntima sobre sus miedos y deseos ocultos, revelando que sienten que viven vidas que no son completamente suyas.
Entre el deseo y la duda: En un estacionamiento, Valeria invita a Mariela a tomar un café, pero ella rechaza con miedo, consciente de las consecuencias. El rechazo solo aviva el deseo que ambas sienten, creando una tensión difícil de ignorar.
Cruce de límites: En una cafetería, Valeria y Mariela se acercan más y comparten un beso tímido y lleno de promesas, aunque deben separarse cuando llaman a sus hijas. Este momento marca el inicio de un vínculo más profundo y prohibido.
Deseo contenido: Mariela, sola en su casa, revive en su mente la imagen de Valeria y el roce de sus manos, dejándose llevar por el deseo contenido y la imaginación. Comprende que el deseo más intenso puede arder en silencio y que la espera solo alimenta esa llama interior.

Capítulo 6: La proximidad del fuego
Los días que siguieron al despertar de aquel deseo contenido, Mariela sentía una mezcla de ansiedad y esperanza recorriendo su pecho. Cada encuentro, aunque breve y aparentemente casual, era para ella una tormenta de emociones.
Una tarde, en la salida del colegio, las miradas se cruzaron una vez más, más intensas, más sinceras. Valeria se acercó con una sonrisa cálida, que parecía prometer todo lo que aún no se habían atrevido a decir.
—Mariela —susurró Valeria, acercándose lo suficiente para sentir el calor de su cuerpo—. No puedo seguir ignorando esto. Cada vez que estoy cerca de vos, siento que algo despierta en mí.
Mariela tragó saliva, el corazón latiendo con fuerza.
—Yo también lo siento —confesó, con la voz temblorosa—. Pero todo es tan confuso…
Valeria tomó su mano con delicadeza, apretándola con ternura.
—Lo sé. Pero no estamos solas. A veces, para encontrar la verdad, hay que ser valiente y dejar que el fuego nos guíe.
El viento jugaba con los cabellos de Mariela mientras la cercanía de Valeria la envolvía en una sensación nueva y abrumadora. El deseo latía en cada gesto, en cada suspiro contenido.
Y aunque el miedo aún susurraba dudas en su mente, la promesa de lo que podía ser comenzaba a tomar forma, iluminando el camino hacia un mundo donde podrían ser ellas mismas.
La tarde caía lentamente, pintando el cielo con tonos cálidos que parecían envolver todo en un abrazo suave. Mariela y Valeria caminaban juntas hacia sus coches, la conversación de sus hijas llenando el aire con risas y planes para el fin de semana.
Pero entre ellas, un silencio cargado de significado crecía con cada paso.
Valeria se detuvo, mirándola con una mezcla de ternura y determinación.
—Mariela, necesito que sepas algo —dijo en voz baja—. Desde que te conocí, no puedo dejar de pensar en vos. Siento que cada palabra, cada mirada, nos está llevando a algo real.
Mariela sintió cómo un calor intenso la recorría, un temblor que no podía controlar.
—Yo también lo siento —respondió, casi en un susurro—. Pero hay tanto miedo. Miedo a perder lo que tenemos, a lo que podría pasar.
Valeria tomó su mano, entrelazando sus dedos con delicadeza.
—A veces, lo que más tememos es justo lo que más necesitamos. No quiero que te sientas sola en esto.
El contacto de sus manos era un fuego silencioso, una promesa sin palabras.
Mariela cerró los ojos un instante, dejando que el roce de la piel calmara la tormenta dentro de ella.
—Quiero intentarlo —murmuró finalmente, su voz cargada de emoción.
Valeria sonrió, acercándose un poco más, su aliento rozando la piel de Mariela.
—Entonces caminemos juntas, sin miedo.
Y en ese instante, bajo el cielo que comenzaba a oscurecerse, dos mundos que parecían tan distintos empezaron a fundirse en uno solo.
Los días que siguieron estuvieron llenos de pequeñas miradas furtivas, mensajes apenas velados y encuentros que buscaban robar momentos al tiempo. Mariela y Valeria empezaron a navegar ese territorio nuevo con una mezcla de emoción y cautela.
Una tarde, tras la salida del colegio, decidieron caminar juntas por el parque cercano. El aire fresco de la primavera acariciaba sus rostros mientras hablaban, sus palabras cada vez más sinceras y profundas.

