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La Vecina || Lightmoon

Les traigo un nuevo relato, ahora sobre una streamers, Tiktoker Mexicana... Lightmoon 🔥🔥
Espero les guste y no olviden dejar sus puntos 🔥🔥

🔥🔥🔥🔥🔥🔥🔥🔥🔥🔥🔥🔥🔥🔥🔥🔥🔥🔥🔥

La luz del sol se colaba perezosa por la rendija de la persiana. Me daba directo en la cara, como si me dijera “ya despierta, huevón”. Me estiré un poco en la cama, los huesos tronaron con gusto. No tenía prisa. Domingo, y con los días libres que nos dieron en el trabajo, tenía prácticamente medio semana para no hacer nada. O para hacer lo que me diera la gana.
Me levanté rascándome la nuca, todavía medio dormido, y fui directo al baño. Me enjuagué la cara con agua fría y me cepillé los dientes con calma. El espejo reflejaba mi cara hinchada de recién despertado, pero no me importaba. Hoy no había apuros. Hoy todo iba a ir lento.
Fui a la cocina y saqué un poco de carne frita que había guardado el día anterior. La metí al microondas y mientras giraba en el plato de cristal, el olor me abrió el apetito. Justo cuando sonó el pip anunciando que estaba lista, tocaron a la puerta.

—Chingaos —murmuré entre dientes—. Justo ahora...

Me acerqué y abrí. Era Marcos Acevedo, mi vecino de al lado. Ese güey siempre caía cuando necesitaba algo. Ya me había pedido desde pinzas de mecánico hasta cargar su celular cuando se le iba la luz.

—¿Qué onda, cabrón? —le dije, medio sonriendo.

—Quiubo, hermano —respondió con ese tono relajado suyo, confiado, como si lleváramos toda la vida siendo compas.

Me contó que se iría a Monterrey por trabajo, unos días nada más. Ya sabes, cosas de ingenieros de campo, instalaciones de cableado, andar de aquí para allá. Me dijo que su hermana vendría a quedarse en su casa durante esos días, pero que ella era muy de andar en la calle y que no se fiaba mucho en dejarle la vigilancia del lugar.

—Tú nomás échale un ojo, carnal. Ya sabes, que no se metan ratas o algún loquillo —me dijo, mientras sacaba su celular y me anotaba su número, por cualquier cosa.

—Simón, no hay pedo. Tú vete tranquilo —le dije. A fin de cuentas, no me costaba nada.

Me dio una palmada en el hombro y, sin más, dio media vuelta, se subió a su carro y arrancó hacia el aeropuerto.
Me quedé un segundo viendo cómo su coche se alejaba. Luego cerré la puerta y me fui a desayunar.
Me serví un vaso de jugo frío, lo acompañé con la carne ya caliente y me senté a desayunar sin prisa, viendo cómo el sol se filtraba suave por la ventana. Era un buen día, sin mucho ruido, sin presiones. Después me tiré en el sofá, con el estómago satisfecho, y encendí la tele para ver si Netflix tenía algo decente. Empecé a navegar entre series, pero nada me llamaba la atención. Todo lo había empezado y dejado a la mitad. Clásico.
Entonces escuché el motor de un coche detenerse frente a la casa del vecino. Me asomé entre las persianas.

Efectivamente… era la hermana de Marcos.

No alcanzaba a verla con claridad por culpa de la reja entre ambas casas, pero pude distinguir que llevaba puesto algo blanco, como un conjunto ajustado. ¿Un enterizo? ¿Un pantalón con blusa pegada? No supe bien, pero el cuerpo se le marcaba… eso sí lo noté. Tenía porte, eso era innegable. Caminaba como si no necesitara a nadie. Con firmeza. Como si supiera que más de uno la estaría viendo sin poder evitarlo.
Solo pensé para mí: Ojalá no salga igual que el hermano, pidiendo favores a cada rato.
La tarde pasó tranquila. Hice poco y nada. Me di una ducha ligera al caer la noche, cené algo leve y me tiré en la cama a revisar el celular. Las notificaciones estaban muertas, así que dejé el teléfono a un lado y apagué la luz. Cerré los ojos. Silencio total.

