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Capítulo 12 - La orilla del deseo

Había elegido esa playa no por casualidad, sino porque su naturaleza abierta me ofrecía el escenario perfecto para complacerlo, incluso a la distancia. Una playa nudista, donde los cuerpos se funden con la sal, el sol, y las miradas. Allí no había secretos. Solo piel, deseo y libertad. Pero yo no estaba desnuda por rebeldía o moda. Estaba desnuda por devoción.


Me senté al borde de la orilla, dejando que las olas suaves lamieran mis pies, como lenguas curiosas. Sentí el sol besar mis hombros, el viento rozar mis pezones tensos, y las miradas ajenas acercarse, con disimulo, desde mantas lejanas. Ellos no sabían que no me pertenecía, que yo ya tenía dueño. Pero podían mirar. Él me lo había enseñado así: suya para poseer, pero libre para ser deseada.


Me arrodillé lentamente sobre la arena mojada, sintiendo su textura áspera en mis rodillas. El agua ascendía con las olas, entrando tímidamente entre mis muslos. Yo me abría a ella, como si él mismo lo ordenara con su voz baja, esa que me atraviesa la mente aunque no esté presente. “Abre las piernas, mi sumisa. Deja que el mar te toque como mis dedos lo harían.”


Y obedecí.


El agua subía en pequeñas oleadas y se filtraba, juguetona, entre mis labios hinchados. El contraste entre la temperatura del mar y mi calor interno me arrancó un leve gemido. Sabía que algunos hombres me observaban. Los sentía. Quizá creían que yo jugaba sola. Que era libre. Que podían acercarse. Pero no. Yo me ofrecía para que ellos imaginaran, desearan, y recordaran… que lo que contemplaban no les pertenecía.


Mi cuerpo se arqueaba al ritmo del oleaje. El vaivén me penetraba como un juego rítmico, como una caricia continua que rozaba mi clítoris cada vez que la espuma regresaba. Era sutil, pero efectiva. Y mientras las olas me tocaban, yo pensaba en él. En sus manos grandes sujetando mis caderas. En su boca lamiendo mis pezones. En su aliento marcándome el cuello con el sello invisible de su posesión.


Llevé mi mano al bajo vientre, solo para cubrir lo que ya palpitaba. No me masturbaba. No aún. Solo tocaba. Acariciaba con ternura, como si pudiera recoger esa humedad y enviársela. “Para ti, Amo. Cada ola me lleva más cerca del orgasmo, pero no es para mí. Es para ti. Para que sepas que incluso lejos, sigo obedeciendo. Sigo deseándote.”


Vi a uno de los hombres alejarse, incapaz de resistir la tensión de lo que veía. Otro se quedó, hipnotizado, sin poder hacer nada más que contemplar. Yo le dediqué una sonrisa. No era suya. Él lo sabía. Yo también. Y eso me excitaba aún más.


Una ola más intensa rompió sobre mí, empapándome completamente. Entre mis muslos, sentí la fuerza líquida colarse dentro, como una lengua atrevida. Y en ese instante, cerré los ojos y me dejé llevar. Un gemido profundo brotó de mi pecho. No fue un clímax completo. Fue una entrega. Una promesa. Una prueba.


Me quedé quieta, con la espalda recta, el pecho al aire, y las gotas saladas escurriéndose entre mis pechos. Abrí los ojos y murmuré, para que solo el viento me oyera:


—Soy tuya, Amo… Que todos lo vean. Pero solo tú lo sabes.



El sol empezaba a caer sobre la playa nudista, tiñendo el cielo de tonos ámbar y carmesí. La brisa marina acariciaba su piel aún húmeda del baño, y la arena caliente bajo sus pies le recordaba la tierra firme tras dejarse mecer por el mar. Se sentía renacida, templada por el agua y por la mirada constante del Amo, que, aunque lejano físicamente, no dejaba de guiar cada uno de sus pasos.


Habían hecho una videollamada momentos antes, y ella había dejado el dispositivo en la bolsa, la cámara apenas visible, como un ojo sagrado que todo lo observaba. Él le había susurrado suavemente:
—Ve a la orilla… deja que el mar renueve tu deseo y regresa, no solo mojada, sino consagrada.


Así lo había hecho. Caminó entre los pocos cuerpos aún presentes, sabiendo que las miradas la seguían. Sus caderas marcaban un ritmo secreto que solo su Amo conocía. Se sumergió hasta los muslos, luego hasta la cintura, y dejó que las olas subieran, suaves y constantes, acariciándola como si fueran manos antiguas, sabias. Cerró los ojos y se ofreció a ellas por él.


