
Mariela, de 34 años, es una madre dedicada y esposa ejemplar que vive en el corazón de su familia, con tres hijas: Mahía (15), Sofía (13) y Uma (6). Aunque su vida parece ordenada y perfecta, en su interior guarda un anhelo profundo de descubrir quién es realmente más allá de los roles que la sociedad espera de ella.
Valeria, de 35 años, también es madre y esposa, con una hija adolescente llamada Abril (14). Profesional y extrovertida, combina su trabajo con la crianza de su hija y una vida social activa. Sin embargo, detrás de su confianza y energía, Valeria siente que una parte de sí misma está dormida, esperando despertar.
Ambas mujeres, unidas por la cotidianeidad del colegio y el amor por sus hijas, están a punto de descubrir un secreto que cambiará sus vidas y las llevará a explorar un amor inesperado y prohibido.
Capítulo 1: Encuentros inesperados
La rutina del colegio siempre parecía la misma: coches estacionados, madres charlando, niños corriendo en busca de sus amigos. Pero para Mariela, aquella mañana de otoño tenía un aire distinto, casi imperceptible, como si algo estuviera a punto de cambiar.
Mariela de Mahía, de 34 años, llegó temprano con sus tres hijas: Mahía, Sofía y la pequeña Uma. Era una madre entregada, dedicada a mantener el hogar en orden y cuidar de su familia con todo su amor. Sin embargo, bajo esa fachada, latía un anhelo silencioso que no se atrevía a revelar ni a sí misma.
Mientras ayudaba a Uma a bajar del auto, notó a otra mujer apoyada en la baranda de la entrada, mirando distraídamente su teléfono. Su mirada se cruzó con la de Mariela y, por un instante, algo vibró en el aire.
—Hola —saludó la mujer con una sonrisa cálida—. ¿También esperas a Abril?
Mariela asintió, sorprendida por la familiaridad y la amabilidad en la voz.
—Sí, es mi hija mayor —respondió, sonriendo tímidamente—. Soy Mariela.
—Valeria —dijo la mujer, extendiendo la mano—. Paso por aquí un poco antes para disfrutar del silencio antes del bullicio.
Las dos mujeres comenzaron a charlar, compartiendo pequeñas anécdotas sobre sus hijas y la vida familiar. Pero entre sus palabras se colaron miradas más prolongadas, sonrisas cómplices y un magnetismo inesperado.
—Me encanta cómo cuidas a tus hijas —dijo Valeria, con una suavidad que hizo latir el corazón de Mariela más rápido—. Se nota que estás llena de amor.
—Gracias —respondió Mariela, sintiendo un calor que no entendía—. Tú también pareces una madre increíble.
Cuando sus hijas aparecieron en el portón, las dos mujeres se despidieron con una sonrisa y un último intercambio de miradas que prometía más.
Ese día, sin saberlo, ambas iniciaron un camino secreto, un mundo oculto donde sus deseos y sentimientos podían ser verdaderos y libres.
Capítulo 2: La chispa que no se apaga
Los días siguientes, Mariela no pudo evitar pensar en aquel encuentro con Valeria. La imagen de su sonrisa y la calidez de su voz se habían quedado grabadas en su mente. Cada vez que dejaba a sus hijas en el colegio, buscaba inconscientemente a Valeria, esperando cruzarse con ella otra vez.
Por su parte, Valeria también sentía ese mismo tirón invisible. Sus días, llenos de responsabilidades y compromisos, parecían menos pesados desde que había conocido a Mariela. Había algo en ella que despertaba en Valeria una mezcla de curiosidad y deseo que nunca antes había experimentado.
Una tarde, en la biblioteca del colegio, sus caminos se cruzaron de nuevo. Ambas estaban buscando libros para sus hijas, pero la conversación pronto se volvió personal, como si el mundo a su alrededor desapareciera.
—¿Alguna vez has sentido que estás viviendo una vida que no es completamente tuya? —preguntó Valeria en voz baja, casi como un susurro.