O casi.

A eso de las diez y media de la noche, justo cuando el sueño me empezaba a ganar, una música comenzó a escucharse con fuerza desde la ventana de al lado. No cualquier música, sino esas canciones con beats densos, medio electrónicos, que vibran el cristal si subes el volumen suficiente. Y la ventana de mi cuarto da justo con la de la casa de Marcos. La hermana de él, por supuesto, no tenía idea de lo mucho que se escuchaba desde mi cuarto.
Bufé. Me tapé la cabeza con la almohada, pero no sirvió de nada. La música seguía. Pensé en escribirle a Marcos, pero seguro ya estaba volando. Así que me levanté, me puse una playera y fui directo a tocarle la puerta.

Toqué dos veces. Firme, pero sin ser grosero.

La música seguía un par de segundos más, luego se bajó repentinamente, y al poco rato la puerta se abrió.

Y ahí estaba ella.

La hermana de Marcos.

De cerca… era otro nivel. Llevaba una especie de traje deportivo color gris enterizo entallado, como si estuviera pintado sobre su cuerpo. La tela delgada marcaba el contorno de sus senos, firmes y medianos, y la cintura estrecha que se abría a unas caderas perfectamente delineadas. Estaba descalza. Su cabello amarrado algo mojado, como si se acabara de bañar.
La Vecina || Lightmoon



Me miró directo a los ojos, con una media sonrisa, como si supiera por qué estaba ahí antes de que hablara.

—¿Sí? —preguntó con voz calmada, ronquita, casi juguetona.

Tragué saliva disimuladamente.

—Perdón que moleste… es solo que la música se escucha bastante fuerte en mi cuarto. Me costaba dormir, nomás por eso venía a ver si le podías bajar tantito —le dije, manteniendo la compostura.

Ella sonrió más. Bajó un poco la mirada y la volvió a subir, como si me analizara.

—Uy, no sabía que se escuchaba tanto… perdón, vecino. No quería incomodarte. Ya la bajé, no hay problema.

—Gracias, de verdad. Solo era eso.

—¿No quieres pasar un momento? Ya que estás aquí... Ocupo la opinión de alguien para un vídeo que estoy haciendo —dijo, con ese tono suave, pero con algo detrás. No era una simple cortesía. Era una invitación… distinta.

Me quedé parado medio segundo, evaluando.

¿Y por qué no? pensé.

Asentí levemente.

—Va, pero solo un momento.

—Perfecto —dijo ella, abriendo un poco más la puerta y haciéndose a un lado.

Entré, y apenas crucé la puerta, sentí el perfume suave que flotaba en el aire, cálido, femenino. Algo en esa casa olía a deseo sin haber empezado nada todavía.
Y ella… se movía con una naturalidad tan provocadora, que yo ya sabía que esa noche no iba a dormir temprano.
Ella cerró la puerta tras de mí con suavidad. La casa olía a vainilla, limpio, con un toque femenino que no dejaba dudas de que el espacio ya tenía otra energía desde que ella llegó.

—Por cierto, soy Diana. Diana Acevedo —me dijo, al tiempo que caminaba hacia la cocina abierta—. ¿Quieres algo de tomar?

—Acabo de cenar, gracias —le respondí mientras me acomodaba la camiseta—. Pero gracias por la invitación.

—No hay problema —dijo con una sonrisa suave, y volvió con una botella de agua entre sus manos—. Mi hermano me habló de ti antes de irse. Dijo que podía confiar sin problemas, que eras buen vecino… responsable.

—Ah, ¿sí? Qué raro que diga eso. Él siempre llega a pedirme cosas como si yo trabajara para él —le dije con una pequeña risa.

—Jajaja, sí, suena a Marcos —contestó, soltando una carcajada ligera, con una risa que se le escapó más natural que forzada.

Nos sentamos en el sillón. El ambiente estaba relajado, pero algo en la manera en que cruzó las piernas, en la forma en que se inclinó para tomar el control de la televisión, comenzó a despertar esa tensión inevitable. Su cuerpo hablaba. Y yo escuchaba.

