Era un fin de semana largo y nos habíamos ido con el parche a una finca lejos de la ciudad. Estábamos todos: Jerónimo con sus tragos, Diego y Wilson armando el parlante, Sharlotte con su aire de zorra callada, Sebas que no perdía oportunidad de mirar culo… y Sofía, mi novia. La más rica del grupo, la más calladita… o eso pensaba yo.
Desde que llegamos, noté algo distinto en ella. Se puso esa pantaloneta blanca que apenas le tapaba el culo, sin ropa interior, y se pasaba todo el tiempo encima mío o cruzándose en frente de los manes con esa mirada de “mírenme”. Pero no fue hasta la segunda noche, cuando ya todos estábamos prendidos, que me di cuenta de lo que realmente era Sofi. Una perra. De las que calientan sin pudor y disfrutan cuando todos la desean.
Yo estaba sentado en una silla del corredor, medio volado, cuando la vi entrar a uno de los cuartos con Jerónimo. No me dijo nada. Ni me miró. Solo se metió y cerró la puerta.
El corazón me latía con fuerza, pero no de rabia. De pura excitación. Me levanté de inmediato, fui a buscar a Sharlotte y le dije lo que acababa de pasar. Ella se me quedó mirando con una sonrisa torcida, como si no le sorprendiera en lo más mínimo, y sin decir nada, me siguió.
Nos fuimos detrás de la casa, por donde daban las ventanas de los cuartos. La luz estaba encendida. La cortina mal corrida. Nos acercamos en silencio, y lo que vimos nos dejó sin aliento.
Sofía estaba de rodillas frente a Jerónimo, chupándole la verga con una entrega que no le conocía. Le daba esas chupadas sucias, profundas, salivadas, como si llevara años en eso. Luego lo empujó suavemente hacia la cama, se subió encima y lo empezó a cabalgar dándonos la espalda. La pantaloneta ya ni estaba. La tanga, menos. Su culo rebotaba con fuerza mientras gemía y se metía un dedo en el culo con una naturalidad que no había mostrado nunca conmigo.
Sharlotte, a mi lado, tenía la mano entre las piernas. Me miró, se rió bajito y siguió masturbándose sin pudor. Yo me pajeaba también, duro, viendo a mi novia follarse a mi mejor amigo como si fuera su puto hobby.
Cuando terminaron, Jerónimo salió primero, relajado. Sofi salió después, con la cara lavada como si no hubiera pasado nada. Volvimos a la fiesta como si no hubiéramos espiado una película porno casera en vivo.
Sharlotte se me acercó varias veces durante la noche, susurrándome cosas al oído que me dejaban sin aire.
—Sofi es una perra… pero yo soy peor —me dijo en una de esas, mordiéndome el cuello.
Una hora después, llegaron dos manes más. Amigos de Sebas. José y Luis. Apenas entraron, noté cómo le pusieron el ojo a las chicas. Primero fueron miradas, luego tragos, luego esos toques “casuales” que ya no tenían nada de casual.
Sofi y Sharlotte desaparecieron otra vez.
Yo no dudé. Me levanté y los seguí a escondidas. Subieron al segundo piso. Se metieron en uno de los cuartos. Cerraron la puerta. Me moví por fuera de la casa y, con suerte, la ventana tenía una rendija entreabierta.
Me asomé.
Ahí estaban las dos. Sofi en ropa interior, de rodillas otra vez, entre José y Luis. Sharlotte, en topless, moviéndose como una reina del sexo, como si supiera que todos íbamos a hacer lo que ella dijera.
—A ver, Sofi —dijo Sharlotte con tono retador—, si ya te tragaste a uno del grupo, demuéstrame que no fue suerte. Chúpale la verga a los dos… al tiempo.
Sofía solo sonrió. Se arrodilló bien, y empezó a alternar su boca entre las dos vergas. Primero una, después la otra, con la lengua afuera, llena de saliva, como una actriz porno bien entrenada. Sharlotte la agarraba del pelo, guiándola, dándole órdenes mientras se tocaba mirando la escena.
—Más profundo, Sofi. Que se te salten las lágrimas.
Cuando terminaron con la boca, Sharlotte se montó sobre uno de los manes y empezó a moverse con fuerza, sin miedo, sin pausa. Mientras tanto, Sofía se subió sobre Luis, cabalgándolo con esa intensidad que yo ya había visto, pero que ahora era mucho más salvaje. Se inclinó hacia adelante y José se colocó detrás de ella. Y sin más, Sofi quedó en doble penetración. Culo y concha llenos. Gemía, se sacudía, se agarraba a las sábanas.
Sharlotte le metió un dedo más en el culo mientras le decía cosas sucias, como si la estuviera adiestrando. Era su maestra. Su guía.
—Eso, perra… veniste a la finca a que te usaran como querías —le decía.
Yo seguía en la ventana, la verga en la mano, temblando. Ver a Sofía así, completamente rota de placer, obedeciendo, disfrutando, me llevaba al límite.
Cuando los manes se vinieron, lo hicieron en sus bocas. Y ellas se lo tragaron sin dudar. Se besaron entre ellas con la leche fresca aún en la lengua, se rieron y se acomodaron el pelo.
Salí corriendo antes que me vieran, regresé al corredor, me senté y fingí estar mirando la chimenea. El corazón me latía en el pecho como si fuera a explotar.
Minutos después, Sofi volvió. Caminaba tranquila. Se sentó en mis piernas, me rodeó con los brazos y me dio un beso suave, húmedo… con un sabor espeso, salado, que reconocí al instante.
Me quedé quieto. Ella me miró con esa carita dulce, como si no me debiera ninguna explicación.
