You are now viewing Poringa in Spanish.
Switch to English

El Despertar de La Gringa - Parte 4

El año escolar por fin terminó y me gradué. Había terminado mi anteúltimo año de secundaria, sólo me restaba uno más y después la libertad. Las otras chicas de mi curso estaban todas contentas. Yo también, por supuesto. Adoraba estar de vacaciones. Pero ese año fué una sensación distinta. Al terminarse el colegio, se me terminaban también mis encuentros con el viejo. Al menos hasta que arrancara la escuela al año siguiente, pensaba yo.

No sabía cómo iba a hacer para manejar la necesidad de pija que ya tenía y que sabía que iba a tener durante el verano. Pasar de tanta a nada, tan de golpe, iba a ser duro.

Mi papá tenía vacaciones en Enero, así que nos fuimos toda la familia al sur, a Bariloche. El mes entero. Eso me sirvió para despejarme y tratar de no pensar. Tratar de volver a ser la nena que había sido. Me encantó Bariloche, muchísimo. Me sorprendió que aún tan al sur, durante ese punto álgido del verano hacía mucho calor, pero las cumbres más altas se veían todavía nevadas. El lago, las montañas, la nieve… todo fue hermoso ese verano para mí. Me recontra sirvió para volver al pago feliz y recargada.

La Cocha era un pueblo recontra chico. Todos sabíamos de todos. Cuando volví a fines de ese Enero, me crucé con una de las hermanas del colegio, la monjita Ana María, en uno de los almacenes, haciendo las compras. Nos quedamos charlando. Me dijo que la mayoría de las hermanas se habían vuelto a sus lugares de origen por un tiempo, ellas también necesitaban vacaciones.

Yo no me animaba a mandarme así a ciegas al colegio, para verlo a Carlos como hacía esos sábados. Me daba cosa el hacerlo durante las vacaciones. Pero la monjita, cuando le pregunté si había quedado alguien, se rió y me dijo que no. Que hasta el director se había ido a San Miguel y que hasta Carlos se había vuelto a Catamarca. Yo sabía por nuestras charlas que Carlos era de un pueblito que se llamaba Robles. Todavía tenía una casita ahí. Pensé que se había vuelto ahí a pasar el verano.

Pero sin embargo, para mi grata sorpresa, un día por mitad de Febrero me lo crucé en el pueblo. Yo había salido a caminar por ahí de lo aburrida que estaba en casa y lo ví salir de la ferretería, con una caja y una bolsa. Corrí y lo saludé desde atrás.

Se dió vuelta y me sonrió, “Uh… que hace’ Gringuita? Como va, linda?”
“Bien, cómo estás?”, le devolví. No íbamos a hacer nada ahí en la calle, obviamente. Pero se podía tener una charla civilizada entre una señorita y un señor.
“Me alegro, che. Qué andas haciendo?”, me dijo, depositando la pesada bolsa que llevaba en la vereda.
“Nada. Aburrida. Salí a caminar.”
“Me parece muy bien, che. No andés haciendo lío por ahí, eh?”, me sonrió.
“Sabés que soy buena, Carlos.”, le dejé una sonrisita pícara. El sólo me la devolvió, pensando vaya una a saber qué, “Pensé que te habías ido a tu casa en Robles?”
“Si. Me fuí, ya volví.”, me dijo.
“Ah, que bueno!”, le contesté, sintiendo una campanita de excitación dentro mío, “Que compraste?”
“Y… cosa’ pa’ser unos arreglo’, sabe’. Antes que arranquen las clase’ ”
“Necesitas ayuda con algo?”
El viejo me miró con picardía, “Uf, nena, con tanta’ cosa’...”
“Querés que te vaya a ayudar un día al cole?”, le dije melosa.
El viejo se sonrió, “‘Taría bueno, si tu mamá te deja”
“Claro que me deja, Carlos”, le sonreí, “Qué día querés que vaya?”

