Ese fin de semana largo, por supuesto y por razones más que obvias, terminó marcando un antes y un después en mi vida. En mi vida sexual, al menos. En esos tres días alterné momentos que rozaron el éxtasis más libidinoso y puro que puede experimentar una mujer, con algunos otros momentos más feos que me hicieron sentir mal.
Después de la cogida que me dieron en el pasto, al costado de la ruta, seguimos viaje. Estábamos todos bastante más tranquilos y relajados. En confianza. Después de todo, una cogida siempre rompe el hielo. Una vez que esa tensión sexual que había en la camioneta se disipó, luego de aliviarla, todos nos sentimos mejor. Era todo más ameno. Ya nos habíamos conocido de la forma más íntima posible.
Al llegar a Robles un par de horas después, ví que era un pueblito casi tan chico como La Cocha, sino más. Lo que sí, se veía que era bastante más humilde. No era feo. No hay ningún pueblito feo, todos tienen su encanto y sus paisajes. Pero Robles era un pueblito de gente trabajadora. No había casas que se destacaran del resto y las calles eran de tierra y polvo duro y compacto.
La casa de Carlos era igual que todas las demás. Recontra humilde, pero linda. Tenía lugar, con un par de habitaciones, una cocinita que se ampliaba y también hacía las veces de sala de estar, un baño y un patiecito atrás. No se la veía sucia, pero se notaba que Carlos realmente no vivía ahí. No se la notaba con el trajinar propio de una casa habitada permanentemente.
Habíamos comprado algo de comida y bebida en el almacén del pueblo para pasar esos días ahí. Cosas simples para que nos alimentemos, nada más, ninguna extravagancia. El viejo me pidió que lo acomodara todo en la heladera y en la cocina, mientras nuestros dos ya amigos se instalaban en una de las habitaciones. Ellos se iban a quedar, me dijeron, ese viernes a la noche y la noche del sábado. El domingo hasta la tarde, cuando ya tendríamos que regresar, lo iba a pasar ya sola con Carlos.
Respecto a la parte sexual, bueno. Fue intenso para mí. La verdad, demasiado intenso. El resto de ese viernes por la tarde no hicimos nada más que instalarnos, relajarnos un poco, tomar mate. Escuchar música y charlar. Ellos sí se pusieron a tomar vino desde la tardecita, pero como a mi mucho no me gusta yo estaba con agua y jugo. Pasaban y me tocaban un poco, me robaban un beso, ese tipo de cosas. Poco mas.
Pero para la hora de la cena ya estaban bastante entonados con el vino. Ninguno se puso realmente borracho en ningún momento, no. Tenían una tolerancia con el vino que impresionaba, seguramente producto de haber tomado tupido toda su vida. Pero durante la cena simple que nos hicimos y nos sentamos en los silloncitos viejos que Carlos tenía, a ver un poco en la televisión blanco y negro chiquita que tenía, ahí ya se pusieron un poco mas densos. No Carlos, él me cuidaba. El tema eran los otros dos.
El vino y la calentura que llevaban los había puesto tan cargosos con el tema de los comentarios subidos de tono y el manoseo que me terminaron calentando a mí también. Ahí nomás en la salita de estar, arrodillada primero frente a uno y después frente al otro, les regalé dos hermosas chupadas de verga, que ellos disfrutaron tanto como yo. Le quise hacer a Carlos también, pero él sonrió y dijo que no, que esperaba a después, ya que íbamos a dormir juntos en su pieza.
Pasó el rato y yo pensaba que entre el vino, la comida y el placer que les había dado con mi boca iban a estar ya algo satisfechos, pero no fué así. Quique en un momento me tomó de la mano y me llevó para el otro cuartito, que iba a ser de ellos. Enseguida atrás nuestro se sumó el viejo Rubén. Ese cuartito tenía dos camas simples, poco más que dos catres con colchones, a diferencia de la cama más grande que tenía Carlos en el suyo. Me llevaron a una de las camitas y nos subimos los tres.
Ahí me dieron lindo los dos, pero por suerte no los dos a la vez. Se las chupé de nuevo a los dos, que me encantaba hacer. Un largo y lindo rato, mientras ellos me metían mano por todos lados, calentándome todavía más de lo que ya estaba. El indio viejo se sentó en la cama y me hizo seguir chupándole y mamándole esa verga gruesa y hermosa, mientras sentí a Quique agarrarme de atrás y empezar a cogerme así. Yo estaba que estallaba de placer al estar en esa situación, de estar complaciendo y siendo complacida por dos hombres a la vez. Sentir esas dos vergas duras entrándome en el cuerpo, por mi boca y por mi conchita, era sublime casi. Acabé un poco a los gritos junto con Quique, quien se vació de nuevo en mi, tan dulcemente.

Me dejaron donde estaba, como estaba, y se rotaron ellos. Cuando lo tuve a Quique enfrente nada más lo complacía con chupadas y lamidas en sus huevos, a veces en su verga, que se puso tiesa de nuevo bastante rápido. Sentí a Rubén el coya querer meterme ese pijón en el culo, ya que yo estaba en esa posición, pero le costaba y a mi me hacía quejar bastante. Se fué a la salita de estar donde estaba Carlos, así nomás en bolas, y volvió con el tarrito de lubricante que Carlos usaba conmigo en el sótano del colegio. Se ve que, previsor, Carlos se lo había traído. Una vez que Rubén preparó bien su pija, ahí sí yo tuve mucho menos problema y dolor. Aferrándome fuerte de las caderas, el indiazo me rompió bien la cola, cogiéndomela parejo y llenándome bien de esa verga larga y ancha.
Yo no acabé, pero la sensación de estar tan llena de él en mi culo era divina. Rubén no duró mucho ahí. Se ve que mi colita estrecha le dió tanto placer que pronto lo sentí llenarme de leche caliente. Y nuestros gemidos de placer lo hicieron acabar también a Quique, en mi boca. Lo que disfruté el sentir el semen caliente de esos machos, los dos a la vez, no tenía nombre. Que hermoso que me cogieron, Dios. Y cuánto lo disfruté.
Al terminar y luego de recuperarnos, ellos se quedaron ahí en su cuartito y yo me fuí a lavar al baño. Carlos por suerte tenía una pequeña duchita. Mucha agua no le salía, pero me alcanzó de sobra para higienizarme un poco. Cuando salí de la ducha no ví a nadie. Encontré a Carlos en su pieza, ya tirado en la cama listo para irse a dormir. Me sonrió y me dijo que me acostara con él, así dormíamos. Yo le sonreí y sacándola de mi bolso me puse una linda ropa interior que tenía, que había llevado para él. El viejo me dijo que estaba hermosa y nos besamos un lindo rato en la cama mientras me acariciaba. Ya con la luz apagada, me abrazó de atrás y me encantó sentirlo así. Fuerte y caliente rodeándome con sus brazos. Nos quedamos hablando bajito así en la oscuridad y yo le conté todo lo que les había hecho a los otros, más todo lo que me hicieron. Por supuesto sentí que se le puso dura la pija, apoyada contra mi espalda. Me dijo al oído que lo había calentado mucho y si me bancaba uno más de él.
Por supuesto que le dije que sí. El viejo nada mas me bajó un poco la bombachita y me entró a dar su verga en mi conchita, pero lindo y suave, gimiéndome bajito en el oído. Diciéndome lo hermosa que era y cómo lo calentaba que yo era tan putita. Me derretía sentirlo así, con su vozarrón suave en mi oído y su verga gruesa en mi interior. Mientras me cogía, lento y profundo, llevó esos dedos ásperos y me empezó a frotar el clítoris por delante. Y yo no duré nada. Exploté hermoso y bajito, retorciéndome de placer gracias a mi viejo macho. Él no duró mucho más, lo sentí acelerar el ritmo y pronto él también me estaba dejando su leche bien profundo. Mezclándose con la de los otros dos morochos en mi interior. Nos besamos un poquito más y yo me dormí así en sus brazos por primera vez, como si fuéramos marido y mujer.
