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Capítulo 11 - La unión en la penumbra

El paseo nocturno los había llevado hasta ese rincón íntimo, donde la penumbra envolvía sus cuerpos y el mundo exterior parecía desvanecerse. Sus miradas se encontraron y en ese instante comprendieron que no necesitaban palabras para entenderse. Él deslizó sus manos con delicadeza, pero con firmeza, recorriendo el contorno de sus senos, sintiendo la piel tibia bajo sus dedos, notando cómo sus pezones se erguían, proyectando sombras sugerentes en la tenue luz.


Ella cerró los ojos y permitió que esas caricias fueran mucho más que un roce; eran una conexión profunda, un diálogo silencioso en el que expresaban confianza, deseo y entrega. Con movimientos suaves, sus manos se entrelazaron, abriendo poco a poco las barreras que protegían sus emociones más recónditas.


—Soy tuya —susurró ella con voz temblorosa, pero llena de convicción—. No porque deba, sino porque quiero. Porque amarte me hace libre.


Él sostuvo su rostro entre sus manos y la miró con intensidad, con esa mezcla de poder y ternura que solo un verdadero amo sabe mostrar.


—Y yo seré siempre digno de tu entrega —respondió, su voz firme pero llena de cariño—. Porque tu libertad está en mis manos, y mi fuerza nace de ti.


Los cuerpos se fundieron en un abrazo que fue más allá de lo físico, uniendo sus almas en un pacto silencioso y eterno. Cada caricia era una promesa, cada suspiro, un compromiso. Ella se sentía protegida y a la vez dueña de su deseo; él, poderoso pero vulnerable, porque en ella encontraba su sentido más profundo.


En esa danza perfecta de poder y sumisión, de amor y devoción, encontraron un equilibrio que los definía. Bajo la luz tenue de la noche, sellaron su unión con la certeza de que, juntos, podían explorar cualquier límite, desafiar cualquier miedo y construir un mundo donde solo existieran ellos y su entrega mutua.


Y así, fundidos en un abrazo que desafiaba el tiempo, se entregaron a la noche, conscientes de que esa conexión era la libertad más auténtica que ambos podían alcanzar.



Estoy en silencio, recostada a su lado, mientras él duerme plácido, la respiración lenta y profunda que me calma y me enciende a la vez. Observo cada línea de su cuerpo, esa fuerza contenida bajo la piel, la firmeza que me sostiene en esta entrega sin reservas. Mi mano empieza a deslizarse suavemente por su pecho, sintiendo el calor que emana, la vibración leve de su pulso bajo mis dedos.


Mis dedos recorren sus costillas, bajan con reverencia, y mi mente se llena de imágenes de los momentos en que me domina, me guía, me posee sin dejar dudas de que soy suya. Siento un nudo en el estómago, esa mezcla de ternura y deseo que solo él puede despertar en mí. Sin prisa, mi mano se acerca a su entrepierna, descubriendo la dureza dormida, una promesa silenciosa que me pertenece.


Con cuidado y mimo, lo acaricio, sintiendo cómo responde aún sin despertar, como si mi tacto fuera un secreto entre nosotros dos, un pacto silencioso. Mi respiración se acelera, y mi piel se eriza con la anticipación. Deseo esa limosna que solo él puede darme: el néctar que fluye cuando me reconoce, cuando me entrega, cuando me ama desde su trono invisible de amo.


Muevo mis dedos con delicadeza, provocándolo con la suavidad de quien sabe que tiene el poder y el deseo de que él también me sirva. No necesito palabras, solo su entrega, su respuesta que alimenta mi alma y mi cuerpo. Sé que él me cederá ese regalo, porque en esta danza eterna de sumisión y dominio, soy la que elige rendirse y él el que da permiso.


Sus labios esbozan una sonrisa dormida, y siento que, aunque sus ojos aún no se abren, su espíritu me ve y me acepta. Y yo, con la misma entrega, recojo su ofrenda, su limosna, agradecida y hambrienta, deseando que este momento se prolongue en la eternidad de nuestra conexión.


Mientras mi mano sigue deslizándose con paciencia y firmeza, siento cómo su miembro comienza a crecer bajo mis dedos, despertándose lentamente, sumiso a mi toque pero dominado por el deseo que le provoco. Una oleada de poder me invade, un fuego cálido que sube desde mi vientre hasta cada rincón de mi cuerpo. En ese instante, comprendo que, aunque soy su sumisa, en esta entrega nocturna soy también la dueña de su placer, la que guía y controla, la que sabe cuándo y cómo reclamar lo que es mío.


Inclino mi rostro hacia él, dejando que mi lengua recorra esa parte tan sensible que usualmente queda oculta, la raíz de su poder y vulnerabilidad. Con movimientos suaves y exploratorios, descubro su centro, humedeciéndolo, exponiéndolo a mi cuidado. Él responde al estímulo, arqueando ligeramente su espalda, rendido y confiado, entregado a mi voluntad. Me deleito con el temblor imperceptible que recorre su cuerpo, la tensión contenida que se libera lentamente ante mi toque.