Mariela la miró fijamente, sorprendida por la pregunta que parecía venir de lo más profundo de su alma.
—Sí… muchas veces —confesó—. A veces siento que hay algo dentro mío que no he explorado, algo que me asusta descubrir.
Valeria sonrió con complicidad.
—No estás sola —dijo—. Yo también tengo ese miedo, pero quizás es hora de dejarlo salir, de vivir lo que realmente somos.
Ese día, entre libros y susurros, nació una complicidad más fuerte, un puente invisible que las unía más allá de lo que podían comprender.
Mariela volvió a casa con el corazón agitado y la mente llena de pensamientos. Sabía que estaba empezando a caminar hacia un terreno peligroso, pero también sentía que no podía detenerse.
Valeria, por su parte, se preguntaba cuánto más podría ocultar ese deseo, y si alguna vez tendría el valor de enfrentar lo que sentía.
Entre dos mundos, entre la vida que conocían y la verdad que comenzaba a surgir, ambas mujeres estaban a punto de descubrir que el amor puede romper cualquier frontera.
apítulo 3: Entre el deseo y la duda
Las semanas pasaban y los encuentros entre Mariela y Valeria se volvían cada vez más frecuentes, aunque siempre envueltos en una discreción que las protegía del mundo exterior. Cada conversación, cada mirada, encendía una llama que ambas trataban de ignorar.
Una tarde, después de una reunión en el colegio, coincidieron en el estacionamiento. La luz del atardecer bañaba el lugar con tonos dorados y cálidos. Valeria, con una sonrisa traviesa, se acercó a Mariela.
—¿Quieres venir a tomar un café? —susurró, sus ojos brillando con una mezcla de nervios y deseo.
Mariela sintió un nudo en el estómago. Quería decir que sí, pero su mente luchaba contra lo que su corazón le pedía.
—No sé si es buena idea —respondió con voz temblorosa—. No sé si debería.
Valeria dio un paso más cerca, hasta quedar a un suspiro de distancia.
—A veces, lo que más deseamos es justamente lo que más miedo nos da —murmuró, rozando suavemente la mano de Mariela.
El contacto hizo que un escalofrío recorriera todo su cuerpo. Pero Mariela apartó la mano rápidamente, con los ojos llenos de confusión.
—No… no puedo. Esto está mal. Soy esposa, madre. No puedo.
Valeria la miró con comprensión, aunque sus ojos no ocultaban la decepción.
—Lo sé —dijo en un susurro—. Pero no tienes que decidir ahora. Solo quiero que sepas que aquí estoy, que no estás sola.
Mariela retrocedió, luchando contra la tormenta de emociones que la embargaba. Su cuerpo ardía con el deseo reprimido, pero su mente le recordaba las consecuencias, los riesgos.
Esa noche, en la soledad de su habitación, Mariela se permitió sentir cada emoción sin juzgarse. Cerró los ojos y recordó el roce de la mano de Valeria, el calor de su mirada, el latido acelerado de su corazón.
El rechazo inicial solo había avivado la llama. Sabía que estaba empezando un camino peligroso, pero el deseo era imposible de ignorar.
Y en esa lucha interna, Mariela comprendió que para descubrir quién era realmente, tendría que enfrentarse a sus propios miedos.

apítulo 4: Cruce de límites
Los días que siguieron al encuentro en el estacionamiento fueron un vaivén de emociones para Mariela. Intentaba mantener la rutina, dedicarse a sus hijas, a Juan, a su vida habitual, pero en su mente no dejaba de aparecer Valeria, con su sonrisa cómplice y esos ojos que parecían leerle el alma.
Un miércoles por la tarde, la casualidad quiso que se encontraran en la cafetería del colegio, solas por unos minutos antes de que llegaran sus hijas. Valeria la miró con una intensidad que desarmaba cualquier resistencia.
—Mariela —dijo suavemente—, sé que tienes miedo. Yo también lo tuve. Pero a veces el miedo es la señal de que algo vale la pena.