Es el día de hoy, después de tantos años, que recuerdo esa sensación y me estremezco por dentro un poco.
Pero al otro día fue más pesado todo. Bastante más pesado. Desde la mañana que nos levantamos, entre los tres hombres no me dieron mucho descanso durante todo el día. Me usaron como quisieron ese día. Al principio yo estaba encantada. Si no era uno, era el otro que ya venía alzado. Adoraba sentirme así de deseada por esos machos. Pero ya para la tarde yo estaba cansada, adolorida y realmente, totalmente, ya cogida. No quería mucho más y se los dije. Tuve un poco de descanso después de comer y a la tarde me encerré en el cuarto de Carlos para dormir una siesta. Por suerte pude descansar y relajarme unas tres horitas, pero me terminaron despertando Quique y Rubén.
Carlos había salido a hacer un par de compras por el pueblo y ellos aprovecharon. Se metieron en el cuarto de él y me dieron entre los dos de nuevo. Por suerte, de nuevo, no me penetraron los dos al mismo tiempo, pero me cogieron lindo y fuerte como hacían ellos, uno detrás del otro, dándole a mi cuerpito todavía más semen. Y ahí me dejaron para que me recuperara un poco.
Cuando salí al rato del cuarto Carlos ya había llegado. Le dije que me iba a duchar y mi viejito dijo que él también, así aprovechaba el agua. Se nos unió el viejo Rubén también, que quería ducharse. Lo que más recuerdo de ese round en la ducha, que me encantó, fue el estar con los dos viejos fuertes ahí. Bajo la poca agua que salía, que igual nos humedecía. Estar de rodillas en la ducha frente a los dos y por fin, después de tanto desearlo, descubrir cómo se sentía tener dos pijas en la boca. Mi conchita los satisfació a los dos ahí también, primero uno y después el otro, así de parados los tres bajo el agua.
Al rato me vestí y me fui a dar una vueltita sola por el pueblo. Para conocer y para salir de ahí un poco, estar aunque sea un rato de descanso lejos de los tres hombres. Cuando volví ya se estaba haciendo de nochecita y los encontré de nuevo a los tres bastante entonados con el vino. Les hice unos sandwiches de jamón y queso con un par de tonterías más para comer, sino no iba a comer nadie ahí. Después de comer nos quedamos ahí y Carlos agarró un canal que estaba pasando un partido de fútbol. Se lo quedaron viendo, yo ahí también abrazada a Carlos. No me interesaba mucho y enseguida, para que no me aburriera, me hicieron chuparles las pijas mientras miraban el partido. Yo me alegré, la verdad. Más allá de lo mucho que me encantaba mamar vergas, al menos le estaba dando un descansito a mis otros lugares de placer.
Quique y Rubén se iban a ir al otro día temprano a la mañana, así que con el visto bueno de Carlos, ya para la hora de dormir me llevaron los dos a su pieza de nuevo para darse el gustito de una linda despedida. Me cogieron de nuevo como lo venían haciendo, uno atrás mío mientras tenía al otro en mi boca, complaciéndolos así. Pero después de ese sexo, que disfruté mucho, me hicieron quedar un rato mas.
Cuando se recuperaron, ahí sí que me hicieron sentir sus dos vergas duras a la vez. Nos pusimos los tres acostados sobre nuestros costados en la camita estrecha. Apenas entrabamos los tres. Me hicieron el jamón de ese delicioso sándwich de pan de indio y me la dieron. Me la dieron toda, fuerte y feo, llenándome a modo de despedida.
Y cuando descansaron un rato, como a la media hora, creo que como segunda despedida, Quique me subió encima de él para que me lo montara, mientras que Rubén me daba de nuevo desde atrás y por atrás.

Si, la sensación de estar penetrada en la conchita y en el culo al mismo tiempo era intensa. Muy, pero muy intensa, no sólo físicamente. Mentalmente yo estaba que volaba de placer, siendo usada tan burdamente por esos dos machos. Me encantaba. Pero al mismo tiempo era bastante dolorosa para mí. Los morochos me dieron así sin asco, buscando sólo su placer, llenándome fuerte el cuerpo de pija marrón y dura, bien pero bien hasta los huevos. Primero uno y luego el otro se vaciaron en mí. Y ahí me las dejaron por un rato, completamente atorada con pija, mientras me manoseaban y me lamían por todos lados, disfrutándome entre ellos.
Cuando se salieron me despedí y como pude fuí al baño a lavarme. Me revisé y me sentí. Tenía mis dos agujeritos bien abiertos y no parecía que se me cerraban. Me latían y los sentía adoloridos y calientes. Me limpié como pude y me fuí a acostar con Carlos. Estaba dormido ya, y cuando me acosté trabajosamente junto a él, en su sueño mi viejito me sintió el cuerpo y me abrazó así, conteniéndome y reteniéndome en su brazo. Yo suspiré, un poco más aliviada, feliz de estar ya con él. Tardé un poco en dormirme por el dolor y porque no encontraba una posición cómoda para mis caderas y espalda, pero finalmente lo logré.
Por suerte pude descansar y finalmente dormir bien. Me desperté temprano porque Carlos me despertó sin querer, al levantarse él. Desayunamos mate en la cocina todos y al ratito Quique y Rubén se despidieron con unos besos y unas sonrisas, diciéndome lo linda que era y lo bien que la habían pasado. Yo también les sonreí. No me podía quejar de todo el sexo salvaje que me habían dado esos dos, pero tampoco les sonreí mucho ni me hice la melosa. No quería provocar nada más de ellos.
Carlos los acompañó afuera de la casa y se quedaron charlando los tres un rato ahí, hasta que los dos morochos se fueron. Iban a seguir camino para Catamarca capital, en micro. Carlos me preguntó cómo estaba y le dije que bien. Adolorida, pero dentro de todo bien. Me dejó un besito en el pelo y me lo sacudió un poco con su manaza, juguetonamente.
Teníamos que salir de vuelta para La Cocha no más tarde que las cuatro, la verdad, para llegar a un horario decente. Yo al otro día tenía clase y él su trabajo en el colegio también. Almorzamos temprano y para pasar el rato nos quedamos viendo algo de televisión en la salita de estar, yo abrazada a él y reposando mi cabecita colorada en su panza linda. El viejo en un momento me hizo una cosquillita y me preguntó si no quería coger así de despedida. Yo lo miré y le pedí por favor que no, que todavía estaba algo adolorida. Pensé que se iba a enojar o decir algo, que iba a estar decepcionado.
Pero no, me sonrió y me besó la cabeza, diciéndome que estaba bien. Qué bonachón era mi viejito. Igual antes de irnos, ahí en el living, le dí una linda y muy, muy larga y amorosa chupada de pija. De regalo y de agradecimiento. Eso sí podía hacer por él.
En el trayecto de vuelta a Tucumán no pasó nada extraño. Fue un viaje normal, donde charlamos y la pasamos bien. Finalmente llegamos a las afueras, apenas, del pueblo y Carlos me dejó con la chata en un lugar un poquito alejado, asegurándose que nadie lo viera dejarme ahí. Nos despedimos con un beso y el rumbeó para el colegio. Yo para mi casa.
Al llegar a casa saludé a mis viejos, me forcé a poner una sonrisa de muy contenta de haber regresado y de lo bien que lo había pasado. Me inventé dos o tres cosas para contarle de la feria inexistente a la que había ido y listo. Quedaron contentos que a la nena no le había pasado nada y tuvo una linda y decente aventura. Si supieran…
Me fuí a duchar y después derecho a mi cama, sin cenar. Les dije que no quería, que estaba muy cansada. Y los dos días siguientes le dije a mi mamá que me sentía mal, con algo de fiebre, que no quería ir al colegio. Ella me dejó quedarme en casa, no tuvo mucho problema. Yo necesitaba descansar, la verdad. Física y mentalmente.
