El casamiento era en un salón a las afueras de Buenos Aires, uno de esos lugares con jardines cuidados y luces colgadas que parecían sacadas de una película romántica. Clara y yo llegamos con los chicos, que corrían como locos entre las mesas mientras los grandes brindaban y la música sonaba fuerte. Lucía vino con nosotros para cuidar a los pendejos, supuestamente, aunque desde el arranque ella no paró de tomar gintonics. La pendeja tenía esa energía, esa forma de moverse que te hacía saber que algo iba a pasar. Se habia puesto un vestido negro cortito, ajustado, que le marcaba todo, y cada tanto me miraba con esos ojos que me hacían hervir la sangre.
Los chicos se durmieron temprano, agotados de tanto correr, y los dejamos en una sala que el salón tenía destinada a tal fin, con Lucía echándoles un ojo de vez en cuando. Clara estaba en su salsa, charlando con las amigas, riéndose con una copa de vino en la mano, mientras yo me tomaba un whisky en la barra, mirando todo como quien no quiere la cosa. Pero entonces la vi a Lucía. Estaba afuera, cerca del jardín, hablando con un tipo que no conocía. Un flaco alto, de traje, con pinta de galán de telenovela, gesticulando como si le estuviera contando el secreto de la vida. Tuve que aceptar que hacian linda pareja. Los dos lindos y fotogenicos. Ella se reía, se le acercaba, le tocaba el brazo. Y yo sentí una puntada en el pecho, como si me clavaran algo. Celos, supongo, aunque no tenía derecho a sentirlos. Lucía no era mía, pero después de todo, después de las veces que se habia entregado diciendome: viejo, algo en mí se creía con derecho a reclamar.
No lo pensé mucho. Dejé el vaso en la barra y salí al jardín, manteniendo distancia, escondiéndome entre las sombras de los árboles. Se sentia una brisa de veraon, con olor a jazmín y a tierra húmeda. Los vi meterse más adentro, donde las luces del salón apenas llegaban. Lucía se apoyaba contra un árbol, con esa sonrisa de mierda que sabía usar como arma, y el flaco no perdía el tiempo. Le puso una mano en la cintura, después en el culo, y ella no lo frenó. Al contrario, se le pegó más, y en un segundo estaban comiéndose la boca como si el mundo se terminara ahí. Mi pija se endureció al instante, traicionera como siempre, pero los celos me quemaban más. El tipo le levantó el vestido, le corrió la tanga con un movimiento rápido, y Lucía se dio vuelta, apoyando las manos en el árbol, sacando el culo como si lo hubiera practicado mil veces. El flaco no dudó: se bajó el cierre, la agarró de las caderas y le mandó la pija toda hasta el fondo, haciéndola gemir bajito, aunque el sonido se perdía en el ruido de la fiesta.
Me quedé ahí, escondido, mirando como un enfermo. No podía despegar los ojos. Lucía se movía con él, apretandole el culo contra su verga, pidiéndole más con cada bombeo. El tipo le agarraba el pelo, le decia algo al oído, y ella se reía entre gemidos, como si todo fuera un juego pornografico. Supuse que le diria putta, tragaleche, degenerada, o algo así. Mi cabeza era un quilombo: quería romperle la cara al flaco, pero también quería ser él, estar ahí, cojiéndomela bajo las estrellas. Mi mano se fue sola a mi pantalón, apretándome la pija, que estaba a punto de reventar. No sé cuánto duró, pero cuando el tipo acabó, Lucía se dio vuelta, le dio un beso rápido y se arregló el vestido como si nada. El flaco se fue para un lado, y ella volvió al salón, con esa cara de satisfecha que me hacía querer agarrarla y romperla contra una pared.