El viejo se quedó mirándome un rato que me pareció un poquito largo, “Y… mirá… el día que voy a estar haciendo algo que vo’ me puedas ayuda’ va a ser el vierne’ ”, me dijo, “Viste, otro día’ voy a estar’ con cosa’ ma’ pesada’, no son como para vo’.”
“Bueno, dale. El viernes. A la tarde está bien? Después de comer?”, le pregunté ansiosa.
“Si, a esa hora va bien”, me sonrió, pero enseguida ví cómo le cambió la cara, “Eh… no, pará. El vierne’ no. Otro día.”
“Uh… bueno”, le dije un poco triste, “Por?”
“Y porque me viene a visita’ un amigo de Loyola”, me dijo.
“Ah, bueno. Está bien. Otro día entonces”, le sonreí.
El viejo me miró picarón de nuevo, “Aunque si quere’ venir igual, Gringuita, vení eh?”
Yo me extrañé un poco, “Qué, con tu amigo ahí? Voy a molestar, Carlos. Aparte no te voy a poder ayudar.”, le dije a ver si captaba la indirecta.

El viejo guacho no sólo había captado la indirecta, sino que me la redobló. En todo sentido.
“Noooo… molestar no vas a molesta’, Gringa. Para nada. Tomamo’ mate, charlamo’, pasamo’ el rato”, se sonrió.
Yo lo pensé. No me hacía nada de gracia el pensar en no estar sola con Carlos, no era lo que quería. Pero bueno, si no podía tener la pija que yo estaba ansiando tanto de nuevo, por lo menos iba a pasar un rato con él y distraerme de la monotonía del verano cansino en el pueblo.
“Bueno… dale. Voy el viernes a la tarde.”
Carlos me hizo una muequita, “Che, Gringuita…”
“Que?”, lo miré medio extrañada.
“Mirá que a mi amigo… por ahí lo tené que ayuda’ un poquito también”, me dijo con esa picardía en los ojos.

Yo me quedé un poco dura, “Ay, Carlos… en serio?”
El viejo me frenó con un tono dulce y un gesto con la mano, “Si quere’... si quere’. Nada ma’ te digo que el vago te va a ve’ y seguro va a quere’ una ayuda también.”
“Uf, no sé Carlos.”, le dije.
“Qué pasa? No te la banca’ ayudar a otro también?”, me preguntó.
“No es eso”, repliqué.
“Y entonce’?”, me preguntó, “Si con lo gauchita que so’, con lo que te gusta así ayuda’, viste. Pensé’ que ibas a quere’ ”
Yo suspiré, “Sabés que me gusta… ayudar, Carlos. No es eso.”
“Que, te gusta ayudarme a mí nada ma’?”, me preguntó con una sonrisa.
“No… si… bah, no sé”, le dije, pensando en la pregunta.
El viejo se sonrió, “Bueno, hagamo’ una cosa, Gringuita… vo’ venite el vierne’, me venís a visita’, a dar una mano… y ahí lo conoce’ a mi amigo. Y si te parece bien, lo ayuda’. Y si no… bueno, tomamo’ mate.”, se rió.

Le dije que sí y nos despedimos hasta el viernes. El se volvió caminando con su cosas rumbo al colegio y yo seguí pateando las calles de mi pueblo, paseando tranquila y pensando. Si había entendido bien, y me parecía bastante claro, el viejo me había sugerido estar con él y con ese otro tipo también. No sabía cómo iba a ser. Con dos hombres? Al mismo tiempo? Y si ese otro tipo no me gustaba como me gustaba Carlos?

Me detuve yo sola, diciéndome “boluda” en mi cabeza. Carlos no era un galán de telenovelas, precisamente. Y si yo podía estar encantada con un tipo como el viejo… qué tan feo tendría que ser el otro tipo para que no me gustara directamente? Lo cierto es que la idea de estar con otro, y más aún, la idea de sentir el estar con dos hombres a la vez me estaba recontra excitando. Esa mezcla de peligro y de lo prohibido. No sentía que me iba a pasar nada. Carlos me trataba bien siempre, aunque a veces se le iba la mano de lo fortachón que era, pero me cuidaba. Me quería. No iba a dejar que me hicieran nada o que me lastimaran.