En ese último año escolar mío, esa no fué la última vez que con alguna excusa o cuento previo, viajé a Robles con Carlos para pasar otro fin de semana largo. Por suerte no de nuevo con Quique y Rubén, no. A ellos nunca más los volví a ver. Fui dos veces más a Robles. Una vez sola con Carlos, que disfruté mucho y la última vez con él y otro de sus amigos, de ahí de su pueblo. Ahí me dieron los dos de lo lindo también. Me hicieron gozar como una verdadera cerda. Como un animal en celo. Fueron tres días de sexo salvaje, en que mi viejito y su amigo hicieron conmigo prácticamente lo que quisieron. Me dejaron extremadamente contenta, y por supuesto yo a ellos.
Cuando estábamos de regreso de ese último viaje, sin embargo, fue cuando pasó algo muy feo, que nadie se esperaba y que me sacó las ganas de volver a Robles.
Veníamos de vuelta en la ruta con la chata lo más bien. Charlando normal. Yo tenía el termo y estábamos con el mate. No habíamos llegado al cruce a Tucumán todavía. Yo estaba distraída y escuché a Carlos decir, “Uh… que pasó, a ve’...”
Estaba mirando para adelante por la ruta. A la distancia lo ví yo también. Parecía un tumulto de vehículos y gente. Carlos bajó un poco la velocidad y se puso serio.
“Puta madre, lo’ milico’...”, dijo por lo bajo sin dejar de mirar.
“Son militares?”, le pregunté tratando de ver yo también.
“Si… debe ser un control o algo. La puta madre!”, dijo enojado.
A mi me subió un escalofrío por la espalda. No sabía qué hacer. Si nos paraban me iban a ver ahí y que íbamos a decir?
“Ay… Ay, mi amor, qué hacemos? Me escondo?”, fue lo primero que se me ocurrió.
“No… no, chiquita. Si te encuentran escondida va a se’ peor…”
“Qué hacemos? Que decimos?”, le pregunté con miedo.
“No sé, no sé… decile la verda’, no joda’ con estos…”
“Cómo la verdad, Carlos!”, le chillé.
“Pará che! No me ponga’ nervioso”, me dijo sin sacar la vista de lo que se venía mientras la chata seguía avanzando, “Decile la verd….”
No tuvo tiempo a terminar la frase porque de la nada de atrás de la chata se escuchó un motor acelerando y un bocinazo que casi me hace escapar el termo de la mano. Era un jeep militar que no sé de dónde salió, pero se nos puso al costado del lado de Carlos. Le gritaban que parara. Yo empecé a temblar. Carlos a putear. El jeep no se salía de nuestro costado.
“Tranquila, chiquita, tranquila…”, me dijo mientras fué frenando.
Adelante nuestro los militares habían cortado la ruta con dos camiones verdes grandes, de los que usaban ellos. Habían dejado un espacio para que pasaran autos de a uno. Vi como a veinte soldados esparcidos alrededor del control. Estaban todos con los FAL en mano y bien a la vista. El que nos gritaba de al lado de Jeep se cansó de gritar y le hacía señas para adelante a Carlos con la mano. El viejo paró la chata al llegar al control. Se bajaron un par del jeep con armas y unos soldados del control se les unieron, rodeando la chata y mirando por todos lados.
Un morocho de pelo bien rapado se le acercó junto con otro ladero a la ventanilla de Carlos.
“Buenas tardes caballero”, le dijo seco y escueto. Tenía un tono muy feo en la voz.
“Buena’...”, le dijo Carlos asintiendo.
“Hacia dónde se dirige?”
“ ‘Tamo volviendo a La Cocha. Somo’ de ahí”, le dijo.
El tipo echó una mirada al interior de la cabina pero solo un segundo. Los otros que rodearon la chata seguían mirando por todos lados. Hasta uno se agachó para mirarla de abajo, “Me permite su registro y su documento. Y el documento de la señorita.”
Cuando dijo eso yo apreté el termo que llevaba en la mano, ya estaba entrando en pánico. Carlos se sacó del bolsillo los documentos y se los dió, “Ella no tiene, disculpe.”
“Cómo que no tiene?”, dijo el tipo y me miró. La mirada de hijo de puta que tenía en los ojos me hizo subir otro escalofrío por la espalda.
“Digo que no lo tiene encima. Lo dejó en la casa.”, le contestó Carlos.
“Usted es el abuelo?”, le preguntó.
“No, amigo, yo trabajo en el colegio Manfredi ahí en La Cocha. Ella va al colegio ahí. La ‘toy alcanzando a la casa…”
El tipo me seguía mirando feo, seguro de que acá había algo que no cerraba, porque efectivamente había algo que no cerraba.
“De dónde vienen?”, preguntó, pasándole los documentos de Carlos a su ladero.
“De Robles.”
“Y qué hacían ahí?”, preguntó el tipo.
Carlos se encogió un poquito de hombros, “Ella ‘taba visitando una amiga, nos encontramo’ y le dije que la traía yo. Así no se tenía que toma’ el micro, la nena.”
“Apague el motor y entreguemé las llaves”, dijo el tipo bien seco, “Y me espera acá”.
Carlos hizo lo que le pidió el tipo, le dió las llaves y lo vimos irse para el control, con el grueso de los soldados. Alrededor de la chata se habían quedado cuatro o cinco, no sabía, yo no veía ni quería girar la cabeza para ver. Mas los dos del Jeep que todavía teníamos al lado. “Concha’sumadre…”, puteó Carlos por lo bajo. Me vió que yo estaba hecha un manojo de nervios, más pálida que de costumbre y me palmeó la rodilla para calmarme, “Tranquila, chiquita. Se fijan no se qué y nos vamo’...”
Un par de larguísimos, eternos minutos después lo vimos venir de vuelta al tipo, ésta vez con su ladero y otro más. Se le acercó a la ventanilla de Carlos y le abrió la puerta de afuera, “Caballero, descienda del vehículo con la señorita. Con todas sus pertenencias en la mano”, le dijo.
“Uh… pero qué pasa, che…”, protestó Carlos.
“Descienda y nos acompañan.”, le dijo.
Sentí que un soldado me abrió la puerta a mí. Yo estaba con el termo y el mate en la mano. Agarré también mi bolso y me bajé, viendo como Carlos hacía lo mismo con su bolso por su lado. Empezamos a caminar con ellos para el lado del control. Todos los soldados me miraban como pensando qué carajo hacía esa pendeja así acá, en ésta situación. Y tenían razón. Encima me había puesto los shorcitos de jean apretados que tanto le gustaban a Carlos. Cómo no me iban a estar mirando los colimbas. Yo iba pegada a Carlos caminando, sin animarme a agarrarlo del brazo, por más ganas que tenía.
Cuando llegamos adonde estaba el grueso de los soldados, cerca de los dos camiones, nos hicieron separar un poco. Nadie me tocaba, pero un par se me pusieron al lado. El que llevaba la batuta se puso a hablar con Carlos a unos pocos metros de mí, preguntándole más y más cosas. Uno de los soldados le estaba revisando el bolso al viejo y enseguida vino otro soldado que me sacó el mío de la mano y lo abrió, revolviendo el también. Yo no tenía nada, pensaba. Que me iban a encontrar? Mis cosas de maquillaje, pensé. Mis toallitas, mis cosas…
“Sargento!”, levantó la voz el que le estaba revisando el bolso al viejo. Sacó unas cosas del bolso de Carlos y apurando el paso se lo llevó al que mandaba. Cuando ví lo que era me quise morir. Me quise morir ahí de verdad. El soldado tenía en la mano el tarrito bien usado del lubricante que Carlos se ponía conmigo, y en la otra mano un par de revistas porno de Carlos, que el zonzo no quiso dejar en Robles.
El Sargento lo miró a Carlos con una cara de bronca, y me miró después a mí igual. Giró para enfrentar de nuevo al viejo y le gritó, “Negro de mierda! Que hacés con la pendeja, eh?”