—¿Has oído de Lightmoon en TikTok?

—¿Eh? No… ¿por?

—Soy yo —dijo con una mirada traviesa, al tiempo que abría la app en la TV y proyectaba su perfil.

La pantalla mostró de inmediato su cuenta. El avatar, sus ojos maquillados, su sonrisa con filtro. Miles de likes. Y ahí estaban los videos: bailes, transiciones con cambios de ropa, tomas en cámara lenta que destacaban su cuerpo. Movimiento de caderas. Labios rozando una pajilla. Ropa deportiva apretada. Vestidos cortos. Cosplays. Todo tan bien producido que no había forma de no mirarlo.

—Este es el último —dijo con tono suave, como si no supiera el efecto que tenía sobre mí—. Lo grabé ayer.

Le dio play.

Ahí estaba ella, con una falda corta y una blusa que apenas cubría. Girando frente a un espejo. Mordiéndose el labio. Bailando al ritmo de una canción lenta y seductora. El video terminaba con una mirada suya directa a la cámara. Casi como si te hablara a ti.

Tragué saliva y sin pensar, solté:

—Te ves perfecta.

Ella giró a verme, sorprendida por lo directo de mi comentario. Sus mejillas se tiñeron de rojo y desvió la mirada con una pequeña risa nerviosa.

—Oh… gracias —murmuró. Y se mordió el labio, pero esta vez fuera del video.
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Se hizo un silencio cargado. El tipo de silencio que no es incómodo, sino denso, lleno de electricidad estática en el aire.

—¿Puedo usar el baño? —pregunté, para cortar un poco la tensión.

—Claro, está por el pasillo, a la derecha —dijo ella, todavía con una media sonrisa en la cara.

Fui al baño, cerré la puerta, hice lo que tenía que hacer y al salir, mientras me ajustaba la camiseta, giré en la dirección opuesta por error. Al intentar corregir, el codo me chocó con algo… un panel de madera mal cerrado a un costado.

Pum.

Una puerta de clóset se entreabrió y de ahí cayó algo.

Lo tomé por instinto antes de que tocara el suelo.

Era un traje de cosplay, pero no uno cualquiera. Uno de esos que apenas cubren, de tela brillante y escote descarado, con encajes y cintillas, medias a juego y orejitas. Estaba claro que no era solo para TikTok.

Me quedé mirándolo un segundo.

Luego giré hacia donde estaba Diana, que venía saliendo del cuarto al oír el ruido.

Nos quedamos mirándonos.

Ella vio el traje en mis manos, y su rostro se congeló. Los ojos abiertos. La cara enrojecida como si le acabara de descubrir un secreto.

—Lo siento, no fue mi intención… —empecé a decir, pero no terminé.

Ella bajó la mirada, apretó los labios… y luego, con voz baja, apenas audible, dijo:

—También tengo OnlyFans.

Se hizo un silencio espeso. Ella no me miraba. Jugaba con sus dedos. Esperaba, quizás, que la juzgara.

Pero no lo hice.

Mis ojos fueron del traje… a ella. Y de vuelta al traje.

Y en ese instante, la tensión que nos rodeaba desde el principio se volvió algo más. Algo palpable.

—Bueno… qué buenos negocios tienes —le dije con una sonrisa ladeada, aún con el traje entre mis manos.

Ella me miró con sorpresa. Sus cejas se alzaron, y por un momento pareció contener la respiración. No sabía si reír, defenderse o salir corriendo.

—¿De verdad no… no piensas mal de mí? —preguntó en voz baja, con esa mezcla de ternura y vulnerabilidad que pocas veces alguien deja ver de verdad.

Negué con la cabeza y di un paso hacia ella, acercándome lentamente.

—No. Para nada. Cada quien busca ganarse la vida como puede, y si tú tienes lo que se necesita… ¿por qué no? No le haces daño a nadie.