Seguí caminando y paseando por el pueblo, toda la tarde pensando en lo que debía ser sentir dos pijas acabándome en la boca.

Cuando llegó por fin el viernes, después de almorzar en casa esperé hasta eso de las tres de la tarde para salir. No me importaba llegar un poco después de lo que había dicho si es que iba a haber otro hombre ahí. Y tampoco quise vestirme muy atractiva ni nada de eso. Hacía bastante calor esa tarde así que me puse una remera, una de las polleras del colegio que la verdad era muy cómoda y mis zapatillas. Le dije a mamá que me iba a lo de una amiga y me fuí rumbo al colegio.

Como siempre, me cuidaba mucho al llegar. Por más que no había casi nadie en el predio por las vacaciones, ese “casi” era importante. Solo hacía falta una monjita o alguien que me viera para que se arruinara todo, por lo que siempre tenía mucho cuidado. Di la vuelta al edificio y pasé por la puerta trasera que Carlos había dejado abierta, como las otras veces.

Cuando llegué al sótano de nuevo escuché la radio de Carlos y las voces de él y del otro tipo. Estaban charlando, no sé de qué, no distinguía, y escuchando folklore en la radio. Golpeé la puerta y escuché a Carlos que me dijo que pasara. Lo saludé al viejo ahí en la oficinita con un abrazo y un beso y ahí lo vi al otro tipo. Yo, no sé por qué, me había imaginado que sería otro tipo como Carlos. Viejo y medio rústico, por decirlo así. Algún amigo de él, de su mismo tipo. Pero no.

El tipo estaba sentado en una silla ahí con Carlos, con un mate en la mano. Estaba de camisa y pantalón, normal. Sonrió al verme y se paró para saludarme con un beso en la mejilla. Se presentó, diciendo que se llamaba Miguel. Era más bien flaco, nada que ver con la panza que llevaba Carlos. Me pareció bastante joven, no podía tener más de cuarenta años o por ahí. Llevaba lentes redonditos, más o menos como los que usaba John Lennon, pero ya se había quedado con poco pelo. Tenía una pelada brillante y el poco pelo que le quedaba lo tenía atrás y a los costados de la cabeza. Su piel era blanca, no tan pálida como la mía, pero nada que ver con la tez de Carlos. No era un morocho del campo.

Me relajé un poco porque el tipo me cayó bien de entrada. Tenía un lindo tono de voz, y nada que ver su acento con el de Carlos. Hablaba firme y suave, mostrando siempre una cálida sonrisa en sus labios. Lo que sí, noté que no paraba de mirarme. Carlos me acercó una silla y ahí nos quedamos los tres charlando, tomando mate y un jugo de naranja que se había comprado el viejo, compartiéndolo con nosotros.

Hablamos de todo. De La Cocha, de las cosas que pasaban. Ellos dos se pusieron a hablar un poco de política y yo perdí el interés, sin poder seguir la charla. Hablaban de cosas que no yo tenía idea ni quería tener. Todo el tiempo, que el pueblo ésto, que el gobierno lo otro, que los militares…

Cuando se dieron cuenta que yo estaba distraída, sin hablar y dejándolos hacer, se disculparon entre risas y me dieron más charla. Miguel me preguntaba del colegio, como me iba, si me gustaba. Que cosas me gustaban hacer, que no. Yo le dí charla lo más bien, sin timidez. Nunca fuí lo que se dice tímida y Miguel era muy agradable para hablar.