“Pará che… no es así…”
“Hablá carajo!”, le escupió con fiereza.
“Eso e’ mío… la chica no tiene nada que ve’... ni sabía que lo tengo, che…”, explicó Carlos.
“Qué es, una puta? Eh? Adonde te la llevabas?!”, le gritó.
“Pero che a ve’ si me escucha’, carajo!”, le dijo Carlos, “Ya te dije que somo’ de La Cocha…”
Carlos no terminó de hablar que el Sargento le metió una piña en la panza que medió lo dobló, sacándole un poco el aire y haciéndolo tambalear. Enseguida dos soldados que tenía al lado lo agarraron de los brazos y lo tuvieron así para que no se incorporara. Yo no pude evitar largar un chillido, de sorpresa y de miedo. Sentí una de las manos de un soldado que me retuvo a mi también, fuerte en mi hombro.
“Que La Cocha, negro de mierda!”, le gritó el Sargento, “Te levantaste una puta, eh? Adonde te la estás llevando?!”
Jadeando un poco, Carlos le contestó, “A La Cocha te dije, che!”
El Sargento le gritó de nuevo, “La vamo’ a poner a atender acá a la tropa a tu puta! Nos va a venir bien…”, le dijo y a mi me empezaron a temblar las piernas.
Carlos le gritó feo, “No la toques a la nena, la concha bien de tu madre! Hijoe’puta!”.
Uno de los soldados le pegó un culatazo con el FAL a Carlos atrás del oído que casi me mata por dentro de la angustia. El sonido horrible. La forma que Carlos se desplomó sobre sus rodillas, perdiendo la orientación por unos segundos, quejándose de dolor.
“Pará no le pegues mas!”, le chillé yo, desesperada, casi llorando.
“Callate vos!”, me miró el Sargento, “Ya te va a tocar a vos también, pendeja!”
“No le pegues más!”, le chillé de nuevo, sintiendo como ya otro soldado me retenía fuerte por el hombro y el brazo, de mi otro costado.
“Calláte te dije!”, me gruñó el Sargento. Vi cómo lo agarró de la solapa de la camisa a Carlos, dispuesto a pegarle una piña en la cara, así arrodillado como estaba.
Justo ahí, como providencia divina, de atrás nuestro, detrás de los camiones que bloqueaban la ruta, del lado de Tucumán se escuchó una frenada un poco fuerte. Cuando miré vi que era otro jeep del Ejército, que venía de ese lado. Se bajaron un par de militares. Uno era tan viejo como Carlos, me pareció. De esa edad más o menos, con un pelo canoso recontra rapado. Todos se dieron vuelta a ver, menos Carlos pobre, y nadie dijo nada.
El canoso apresuraba el paso junto con uno de sus laderos. Venía con una cara de orto que se le veía a la distancia ya. Y un vozarrón de comando que te hacía ponerte firme aunque no quisieras. Se le fué al humo al Sargento, que ya había soltado a Carlos y lo estaba mirando venir a éste, “VARELA! Que carajo pasa acá!”, le gritó.
“Capitán, buenas tardes…”, empezó a hablar el Sargento pero éste otro se le puso casi en la cara.
“SALUDE BIEN VARELA, CARAJO!”
El Sargento se puso firme como un palo y le hizo la venia, “Si, mi Capitán.”
“Me explica que mierda pasa acá!?”, le gruñó, mirando la escena y mirándome a mí.
“Mi Capitán, … eh… detuvimos a dos personas sospechosas durante operativo de control…”, empezó a explicar.
El Capitán me miró. Lo miró al Sargento. Me miró de nuevo y después a Carlos, que ya estaba volviendo bastante en sí, frotándose el cuello donde le habían dado el culatazo. Protestó algo por lo bajo, frustrado, y le alzó la voz de nuevo al Sargento, “Varela, usted es PELOTUDO o se hace el PELOTUDO?!”
“No, mi Capitán!”
“Dígame qué estamos haciendo acá?”, le preguntó.
“No entiendo…”
“Eso. Dígame qué estamos haciendo acá, Varela? Para qué estamos con el control?”, le gruño el canoso.
“.. Mi Capitán?”, el Sargento lo miró dudoso.
“QUE QUEREMOS ENCONTRAR, VARELA!!!!”, le gritó en la cara, “Con el control! Que estamos buscando?”
“Guerrilla, mi Capitán!”, le contestó el Sargento.
El viejo canoso le frunció las cejas, “Ah, muy bien, Varela. Lo felicito! Leyó la orden! Muy bien!”
“Gracias, mi Capitán…”
El Capitán hasta pareció tomar un poco de aire, entre frustrado y enojado, “Y a usted le parece que éstas dos personas son guerilla?! PELOTUDO!”
“... n-no… no, mi Capitán…”
“Un abuelo con la nieta, Varela!”, le dijo con bronca, “Están armados? Llevan explosivos en la chata de MIERDA esa que está allá? Llevan literatura subversiva?!”.
“No, mi Capitán!”
“Entonces dejesé de hinchar las PELOTAS! Molestando así a la gente! PELOTUDO!”, le gritó, “Ésta gente sigue transitando, me oyó, Varela?!”
“Sí, mi Capitán!”
El Capitán miró a los soldados al lado de Carlos para que lo levantaran y lo pusieran en pie. Otros nos devolvieron nuestras cosas casi al mismo tiempo, “Vamo’! Vamo’! Circulando, vamo’!”, les dijo.
Nos acompañaron de vuelta hasta la camioneta, mientras Carlos pobre me abrazaba a mi. Yo era la que estaba llorando y al que le habían pegado fue a él. Mi viejito lindo. Nos dejaron pasar con la chata y seguimos viaje a La Cocha, con Carlos abrazándome fuerte mientras manejaba con una mano. Y yo llorando y temblando del miedo. Agradeciendo a todos los santos que no pasó algo peor.
Nunca quise volver a Robles, como dije. Y por un tiempo algo largo tampoco lo busqué mucho a Carlos. Pobre, nada de lo que pasó fue culpa de él, pero la experiencia me hizo entrar un poco en razón de lo riesgoso que era lo que estábamos haciendo. Todo lo que hicimos. El milagro que fué el no haber sido descubiertos nunca. Por supuesto que todavía lo quería hacer, lo necesitaba hacer, pero mis atenciones de amor con Carlos fueron disminuyendo. Mis visitas a su sótano los sábados, también.
Ya para el final de mi último año escolar, faltando unos pocos días para terminar todo, tuve la que fué mi última visita furtiva al sótano un sábado. Fue hermoso. De verdad. Lo disfruté tanto. Y al viejo lo hice disfrutar también. No le dije que era la última vez, pero yo en mi interior lo intuía. Cogimos y nos amamos con pasión. Con la locura que teníamos de hacer todo eso. Y las campanitas de placer que yo sentía cuando lo oía llamarme “su putita”, me sonaron ese día igual de fuertes que la primera vez. Me dejó su leche hermosa dentro de mí dos veces ese día. Y nos despedimos con cariño cuando me fuí para mi casa.
Pronto terminó el año, me gradué de la secundaria y nos fuimos de vacaciones con mi familia.. Yo ya tenía otra vida en la cabeza, otros planes, otras cosas. Me iba a mudar en algún momento a San Miguel, para empezar a ir a la UNT ahí. Iba a dejar atrás a La Cocha, eventualmente. Al colegio, a mis amigas. Y también, por más que me pesaba en el corazón, a mi viejo Carlos. Pero me iba a ir reconfortada. Por todos esos milagritos que se me dieron en ese casi par de años de amor y sexo con el viejo. Bueno, con el viejo y con otros, pero principalmente con el viejo.
Hablando de milagros, creo que el más grande fué que nunca había quedado embarazada, pese a todo ésto. Carlos, decía él, no tenía cartuchos y se ve que tenía razón. Pero y los otros que hubo?