Ella bajó la mirada, como si mis palabras hubieran sido un alivio inesperado. Sonrió apenas, y en ese instante supe que había algo más. No era solo el secreto revelado. Era la forma en la que me miraba. Como si de repente ya no hubiera filtros, ni máscaras. Solo dos personas y una tensión que ya no se podía ocultar más.

Extendí el brazo para devolverle el traje. Ella lo tomó… pero no se apartó.

En cambio, levantó la mirada… y se lanzó a mí.

Me besó de golpe, sin aviso, con una intensidad que me dejó sin aire. Sus labios eran cálidos, suaves, pero con hambre. Un beso que no buscaba cariño, sino deseo. Puro deseo.

Le respondí al instante. La tomé por la cintura y la atraje contra mí, nuestras bocas explorándose sin prisa pero con firmeza. Su cuerpo encajaba perfecto contra el mío. Sentía el calor de su piel a través de esa ropa delgada. El roce de su pecho contra mi torso. Mis manos se deslizaron por su espalda, bajando lentamente, sin prisa.

El beso se volvió más profundo, más húmedo, más desesperado.

Casi sin darnos cuenta, entre besos, roces y respiraciones aceleradas, empezamos a caminar hacia su cuarto. Tropezamos con un par de cosas en el pasillo, sin soltar el contacto. Como si el resto del mundo se hubiera borrado.

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Entramos a su habitación. Las luces estaban bajas. Solo una tira LED azul iluminaba sutilmente el ambiente. En la cama, algunas almohadas con formas de personajes de anime. Todo olía a perfume dulce, a cuerpo caliente, a algo que ya no podía detenerse.

—¿Estás segura? —le pregunté, mi voz algo ronca por la excitación.

Ella me miró fijo, con la respiración agitada y las mejillas encendidas.

—Sí… completamente segura —dijo, sin dudarlo, mordiéndose el labio inferior mientras su mano me recorría el pecho por encima de la camiseta.

Ese fue el punto de no retorno.

Me acerqué de nuevo, la besé con más ganas, mis manos viajaron por su cintura, subiendo por debajo del enterizo, sintiendo su piel lisa y caliente. Ella arqueó ligeramente la espalda al sentir mis dedos recorrer su costado, pegándose más a mí, como si su cuerpo supiera exactamente dónde quería estar.

Después de unos segundos, ella se separó lentamente de mis labios, nuestras respiraciones agitadas llenaban el silencio del cuarto. Me miró con una mezcla entre fuego y nerviosismo, y sin decir una palabra, llevó sus manos al costado de su traje blanco.

Con un movimiento suave, lo deslizó hacia abajo, primero los hombros, luego el torso. La tela bajó con lentitud, revelando poco a poco el tono cálido de su piel. Mis ojos no se despegaban de ella. El enterizo cayó como una cascada blanca al suelo, dejando su figura al descubierto… solo cubierta por un traje de baño color morado que resaltaba su cuerpo de forma perfecta.
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El escote en “V” profundo, el corte alto en las caderas, el ajuste en la cintura… todo en ese traje parecía diseñado para provocar. Sus pechos se marcaban sutilmente por la tela húmeda de su piel aún tibia. Su abdomen plano respiraba con fuerza, y sus piernas, ligeramente separadas, estaban firmes, suaves, deseables.
Se metió en la cama sin prisas, como si supiera que cada segundo suyo era una provocación silenciosa. Se recostó sobre las sábanas blancas, apoyando la cabeza en una almohada, y me miró.

Esa mirada…

Despreocupada, segura, pero también vulnerable. Como si me estuviera invitando a ver una parte suya que no mostraba con facilidad.
Mis ojos se deslizaron por cada centímetro de su cuerpo. Esa imagen quedó grabada en mi mente como si fuera una fotografía: Diana Acevedo, con ese traje de baño morado que apenas cubría lo justo, acostada de lado, una pierna cruzada sutilmente sobre la otra, y su mirada clavada en mí.

—¿Vas a quedarte ahí parado… o vas a venir? —me dijo, con una voz ronca, casi un susurro que me sacudió por dentro.

Sonreí sin decir palabra.