—Nunca imaginé que podría sentir algo así —confesó Mariela, apretando suavemente la mano de Valeria—. Es como descubrir una parte de mí que estaba dormida.
Valeria la miró con ternura y sonrió.
—Yo también —respondió—. Y aunque el camino no sea fácil, siento que vale la pena cada paso.
Se detuvieron junto a un banco, y Valeria la invitó a sentarse. El silencio se hizo cómplice, y entonces, con delicadeza, Valeria apoyó una mano en la mejilla de Mariela, recorriéndola con suavidad.
Los ojos de Mariela se cerraron, y un suspiro escapó de sus labios mientras sentía esa caricia, el calor de un contacto que prometía mucho más.
—Estoy aquí —susurró Valeria—. No tienes que tener miedo.
Mariela abrió los ojos y la miró, con una mezcla de vulnerabilidad y deseo.
—Confío en vos —dijo.
Y en ese momento, sellaron con un beso suave, lleno de ternura y promesas, el comienzo de una nueva historia que las uniría para siempre.
Los días que siguieron a aquel beso fueron una mezcla de emoción y tensión para Mariela y Valeria. Cada momento compartido, aunque breve, estaba cargado de una intensidad que les resultaba difícil contener.
En una noche tranquila, Valeria visitó a Mariela en su casa bajo la excusa de revisar algunos trabajos de las niñas. Pero cuando la puerta se cerró detrás de ella, el aire cambió, y una electricidad palpable llenó la habitación.
—Mariela —susurró Valeria, acercándose lentamente—. No puedo ocultar lo que siento. Cada vez que estoy cerca, mi piel arde con solo rozarte.
Mariela sintió un escalofrío recorrer su espalda. Se acercó a Valeria, y sus manos se encontraron con un temblor contenido.

—Yo también lo siento —confesó—. Es como si una parte de mí despertara que no sabía que existía.
Valeria sonrió, deslizando sus dedos con delicadeza por el cuello de Mariela, provocando que esta cerrara los ojos y dejara escapar un suspiro suave.
—Déjame mostrarte —murmuró—. Déjame llevarte a ese lugar donde el miedo desaparece y solo queda el deseo.
Sus labios se encontraron en un beso lento y profundo, lleno de promesas y pasión contenida. Los susurros y gemidos suaves se mezclaron con la melodía silenciosa de la noche, mientras ambas exploraban con delicadeza ese territorio nuevo, descubriendo la luz en medio de las sombras.

Epílogo: Dos madres, dos esposas, dos amantes
Mariela y Valeria habían cruzado todos los límites que la sociedad les había impuesto, y en ese cruce habían descubierto su esencia más pura. Eran dos madres que amaban a sus hijos, dos esposas que luchaban con las cadenas del deber, pero sobre todo, eran dos amantes que se entregaban con pasión y sin miedo.
—Somos lo que quisieron callar —dijo Valeria, su voz firme y orgullosa—. Dos mujeres libres, dueñas de su deseo y su destino.
Mariela asintió, con una sonrisa que desafiaba al mundo.
—Y sí, somos las putas de esta historia —agregó, con una risa llena de poder—. Porque nadie podrá olvidar lo que hemos vivido, lo que hemos sentido, ni la forma en que nos entregamos.
Sus cuerpos, marcados por la pasión y el amor, eran testigos de una batalla ganada: la de ser auténticas, completas, indomables.
En el eco de sus gemidos, en el calor de sus caricias, se escribía una historia que nadie podría borrar. La historia de dos mujeres que rompieron las reglas para amarse sin reservas.
Y así, entre susurros y miradas que quemaban, dos madres, dos esposas, dos amantes, dos putas, sellaron un pacto eterno: el de ser inolvidables, para siempre.


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