En un momento yo me paré para estirar las piernas, luego de estar tanto sentada. Cuando pasé por enfrente del viejo, se sonrió y no sé si para dejar claro algo, me metió su mano por debajo de la pollera, acariciándome y dándome un par de palmaditas en la nalga desnuda por debajo de la tela.
“Cholita, por qué no pone’ más agua pa’l mate, dale.”
“Bueno”, le dije con toda naturalidad. Cuando giré lo vi a Miguel que estaba mirando la escena fijo y sonriéndose.

Cuando estaba dada vuelta, mirando la pava en el fuego, escuché a Miguel decirle algo a Carlos, algo como “... parece que era cierto nomás”. El viejo solo se rió y le dijo que sí.
Me di vuelta para mirarlos, “Que es cierto, che?”, les pregunté.
Carlos se rió de nuevo, haciéndome una seña para que fuera donde estaba él, “Nada, Gringuita, vení…”, yo fuí y me senté en la falda de Carlos, mientras el viejo me frotaba la espalda cariñosamente, “Tranquila, bichito. Pasa que Miguel es un amigo de confianza, viste. Yo ya le dije lo gauchita que so’ vo’”.
Miguel se sonrió y asintió, mirando con un poco de hambre como estaba yo sentada en la pierna del viejo, “Claro, Cata… no te preocupes. Yo ya sé. Está todo bien.”
Yo lo miré a Miguel, “No le van a contar nada a nadie, entonces?”

Los dos se rieron y el viejo me estrujó en un abracito.
“Nooo, por favor, Cata. Quedate tranquila, mi amor”, me sonrió Miguel, “A quién le vamos a decir? No corresponde.”
“Acá Miguel es un amigazo, Gringuita. Es buen tipo, igual que yo. Le gustan las nena’ linda’ también…”, añadió Carlos.
Yo lo miré al viejo con algo de vergüenza que me subía a la cara, “Y que le dijiste?”
“Eso. Que so’ gauchita’. Que te gusta ayuda’ y hacer mimito’”, se rió. Yo lo miré un poco seria. No me hacía gracia que Carlos lo hubiese contado por ahí, por más que fue a alguien de su confianza, y menos no saber qué habría dicho y que lujo de detalles habría brindado.
“Cata…”, giré para mirarlo a Miguel que me sonreía suavemente, “En serio, está todo bien. Carlos me contó eso nada más. Lo que se puede contar.”
“Claro, eso”, agregó el viejo.
Guardé silencio un momento, “Bueno, porque no quiero que se ande sabiendo por ahí…”
Los dos se sonrieron y asintieron, asegurándome que no era para nada así.

Escuché la pava hervir y me levanté para traerla. Me senté de nuevo en la silla con ellos y seguimos tomando mate y charlando. Pero no duró mucho. La charla fue subiendo un poco de tono, entre las risitas de los tres. Habremos estado unos quince minutos así. Yo sentía la mirada de Miguel recorriéndome mientras hablábamos.

En un momento le serví un mate a Carlos, él lo agarró, le dió una chupada y se levantó, “Bue… yo me voy un rato pa’rriba a lavar el mate y eso”, dijo, “Me vua’ da’ una vueltita por ahí, ‘ta bien? Ustede’ quedensé, como en su casa, che..”, se sonrió y se fué con el mate en una mano y la pava en el otro.

Me quedé ahí con Miguel, acompañados nada más por el folklore que sonaba en la radio, ya bajito. Hablamos un par de cosas más hasta que me hizo una seña, “Vení, Catita, sentate conmigo…”

Me levanté y me senté en su pierna, los dos nos sonreímos suavemente. No me sentía nerviosa, Miguel tenía un tono calmo en la voz que me ponía bien. Lo único que no me cerraba mucho era que yo sentía que Miguel me trataba mucho como a una nena. No se que le habría dicho Carlos, de las cosas que hacíamos. Si le hubiese dicho todo, pensé, creo que no me estaría tratando así.