No me iba a terminar de enterar el por qué hasta varios años más tarde, cuando yo ya me había mudado a Buenos Aires. Y no iba a terminar de entender por qué se dió todo como se dió hasta también años después, cuando regresé a mis pagos aquella vez, casi sin querer.
Después de la cogida que me dieron en el pasto, al costado de la ruta, seguimos viaje. Estábamos todos bastante más tranquilos y relajados. En confianza. Después de todo, una cogida siempre rompe el hielo. Una vez que esa tensión sexual que había en la camioneta se disipó, luego de aliviarla, todos nos sentimos mejor. Era todo más ameno. Ya nos habíamos conocido de la forma más íntima posible.
Al llegar a Robles un par de horas después, ví que era un pueblito casi tan chico como La Cocha, sino más. Lo que sí, se veía que era bastante más humilde. No era feo. No hay ningún pueblito feo, todos tienen su encanto y sus paisajes. Pero Robles era un pueblito de gente trabajadora. No había casas que se destacaran del resto y las calles eran de tierra y polvo duro y compacto.
La casa de Carlos era igual que todas las demás. Recontra humilde, pero linda. Tenía lugar, con un par de habitaciones, una cocinita que se ampliaba y también hacía las veces de sala de estar, un baño y un patiecito atrás. No se la veía sucia, pero se notaba que Carlos realmente no vivía ahí. No se la notaba con el trajinar propio de una casa habitada permanentemente.
Habíamos comprado algo de comida y bebida en el almacén del pueblo para pasar esos días ahí. Cosas simples para que nos alimentemos, nada más, ninguna extravagancia. El viejo me pidió que lo acomodara todo en la heladera y en la cocina, mientras nuestros dos ya amigos se instalaban en una de las habitaciones. Ellos se iban a quedar, me dijeron, ese viernes a la noche y la noche del sábado. El domingo hasta la tarde, cuando ya tendríamos que regresar, lo iba a pasar ya sola con Carlos.
Respecto a la parte sexual, bueno. Fue intenso para mí. La verdad, demasiado intenso. El resto de ese viernes por la tarde no hicimos nada más que instalarnos, relajarnos un poco, tomar mate. Escuchar música y charlar. Ellos sí se pusieron a tomar vino desde la tardecita, pero como a mi mucho no me gusta yo estaba con agua y jugo. Pasaban y me tocaban un poco, me robaban un beso, ese tipo de cosas. Poco mas.
Pero para la hora de la cena ya estaban bastante entonados con el vino. Ninguno se puso realmente borracho en ningún momento, no. Tenían una tolerancia con el vino que impresionaba, seguramente producto de haber tomado tupido toda su vida. Pero durante la cena simple que nos hicimos y nos sentamos en los silloncitos viejos que Carlos tenía, a ver un poco en la televisión blanco y negro chiquita que tenía, ahí ya se pusieron un poco mas densos. No Carlos, él me cuidaba. El tema eran los otros dos.
El vino y la calentura que llevaban los había puesto tan cargosos con el tema de los comentarios subidos de tono y el manoseo que me terminaron calentando a mí también. Ahí nomás en la salita de estar, arrodillada primero frente a uno y después frente al otro, les regalé dos hermosas chupadas de verga, que ellos disfrutaron tanto como yo. Le quise hacer a Carlos también, pero él sonrió y dijo que no, que esperaba a después, ya que íbamos a dormir juntos en su pieza.
Pasó el rato y yo pensaba que entre el vino, la comida y el placer que les había dado con mi boca iban a estar ya algo satisfechos, pero no fué así. Quique en un momento me tomó de la mano y me llevó para el otro cuartito, que iba a ser de ellos. Enseguida atrás nuestro se sumó el viejo Rubén. Ese cuartito tenía dos camas simples, poco más que dos catres con colchones, a diferencia de la cama más grande que tenía Carlos en el suyo. Me llevaron a una de las camitas y nos subimos los tres.
Ahí me dieron lindo los dos, pero por suerte no los dos a la vez. Se las chupé de nuevo a los dos, que me encantaba hacer. Un largo y lindo rato, mientras ellos me metían mano por todos lados, calentándome todavía más de lo que ya estaba. El indio viejo se sentó en la cama y me hizo seguir chupándole y mamándole esa verga gruesa y hermosa, mientras sentí a Quique agarrarme de atrás y empezar a cogerme así. Yo estaba que estallaba de placer al estar en esa situación, de estar complaciendo y siendo complacida por dos hombres a la vez. Sentir esas dos vergas duras entrándome en el cuerpo, por mi boca y por mi conchita, era sublime casi. Acabé un poco a los gritos junto con Quique, quien se vació de nuevo en mi, tan dulcemente.

Me dejaron donde estaba, como estaba, y se rotaron ellos. Cuando lo tuve a Quique enfrente nada más lo complacía con chupadas y lamidas en sus huevos, a veces en su verga, que se puso tiesa de nuevo bastante rápido. Sentí a Rubén el coya querer meterme ese pijón en el culo, ya que yo estaba en esa posición, pero le costaba y a mi me hacía quejar bastante. Se fué a la salita de estar donde estaba Carlos, así nomás en bolas, y volvió con el tarrito de lubricante que Carlos usaba conmigo en el sótano del colegio. Se ve que, previsor, Carlos se lo había traído. Una vez que Rubén preparó bien su pija, ahí sí yo tuve mucho menos problema y dolor. Aferrándome fuerte de las caderas, el indiazo me rompió bien la cola, cogiéndomela parejo y llenándome bien de esa verga larga y ancha.
Yo no acabé, pero la sensación de estar tan llena de él en mi culo era divina. Rubén no duró mucho ahí. Se ve que mi colita estrecha le dió tanto placer que pronto lo sentí llenarme de leche caliente. Y nuestros gemidos de placer lo hicieron acabar también a Quique, en mi boca. Lo que disfruté el sentir el semen caliente de esos machos, los dos a la vez, no tenía nombre. Que hermoso que me cogieron, Dios. Y cuánto lo disfruté.
Al terminar y luego de recuperarnos, ellos se quedaron ahí en su cuartito y yo me fuí a lavar al baño. Carlos por suerte tenía una pequeña duchita. Mucha agua no le salía, pero me alcanzó de sobra para higienizarme un poco. Cuando salí de la ducha no ví a nadie. Encontré a Carlos en su pieza, ya tirado en la cama listo para irse a dormir. Me sonrió y me dijo que me acostara con él, así dormíamos. Yo le sonreí y sacándola de mi bolso me puse una linda ropa interior que tenía, que había llevado para él. El viejo me dijo que estaba hermosa y nos besamos un lindo rato en la cama mientras me acariciaba. Ya con la luz apagada, me abrazó de atrás y me encantó sentirlo así. Fuerte y caliente rodeándome con sus brazos. Nos quedamos hablando bajito así en la oscuridad y yo le conté todo lo que les había hecho a los otros, más todo lo que me hicieron. Por supuesto sentí que se le puso dura la pija, apoyada contra mi espalda. Me dijo al oído que lo había calentado mucho y si me bancaba uno más de él.
Por supuesto que le dije que sí. El viejo nada mas me bajó un poco la bombachita y me entró a dar su verga en mi conchita, pero lindo y suave, gimiéndome bajito en el oído. Diciéndome lo hermosa que era y cómo lo calentaba que yo era tan putita. Me derretía sentirlo así, con su vozarrón suave en mi oído y su verga gruesa en mi interior. Mientras me cogía, lento y profundo, llevó esos dedos ásperos y me empezó a frotar el clítoris por delante. Y yo no duré nada. Exploté hermoso y bajito, retorciéndome de placer gracias a mi viejo macho. Él no duró mucho más, lo sentí acelerar el ritmo y pronto él también me estaba dejando su leche bien profundo. Mezclándose con la de los otros dos morochos en mi interior. Nos besamos un poquito más y yo me dormí así en sus brazos por primera vez, como si fuéramos marido y mujer.
Es el día de hoy, después de tantos años, que recuerdo esa sensación y me estremezco por dentro un poco.
