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Una punzada de ardor recorrió mi vientre al escuchar sus últimas palabras. Su descripción, tan gráfica y descarada, era como combustible puro para el fuego que ya ardía dentro de mí. Por un instante, la máscara de inocencia se tambaleó, amenazando con romperse. Era justo lo que buscaba, y su crudeza me encendía de una forma que casi me hacía jadear.
Sin embargo, no podía revelarme tan fácilmente. Mi papel exigía una reacción diferente, una que lo mantuviera en el juego, empujando los límites. Fruncí el ceño ligeramente, mis ojos encontrando los suyos en el retrovisor con lo que esperaba fuera una mirada de leve molestia.
"Señor, creo que su imaginación vuela un poco alto," respondí, mi voz ahora con un tono más frío, un ligero matiz de reproche. Me crucé de brazos, una postura que pretendía ser defensiva, pero que en realidad hacía que mis senos se presionaran ligeramente contra la tela fina del vestido. "No todas las mujeres piensan como usted, ni buscan lo que insinúa. Algunas solo queremos ir a nuestro destino."
Por dentro, sin embargo, mi cuerpo era un infierno. La molestia era una fachada, un velo transparente sobre la excitación que me hacía temblar. Mi conchita ya estaba latiendo con fuerza, y el recuerdo de sus palabras, "fresca y apetitosa," "saborear," "explorada," se grababa a fuego en mi mente, magnificando el morbo. Era exactamente la validación perversa que mi deseo buscaba.
"Perdón si la ofendí, señorita," dijo, su voz ahora más suave. "Solo estoy tratando de prevenirla. Es usted muy hermosa, y un lugar como la estación a esta hora... pues, es mejor andarse con cuidado." Hizo una pausa, y su mirada, en el espejo, se volvió más intensa, una propuesta velada. "Mejor la llevo en mi taxi. No se preocupe por el pasaje extra, la llevo hasta donde necesite ir."
"Lo siento mucho, señor," respondí, mi voz llena de una falsa dulzura, justo cuando estábamos a minutos de llegar a la estación. "Pero tengo que llegar a la estación. Es un asunto importante."
Él suspiró, pero una sonrisa se dibujó en sus labios, una que insinuaba que no se daría por vencido fácilmente. Extendió una mano hacia atrás, ofreciéndome una pequeña tarjeta. "Comprendo. Pero si alguna vez necesita un viaje, señorita, de día o de noche, solo llámeme. Yo la voy a traer a donde sea que esté." Su mirada en el espejo era intensa, prometiendo más que un simple servicio de taxi.
Tomé la tarjeta, sintiendo el leve roce de sus dedos. "Gracias, muy amable," dije, guardándola en mi bolso con una discreción que ocultaba mi excitación. Aquella tarjeta era una nueva promesa, un as bajo la manga para futuras perversiones, quizás aún más íntimas.
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Una punzada de ardor recorrió mi vientre al escuchar sus últimas palabras. Su descripción, tan gráfica y descarada, era como combustible puro para el fuego que ya ardía dentro de mí. Por un instante, la máscara de inocencia se tambaleó, amenazando con romperse. Era justo lo que buscaba, y su crudeza me encendía de una forma que casi me hacía jadear.
Sin embargo, no podía revelarme tan fácilmente. Mi papel exigía una reacción diferente, una que lo mantuviera en el juego, empujando los límites. Fruncí el ceño ligeramente, mis ojos encontrando los suyos en el retrovisor con lo que esperaba fuera una mirada de leve molestia.
"Señor, creo que su imaginación vuela un poco alto," respondí, mi voz ahora con un tono más frío, un ligero matiz de reproche. Me crucé de brazos, una postura que pretendía ser defensiva, pero que en realidad hacía que mis senos se presionaran ligeramente contra la tela fina del vestido. "No todas las mujeres piensan como usted, ni buscan lo que insinúa. Algunas solo queremos ir a nuestro destino."
Por dentro, sin embargo, mi cuerpo era un infierno. La molestia era una fachada, un velo transparente sobre la excitación que me hacía temblar. Mi conchita ya estaba latiendo con fuerza, y el recuerdo de sus palabras, "fresca y apetitosa," "saborear," "explorada," se grababa a fuego en mi mente, magnificando el morbo. Era exactamente la validación perversa que mi deseo buscaba.
"Perdón si la ofendí, señorita," dijo, su voz ahora más suave. "Solo estoy tratando de prevenirla. Es usted muy hermosa, y un lugar como la estación a esta hora... pues, es mejor andarse con cuidado." Hizo una pausa, y su mirada, en el espejo, se volvió más intensa, una propuesta velada. "Mejor la llevo en mi taxi. No se preocupe por el pasaje extra, la llevo hasta donde necesite ir."
"Lo siento mucho, señor," respondí, mi voz llena de una falsa dulzura, justo cuando estábamos a minutos de llegar a la estación. "Pero tengo que llegar a la estación. Es un asunto importante."
Él suspiró, pero una sonrisa se dibujó en sus labios, una que insinuaba que no se daría por vencido fácilmente. Extendió una mano hacia atrás, ofreciéndome una pequeña tarjeta. "Comprendo. Pero si alguna vez necesita un viaje, señorita, de día o de noche, solo llámeme. Yo la voy a traer a donde sea que esté." Su mirada en el espejo era intensa, prometiendo más que un simple servicio de taxi.
Tomé la tarjeta, sintiendo el leve roce de sus dedos. "Gracias, muy amable," dije, guardándola en mi bolso con una discreción que ocultaba mi excitación. Aquella tarjeta era una nueva promesa, un as bajo la manga para futuras perversiones, quizás aún más íntimas.
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1 comentarios - Gotas pura de deseo prohibido 7