Me despabiló de mi pensar cuando sentí la mano de Miguel en la parte interior de mi muslo, sobre la piel. Con su otra mano me había abrazado la cintura por atrás y su mano libre me acariciaba, lindo y suave, ya un poco por debajo de la pollera pero sin llegarme entre las piernas. Le sentí los dedos muy suaves, nada que ver con los callos de Carlos.
Miguel me miró sonriendo, “Que piel hermosa que tenés, Cata. Sos muy linda, sabías?”
Yo le sonreí, poniéndole un brazo alrededor del hombro y descansando un poco mi peso ahí, “Gracias.”
“Así que te gusta hacerle mimitos al Carlos?”, Miguel seguía mirándome y disfrutando de la suavidad de mi muslo.
“Si, claro”, le contesté.
“Que lindo”, me sonrió, “Y decime, que hacen?”

Yo me enojé un poco por dentro, un poquito apenas. No me gustaba que me tratara como a una nena chiquita, yo ya no lo era, “Cogemos, Miguel.”, le dije un poco seria. Para que se enterara que yo no era tan boludita.
El tipo se rió bajito, “Bueno… bueno, si, eso ya me lo dijo él. Vos sos la nena linda de él?”
“Si”, le dije con seguridad.
“Que bueno, che”, me sonrió, “No querés que te haga unos mimitos yo también, linda?”
“Vos querés?”, le pregunté.
“Por supuesto, mi amor…”, cuando me dijo eso le sentí subir la mano por mi muslo y encontrarme la conchita entre mis piernas. Me empezó a frotar ahí, suave y despacito, por encima de la bombacha. La sensación me encantó, “Sos muy linda, Catalina.”
“Gracias”, le sonreí.
“Me das un besito?”, me preguntó. Sin decirle nada me incliné y le dí un lindo beso en los labios, que él me respondió tanto con su boca como con sus dedos sobre mi conchita. Me sonrió y me dijo dulcemente, “Qué lindos besitos que das, mi amor…”

Miguel siguió teniéndome ahí por unos momentos más, frotándome entre las piernas y besándome despacito. Me dijo que me levantara. Me paré enfrente de él y sentí sus manos deslizarse bajo mi pollera, tomar mi bombacha y tirármela para abajo suavemente hasta que cayó por mis piernas, “Dejame verte la colita, a ver?”

Yo me sonreí y me levanté la pollera con las manos, dándome vuelta para que me viera la cola. Enseguida sentí su mano acariciarme las firmes curvas de mis nalgas, dentro de todo chicas, pero bien paraditas. Miguel me halagaba y sentí su mano suave pasándome por la raya y también entre mis piernas. El tipo estaba encantado de sentirme todo.
“Te gusta, linda?”, me sonrió mientras me tocaba y me disfrutaba.
“Mmm. Si…”, le dije suavemente.

Miguel estuvo así tocándome un buen rato. Yo no me quejaba, me gustaba mucho el toque de sus dedos suaves y la verdad que me estaba calentando. A él si ya lo veía más que caliente. De pronto me dijo, “Yo no te voy a coger como Carlos, Catita, no puedo. Quedate tranquila…”
“Bueno”, le dije despacito sin saber por qué no podía.
“Igual… querés que te chupe un poquito la conchita? Me dejás?”, me preguntó con una sonrisa.
“Bueno, dale”, le sonreí.

Pensé que me iba a acostar en el colchón, como había hecho Carlos una vez que me quiso hacer lo mismo de lamerme ahí, pero Miguel nada mas me dijo que me inclinara un poco frente a él. Lo hice y al momento sentí sus manos sosteniéndome la cola y la sensación de su cara y su boca, apretándose contra mi cola, su lengua lamiéndome suavemente la conchita. La sensación me encantó y así cerré los ojos con un gemido.
“Que rica que sos, mi amor… te gusta?”, lo oí decirme
“Si… mmm… me gusta mucho…”, dije con los ojos cerrados. Me estaba encantando sentir los cariñitos que me estaba dando su lengua.