Pero al otro día fue más pesado todo. Bastante más pesado. Desde la mañana que nos levantamos, entre los tres hombres no me dieron mucho descanso durante todo el día. Me usaron como quisieron ese día. Al principio yo estaba encantada. Si no era uno, era el otro que ya venía alzado. Adoraba sentirme así de deseada por esos machos. Pero ya para la tarde yo estaba cansada, adolorida y realmente, totalmente, ya cogida. No quería mucho más y se los dije. Tuve un poco de descanso después de comer y a la tarde me encerré en el cuarto de Carlos para dormir una siesta. Por suerte pude descansar y relajarme unas tres horitas, pero me terminaron despertando Quique y Rubén.
Carlos había salido a hacer un par de compras por el pueblo y ellos aprovecharon. Se metieron en el cuarto de él y me dieron entre los dos de nuevo. Por suerte, de nuevo, no me penetraron los dos al mismo tiempo, pero me cogieron lindo y fuerte como hacían ellos, uno detrás del otro, dándole a mi cuerpito todavía más semen. Y ahí me dejaron para que me recuperara un poco.
Cuando salí al rato del cuarto Carlos ya había llegado. Le dije que me iba a duchar y mi viejito dijo que él también, así aprovechaba el agua. Se nos unió el viejo Rubén también, que quería ducharse. Lo que más recuerdo de ese round en la ducha, que me encantó, fue el estar con los dos viejos fuertes ahí. Bajo la poca agua que salía, que igual nos humedecía. Estar de rodillas en la ducha frente a los dos y por fin, después de tanto desearlo, descubrir cómo se sentía tener dos pijas en la boca. Mi conchita los satisfació a los dos ahí también, primero uno y después el otro, así de parados los tres bajo el agua.
Al rato me vestí y me fui a dar una vueltita sola por el pueblo. Para conocer y para salir de ahí un poco, estar aunque sea un rato de descanso lejos de los tres hombres. Cuando volví ya se estaba haciendo de nochecita y los encontré de nuevo a los tres bastante entonados con el vino. Les hice unos sandwiches de jamón y queso con un par de tonterías más para comer, sino no iba a comer nadie ahí. Después de comer nos quedamos ahí y Carlos agarró un canal que estaba pasando un partido de fútbol. Se lo quedaron viendo, yo ahí también abrazada a Carlos. No me interesaba mucho y enseguida, para que no me aburriera, me hicieron chuparles las pijas mientras miraban el partido. Yo me alegré, la verdad. Más allá de lo mucho que me encantaba mamar vergas, al menos le estaba dando un descansito a mis otros lugares de placer.
Quique y Rubén se iban a ir al otro día temprano a la mañana, así que con el visto bueno de Carlos, ya para la hora de dormir me llevaron los dos a su pieza de nuevo para darse el gustito de una linda despedida. Me cogieron de nuevo como lo venían haciendo, uno atrás mío mientras tenía al otro en mi boca, complaciéndolos así. Pero después de ese sexo, que disfruté mucho, me hicieron quedar un rato mas.
Cuando se recuperaron, ahí sí que me hicieron sentir sus dos vergas duras a la vez. Nos pusimos los tres acostados sobre nuestros costados en la camita estrecha. Apenas entrabamos los tres. Me hicieron el jamón de ese delicioso sándwich de pan de indio y me la dieron. Me la dieron toda, fuerte y feo, llenándome a modo de despedida.
Y cuando descansaron un rato, como a la media hora, creo que como segunda despedida, Quique me subió encima de él para que me lo montara, mientras que Rubén me daba de nuevo desde atrás y por atrás.

Si, la sensación de estar penetrada en la conchita y en el culo al mismo tiempo era intensa. Muy, pero muy intensa, no sólo físicamente. Mentalmente yo estaba que volaba de placer, siendo usada tan burdamente por esos dos machos. Me encantaba. Pero al mismo tiempo era bastante dolorosa para mí. Los morochos me dieron así sin asco, buscando sólo su placer, llenándome fuerte el cuerpo de pija marrón y dura, bien pero bien hasta los huevos. Primero uno y luego el otro se vaciaron en mí. Y ahí me las dejaron por un rato, completamente atorada con pija, mientras me manoseaban y me lamían por todos lados, disfrutándome entre ellos.
Cuando se salieron me despedí y como pude fuí al baño a lavarme. Me revisé y me sentí. Tenía mis dos agujeritos bien abiertos y no parecía que se me cerraban. Me latían y los sentía adoloridos y calientes. Me limpié como pude y me fuí a acostar con Carlos. Estaba dormido ya, y cuando me acosté trabajosamente junto a él, en su sueño mi viejito me sintió el cuerpo y me abrazó así, conteniéndome y reteniéndome en su brazo. Yo suspiré, un poco más aliviada, feliz de estar ya con él. Tardé un poco en dormirme por el dolor y porque no encontraba una posición cómoda para mis caderas y espalda, pero finalmente lo logré.
Por suerte pude descansar y finalmente dormir bien. Me desperté temprano porque Carlos me despertó sin querer, al levantarse él. Desayunamos mate en la cocina todos y al ratito Quique y Rubén se despidieron con unos besos y unas sonrisas, diciéndome lo linda que era y lo bien que la habían pasado. Yo también les sonreí. No me podía quejar de todo el sexo salvaje que me habían dado esos dos, pero tampoco les sonreí mucho ni me hice la melosa. No quería provocar nada más de ellos.
Carlos los acompañó afuera de la casa y se quedaron charlando los tres un rato ahí, hasta que los dos morochos se fueron. Iban a seguir camino para Catamarca capital, en micro. Carlos me preguntó cómo estaba y le dije que bien. Adolorida, pero dentro de todo bien. Me dejó un besito en el pelo y me lo sacudió un poco con su manaza, juguetonamente.
Teníamos que salir de vuelta para La Cocha no más tarde que las cuatro, la verdad, para llegar a un horario decente. Yo al otro día tenía clase y él su trabajo en el colegio también. Almorzamos temprano y para pasar el rato nos quedamos viendo algo de televisión en la salita de estar, yo abrazada a él y reposando mi cabecita colorada en su panza linda. El viejo en un momento me hizo una cosquillita y me preguntó si no quería coger así de despedida. Yo lo miré y le pedí por favor que no, que todavía estaba algo adolorida. Pensé que se iba a enojar o decir algo, que iba a estar decepcionado.
Pero no, me sonrió y me besó la cabeza, diciéndome que estaba bien. Qué bonachón era mi viejito. Igual antes de irnos, ahí en el living, le dí una linda y muy, muy larga y amorosa chupada de pija. De regalo y de agradecimiento. Eso sí podía hacer por él.
En el trayecto de vuelta a Tucumán no pasó nada extraño. Fue un viaje normal, donde charlamos y la pasamos bien. Finalmente llegamos a las afueras, apenas, del pueblo y Carlos me dejó con la chata en un lugar un poquito alejado, asegurándose que nadie lo viera dejarme ahí. Nos despedimos con un beso y el rumbeó para el colegio. Yo para mi casa.
Al llegar a casa saludé a mis viejos, me forcé a poner una sonrisa de muy contenta de haber regresado y de lo bien que lo había pasado. Me inventé dos o tres cosas para contarle de la feria inexistente a la que había ido y listo. Quedaron contentos que a la nena no le había pasado nada y tuvo una linda y decente aventura. Si supieran…
Me fuí a duchar y después derecho a mi cama, sin cenar. Les dije que no quería, que estaba muy cansada. Y los dos días siguientes le dije a mi mamá que me sentía mal, con algo de fiebre, que no quería ir al colegio. Ella me dejó quedarme en casa, no tuvo mucho problema. Yo necesitaba descansar, la verdad. Física y mentalmente.