Me acerqué, lento, dejándome guiar por el instinto, por el deseo que ya era imposible disimular. Me quité la camiseta y me senté al borde de la cama, justo a su lado. Mi mano recorrió su muslo suavemente, sintiendo la suavidad de su piel, la tensión contenida en sus músculos, el temblor mínimo que sólo se nota cuando estás tan cerca que puedes sentir el calor corporal del otro.

Ella cerró los ojos un instante, disfrutando ese primer contacto real. Mis dedos subieron por su pierna, rozando el borde del traje de baño. Su respiración se aceleró un poco. Se humedeció los labios.

Me incliné y volví a besarla, esta vez más despacio, saboreando cada segundo. Mis manos se posaron sobre su cintura, sintiéndola moverse con mis caricias, como si su cuerpo buscara desesperadamente más.

Su piel ardía. No solo de calor, sino de ganas. Sus muslos se tensaban ligeramente con mis caricias. La yema de mis dedos recorrió su cintura, subió por su vientre y rozó suavemente el borde inferior de su top morado, mientras nuestras bocas seguían encontrándose, besándonos lento, húmedo, con hambre contenida.
De pronto, entre suspiros, Diana abrió los ojos y me susurró con una sonrisa traviesa:
Vecina Caliente



—¿Es tu primera vez con una streamer?

Solté una leve risa, atrapado entre su cuello y su clavícula, donde estaba dejando pequeños besos.

—La primera vez con una hot como tú, sí —dije, sin filtros, mirándola a los ojos mientras mis manos no paraban de acariciarla.

Ella se rió, esa risa dulce y atrevida que te desarma. Me mordió el labio inferior suavemente mientras se impulsaba para pegarse más a mí, como si su cuerpo quisiera marcar cada segundo de lo que estaba pasando.
Mi mano derecha bajó por su vientre, despacio, hasta llegar al borde del calzón del traje de baño. Me detuve ahí, rozándolo con los dedos, sin presionar.
La miré, con una mezcla de deseo y respeto. No era un juego. Estaba a punto de cruzar el límite.

—¿Puedo? —le pregunté en voz baja, acariciando la tela fina con la yema del pulgar.

Ella asintió. Lenta, profundamente. Sus mejillas estaban encendidas, sus pupilas dilatadas. No necesitó decir nada más.
Deslicé el calzón hacia abajo con cuidado, como si fuera frágil, como si el momento mereciera toda la delicadeza del mundo. Lo bajé por sus caderas, sus muslos, hasta que quedó libre. Ella ayudó levantando las piernas, dejando que la tela quedara completamente fuera del camino.

La imagen frente a mí era simplemente perfecta.

Diana, acostada boca arriba, con el top morado aún puesto, sus pechos moviéndose levemente con cada respiración agitada, y su cuerpo completamente entregado a mí. La forma en la que me miraba me decía todo. No había nervios, no había dudas. Solo deseo.
Me incliné hacia ella, dejé un beso suave en su ombligo (el cual parecía una cueva del placer), y empecé a bajar lentamente hasta la entrada de su vagina.
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Me separé apenas unos centímetros. Mi respiración era agitada. La miré a los ojos mientras mi mano bajaba discretamente para sacar mi miembro, ya completamente erecto, palpitante por el deseo contenido.

—Voy a meterlo —le susurré, mi voz ronca, más por lo que sentía que por lo que decía.

Ella me miró con esa mezcla de ternura, deseo y decisión que no deja lugar a dudas. Asintió con firmeza, mordiéndose el labio, y entonces bajó sus manos hasta tomarme.
Sus dedos lo rodearon con firmeza, con seguridad, y lo dirigieron hacia su entrada. La punta rozó su piel cálida y húmeda. Sus piernas se separaron un poco más. Ella levantó la pelvis con suavidad, como si su cuerpo ya supiera perfectamente lo que quería.
Y ahí, justo en el borde, en ese instante donde todo se detiene por un segundo, la sentí temblar apenas. El silencio se llenó de su respiración entrecortada.