La noche siguió, y en el auto de vuelta a casa, todos estábamos medio borrachos. Clara, con las mejillas coloradas del vino, se reía de cualquier pavada, y Lucía iba en el asiento de atrás, mirando por la ventana, como si no acabara de cojerse a un desconocido en un jardín. Los chicos dormían en el medio, y yo manejaba, con la cabeza dando vueltas. Al llegar a casa, metimos a los nenes en la cama, y Clara, todavía con la energía de la fiesta, me agarró en el living, tirándome contra el sillón. “Qué te pasa viejo?”, me dijo, subiéndose el vestido y sentándose arriba mio, como una puta caliente. Sus manos ya estaban en mi verga, y yo no podía pensar en otra cosa que en Lucía, en lo que había visto, en lo que quería hacerle.
—Lucía, vení —dijo Clara, con esa voz ronca que ponía cuando estaba prendida fuego. Lucía apareció en el umbral del living, todavía con el vestido negro, y se quedó mirándonos, con una ceja levantada y esa sonrisa de siempre—. Mirá lo que le hago al viejo este —agregó Clara, mientras me bajaba los pantalones y se ponía a chupármela, lenta, saboreándome como si quisiera mostrarle a Lucía cómo se hacía. Yo la miraba a ella, a Lucía, parada ahí, con los brazos cruzados y los ojos brillando de deseo. Mi pija estaba dura como piedra, pero no era solo por Clara. Era por lo que había visto, por lo que sabía. Lucia se levanto el vestido y me dejo ver su tanga. Parecia manchada de leche. O no se, quizas fueran mis celos.
—Te vi, pendeja —le dije, con la voz entrecortada, mientras Clara seguía chupando, ajena a todo—. Te vi cojiendo en la fiesta.
Lucía no se inmutó. Al contrario, su sonrisa se hizo más grande, más sucia. Se acercó despacio, sentándose en el sillón de enfrente, abriendo las piernas, dejando ver de muy cerca como se corria la tanga para que se le viera su concha empapada. “¿Y te gustó lo que viste, viejo?”, dijo, tocándose con una mano, lenta, provocadora, mientras Clara seguía tragandose toda mi pija. “¿Te calentó verme con otro? La tenia mas grande que vos, viejo degenerado”
No respondí, no hacía falta. Mi cuerpo hablaba por mí. Clara levantó la mirada, confundida un segundo, pero no paró. Al contrario, se puso más intensa, como si quisiera competir. Lucía se reía bajito, tocándose y abriendose la conchita con los dedos, mirándome fijo, y yo sentía que iba a explotar. La culpa, los celos, el deseo, todo se mezclaba en un nudo que me apretaba el pecho. Vi como si un hilo de leche le chorreara desde su concha. No podia creer que la puta se dejara acabar adentro por un desconocido. Clara se subió encima mio, me agarró la verga dura y suavemente se la fue metiendo en la cola, mientras Lucía seguía mirando, tocándose, gimiendo como si no hubiera cojido en todo el año. “Sos una puta, pendeja”, le dije, y ella asintió, como si fuera un cumplido.
—Seguí mirando, entonces —respondió, y se sacó el vestido del todo, abriendo las piernas más, mostrándome todo el culo mientras se metía los dedos. Clara, ida, gemía más fuerte, repitiendo todo el tiempo que le romapa el culo, y yo no sabía si quería acabar en ella o saltar al otro sillón y romperle el culo a Lucía. La habitación estaba llena de sonidos: los gemidos de Clara, los dedos de Lucía, mi respiración que se cortaba. En el momoento que vi a Lucia meterse un dedo en el orto no me pude contener y me empezó a salir toda la leche.
Con Clara temblando encima mío, y Lucía se riéndose y acabando también, con los ojos clavados en pija que salía del culo de Clara chorreando leche.