En ese último año escolar mío, esa no fué la última vez que con alguna excusa o cuento previo, viajé a Robles con Carlos para pasar otro fin de semana largo. Por suerte no de nuevo con Quique y Rubén, no. A ellos nunca más los volví a ver. Fui dos veces más a Robles. Una vez sola con Carlos, que disfruté mucho y la última vez con él y otro de sus amigos, de ahí de su pueblo. Ahí me dieron los dos de lo lindo también. Me hicieron gozar como una verdadera cerda. Como un animal en celo. Fueron tres días de sexo salvaje, en que mi viejito y su amigo hicieron conmigo prácticamente lo que quisieron. Me dejaron extremadamente contenta, y por supuesto yo a ellos.
Cuando estábamos de regreso de ese último viaje, sin embargo, fue cuando pasó algo muy feo, que nadie se esperaba y que me sacó las ganas de volver a Robles.
Veníamos de vuelta en la ruta con la chata lo más bien. Charlando normal. Yo tenía el termo y estábamos con el mate. No habíamos llegado al cruce a Tucumán todavía. Yo estaba distraída y escuché a Carlos decir, “Uh… que pasó, a ve’...”
Estaba mirando para adelante por la ruta. A la distancia lo ví yo también. Parecía un tumulto de vehículos y gente. Carlos bajó un poco la velocidad y se puso serio.
“Puta madre, lo’ milico’...”, dijo por lo bajo sin dejar de mirar.
“Son militares?”, le pregunté tratando de ver yo también.
“Si… debe ser un control o algo. La puta madre!”, dijo enojado.
A mi me subió un escalofrío por la espalda. No sabía qué hacer. Si nos paraban me iban a ver ahí y que íbamos a decir?
“Ay… Ay, mi amor, qué hacemos? Me escondo?”, fue lo primero que se me ocurrió.
“No… no, chiquita. Si te encuentran escondida va a se’ peor…”
“Qué hacemos? Que decimos?”, le pregunté con miedo.
“No sé, no sé… decile la verda’, no joda’ con estos…”
“Cómo la verdad, Carlos!”, le chillé.
“Pará che! No me ponga’ nervioso”, me dijo sin sacar la vista de lo que se venía mientras la chata seguía avanzando, “Decile la verd….”
No tuvo tiempo a terminar la frase porque de la nada de atrás de la chata se escuchó un motor acelerando y un bocinazo que casi me hace escapar el termo de la mano. Era un jeep militar que no sé de dónde salió, pero se nos puso al costado del lado de Carlos. Le gritaban que parara. Yo empecé a temblar. Carlos a putear. El jeep no se salía de nuestro costado.
“Tranquila, chiquita, tranquila…”, me dijo mientras fué frenando.
Adelante nuestro los militares habían cortado la ruta con dos camiones verdes grandes, de los que usaban ellos. Habían dejado un espacio para que pasaran autos de a uno. Vi como a veinte soldados esparcidos alrededor del control. Estaban todos con los FAL en mano y bien a la vista. El que nos gritaba de al lado de Jeep se cansó de gritar y le hacía señas para adelante a Carlos con la mano. El viejo paró la chata al llegar al control. Se bajaron un par del jeep con armas y unos soldados del control se les unieron, rodeando la chata y mirando por todos lados.
Un morocho de pelo bien rapado se le acercó junto con otro ladero a la ventanilla de Carlos.
“Buenas tardes caballero”, le dijo seco y escueto. Tenía un tono muy feo en la voz.
“Buena’...”, le dijo Carlos asintiendo.
“Hacia dónde se dirige?”
“ ‘Tamo volviendo a La Cocha. Somo’ de ahí”, le dijo.
El tipo echó una mirada al interior de la cabina pero solo un segundo. Los otros que rodearon la chata seguían mirando por todos lados. Hasta uno se agachó para mirarla de abajo, “Me permite su registro y su documento. Y el documento de la señorita.”
Cuando dijo eso yo apreté el termo que llevaba en la mano, ya estaba entrando en pánico. Carlos se sacó del bolsillo los documentos y se los dió, “Ella no tiene, disculpe.”
“Cómo que no tiene?”, dijo el tipo y me miró. La mirada de hijo de puta que tenía en los ojos me hizo subir otro escalofrío por la espalda.
“Digo que no lo tiene encima. Lo dejó en la casa.”, le contestó Carlos.
“Usted es el abuelo?”, le preguntó.
“No, amigo, yo trabajo en el colegio Manfredi ahí en La Cocha. Ella va al colegio ahí. La ‘toy alcanzando a la casa…”
El tipo me seguía mirando feo, seguro de que acá había algo que no cerraba, porque efectivamente había algo que no cerraba.
“De dónde vienen?”, preguntó, pasándole los documentos de Carlos a su ladero.
“De Robles.”
“Y qué hacían ahí?”, preguntó el tipo.
Carlos se encogió un poquito de hombros, “Ella ‘taba visitando una amiga, nos encontramo’ y le dije que la traía yo. Así no se tenía que toma’ el micro, la nena.”
“Apague el motor y entreguemé las llaves”, dijo el tipo bien seco, “Y me espera acá”.
Carlos hizo lo que le pidió el tipo, le dió las llaves y lo vimos irse para el control, con el grueso de los soldados. Alrededor de la chata se habían quedado cuatro o cinco, no sabía, yo no veía ni quería girar la cabeza para ver. Mas los dos del Jeep que todavía teníamos al lado. “Concha’sumadre…”, puteó Carlos por lo bajo. Me vió que yo estaba hecha un manojo de nervios, más pálida que de costumbre y me palmeó la rodilla para calmarme, “Tranquila, chiquita. Se fijan no se qué y nos vamo’...”
Un par de larguísimos, eternos minutos después lo vimos venir de vuelta al tipo, ésta vez con su ladero y otro más. Se le acercó a la ventanilla de Carlos y le abrió la puerta de afuera, “Caballero, descienda del vehículo con la señorita. Con todas sus pertenencias en la mano”, le dijo.
“Uh… pero qué pasa, che…”, protestó Carlos.
“Descienda y nos acompañan.”, le dijo.
Sentí que un soldado me abrió la puerta a mí. Yo estaba con el termo y el mate en la mano. Agarré también mi bolso y me bajé, viendo como Carlos hacía lo mismo con su bolso por su lado. Empezamos a caminar con ellos para el lado del control. Todos los soldados me miraban como pensando qué carajo hacía esa pendeja así acá, en ésta situación. Y tenían razón. Encima me había puesto los shorcitos de jean apretados que tanto le gustaban a Carlos. Cómo no me iban a estar mirando los colimbas. Yo iba pegada a Carlos caminando, sin animarme a agarrarlo del brazo, por más ganas que tenía.
Cuando llegamos adonde estaba el grueso de los soldados, cerca de los dos camiones, nos hicieron separar un poco. Nadie me tocaba, pero un par se me pusieron al lado. El que llevaba la batuta se puso a hablar con Carlos a unos pocos metros de mí, preguntándole más y más cosas. Uno de los soldados le estaba revisando el bolso al viejo y enseguida vino otro soldado que me sacó el mío de la mano y lo abrió, revolviendo el también. Yo no tenía nada, pensaba. Que me iban a encontrar? Mis cosas de maquillaje, pensé. Mis toallitas, mis cosas…
“Sargento!”, levantó la voz el que le estaba revisando el bolso al viejo. Sacó unas cosas del bolso de Carlos y apurando el paso se lo llevó al que mandaba. Cuando ví lo que era me quise morir. Me quise morir ahí de verdad. El soldado tenía en la mano el tarrito bien usado del lubricante que Carlos se ponía conmigo, y en la otra mano un par de revistas porno de Carlos, que el zonzo no quiso dejar en Robles.
El Sargento lo miró a Carlos con una cara de bronca, y me miró después a mí igual. Giró para enfrentar de nuevo al viejo y le gritó, “Negro de mierda! Que hacés con la pendeja, eh?”
“Pará che… no es así…”
“Hablá carajo!”, le escupió con fiereza.
“Eso e’ mío… la chica no tiene nada que ve’... ni sabía que lo tengo, che…”, explicó Carlos.