—Sí…metelo —dijo con un susurro apenas audible, pero tan cargado de deseo que me prendió por completo.

Me empujé con lentitud, sintiendo cómo su cuerpo me recibía, cálido, estrecho, perfecto.
Entré en ella despacio, sintiendo cómo su cuerpo se abría para recibirme, cálido, húmedo, tan ajustado que me hizo contener la respiración.
Diana se aferró con fuerza a mis antebrazos, sus uñas apenas rozando mi piel mientras sus piernas se enredaban lentamente a mi cintura, buscando mantenerme dentro, pegado a ella.
Su mirada se volvió hacia mí, fija, profunda, acompañada de un leve temblor en sus labios.

—Así… —susurró, apenas con aire, con los ojos brillantes y las mejillas enrojecidas—. Justo así…

Comencé a moverme en un vaivén lento, disfrutando cada centímetro, cada sensación. Sus paredes me apretaban con cada entrada, como si me abrazaran desde dentro. Ella se mordía el labio, con pequeños gemidos que no podía controlar, sonidos que se escapaban en cada exhalación, suaves, calientes, tan reales que me hacían temblar.
Mis manos exploraban su cuerpo, pasando por sus caderas, subiendo por su vientre, sintiendo la contracción de sus músculos al ritmo de las embestidas. Mis labios bajaron hacia su cuello, donde dejé un beso húmedo, prolongado, justo en ese punto sensible donde la piel se le erizó con el contacto.
Ella empezó a moverse conmigo, alzando la cadera cada vez que yo empujaba, marcando el ritmo con sus manos en mi espalda, con las uñas presionando ligeramente. Su cuerpo se alineaba al mío con una precisión instintiva, como si estuviéramos hechos para encajar.
Aceleré un poco el ritmo. Su aliento se volvió más agitado. Soltó un gemido más alto que los anteriores, sin vergüenza, con el rostro totalmente entregado al placer.

—Dios… —susurró entre jadeos, arqueando la espalda—. Se siente… tan rico…
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Bajé la mirada y observé cómo nuestros cuerpos se unían, húmedos, brillando por el sudor, fundidos en ese vaivén cada vez más intenso. El sonido de nuestras pieles encontrándose llenaba la habitación. El perfume de su cuerpo, mezclado con el calor de la habitación, era embriagante.
Me incliné de nuevo para besarla, pero esta vez con más urgencia. Nuestros labios chocaron, húmedos, con lenguas explorándose, sin suavidad, con hambre. La besé mientras seguía empujando dentro de ella, sintiendo cómo cada gemido se mezclaba con mi respiración.
Diana bajó una de sus manos hasta su propio cuerpo, y comenzó a tocarse suavemente mientras yo entraba y salía de ella, al mismo tiempo que sus muslos se cerraban ligeramente sobre mi cintura, como si quisiera retenerme dentro, no dejarme salir.

—No pares —me dijo con los ojos entrecerrados, la voz entrecortada—. No pares por nada…

Y no lo hice.
Seguí embistiéndola con más fuerza, marcando el ritmo con mi cuerpo, sintiendo cómo sus caderas me respondían, golpeándose contra las mías. Su piel sudada deslizándose contra la mía, su cuello expuesto cada vez que arqueaba la espalda, sus pechos rebotando apenas cubiertos por el top ajustado. Era un espectáculo... y una locura de sensaciones.
La tomé de las caderas y comencé a profundizar más, acelerando el ritmo, sintiendo cómo me apretaba por dentro, húmeda, ardiente, perfecta. Ella soltaba gemidos cada vez más descontrolados, dejándose llevar por completo.
Pero de pronto, sin previo aviso, Diana empujó mi pecho con firmeza y me hizo girar.

Con un movimiento ágil, quedé debajo de ella.

Ella se acomodó sobre mí, montándome con una seguridad deliciosa. Sus piernas quedaron a cada lado de mis caderas, sus manos apoyadas sobre mi abdomen para mantener el equilibrio. Me miró desde arriba, con el cabello suelto cayéndole por los hombros, el rostro enrojecido, los labios hinchados y húmedos, y una sonrisa juguetona en el rostro.