Al regresar a su toalla, el último rayo de sol iluminaba su piel salada, dándole un brillo dorado. Notó entonces que uno de los hombres que la había estado observando desde lejos aún seguía allí. No había morbo en su rostro, sino una reverencia muda. Parecía comprender, en su quietud respetuosa, que no podía tocar, pero sí ofrecer.


El Amo le escribió un mensaje breve que apareció en la pantalla aún encendida:
“Él ha entendido. Si desea ofrendarte, acepta. Tú eres el altar, yo la voluntad. Decide tú el gesto. Pero nada de pertenencia. Solo una dádiva.”


Ella alzó la mirada y, con apenas un gesto de su cabeza, le dio permiso. El hombre se acercó con lentitud. Tenía los ojos brillantes, agradecidos. Se detuvo a un metro, y con un movimiento ceremonioso, se arrodilló frente a ella. Del bolsillo de su mochila extrajo una pequeña caja de madera clara y la abrió.


Dentro, un colgante de obsidiana, pulido, en forma de lágrima. Lo sostuvo en sus palmas abiertas, sin decir palabra. Ella entendió. No era un objeto cualquiera: era símbolo de deseo contenido, respeto ofrecido, y rendición a lo sagrado que ella encarnaba.


—¿Lo aceptas, mi joya? —le susurró el Amo, como si la voz viniera del mar.


Ella asintió con los ojos brillantes. Tomó el colgante, lo alzó sobre su frente y lo dejó descansar sobre su pecho desnudo, justo entre sus senos. El forastero bajó la cabeza con gratitud, y se retiró en silencio, como había llegado.


Ella sintió una energía nueva recorrerle el cuerpo. No era del forastero, sino del poder del consentimiento, del rol que su Amo le confería: ser templo, ser altar, ser mujer.


Volvió a mirar la pantalla. Él la contemplaba.
—Ahora, mi diosa —le dijo—, conságrame con tu néctar. Ese colgante lo llevará siempre marcado por ti.


Ella cerró los ojos, se acarició lentamente, y supo que esa ofrenda también era suya.



El colgante descansaba aún tibio sobre su pecho, como si absorbiera el calor de su deseo. Tenía forma de lágrima, y en él se reflejaban los últimos destellos del atardecer. Pero aún no era suyo por completo. No todavía.


La pantalla mostraba el rostro del Amo, en silencio, como si aguardara su próximo acto. No necesitaba decirlo. Ella ya lo sabía.


—Este talismán… —susurró ella, apenas moviendo los labios— necesita ser consagrado donde nace la vida y el deseo.


Se arrodilló sobre la toalla, con las rodillas separadas, dejando que el aire tibio acariciara su intimidad. Tomó el colgante con delicadeza, como si se tratara de una joya sagrada, y lo llevó lentamente hacia su monte de Venus, apenas rozándolo, como si pidiera permiso a su propio cuerpo.


Sus dedos, suaves, se abrieron paso entre los pliegues aún húmedos por el mar y la excitación anterior. Sus labios se entreabrieron con un suspiro contenido. La lágrima de obsidiana descendió, guiada por su pulso acelerado, y con un movimiento casi místico, la presionó con suavidad entre sus labios íntimos.


El contacto fue fresco, luego cálido. El colgante parecía respirar con ella.


—Recibe mi aroma, mi esencia… —dijo en un murmullo, sintiendo cómo su centro latía con fuerza bajo la pequeña piedra.


Mantuvo el talismán allí unos segundos, impregnándose, absorbiendo lo que no podía ser dicho: su néctar, su calor, su consentimiento.


Entonces, con cuidado, lo retiró. Lo sostuvo entre los dedos, ahora ligeramente humedecido, y lo acercó a sus labios. Lo besó como se besa un voto sagrado.


Volvió a mirar a su Amo.


—Ahora sí —dijo con la voz temblorosa de emoción—, este colgante es mío… pero también es tuyo. Lleva mi marca. Guarda mi secreto.


Él asintió, sin palabras, con una intensidad en la mirada que la hizo estremecer.


Y así, la lágrima negra fue bautizada. No como símbolo de tristeza, sino como joya consagrada por el deseo y la entrega. Ya no era solo una piedra. Era la memoria viva de un instante eterno, colgando sobre el corazón de su sumisa, palpitando como un segundo pulso.

Capítulo 12 - La orilla del deseo

1 comentarios - Capítulo 12 - La orilla del deseo

nukissy2939
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