“Qué es, una puta? Eh? Adonde te la llevabas?!”, le gritó.
“Pero che a ve’ si me escucha’, carajo!”, le dijo Carlos, “Ya te dije que somo’ de La Cocha…”
Carlos no terminó de hablar que el Sargento le metió una piña en la panza que medió lo dobló, sacándole un poco el aire y haciéndolo tambalear. Enseguida dos soldados que tenía al lado lo agarraron de los brazos y lo tuvieron así para que no se incorporara. Yo no pude evitar largar un chillido, de sorpresa y de miedo. Sentí una de las manos de un soldado que me retuvo a mi también, fuerte en mi hombro.
“Que La Cocha, negro de mierda!”, le gritó el Sargento, “Te levantaste una puta, eh? Adonde te la estás llevando?!”
Jadeando un poco, Carlos le contestó, “A La Cocha te dije, che!”
El Sargento le gritó de nuevo, “La vamo’ a poner a atender acá a la tropa a tu puta! Nos va a venir bien…”, le dijo y a mi me empezaron a temblar las piernas.
Carlos le gritó feo, “No la toques a la nena, la concha bien de tu madre! Hijoe’puta!”.
Uno de los soldados le pegó un culatazo con el FAL a Carlos atrás del oído que casi me mata por dentro de la angustia. El sonido horrible. La forma que Carlos se desplomó sobre sus rodillas, perdiendo la orientación por unos segundos, quejándose de dolor.
“Pará no le pegues mas!”, le chillé yo, desesperada, casi llorando.
“Callate vos!”, me miró el Sargento, “Ya te va a tocar a vos también, pendeja!”
“No le pegues más!”, le chillé de nuevo, sintiendo como ya otro soldado me retenía fuerte por el hombro y el brazo, de mi otro costado.
“Calláte te dije!”, me gruñó el Sargento. Vi cómo lo agarró de la solapa de la camisa a Carlos, dispuesto a pegarle una piña en la cara, así arrodillado como estaba.
Justo ahí, como providencia divina, de atrás nuestro, detrás de los camiones que bloqueaban la ruta, del lado de Tucumán se escuchó una frenada un poco fuerte. Cuando miré vi que era otro jeep del Ejército, que venía de ese lado. Se bajaron un par de militares. Uno era tan viejo como Carlos, me pareció. De esa edad más o menos, con un pelo canoso recontra rapado. Todos se dieron vuelta a ver, menos Carlos pobre, y nadie dijo nada.
El canoso apresuraba el paso junto con uno de sus laderos. Venía con una cara de orto que se le veía a la distancia ya. Y un vozarrón de comando que te hacía ponerte firme aunque no quisieras. Se le fué al humo al Sargento, que ya había soltado a Carlos y lo estaba mirando venir a éste, “VARELA! Que carajo pasa acá!”, le gritó.
“Capitán, buenas tardes…”, empezó a hablar el Sargento pero éste otro se le puso casi en la cara.
“SALUDE BIEN VARELA, CARAJO!”
El Sargento se puso firme como un palo y le hizo la venia, “Si, mi Capitán.”
“Me explica que mierda pasa acá!?”, le gruñó, mirando la escena y mirándome a mí.
“Mi Capitán, … eh… detuvimos a dos personas sospechosas durante operativo de control…”, empezó a explicar.
El Capitán me miró. Lo miró al Sargento. Me miró de nuevo y después a Carlos, que ya estaba volviendo bastante en sí, frotándose el cuello donde le habían dado el culatazo. Protestó algo por lo bajo, frustrado, y le alzó la voz de nuevo al Sargento, “Varela, usted es PELOTUDO o se hace el PELOTUDO?!”
“No, mi Capitán!”
“Dígame qué estamos haciendo acá?”, le preguntó.
“No entiendo…”
“Eso. Dígame qué estamos haciendo acá, Varela? Para qué estamos con el control?”, le gruño el canoso.
“.. Mi Capitán?”, el Sargento lo miró dudoso.
“QUE QUEREMOS ENCONTRAR, VARELA!!!!”, le gritó en la cara, “Con el control! Que estamos buscando?”
“Guerrilla, mi Capitán!”, le contestó el Sargento.
El viejo canoso le frunció las cejas, “Ah, muy bien, Varela. Lo felicito! Leyó la orden! Muy bien!”
“Gracias, mi Capitán…”
El Capitán hasta pareció tomar un poco de aire, entre frustrado y enojado, “Y a usted le parece que éstas dos personas son guerilla?! PELOTUDO!”
“... n-no… no, mi Capitán…”
“Un abuelo con la nieta, Varela!”, le dijo con bronca, “Están armados? Llevan explosivos en la chata de MIERDA esa que está allá? Llevan literatura subversiva?!”.
“No, mi Capitán!”
“Entonces dejesé de hinchar las PELOTAS! Molestando así a la gente! PELOTUDO!”, le gritó, “Ésta gente sigue transitando, me oyó, Varela?!”
“Sí, mi Capitán!”
El Capitán miró a los soldados al lado de Carlos para que lo levantaran y lo pusieran en pie. Otros nos devolvieron nuestras cosas casi al mismo tiempo, “Vamo’! Vamo’! Circulando, vamo’!”, les dijo.
Nos acompañaron de vuelta hasta la camioneta, mientras Carlos pobre me abrazaba a mi. Yo era la que estaba llorando y al que le habían pegado fue a él. Mi viejito lindo. Nos dejaron pasar con la chata y seguimos viaje a La Cocha, con Carlos abrazándome fuerte mientras manejaba con una mano. Y yo llorando y temblando del miedo. Agradeciendo a todos los santos que no pasó algo peor.
Nunca quise volver a Robles, como dije. Y por un tiempo algo largo tampoco lo busqué mucho a Carlos. Pobre, nada de lo que pasó fue culpa de él, pero la experiencia me hizo entrar un poco en razón de lo riesgoso que era lo que estábamos haciendo. Todo lo que hicimos. El milagro que fué el no haber sido descubiertos nunca. Por supuesto que todavía lo quería hacer, lo necesitaba hacer, pero mis atenciones de amor con Carlos fueron disminuyendo. Mis visitas a su sótano los sábados, también.
Ya para el final de mi último año escolar, faltando unos pocos días para terminar todo, tuve la que fué mi última visita furtiva al sótano un sábado. Fue hermoso. De verdad. Lo disfruté tanto. Y al viejo lo hice disfrutar también. No le dije que era la última vez, pero yo en mi interior lo intuía. Cogimos y nos amamos con pasión. Con la locura que teníamos de hacer todo eso. Y las campanitas de placer que yo sentía cuando lo oía llamarme “su putita”, me sonaron ese día igual de fuertes que la primera vez. Me dejó su leche hermosa dentro de mí dos veces ese día. Y nos despedimos con cariño cuando me fuí para mi casa.
Pronto terminó el año, me gradué de la secundaria y nos fuimos de vacaciones con mi familia.. Yo ya tenía otra vida en la cabeza, otros planes, otras cosas. Me iba a mudar en algún momento a San Miguel, para empezar a ir a la UNT ahí. Iba a dejar atrás a La Cocha, eventualmente. Al colegio, a mis amigas. Y también, por más que me pesaba en el corazón, a mi viejo Carlos. Pero me iba a ir reconfortada. Por todos esos milagritos que se me dieron en ese casi par de años de amor y sexo con el viejo. Bueno, con el viejo y con otros, pero principalmente con el viejo.
Hablando de milagros, creo que el más grande fué que nunca había quedado embarazada, pese a todo ésto. Carlos, decía él, no tenía cartuchos y se ve que tenía razón. Pero y los otros que hubo?
No me iba a terminar de enterar el por qué hasta varios años más tarde, cuando yo ya me había mudado a Buenos Aires. Y no iba a terminar de entender por qué se dió todo como se dió hasta también años después, cuando regresé a mis pagos aquella vez, casi sin querer.
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