Mis labios se cierran con delicadeza, mis dientes rozan apenas la piel, y mis manos sostienen firme, sosteniendo el impulso y alentando la entrega. Sé que está cerca, que pronto cederá su néctar, esa esencia que me pertenece y que me honra con su don. Cuando finalmente siento que comienza a fluir, lo recibo con reverencia, dejando que mi lengua sea el altar donde se ofrenda su poder.


Cada gota es un regalo, un símbolo de su aceptación, de su confianza, de nuestra unión indestructible. Lo consumo despacio, saboreando no solo el sabor, sino la intimidad profunda que hay en este acto, en esta comunión silenciosa. Mi cuerpo vibra con la gratitud, con el orgullo de ser la única que recibe este tributo, la única que merece esta entrega.


Sé que, en ese momento, somos uno: amo y sumisa, entregados y dueños al mismo tiempo. Y mientras él duerme, agotado y satisfecho, yo me abandono a la sensación de poder dulce y suave que me envuelve, segura de que mañana, y todos los días, seguiré siendo la dueña de su deseo y la guardiana de su néctar.




Mientras dejo que su esencia se deslice por mi lengua, un fuego íntimo comienza a prenderse dentro de mí. Mi mano, lenta y decidida, se desliza hacia mis propios secretos, tocando suavemente mi piel, recorriendo mis curvas con una ternura salvaje, explorando cada rincón donde se esconde mi deseo. Siento cómo mi cuerpo responde, cómo mi humedad se despierta, como si el néctar que acabo de recibir fuera la llave que abre todas mis puertas internas.


Él me ha dado su poder, su entrega, su confianza… y yo quiero corresponderle con toda mi esencia, pienso mientras mis dedos acarician mis labios húmedos, abriendo el camino para que el calor crezca, para que mi néctar brote, mezcla perfecta y sagrada con el suyo.


Mis pensamientos se enredan en esa danza silenciosa: Somos uno, indivisibles, amo y sumisa, fuerza y entrega, deseo y dominio. Su néctar dentro de mí me recuerda que pertenezco a él, pero también que elijo amarlo y dejarme amar, que el control es un pacto sagrado que aceptamos cada día.


Siento la humedad que empieza a emanar de mí, la mezcla tibia y dulzona que ahora es nuestra, un sello invisible y poderoso que confirma lo que ya sabíamos: no hay otro vínculo más fuerte ni más hermoso que este, tejido con caricias, miradas y sabores.


Mis dedos se mueven con más firmeza, estimulando, elevando mi deseo a la cima, mientras en mi mente susurran las palabras que solo nosotros entendemos: Este es nuestro pacto. Este es nuestro néctar. Esto es amor.


Y en esa noche silenciosa, bajo la protección de la oscuridad, me entrego al placer, a la unión, a la entrega absoluta, sabiendo que cada gota de mí lleva su nombre, y cada suspiro es un eco de su presencia.



Mis dedos no se detienen, recorren mis labios, deslizan hacia dentro, despertando cada fibra de mi ser. Siento cómo el calor se expande desde mi centro, una ola que sube sin prisa pero con fuerza, mientras la mezcla del néctar suyo y el mío forma un río ardiente que me envuelve. Mis ojos, aún cerrados en esa penumbra, imaginan su mirada, intensa y sabia, observándome con el poder que sólo él tiene, el poder que me guía y me sostiene.


La lengua se desliza, la respiración se hace más profunda, y con cada caricia mía, siento que lo honro, que celebro nuestro pacto sagrado. Él es mi amo, pero soy su deseo más preciado, la fuente que alimenta su fuego, la sumisa que elige entregarse sin condiciones.


Un susurro nace de mis labios, apenas un sonido, pero en mi mente retumba claro:
—Soy tuya… y en esta entrega, soy libre.


Mientras mi mano continúa su danza, mi cuerpo se arquea ligeramente, buscando la plenitud del placer, pero también la conexión profunda que trasciende el acto físico. Cada toque, cada roce, es una promesa silenciosa de lealtad y pasión, un compromiso renovado en la intimidad de esta noche.


Finalmente, cuando el clímax se acerca, dejo que mis dedos se posen con firmeza, combinando el néctar que él me dio con el mío, saboreándolo, fusionándolo, haciendo de ese momento un sello único que nos pertenece sólo a los dos.


Abro los ojos, siento el latido de mi pecho y el calor que todavía me inunda, y pienso:
Él me domina, pero yo también lo poseo. Somos uno en esta entrega, y cada instante es un regalo de poder, amor y deseo.


En ese silencio cómplice, mientras él duerme plácido a mi lado, me dejo caer en la suavidad de las sábanas, satisfecha y plena, con la certeza de que nuestro lazo es más fuerte que nunca.



Capítulo 11 - La unión en la penumbra

1 comentarios - Capítulo 11 - La unión en la penumbra

nukissy651
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