—Ahora… déjame a mí —dijo en voz baja, y empezó a moverse.

La sensación fue brutal.

Su cadera subió con lentitud, sintiendo cómo mi miembro se deslizaba dentro de ella, y luego bajó con fuerza, encajándome hasta el fondo. Soltamos un gemido al mismo tiempo. Ella cerró los ojos un instante, disfrutando el dominio, y volvió a moverse… más rápido esta vez.
Yo estaba completamente inmóvil, rendido, viéndola moverse encima de mí como si lo hubiera hecho mil veces. Sus caderas iban en círculos, en vaivenes firmes, exactos, haciéndome sentirla desde todos los ángulos.
Su cuerpo brillaba por el sudor. El top morado comenzaba a pegarse a su piel húmeda, marcando aún más la forma de sus pechos que subían y bajaban con cada embestida. La forma en que sus muslos apretaban mis caderas, su abdomen firme, su expresión de placer... todo en ella era hipnótico.

Me apoyé sobre los codos para incorporarme un poco y llevé mis manos a su cintura, ayudándola a marcar el ritmo, a controlarlo.

—Mierda… —murmuré sin poder contenerme, jadeando—. Te ves… increíble.

Ella abrió los ojos y me miró desde arriba, con esa mezcla de lujuria y ternura que desarmaba cualquier defensa. Se inclinó hacia mí, sus pechos apenas rozando mi torso, y me besó con intensidad mientras no dejaba de moverse. Su lengua jugaba con la mía al mismo tiempo que sus caderas seguían encajándose con precisión salvaje.
De vez en cuando se mordía el labio, se reía entre gemidos, bajaba la mirada para ver cómo mi miembro desaparecía dentro de ella una y otra vez. Parecía disfrutarlo tanto como yo. O más.

—Te gusta que lo haga así, ¿verdad? —me susurró al oído, bajando una mano hasta su propio cuerpo, acariciándose con descaro justo encima de donde estábamos unidos.
La Vecina || Lightmoon


Yo solo pude asentir, casi sin voz, sintiendo el fuego recorrerme por dentro.
Ella se enderezó de nuevo y empezó a rebotar más rápido, con el cabello suelto agitándose, los gemidos llenando la habitación, los sonidos húmedos de nuestros cuerpos chocando acompañando el ritmo cada vez más intenso.
Yo intentaba aguantar, pero cada movimiento suyo me llevaba al borde. No del clímax… aún no… pero de la locura.
Sentía cómo me apretaba por dentro, cómo su cuerpo se contraía y liberaba, cómo cada gemido suyo era gasolina para mi deseo.

—No te vengas aún… —dijo con una sonrisa maliciosa, deteniéndose un poco y girando las caderas en círculos lentos, haciendo que mi cuerpo temblara debajo del suyo.

—No pienso… pero si sigues así… —le dije, apretando sus caderas con fuerza.

—Entonces… —murmuró, inclinándose de nuevo para rozar mi oído con su aliento—. Te voy a hacer sufrir un poco más…

Y volvió a moverse. Más lento. Más profundo.
Ella se movía hacia arriba de una manera exitante, así como bajaba de golpe, era sumamente una diosa del sexo.
Empezó a moverse en círculos, su interior apretaba más con cada movimiento que ella hacía, la abraze de forma salvaje hacia a mi, mientras yo empezaba a embestir también.

— Mierda Diana... Estás muy apretada que me voy a venir — decía mientras embestia más rápido.

—Noo, espera.... Hazlo afue... — se cortó su voz...

Ya era demasiado tarde, me vine dentro de Diana, a chorros, y al parecer no solo yo, también ella...
Ambos quedamos abrazados en la cama, esperando que nuestros jadeos bajarán.
La miré. Su rostro brillaba de sudor, su expresión era de completa calma… hasta que me atreví a romper el silencio con voz baja, casi culpable:

—Diana… me vine dentro de ti.