Mariela bajó la mirada, el corazón latiendo con fuerza.
—No sé si puedo —susurró—. No quiero lastimar a nadie.
Valeria se acercó despacio y tomó la mano de Mariela entre las suyas.
—Nadie tiene que salir lastimado si somos honestas con nosotras mismas. Y merecemos ser felices.
Mariela cerró los ojos, sintiendo el calor del tacto de Valeria, la electricidad que recorría su piel. Por un instante, todo su mundo se redujo a ese contacto.
Y entonces, Valeria se inclinó, sus labios rozando suavemente los de Mariela. Fue un beso tímido, lleno de promesas y de la urgencia de lo prohibido.
Mariela sintió cómo se deshacía, cómo el miedo cedía paso al deseo.
Pero justo cuando sus cuerpos empezaban a acercarse, una voz llamó a sus hijas, rompiendo la magia del momento.
Ambas se separaron, con la respiración agitada, conscientes de que aquel beso era solo el comienzo de algo mucho más grande.

Capítulo 5: Deseo contenido
La casa de Mariela estaba en silencio, salvo por el leve susurro del viento que se colaba por la ventana entreabierta. Ella estaba sola, una copa de vino en la mano, tratando de calmar la tormenta que sentía en su interior.
De pronto, recordó la última mirada de Valeria, la forma en que sus ojos brillaron al despedirse, el roce fugaz de sus manos. Esa imagen se quedó grabada en su mente, despertando una corriente de sensaciones que le hacían arder la piel.
Se sentó en el sillón, cerró los ojos y dejó que sus pensamientos la llevaran a ese instante prohibido. Imaginó las manos de Valeria recorriéndole lentamente la espalda, la suavidad de sus labios al deslizarse por su cuello, la electricidad de cada caricia.
Su respiración se volvió más profunda, el corazón acelerado. Sentía el calor crecer dentro de ella, un fuego que pedía ser liberado, aunque fuera solo en su mente.
Con delicadeza, llevó una mano a su pecho, recorriendo su piel con ternura, explorando cada rincón, cada deseo oculto. Cerró los ojos y se dejó llevar por el placer de imaginar, por la dulzura de un amor que aún no podía tocar, pero que sentía vivo en cada latido.
En esa soledad, Mariela descubrió que el deseo no siempre necesita ser pronunciado para ser intenso; a veces, el fuego más poderoso arde en el silencio y la espera.Capítulo 6: La proximidad del fuego
Los días que siguieron al despertar de aquel deseo contenido, Mariela sentía una mezcla de ansiedad y esperanza recorriendo su pecho. Cada encuentro, aunque breve y aparentemente casual, era para ella una tormenta de emociones.
Una tarde, en la salida del colegio, las miradas se cruzaron una vez más, más intensas, más sinceras. Valeria se acercó con una sonrisa cálida, que parecía prometer todo lo que aún no se habían atrevido a decir.
—Mariela —susurró Valeria, acercándose lo suficiente para sentir el calor de su cuerpo—. No puedo seguir ignorando esto. Cada vez que estoy cerca de vos, siento que algo despierta en mí.
Mariela tragó saliva, el corazón latiendo con fuerza.
—Yo también lo siento —confesó, con la voz temblorosa—. Pero todo es tan confuso…
Valeria tomó su mano con delicadeza, apretándola con ternura.
—Lo sé. Pero no estamos solas. A veces, para encontrar la verdad, hay que ser valiente y dejar que el fuego nos guíe.
El viento jugaba con los cabellos de Mariela mientras la cercanía de Valeria la envolvía en una sensación nueva y abrumadora. El deseo latía en cada gesto, en cada suspiro contenido.
Y aunque el miedo aún susurraba dudas en su mente, la promesa de lo que podía ser comenzaba a tomar forma, iluminando el camino hacia un mundo donde podrían ser ellas mismas.
contiunuara...
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