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Capítulo 8 - El paseo de la cadena

El día amaneció limpio, con un sol que prometía calor. Ella sabía que no era un día cualquiera: era su primera salida en público con el nuevo sello, la cadena dorada que colgaba, discreta y sensual, desde el piercing sobre su clítoris. Esa joya no era un accesorio. Era un recordatorio constante, una mano invisible del Amo que la guiaba con cada movimiento.

Eligió un vestido vaporoso, sin ropa interior. Algo suelto, que bailara con el viento. El tipo de prenda que no oculta, sino que insinúa. Bajo el sol, cada sombra se convertía en una revelación. La cadena, en contraluz, trazaba una silueta apenas perceptible, pero suficiente para quien supiera mirar.

Antes de salir, recibió un mensaje de su Amo:
“Camina. Siéntela. Provoca con elegancia. Quiero que ellos miren, pero no puedan tocar. Que adivinen. Que se imaginen. Pero que sepan que solo yo te poseo.”

Ella cerró los ojos, respiró hondo y salió.

Las calles estaban vivas. La ciudad, ajena a su secreto, hervía de rutinas y encuentros casuales. Pero cada paso que daba, cada roce de la cadena entre sus labios, era como un eco sutil del placer. Le recordaba que estaba marcada, conectada, controlada incluso en la distancia.

En una esquina, un hombre joven la miró con atención. No fue vulgar. Fue como si adivinara el secreto que ella portaba. Ella lo sintió: la tensión, el deseo, el asombro. Cruzó las piernas levemente al detenerse frente al semáforo, y el sol proyectó la sombra de la cadenita entre sus muslos. El joven desvió la mirada, pero sus mejillas estaban encendidas.

Ella sonrió para sí. Sabía que el Amo la estaba viendo, aunque no estuviera allí.

Siguió caminando. A cada paso, la cadena se movía con un leve tintineo inaudible, pero ella lo sentía en la carne. Su vulva estaba húmeda. El calor del día se mezclaba con el calor de su excitación. El piercing no solo estimulaba: la hacía suya a cada instante.

Llegó a una plaza y se sentó en un banco. Cruzó las piernas con lentitud, sabiendo que alguien la observaba. No necesitaba ver quién. Bastaba con imaginar que esos ojos deseaban tocar lo que solo el Amo podía dominar. Sentía un poder nuevo: la obediencia la empoderaba.

En ese momento, llegó un nuevo mensaje.

“Quiero que abras ligeramente las piernas y dejes que el sol caliente tu flor. Deja que la cadena brille como un sello sagrado. Que la tentación quede clara, y que la distancia sea castigo para quien observe.”

Ella obedeció.

Deslizó suavemente las piernas, dejando que la brisa recorriera su sexo expuesto. Sentía cada centímetro de su piel viva. El contacto del aire, la mirada ajena, la presión dorada sobre su clítoris… Todo conspiraba para mantenerla en un estado de tensión contenida. No podía tocarse. No podía liberar lo que hervía dentro. Pero sabía que él sí lo haría, cuando llegara el momento.

Y entonces comprendió: no se trataba solo de provocar. Se trataba de pertenecer. De sostener el deseo. De ofrecerse en silencio, con la certeza de que solo uno tenía la llave para liberar lo que habitaba entre sus piernas.

Así comenzó el primer día del juego.

El Amo, en algún lugar, la observaba. Y sonreía.

1 comentarios - Capítulo 8 - El paseo de la cadena

nukissy939
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