Ella entreabrió los ojos, con una expresión que pasó de sorpresa leve a una sonrisa tranquila. Se acercó un poco más y me besó el cuello con suavidad antes de responder:
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—Tranquilo… tengo el implante. Hace dos años ya. No va a pasar nada, te lo prometo.

La forma en que lo dijo, con ese tono entre seguro y cómplice, me hizo soltar el aire que sin darme cuenta había estado conteniendo. Aun así, no pude evitar reírme un poco, como por reflejo.

—Pues menos mal… porque, joder, no lo pensé… ni un segundo.

Ella se rió también, con esa risa dulce que ya empezaba a gustarme más de lo necesario. Me dio un pequeño golpe suave en el pecho con la palma.

—Tampoco yo. No imaginé que esto iba a pasar cuando llegué esta tarde… y míranos.

Nos quedamos así, mirándonos en silencio, con los cuerpos pegados, la piel aún caliente, mientras el ventilador giraba lento sobre nuestras cabezas y la noche empezaba a apagarse afuera.

—¿Te vas a quedar? —preguntó de pronto, con voz suave, mientras deslizaba un dedo por mi abdomen en círculos lentos.

Volteé a ver hacia la ventana. Estaba completamente oscuro aún. Sentía el tiempo suspendido… hasta que miré mi celular que yacía en el piso, junto a mi ropa esparcida.

Deslicé la pantalla.

—Son las 4:17 de la madrugada…

—¿En serio? —dijo ella, riendo, cubriéndose con la sábana hasta el pecho mientras se sentaba un poco en la cama—. Parece que pasó una hora nada más…

Me senté también, frotándome la cara con las manos, como tratando de volver a la realidad. La miré mientras me inclinaba a tomar mis boxers del suelo.

—Tal vez… en otra ocasión me quede. Al fin que tu hermano no regresa todavía —le dije con una sonrisa ladeada, empezando a vestirme.

Diana me observó en silencio mientras me ponía la camiseta, todavía cubierta con la sábana, sus piernas dobladas debajo de ella, su cabello desordenado cayendo por uno de sus hombros. Era una imagen que se me quedó grabada: su piel aún rosada por el calor, sus ojos brillando bajo la luz azul, y esa sonrisa a medias, como si no quisiera que me fuera.

—Bueno… —dijo al fin mientras yo caminaba hacia la puerta—. Entonces te veo mañana… ¿o pasado?

Me acerqué y le di un último beso. Sus labios estaban tibios, suaves, como la despedida perfecta.

—Ya veremos, Lightmoon —le dije en tono de broma, haciéndola reír otra vez—. No me tientes.

Me giré y salí de la habitación, caminando por el pasillo con las luces apagadas, aún en silencio total en toda la cuadra. Ya en la sala me acomodé la camiseta y tomé mis llaves, mientras una parte de mí aún seguía temblando por dentro, como si mi cuerpo no terminara de asimilar lo que había pasado.

Antes de salir, volví la cabeza.

Diana seguía ahí, en la entrada del cuarto, apenas cubierta por la sábana, mirándome en silencio. Me lanzó un beso con la mano, ese gesto coqueto y algo infantil que no combinaba con la intensidad de lo que acabábamos de vivir… y sin embargo, la hacía aún más real.
relato




Abrí la puerta con cuidado y salí.

El aire de la madrugada me golpeó en el rostro. Todo estaba en calma. El silencio de la colonia, el cielo aún sin luz, las calles vacías… pero dentro de mí, el ruido seguía: el eco de sus gemidos, el calor de su piel, su olor, sus movimientos...

Caminé hacia mi casa con pasos lentos, como si me resistiera a que ese momento terminara del todo. Mi cuerpo aún cargaba el cansancio dulce de la entrega, y mi mente repasaba cada segundo, cada mirada, cada sensación.

Y en lo más profundo, sabía que esa noche no se iba a repetir fácilmente.

O tal vez sí…
Tal vez lo mejor apenas había comenzado....

2 comentarios - La Vecina || Lightmoon

ekissa5343
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Zayk0026
XD
Si está vez, no encontré manera de hacer nudes con ia