—¿Te gustó la finca, amor? —me susurró, con una sonrisita inocente que ya no le creía.
Y sí… me gustó.
Me encantó.
Desde que llegamos, noté algo distinto en ella. Se puso esa pantaloneta blanca que apenas le tapaba el culo, sin ropa interior, y se pasaba todo el tiempo encima mío o cruzándose en frente de los manes con esa mirada de “mírenme”. Pero no fue hasta la segunda noche, cuando ya todos estábamos prendidos, que me di cuenta de lo que realmente era Sofi. Una perra. De las que calientan sin pudor y disfrutan cuando todos la desean.
Yo estaba sentado en una silla del corredor, medio volado, cuando la vi entrar a uno de los cuartos con Jerónimo. No me dijo nada. Ni me miró. Solo se metió y cerró la puerta.
El corazón me latía con fuerza, pero no de rabia. De pura excitación. Me levanté de inmediato, fui a buscar a Sharlotte y le dije lo que acababa de pasar. Ella se me quedó mirando con una sonrisa torcida, como si no le sorprendiera en lo más mínimo, y sin decir nada, me siguió.
Nos fuimos detrás de la casa, por donde daban las ventanas de los cuartos. La luz estaba encendida. La cortina mal corrida. Nos acercamos en silencio, y lo que vimos nos dejó sin aliento.
Sofía estaba de rodillas frente a Jerónimo, chupándole la verga con una entrega que no le conocía. Le daba esas chupadas sucias, profundas, salivadas, como si llevara años en eso. Luego lo empujó suavemente hacia la cama, se subió encima y lo empezó a cabalgar dándonos la espalda. La pantaloneta ya ni estaba. La tanga, menos. Su culo rebotaba con fuerza mientras gemía y se metía un dedo en el culo con una naturalidad que no había mostrado nunca conmigo.
Sharlotte, a mi lado, tenía la mano entre las piernas. Me miró, se rió bajito y siguió masturbándose sin pudor. Yo me pajeaba también, duro, viendo a mi novia follarse a mi mejor amigo como si fuera su puto hobby.
Cuando terminaron, Jerónimo salió primero, relajado. Sofi salió después, con la cara lavada como si no hubiera pasado nada. Volvimos a la fiesta como si no hubiéramos espiado una película porno casera en vivo.
Sharlotte se me acercó varias veces durante la noche, susurrándome cosas al oído que me dejaban sin aire.
—Sofi es una perra… pero yo soy peor —me dijo en una de esas, mordiéndome el cuello.
Una hora después, llegaron dos manes más. Amigos de Sebas. José y Luis. Apenas entraron, noté cómo le pusieron el ojo a las chicas. Primero fueron miradas, luego tragos, luego esos toques “casuales” que ya no tenían nada de casual.
Sofi y Sharlotte desaparecieron otra vez.
Yo no dudé. Me levanté y los seguí a escondidas. Subieron al segundo piso. Se metieron en uno de los cuartos. Cerraron la puerta. Me moví por fuera de la casa y, con suerte, la ventana tenía una rendija entreabierta.
Me asomé.
Ahí estaban las dos. Sofi en ropa interior, de rodillas otra vez, entre José y Luis. Sharlotte, en topless, moviéndose como una reina del sexo, como si supiera que todos íbamos a hacer lo que ella dijera.
—A ver, Sofi —dijo Sharlotte con tono retador—, si ya te tragaste a uno del grupo, demuéstrame que no fue suerte. Chúpale la verga a los dos… al tiempo.
Sofía solo sonrió. Se arrodilló bien, y empezó a alternar su boca entre las dos vergas. Primero una, después la otra, con la lengua afuera, llena de saliva, como una actriz porno bien entrenada. Sharlotte la agarraba del pelo, guiándola, dándole órdenes mientras se tocaba mirando la escena.
—Más profundo, Sofi. Que se te salten las lágrimas.
Cuando terminaron con la boca, Sharlotte se montó sobre uno de los manes y empezó a moverse con fuerza, sin miedo, sin pausa. Mientras tanto, Sofía se subió sobre Luis, cabalgándolo con esa intensidad que yo ya había visto, pero que ahora era mucho más salvaje. Se inclinó hacia adelante y José se colocó detrás de ella. Y sin más, Sofi quedó en doble penetración. Culo y concha llenos. Gemía, se sacudía, se agarraba a las sábanas.
Sharlotte le metió un dedo más en el culo mientras le decía cosas sucias, como si la estuviera adiestrando. Era su maestra. Su guía.
—Eso, perra… veniste a la finca a que te usaran como querías —le decía.
Yo seguía en la ventana, la verga en la mano, temblando. Ver a Sofía así, completamente rota de placer, obedeciendo, disfrutando, me llevaba al límite.
Cuando los manes se vinieron, lo hicieron en sus bocas. Y ellas se lo tragaron sin dudar. Se besaron entre ellas con la leche fresca aún en la lengua, se rieron y se acomodaron el pelo.
Salí corriendo antes que me vieran, regresé al corredor, me senté y fingí estar mirando la chimenea. El corazón me latía en el pecho como si fuera a explotar.
Minutos después, Sofi volvió. Caminaba tranquila. Se sentó en mis piernas, me rodeó con los brazos y me dio un beso suave, húmedo… con un sabor espeso, salado, que reconocí al instante.
Me quedé quieto. Ella me miró con esa carita dulce, como si no me debiera ninguna explicación.
—¿Te gustó la finca, amor? —me susurró, con una sonrisita inocente que ya no le creía.
Y sí… me gustó.
Me encantó.
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