Nos quedamos en silencio, respirando pesado, con el aire cargado de sexo y algo más, algo que no podía nombrar. Lucía se levantó totalmente desnuda y dijo: “Me voy a dormir, viejos. Mañana hablamos”. Y se fue, dejándonos a Clara y a mí en el sillón, todos acabados y enchastrados. Clara se durmió al instante. Quedo desnuda en un sillón. Yo fui en silencio a limpiarme al baño, y en el pasillo Lucia tambien se habia dormido al caer en su cara. Entre a su cuarto, le toque la cola un rato recordando lo de la fiesta, y me fui.
Los chicos se durmieron temprano, agotados de tanto correr, y los dejamos en una sala que el salón tenía destinada a tal fin, con Lucía echándoles un ojo de vez en cuando. Clara estaba en su salsa, charlando con las amigas, riéndose con una copa de vino en la mano, mientras yo me tomaba un whisky en la barra, mirando todo como quien no quiere la cosa. Pero entonces la vi a Lucía. Estaba afuera, cerca del jardín, hablando con un tipo que no conocía. Un flaco alto, de traje, con pinta de galán de telenovela, gesticulando como si le estuviera contando el secreto de la vida. Tuve que aceptar que hacian linda pareja. Los dos lindos y fotogenicos. Ella se reía, se le acercaba, le tocaba el brazo. Y yo sentí una puntada en el pecho, como si me clavaran algo. Celos, supongo, aunque no tenía derecho a sentirlos. Lucía no era mía, pero después de todo, después de las veces que se habia entregado diciendome: viejo, algo en mí se creía con derecho a reclamar.
No lo pensé mucho. Dejé el vaso en la barra y salí al jardín, manteniendo distancia, escondiéndome entre las sombras de los árboles. Se sentia una brisa de veraon, con olor a jazmín y a tierra húmeda. Los vi meterse más adentro, donde las luces del salón apenas llegaban. Lucía se apoyaba contra un árbol, con esa sonrisa de mierda que sabía usar como arma, y el flaco no perdía el tiempo. Le puso una mano en la cintura, después en el culo, y ella no lo frenó. Al contrario, se le pegó más, y en un segundo estaban comiéndose la boca como si el mundo se terminara ahí. Mi pija se endureció al instante, traicionera como siempre, pero los celos me quemaban más. El tipo le levantó el vestido, le corrió la tanga con un movimiento rápido, y Lucía se dio vuelta, apoyando las manos en el árbol, sacando el culo como si lo hubiera practicado mil veces. El flaco no dudó: se bajó el cierre, la agarró de las caderas y le mandó la pija toda hasta el fondo, haciéndola gemir bajito, aunque el sonido se perdía en el ruido de la fiesta.
Me quedé ahí, escondido, mirando como un enfermo. No podía despegar los ojos. Lucía se movía con él, apretandole el culo contra su verga, pidiéndole más con cada bombeo. El tipo le agarraba el pelo, le decia algo al oído, y ella se reía entre gemidos, como si todo fuera un juego pornografico. Supuse que le diria putta, tragaleche, degenerada, o algo así. Mi cabeza era un quilombo: quería romperle la cara al flaco, pero también quería ser él, estar ahí, cojiéndomela bajo las estrellas. Mi mano se fue sola a mi pantalón, apretándome la pija, que estaba a punto de reventar. No sé cuánto duró, pero cuando el tipo acabó, Lucía se dio vuelta, le dio un beso rápido y se arregló el vestido como si nada. El flaco se fue para un lado, y ella volvió al salón, con esa cara de satisfecha que me hacía querer agarrarla y romperla contra una pared.
La noche siguió, y en el auto de vuelta a casa, todos estábamos medio borrachos. Clara, con las mejillas coloradas del vino, se reía de cualquier pavada, y Lucía iba en el asiento de atrás, mirando por la ventana, como si no acabara de cojerse a un desconocido en un jardín. Los chicos dormían en el medio, y yo manejaba, con la cabeza dando vueltas. Al llegar a casa, metimos a los nenes en la cama, y Clara, todavía con la energía de la fiesta, me agarró en el living, tirándome contra el sillón. “Qué te pasa viejo?”, me dijo, subiéndose el vestido y sentándose arriba mio, como una puta caliente. Sus manos ya estaban en mi verga, y yo no podía pensar en otra cosa que en Lucía, en lo que había visto, en lo que quería hacerle.