Miguel estuvo un rato así que me gustó mucho hasta que lo sentí desprenderse y darme vuelta por las caderas, para enfrentarlo de nuevo. El seguía sentado en su silla, tocándome la conchita por delante ahora, mirándome con una sonrisa, “Querés chuparme un poco el pitito a mí también?”
“Si, dale…”, le sonreí.
“Eso te gusta también, linda?”
“Me encanta”, le dije la verdad.
“Nos chupamos los dos a la vez?”, me sonrió.
“Cómo? Cómo es?”, le pregunté.
“Vení…”

Me llevó de la mano al colchón y se acostó. Lo vi que se desabrochó el pantalón y se lo bajó un poco hasta casi las rodillas, después su calzoncillo y la camisa. A mí me sacó la remera y me dejó solo con la pollera del colegio. Sonreí cuando vi la pija que le salió como un pequeño resorte al aire. La tenía bien parada ya. No tenía el tamaño de la de Carlos, ni cerca, pero era linda. Me gustaba verla. Blanquita y con una cabeza púrpura ya bien hinchada. Me hizo ponerme encima de él, al revés, para que yo lo chupara y él me lo hiciera a mí a la vez. Cuando me puse sobre él, enseguida me levantó bien la pollera para descubrirme. Yo le empecé a tocar la pija suavemente con mis dedos, sintiéndola tensarse con el más mínimo de mis roces. Adoraba tener una pija tan cerca, y encima de otro hombre, no la de Carlos que yo ya conocía y amaba tanto.

Sentí de nuevo sus manos estrujándome las nalgas y acto seguido su cara entre mis piernas, sus labios y lengua de nuevo sobre mi conchita. Probándola, lamiéndola tan lindo, como bebiendo toda la humedad que yo llevaba ya. Que rica sensación. Gimiendo bajito abrí mi boca y se la empecé a chupar también, mientras él me daba placer del otro lado.


El Despertar de La Gringa - Parte 4

Los dos pronto nos estábamos amando así, dándonos tan rico placer con nuestras bocas. Yo, acostumbrada a la verga grande de Carlos, no tenía problema en adorársela bien a Miguel, chupándosela casi entera con suavidad y dulzura. Cómo lo hacía protestar de placer cuando me sentía tan profundo! Tener la boca tan totalmente llena de pija me hacía sentir tan bien, tan plena… Encima le estaba sintiendo los gustos y la textura distinta, nueva para mí, la de otro hombre. Ya estaba lista y ansiosa de que Miguel me empezara a coger, pero no quería dejar de seguir chupando esa pija linda.

Sentí que se desprendió la boca de mi conchita y que con las manos me separaba bien las nalgas, estrujando mi colita casi perfecta y exponiendo mi ano a la vista. Sentí primero su lengua ahí y largué un gemido profundo de placer en su verga. Me lamió ahí un poco y con un gruñido presionó más, como metiéndome la cara entre mis nalgas. Sentí también sus labios en mi ano. Besando, chupando, probando. Nunca había sentido algo así, Carlos nunca me lo había hecho. Había descubierto otra cosa que me ponía los pelos de punta de placer.

Miguel nada más gruñía suavemente de placer con mi ano en su boca. Me aferraba más fuerte la cola con los dedos, alternaba en besarme profundo el culo con intentar meterme la lengua ahí, hasta donde podía. Yo me retorcía de placer encima de él, al mismo tiempo dándole el calor y la succión de mi boca en su pija dura.

Al ratito no aguantó más y lo sentí tensarse abajo mío. Sacó la cara de mi cola y empezó a dar bramidos secos y fuertes, “Aaaahhh… ahhhh, sssi… no parés Cata… no parés!”, me levantó la voz. Yo lo chupé aún más fuerte. Se retorció una última vez abajo mío y me empujó varias veces con su cadera hacia arriba contra mi boca, como en un reflejo. La punta de su pija comenzó a escupir su semen caliente en mi boca y yo gemí por la nariz, feliz, de haber hecho acabar a otro hombre, de sentir el gusto distinto de la leche de otro. Que fuerte que gozó Miguel en mi boca, que hermoso que lo disfrutó. No acababa pero ni cerca con el volumen de líquido que tenía Carlos, pero me dió más que suficiente para que yo también lo disfrutara y me lo tragara feliz. Seguí chupándolo un ratito más después que sentí que no eyaculaba más, para dejarlo bien contento, gimiendo suave y también acariciándole los huevos.

