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Cuerpos contra la mesa 💪🍽️🔥

No fue nada. No hubo cambios. Desayuno, silencio, y ella sentada al otro lado de la mesa, con esa bata que no esperaba que me excitara tanto. Pero me miró. Una mirada densa, caliente, con las pupilas dilatadas.

La verga se me endureció de inmediato, como si hubiera estado esperando ese momento durante años.

Me levanté sin una palabra. Caminé hasta ella. Le tomé la cara con las dos manos y la besé como si fuera la primera vez después de mucho tiempo. Con hambre. Con bronca. Con ganas.

Ella me respondió igual. Me lamía la lengua, me mordía. Tenía las piernas flojas. Le abrí la bata y me encontré con esa concha que ya conocía, pero que ahora parecía otra. Brillaba, viva, latiendo. Me arrodillé frente a ella.

—¿A qué estás jugando? —le dije.
—Haz lo que tienes que hacer —contestó.

Y lo hice. Le separé los labios de la concha con los dedos y le pasé la lengua de abajo hacia arriba, lento, haciéndola temblar. Le escupí encima. Le metí dos dedos, luego tres. Se abría con facilidad, mojada hasta el punto justo. Me miraba con la boca entreabierta, respirando fuerte. Cada vez que pasaba la lengua, se le arqueaba la espalda.

—Súbete a la mesa. Ahora.

La levanté y la dejé sentada entre los platos. Le abrí las piernas como si fueran mías. Me bajé el pantalón. La verga me rebotaba, tan dura que dolía. Se la restregué por la concha. Se la golpeé con la punta. Ella gimió.

La empujé hacia atrás con una mano en el pecho, le sujeté una pierna con la otra, y se la metí hasta el fondo.

—¡Ah, carajo! —gritó.

Me la tragó entera. La concha se me cerró encima como una trampa caliente. Empecé a embestirla lento al principio, para sentirla. Se me pegaba, me la chupaba con cada movimiento.

—Más —dijo entre jadeos.

Le agarré las caderas y empecé a cogerla como quería desde hacía años. Sin pausa. Golpes secos. La mesa crujía bajo nosotros. Le rebotaban las tetas. Se las mordí, se las apreté fuerte, como si me la estuviera cogiendo con las manos también.

—¡Tu verga! —gritaba—. ¡Me revienta la concha! ¡Dámela toda!

Y se la di.

Le levanté las piernas sobre mis hombros y me hundí aún más. Le metí la verga hasta el fondo, una y otra vez, rápido, sucio, desesperado. El ruido de nuestros cuerpos chocando era brutal. Moqueaba concha por todos lados. Me la chorreaba en los huevos.

Se vino gritando mi nombre, con los muslos temblando, los ojos cerrados y la concha apretándome como una boca desesperada. Me hundí hasta el fondo y la llené de semen caliente, gruñendo, descargando toda esa semana, ese mes, esa jodida rutina en su cuerpo.

Quedamos jadeando, pegajosos, sudados. La verga aún dentro de su concha, palpitando. Me abrazó por el cuello y me besó sin palabras.

Solo el café seguía ahí. Frío.

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