—Lucía, vení —dijo Clara, con esa voz ronca que ponía cuando estaba prendida fuego. Lucía apareció en el umbral del living, todavía con el vestido negro, y se quedó mirándonos, con una ceja levantada y esa sonrisa de siempre—. Mirá lo que le hago al viejo este —agregó Clara, mientras me bajaba los pantalones y se ponía a chupármela, lenta, saboreándome como si quisiera mostrarle a Lucía cómo se hacía. Yo la miraba a ella, a Lucía, parada ahí, con los brazos cruzados y los ojos brillando de deseo. Mi pija estaba dura como piedra, pero no era solo por Clara. Era por lo que había visto, por lo que sabía. Lucia se levanto el vestido y me dejo ver su tanga. Parecia manchada de leche. O no se, quizas fueran mis celos.
—Te vi, pendeja —le dije, con la voz entrecortada, mientras Clara seguía chupando, ajena a todo—. Te vi cojiendo en la fiesta.
Lucía no se inmutó. Al contrario, su sonrisa se hizo más grande, más sucia. Se acercó despacio, sentándose en el sillón de enfrente, abriendo las piernas, dejando ver de muy cerca como se corria la tanga para que se le viera su concha empapada. “¿Y te gustó lo que viste, viejo?”, dijo, tocándose con una mano, lenta, provocadora, mientras Clara seguía tragandose toda mi pija. “¿Te calentó verme con otro? La tenia mas grande que vos, viejo degenerado”
No respondí, no hacía falta. Mi cuerpo hablaba por mí. Clara levantó la mirada, confundida un segundo, pero no paró. Al contrario, se puso más intensa, como si quisiera competir. Lucía se reía bajito, tocándose y abriendose la conchita con los dedos, mirándome fijo, y yo sentía que iba a explotar. La culpa, los celos, el deseo, todo se mezclaba en un nudo que me apretaba el pecho. Vi como si un hilo de leche le chorreara desde su concha. No podia creer que la puta se dejara acabar adentro por un desconocido. Clara se subió encima mio, me agarró la verga dura y suavemente se la fue metiendo en la cola, mientras Lucía seguía mirando, tocándose, gimiendo como si no hubiera cojido en todo el año. “Sos una puta, pendeja”, le dije, y ella asintió, como si fuera un cumplido.
—Seguí mirando, entonces —respondió, y se sacó el vestido del todo, abriendo las piernas más, mostrándome todo el culo mientras se metía los dedos. Clara, ida, gemía más fuerte, repitiendo todo el tiempo que le romapa el culo, y yo no sabía si quería acabar en ella o saltar al otro sillón y romperle el culo a Lucía. La habitación estaba llena de sonidos: los gemidos de Clara, los dedos de Lucía, mi respiración que se cortaba. En el momoento que vi a Lucia meterse un dedo en el orto no me pude contener y me empezó a salir toda la leche.
Con Clara temblando encima mío, y Lucía se riéndose y acabando también, con los ojos clavados en pija que salía del culo de Clara chorreando leche.
Nos quedamos en silencio, respirando pesado, con el aire cargado de sexo y algo más, algo que no podía nombrar. Lucía se levantó totalmente desnuda y dijo: “Me voy a dormir, viejos. Mañana hablamos”. Y se fue, dejándonos a Clara y a mí en el sillón, todos acabados y enchastrados. Clara se durmió al instante. Quedo desnuda en un sillón. Yo fui en silencio a limpiarme al baño, y en el pasillo Lucia tambien se habia dormido al caer en su cara. Entre a su cuarto, le toque la cola un rato recordando lo de la fiesta, y me fui.
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