Cómo me gustaba chupar pijas…

Yo me salí y me moví, dándome vuelta y sentándome un poco encima de él. Sin penetrarme, recién él había acabado y la tenía blanda de nuevo, pero nada más para mirarlo, mientras nos sonreíamos. Pensé que después de recuperarse un poco me iba a querer coger, yo lo deseaba tanto, pero no lo hizo. Nos quedamos ahí cerca, tocándonos y hablando, dándonos algunos besitos. Había quedado bien contento, Miguel.

Después de un ratito así me dijo que me saliera y se levantó, subiéndose de nuevo los pantalones y vistiéndose otra vez. Yo, sin querer preguntar mucho, hice lo mismo. Miguel no quiso hacer otra cosa. Se sentó de nuevo en la silla a tomar algo de jugo. Más que seguir charlando, alguna tocadita en mi cola y algún besito mas, no hicimos mas nada.

Al rato volvió Carlos de su caminata. Se había llevado la única pava que tenía y nos había dejado sin mate, por lo que me dió todo y me dijo que hiciera más. Tomamos unos mates y charlamos un rato así los tres. En un momento Miguel se levantó, despidiéndose, porque se tenía que ir, dijo. Me saludó con un lindo besito en la boca y una caricia, de nuevo diciéndome lo linda que era. Lo hermosa y buena que era. A mi me encantó el cumplido y le regalé una linda sonrisa. El viejo me pidió que me quedara ahí mientras subía a abrirle al amigo para que se fuera. Al ratito, luego de despedirlo, Carlos volvió y me pidió otro mate.

Que mate? Yo había quedado con una calentura atroz. Miguel no me había hecho acabar. Casi que me eché encima del viejo, llevándolo al colchón mientras se cagaba de la risa y me llenaba de besos y caricias. Me cogí hermoso y profundo de nuevo en la verga gruesa del viejo, montada encima de su cuerpazo.. No tardé mucho en acabar de lo caliente que estaba y a Carlos le encantó verme así, tan putita y tan buscona. A él también lo había hecho disfrutar. A dos hombres en una tarde, pensé orgullosa. Pensamientos que eran para mi sola, pero me gustaban.

Después de coger y recuperarnos, me quedé un rato con el viejo en el sótano, como siempre. Tomándome un vaso de lo que quedaba de jugo le pregunté de dónde lo conocía a Miguel.
“Miguel?”, me miró con una sonrisita, “Ese es de Chanatay, ahí cerca del Chaco”
“Ah, mira vos”, me tomé un sorbito de jugo, “Y qué hacías vos ahí?”
“No, él es de ahí. Nació ahí, digo”, me contestó con una sonrisa picarona, “Pero lo conocí en San Ignacio, ahí en la iglesia. Hace como veinte años ya, cuando él era pibe. Que él entraba al seminario y eso”, terminó.
Yo lo miré extrañada, “Cómo al seminario, Carlos?”

El viejo me miró y se rió alegremente, “Miguel es el cura de la parroquia de ahí de Loyola, Gringuita… jajajaja…”

Yo me quedé dura. Sin saber procesar lo que había hecho. Sólo me despabiló un poco y me descongeló el beso del viejo en mi frente, felicitándome por haber sido tan gauchita, como siempre.

1 comentarios - El Despertar de La Gringa - Parte 4

nukissy2404
🍓Aquí puedes desnudar a cualquier chica y verla desnuda) Quitarle el sujetador o las bragas) Por favor, valora ➤ https://come.ac/nuda